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Crisis en la generación de recursos humanos

La disminución de la cantidad de magísteres y doctores en 2020 a causa de la pandemia y la caída de la demanda de títulos encienden el debate sobre el futuro del sistema que abastece a Brasil de investigadores y profesionales de alto nivel

En el transcurso de la pandemia, el sistema brasileño de posgrado experimentó una sacudida sin precedentes en su historia. La red de 4.600 programas de maestría y doctorado, responsable de una parte sustancial de la investigación científica realizada en el país y de la formación de profesionales altamente calificados, se vio parcialmente comprometida por la suspensión de las actividades presenciales en las universidades durante la emergencia sanitaria. En 2020, las personas que recibieron títulos de doctorado en Brasil fueron 20.000, un 18 % menos que los 24.400 graduados en 2019, según datos de la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior (Capes). La cifra de nuevos másteres cayó casi un 15 %, de 54.000 en 2019 a 46.000 en 2020.

Los alumnos que dependían de los experimentos de campo y del uso de los laboratorios para llevar a cabo sus proyectos se vieron más afectados que los que podían trabajar a distancia. Mientras que las carreras de ciencias biológicas registraron una caída en el número de graduados de un 29 %, en las de ciencias sociales aplicadas la contracción fue de un 10 %. Esta pérdida de brío repentina interrumpió un ciclo virtuoso de crecimiento que duró un cuarto de siglo: en 1998, el país formaba tan solo 3.900 doctores y 12.000 magísteres.

Los datos preliminares apuntan a una nueva reducción en 2021. Se espera cierta reacción a partir de este año, pero no hay un consenso en cuanto a su intensidad ni sobre la viabilidad de retomar el ritmo de crecimiento anterior. “La tendencia marca que la recuperación será lenta, ya que los efectos de la pandemia asociados a las recientes políticas de retracción del apoyo a la ciencia podrían tener repercusiones negativas durante bastante tiempo”, dice Renato Pedrosa, investigador del Departamento de Política Científica y Tecnológica de la Universidad de Campinas (DPCT-Unicamp).

El agrónomo Marcio de Castro Silva Filho, prorrector de Posgrado de la Universidad de São Paulo (USP), considera que esta caída constituye un fenómeno previsible. “El factor determinante para la merma de los graduados fue la ampliación de hasta dos años del plazo para la finalización de las carreras, ya que muchos de nuestros alumnos tenían dificultades para llevar a cabo sus investigaciones con los laboratorios cerrados”, dice. Según Castro, aproximadamente la mitad de los estudiantes solicitaron el aplazamiento. En la USP se graduaron 3.876 magísteres y doctores en 2019. Este contingente se redujo a 2.900 en 2020 y a 2.878 en 2021, pero se espera que en 2022 se gradúen muchos de los que solicitaron la extensión del plazo. “No hemos constatado un aumento en la tasa de deserción”, explica el prorrector.

Alexandre Affonso

La perspectiva de que el declive se detenga está avalada por dos indicadores. Las becas doctorales concedidas por la Capes, que respaldan a un tercio de los matriculados en el país, se han multiplicado durante la pandemia. Rondaban las 44.500 en 2018, descendieron a 43.000 en 2019, pero llegaron a su mejor nivel en 2020, con 46.000 estudiantes becados. El total de doctorandos también ha crecido, llegando a 146.600 en 2020. En ambos casos, el rendimiento ha sido afectado por la prórroga de los plazos y la permanencia de los alumnos.

Otras universidades recaban evidencias de que la crisis puede tener causas estructurales, que van más allá de la desorganización generada por el covid-19. Desde 2014, la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) solía graduar unos 1.500 magísteres y doctores por año, pero en 2020 y 2021 esa cifra se redujo en alrededor de un 35 %. Ese no fue el único indicador negativo. La química Denise Guimarães Freire, prorrectora de Posgrado e Investigación de la UFRJ, hace hincapié en lo que parece ser una retracción del interés por este tipo de formación, puesto que la cifra de ingresantes en las carreras de posgrado stricto sensu [maestrías y doctorados] de la UFRJ también ha disminuido: de 4.000 en 2018 a 3.500 en 2021.

Guimarães Freire atribuye el cambio a un conjunto de factores. Uno de los principales sería la pérdida de valor de las becas concedidas por las agencias federales, la Capes y el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq). Actualmente, un becario de maestría recibe 1.500 reales al mes y uno de doctorado, 2.200 reales. Las becas se actualizaron por última vez en 2013 y la inflación acumulada desde entonces, medida por el IGP-M, ha llegado al 117 %. “Antes, al finalizar sus estudios de grado, muchos jóvenes optaban por hacer un posgrado y salir al mercado laboral más tarde, en condiciones más favorables. Con las becas de las agencias federales tan devaluadas, esa estrategia se ha vuelto inviable”, explica.

La prorrectora también percibe una inversión de las expectativas en lo atinente la carrera como docentes e investigadores en las universidades, el destino principal de los doctores. Según datos del Centro de Gestión y Estudios Estratégicos (CGEE), dos de cada tres doctores empleados en 2017 trabajaban en el sector de la educación superior. “La percepción creciente indica que ser un investigador ya no vale la pena, porque las oportunidades escasean como así también la financiación. De hecho, esto ha contribuido al descenso de la demanda de una mayor calificación”, sostiene. “Esto es dramático, porque el 80 % de la ciencia producida en Brasil cuenta con la participación de estudiantes de posgrado. La investigación en gran medida se sostiene gracias a esa mano de obra que se califica al mismo tiempo que trabaja en proyectos vinculados a la ciencia, la tecnología y la innovación en las universidades e instituciones científicas”.

Alexandre Affonso

En la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE), la suma de los matriculados en las maestrías y los doctorados creció de 4.400 en el primer semestre de 2020 a 6.600 en el segundo semestre de 2021. Esto se debe a la merma de las defensas de tesinas y tesis: 1.759 en 2020 y 1.112 en 2021. En opinión de la prorrectora de Posgrado de la UFPE, Carol Leandro, estos datos enmascaran una disminución de la demanda, particularmente en las áreas de ingeniería y ciencias de la salud. “La desmotivación cunde. Varios programas han tenido que realizar dos procesos selectivos por año para no dejar vacantes descubiertas, incluso algunos que han recibido notas 6 y 7 en la evaluación de la Capes, que son las más altas”, dice Leandro, investigadora del Departamento de Nutrición de la UFPE.

“Lo que está ocurriendo es serio”, añade la politóloga Rachel Meneguello, prorrectora de Posgrado de la Unicamp. La institución registra una merma en la cantidad de magísteres y doctores graduados, de 2.155 en 2019 a 1.847 en 2021, en parte, a causa de la extensión de los plazos concedida durante la pandemia. Ahora, en 2022, también contabiliza un 30 % menos de inscritos en las maestrías. Los procesos de selección han tenido una demanda limitada, lo que indica un posible proceso de alejamiento de los profesionales de los programas de posgrado. “En mi programa, el de ciencia política, solíamos tener un promedio de 80 aspirantes por año y esta vez han sido alrededor de 40”. Hay un discreto aumento en el total de estudiantes de doctorado matriculados en la universidad, pero Meneguello teme que esto solo sea resultado del atolladero que propició la pandemia. “Las becas no son suficientes para solventar una dedicación de varios años a la investigación en un lugar caro para vivir como es Campinas”. Ella considera que será difícil revertir este panorama. “Aunque vuelva a valorarse la producción de conocimiento, difícilmente haya recursos para corregir el desfasaje de los últimos años entre la producción de recursos humanos necesarios y la financiación aplicada a la docencia y la investigación”.

Los sistemas de otros países también se han visto afectados por el desorden que ha suscitado el covid-19. El sondeo anual que realiza la National Science Foundation, la principal agencia de apoyo a la ciencia básica de Estados Unidos, reveló que el total de títulos de doctorado concedidos en el país ha caído entre 2019 y 2020, de 55.614 a 55.283. Eso parece muy poco, pero la cifra venía creciendo a una tasa promedio de un 3,1 % anual desde 1957, cuando empezó a realizarse la investigación, con especial énfasis en el campo de las ciencias e ingenierías, que concentraron el 77 % de los títulos en 2020, en comparación con el 58 % en 1979.

En el caso brasileño, antes de la emergencia sanitaria ya se vislumbraban algunos indicios de la crisis. Un informe elaborado el año pasado por Abílio Baeta Neves, expresidente de la Capes, y Concepta McManus, de la Universidad de Brasilia (UnB), analizó diversos aspectos del desempeño del posgrado brasileño entre 2009 y 2020 y mostraba que, incluso en un escenario de crecimiento del número de graduados, entre 2016 y 2019 hubo una disminución de las matrículas en los programas con notas más elevadas –6 y 7, los de mayor inserción internacional– y un incremento en las tasas de deserción y desvinculación, especialmente en ingeniería, ciencias exactas y agrarias. En tanto, los índices promedio de deserción, de un 12,4 % en las maestrías y de un 11,6 % en los doctorados, eran más significativos durante ese período en las instituciones privadas y en las carreras con notas más bajas. “Las razones del abandono no están claras y deberán estudiarse más a fondo”, dice Baeta Neves. “Por mi parte, le prestaría más atención a los factores coyunturales, como el enfriamiento de la economía, y a los estructurales, como el monto de las becas y el desfasaje con respecto a las expectativas de los estudiantes”.

Aunque subraya el éxito de la expansión del sistema durante la última década y su proliferación en todas las regiones de Brasil, el informe incluye otros indicadores preocupantes. Uno de ellos es la marcada escasez de financiación. “Hay muchos proyectos de investigación en el posgrado que se llevan a cabo sin ningún tipo de financiación ni de beca”, señala Baeta Neves. En 2020, más de la mitad de los proyectos de investigación de posgrado, en general no contaban con ningún tipo de apoyo. La situación es más crítica en las áreas de letras, lingüística y artes (casi un 70 %) y en ciencias sociales aplicadas (un 60 %). “Parece que estuviéramos sacando agua de las piedras”, dice Baeta Neves. El modelo de financiación adoptado en Brasil en las últimas décadas se centra en el apoyo a los proyectos, a través de organismos como el CNPq y las fundaciones de los estados, y en la oferta de becas a los estudiantes que trabajan en esos proyectos, donde sobresale la actuación de la Capes. Pedrosa, de la Unicamp, destaca que esta situación puede variar a nivel regional, dependiendo de la capacidad de cada estado para invertir en ciencia. “En São Paulo, hubo un aumento en la recaudación tributaria del estado y, consecuentemente, eso se vio reflejado en el presupuesto de la FAPESP. A menos que la situación internacional se complique, esto debería garantizar la financiación de un conjunto sólido de proyectos en el estado durante los próximos tiempos”.

Alexandre Affonso

El sistema brasileño de posgrado es una construcción de las últimas seis décadas y se ha transformado en uno de los más productivos del mundo. En 1965, un dictamen del Consejo Federal de Educación lo estructuró con el formato vigente hasta hoy en dos modalidades: stricto sensu, centrado en la carrera académica, y lato sensu, para quienes trabajan en empresas u otras actividades, y estableció las categorías de maestría y doctorado. A mediados de la década de 1970, la Capes creó un modelo de evaluación de las carreras, que otorga una calificación por puntos y orienta la distribución de fondos entre los programas. Se atribuye a dicha evaluación un efecto organizador y multiplicador del sistema, especialmente en las universidades públicas.

El descenso reciente de la demanda ha interpuesto otro tipo de planteos: ¿cuál es la necesidad de seguir aumentando la cantidad de magísteres y doctores año tras año? “Nuestro sistema ha sido creado principalmente para la formación de docentes, pero hoy en día las universidades contratan cada vez menos”, explica Pedrosa. “La educación superior privada sigue creciendo, pero no está sometida a la presión de contratar doctores”. En cambio, ha aumentado el interés por los másteres ejecutivos, los MBA, carreras lato sensu de corta duración que ofrecen opciones de formación a distancia (cuyo número de matrículas se ha incrementado un 72 % entre 2016 y 2019, según el Instituto Semesp), y las maestrías profesionales, monitoreadas por la Capes, que sumaron más de 62.000 inscriptos en 2019, según los datos del Instituto Nacional de Estudios e Investigaciones Educativas (Inep), organismo dependiente del Ministerio de Educación.

Las comparaciones internacionales muestran que Brasil forma menos recursos humanos de alto nivel que los países desarrollados. Con 10,4 doctores titulados por cada 100.000 habitantes, el país ostenta un desempeño superior al de México (7,6), Türkiye (7,6) o Chile (3,8), pero se encuentra lejos de Estados Unidos (21,9), Alemania (34,4) y el Reino Unido (42,7). Existe un buen potencial de crecimiento en las universidades más recientes que aún se están consolidando. “En algunas áreas del conocimiento, la proporción de alumnos por docente en los programas es baja y la oferta puede ampliarse”, dice Baeta Neves. “No obstante, puede haber un límite para algunas regiones que estaría dado por la población que logra acceder a la educación superior”. La pandemia es otro factor que acentúa este problema, porque también ha afectado a la cantidad de graduados. En 2020, hubo una caída de un 21 % en los egresados de las universidades federales y de un 20 % en las estaduales, en comparación con 2019, según datos del Censo de la Educación Superior del Inep. En cambio, en el sistema privado, se registró un alza del 7,5 %.

La politóloga Elizabeth Balbachevsky, docente de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la USP (FFLCH-USP), sostiene que Brasil seguirá necesitando mano de obra calificada y con formación específica para las actividades de investigación, aunque la demanda varía según el sector. “Hay áreas muy competitivas que necesitan de este tipo de profesionales, tales como computación, tecnología informática e inteligencia artificial. El agronegocio de vanguardia también tiene demanda”, explica. Sin embargo, la investigadora señala que muchas empresas brasileñas aún tienen como estrategia la replicación de tecnologías ya maduras. “Para una parte importante del sector empresarial, vale la lógica de la imitación, en la que, a lo sumo, se necesita ser competente en ingeniería inversa. Para eso no necesitan contratar investigadores. Basta con buenos ingenieros”.

Los datos recientes del mercado laboral de los profesionales con posgrado en Brasil son anteriores a la pandemia y apuntaban una situación de empleo mucho más favorable que la de la población promedio. El último volumen de la serie Magísteres y Doctores, elaborado por el Centro de Gestión y Estudios Estratégicos (CGEE), se publicó hace tres años y reveló que el 72,3 % de los 230.000 doctores y el 62,2 % de los 570.000 magísteres brasileños tenían un empleo formal en 2017, porcentajes que, con todo, se ubicaban 5 puntos por debajo de los niveles de 2012, cuando la economía estaba en crecimiento. En 2016, un año en el que las tasas de crecimiento del Producto Interno Bruto y del empleo en Brasil sufrieron una reducción importante (un -3,3 % y un -4,2 %, respectivamente), las tasas de crecimiento del empleo formal de los magísteres (un 6 %) y doctores (un 8,6 %) fueron positivas, según el estudio.

Una de las explicaciones de este desempeño es el hecho de que una porción significativa de estos profesionales trabajan en la administración pública, donde el empleo es estable. En 2017, la mayoría de los doctores trabajaban en universidades y organismos del estado: el 47,9 % en la esfera federal y el 20 % en el ámbito estadual, y solo un 9,6 % estaban contratados en empresas privadas. En cambio, entre los magísteres, su participación era mayor en el ámbito privado: un 22,7 % trabaja en la administración federal, un 19,8 % en las estaduales y un 22,2 % en empresas privadas. En 2017, la remuneración promedio fue de 16.000 reales para los doctores y de 10.800 reales paran los magísteres. Los sueldos más altos se registraron en las áreas de ciencias sociales aplicadas e ingeniería. “La captación de profesionales con posgrado no se limita al empleo formal”, explica Sofia Daher, asesora técnica del CGEE y coordinadora de estas publicaciones. “En un estudio que se encuentra en curso, hemos visto que el 16,8 % de los doctores se declaran socios propietarios de empresas, lo que indica que una parte se vuelca a emprender”.

Alexandre Affonso

El sociólogo Simon Schwartzman, del Instituto de Estudios de Política Económica de Río de Janeiro, pone de relieve un aspecto de los estudios de posgrado en el país que considera negativo: el mantenimiento de la maestría, en la práctica, como requisito previo para el doctorado, lo que arroja como resultado una permanencia excesivamente larga de los estudiantes en la universidad. En un estudio publicado recientemente en su página web, Schwartzman demostró que, en Estados Unidos, entre los doctores, el 44,7 % de obtiene ese grado antes de los 30 años, en comparación con tan solo el 10,5 % en Brasil (véase el gráfico).

“En otros países, los jóvenes talentosos acceden directamente al doctorado y una vez que han publicado dos o tres artículos relevantes, ya son investigadores formados”, dice. Las universidades brasileñas solo admiten alumnos directamente en el doctorado excepcionalmente. En los países de la Unión Europea, el problema fue zanjado acortando el período de formación: las carreras de grado duran entre tres y cuatro años, la maestría, de un año y medio a dos, y el doctorado lleva de dos a cuatro años. Según Schwartzman, la formación tardía se considera perjudicial en determinadas áreas del conocimiento. “En la matemática, por ejemplo, está establecido que si el investigador no ha realizado una contribución relevante hasta los 30 años, no la hará después. Esa lógica no es válida para las ciencias sociales”.

Alexandre Affonso

“El diseño del posgrado brasileño es institucionalmente equivocado”, añade Balbachevsky. “Un modelo que mantiene a un joven talentoso dentro de la universidad durante tantos años ganando un sueldo mínimo no es sostenible”. Ella menciona otro ejemplo del modelo estadounidense: solo una minoría de los alumnos recibe ayuda para dedicarse exclusivamente a la investigación. “La mayoría de las becas son para los ayudantes de investigación, en las que el estudiante participa en las actividades propias de la universidad, trabajando como docente y ayudando a diseñar proyectos de investigación y extensión. Así es que obtienen una formación sólida y consiguen una buena inserción en el mercado”. Balbachesvky avala el mantenimiento de los programas de maestría, pero no como requisito previo al doctorado. “El máster es una respuesta calificada que la universidad de investigación le brinda al mercado laboral”, sostiene.

La caída de la demanda y del conjunto de graduados confirma el momento turbulento que atraviesa el posgrado brasileño. El año pasado, el proceso de evaluación cuatrienal de los programas a cargo de la Capes desde la década de 1970, se enfrentó a una impugnación inédita por parte de la Justicia. Se suspendió la divulgación del rendimiento de las carreras que reciben calificaciones de 3 a 7 (léase en Pesquisa FAPESP, edición nº 309). También a causa de la pandemia, la discusión del Plan Nacional de Posgrado (PNPG) para el decenio 2021-2030 por el momento no se ha abordado y no se sabe cuáles son las metas para los próximos años.

El informe de Baeta Neves y McManus fue elaborado cuando el expresidente de la Capes asumió la Cátedra Paschoal Senise, creada por la Prorrectoría de Posgrado de la USP, y su objetivo era precisamente aportar reflexiones y proponer innovaciones para el próximo PNPG. Una cuestión de fondo que se plantea en el documento es si las carreras no han quedado desfasadas de las demandas de la sociedad brasileña. Baeta Neves dice que el propio perfil del docente se está transformando. “El profesor no es solo ese individuo que está a cargo de dar clases, es responsable de un determinado campo del conocimiento y está abocado a los estudios académicos. También se espera que transforme el conocimiento en un valor económico y social que genere innovaciones. ¿Estamos consiguiendo adaptar los programas a esta realidad?”, indaga.

Alexandre Affonso

Entre las recomendaciones, el informe señala la necesidad de invertir más en la calidad de los programas que en su expansión, con la integración de docentes e investigadores de diversas regiones, instituciones y áreas, apostando por formatos más flexibles y de menor duración, como demuestra la demanda de cursos de MBA. El documento también considera a la experiencia reciente con el trabajo a distancia algo importante para ampliar la cooperación internacional. “La pandemia ha precipitado una nueva realidad para la internacionalización de las actividades académicas y de investigación con énfasis en la ‘internacionalización en casa’, así como en la conformación de redes nacionales e internacionales”, expresa el informe.

Esta preocupación por ampliar la calidad y el vínculo con el sector productivo es compartida por los líderes académicos. Maria Valnice Boldrin, prorrectora de Posgrado de la Universidade Estadual Paulista (Unesp), sostiene que el debate en el nuevo PNPG debería estar centrado en una mayor proximidad con las necesidades de las empresas. “Tenemos que superar el modelo productivista, cuyo enfoque se basa en indicadores como el número de artículos científicos, y buscar otras formas de ampliar el impacto, pensando en la inserción en el sector productivo”, dice.

Castro Silva, de la USP, considera que el sistema está saturado en algunas regiones y deberían explorarse nuevos formatos. “Estamos demasiado supeditados a una segmentación del conocimiento. Sería más productivo crear programas en red, donde confluyan las competencias de varias áreas e instituciones, para hacer frente a problemas complejos”, propone. Meneguello, de la Unicamp, coincide en que ha habido dificultades para adecuarse a los importantes cambios que experimenta la sociedad. “Tendremos que reflexionar sobre lo que ha ocurrido durante la pandemia, replantear los planes de estudio, ofrecer carreras más cortas y adaptarnos a la demanda. Pero sin por ello olvidar que una de las finalidades del posgrado es el mantenimiento de la ciencia básica, que exige mucho tiempo”, dice.

Más vacantes y menos recursos
La falta de un reajuste de las becas federales afectó la expansión del sistema en Brasil, dice el presidente de la ANPG

 La presidenta de la Asociación Nacional de Posgraduados (ANPG), Flávia Calé da Silva, de 37 años, sostiene que la crisis de financiación de las becas de maestría y doctorado en Brasil se generó debido a una falla en el último Plan Nacional de Posgrado (PNPG), vigente entre 2011 y 2020. “El plan promovió la ampliación de las vacantes en los programas y atrajo a una gran cantidad de estudiantes al sistema, pero no se preocupó por establecer mecanismos para financiarlos de manera adecuada. Tan es así que las becas que otorgan las agencias federales no han actualizado sus valores desde hace nueve años”, dice.

La pandemia se sumó a la lista de dificultades. “Los estudiantes trataron de concluir sus investigaciones en sus casas, pero mucho no lo lograron. La acumulación del trabajo doméstico generó un descenso generalizado de la productividad”, considera la presidenta de la ANPG, aludiendo a una investigación que llevó a cabo el movimiento Parent in Science, según la cual tan solo un 9,9 % de las alumnas de posgrado negras con hijos lograron continuar con el progreso de sus tesis y tesinas durante el período de aislamiento social; entre las madres blancas, el índice fue ligeramente mejor, de un 11,6 %.

Ella experimentó ostensiblemente esas dificultades durante la pandemia. En 2021 concluyó su maestría en historia económica en la USP, con una beca del CNPq. A continuación se presentó a un proceso de selección para un doctorado en el mismo programa, y fue admitida. Durante su formación, tuvo dos hijos, una niña que ahora tiene casi 3 años y un niño de 1 año. “Aplacé la conclusión del máster un año y medio, porque tomé la licencia por maternidad y luego vino la pandemia. El año pasado terminé de redactar el proyecto de doctorado en la sala de la maternidad”, relata.

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