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DNA: la revancha

Escritor y m

Moacyr Scliar

Todo el mundo vibró con el descubrimiento de la estructura del ADN, ¿no es verdad? Todo el mundo consideró que fue un gran descubrimiento científico, ¿no es verdad?No, todo el mundo no.Existe al menos una persona que no puede ni siquiera escuchar hablar del ADN. Que se estremece de rabia con la sola mención de esa sigla. Y que, curiosamente, es un hombre que, en un instante decisivo de su vida, estuvo ligado, aunque indirectamente, a las investigaciones que llevaron al descubrimiento del ADN.

Este hombre vive en Brasil. Yo lo conozco: es el padre de mi vecina Lúcia. Nacido en Beja, Portugal, siguió el camino de muchos compatriotas suyos. Emigró a comienzos de los años 50. Fue a Inglaterra, y allí consiguió trabajo en el laboratorio de investigaciones de una universidad. Una ocupación humilde la suya: junto con otros, hacía la limpieza. Barría el piso, lavaba los tubos de ensayo, sacaba la basura. Su sueldo no era gran cosa, pero por lo menos tenía para comer y vestirse, y un lugar para vivir.

Además, estaba de alguna forma vinculado a un emprendimiento que no entendía muy bien, pero él sabía que se trataba de algo importante. Los científicos del laboratorio desarrollaban un proyecto secreto, del cual otros laboratorios rivales ni siquiera podían tener conocimiento. Y el hombre, lógicamente, nada preguntaba al respecto. Pero no podía dejar de leer ciertas esquelas que, de vez en cuando, aparecían en el cesto de los papeles. Una de éstas lo dejó particularmente alborozado. Había sido escrita por el director del laboratorio, una persona que rara vez aparecía por ahí (estaba siempre en visita a reparticiones y ministerios), y se dirigía a uno de los científicos, más precisamente, al coordinador de la investigación. La nota estaba escrita en inglés; pero, a aquella altura, él ya lograba entender razonablemente el idioma. Con el corazón latiendo fuerte, leyó: ?Inviertan pesado en DNA. Seguramente nos dará un retorno compensador?.

Sucede que el nombre de nuestro amigo es Deocleciano Natercino Almeida. Un nombre difícil de pronunciar, sobre todo para los ingleses. De manera tal que, como suele ocurrir en tales situaciones, él tenía un apodo. Una sigla, formada a decir verdad por las primeras letras de su nombre. Él era DNA. ?DNA, trae el balde.? ?DNA, limpia esta ventana?. ?DNA, alcánceme la escoba.?Aquella noche, DNA, o sea, Deocleciano Natercino Almeida, de pura excitación no durmió. Se consideraba un empleado modelo, pero jamás hubiera imaginado que fuese tamaña su importancia. ¡El laboratorio invertiría en él! Eso significaba que tenían planes para su futuro -quizás fueran a ofrecerle un cargo de responsabilidad. ¡Ah, si sus antepasados, humildes campesinos, pudieran ver aquella esquela! (DNA decidió que mandaría a enmarcarla, para tenerla siempre en su cuarto.)

A partir de entonces, DNA se transformó. Parecía un dínamo. Nadie mostraba tanta disposición para el trabajo. Nadie se dedicaba tanto a lavar los tubos de ensayo, o a la limpieza del laboratorio. Era el primero en llegar, y el último en salir. A veces cubría espontáneamente guardias durante los fines de semana. Los otros empleados estaban atónitos, y también irritados: creían que aquello era una especie de competencia desleal. Pero los científicos no le escatimaban elogios. Uno de ellos llegó a declarar que tal dedicación era un ejemplo para todos. Entonces, no se sabe si por influencia de DNA (Deocleciano Natercino Almeida) o por cualquier otra razón, lo cierto es que todos empezaron a trabajar con mucho ahínco.

Y también con nerviosismo: pese a todo el secreto, era claro que las investigaciones estaban entrando en su recta final -y no solamente allí, sino en los otros centros que disputaban esa tan secreta como transcendente carrera. Hasta que, en marzo de 1953, llegó la noticia que sacudió al mundo científico: en Cambridge, Francis Crick y James Watson habían descubierto la estructura del ADN.

Ese día, Deocleciano Natercino Almeida descubrió que él no era DNA. O al menos, no era el único DNA. Había otro. El otro estaba en las portadas de los periódicos, en el noticiero de las radios, incluso en las charlas de bar. Él, continuaba siendo el humilde y desconocido empleado del laboratorio. Sus compañeros, como era de esperarse, no perdieron la oportunidad de burlarse de él: -Yo, si estuviera en tu lugar, procesaba estos tipos por plagio de la marca, le dijo un empleado.Deocleciano Natercino Almeida no le vio la gracia a aquella historia. Al contrario, se sumió en una profunda depresión. Hizo un bollo y quemó la esquela que había guardado con tanto cariño. Y tomó una decisión: no trabajaría más en el laboratorio. Es más, no permanecería más en Inglaterra. El descubrimiento del ADN había sido una afrenta personal para con él y no se quedaría en el país en el que tal cosa sucediera.

Fue así como Diocleciano emigró a Brasil. En el país continuó trabajando duro. Abrió un restaurante, prosperó, se casó, tuvo hijos e hijas. Lúcia es la menor de éstas.Pero la sigla continuó persiguiéndolo. Leía todas las noticias al respecto, contrató a un profesor de biología para darle clases particulares sobre el tema.Ahora Lúcia está embarazada. De una niña. Según me dijo, Deocleciano Natercino Almeida está muy feliz. E incluso le propuso un nombre para su nieta, un nombre que Lúcia, por razones obvias, no aceptó.El nombre propuesto por Diocleciano es Genoma. Tiene que ver con ADN, o con DNA. Y es también una especie de revancha de Deocleciano Natercino Almeida.

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