La tragedia del huracán Katrina, que inundó la ciudad de Nueva Orleans y mató a más de 800 personas, había sido prevista por la ciencia. Un documento de 1998 alertaba sobre la necesidad de restaurar los manglares que protegían la zona costera, consumidos a razón de 60 kilómetros cuadrados por año. También se sabía ya que el sistema de diques que mantenía Nueva Orleans seca no soportaría huracanes de categoría superior a 3 en la escala Saffir-Simpson (el Katrina alcanzó la categoría 5, la más destructiva). En 2004, otro estudio demostró que el 21% de la población de la ciudad, sobre todo los más pobres, no saldría de allá con el paso de un huracán. Pero, si bien las autoridades ahora hacen su autocrítica – la más común da cuenta de que se abandonó la prevención de catástrofes naturales para preocuparse únicamente con el terrorismo –, los científicos no se han salido airosos en el balance de la tragedia.
Roger Pielke, director del Centro de Investigación en Políticas de Ciencia y Tecnología de la Universidad de Colorado, argumenta que el papel de los científicos no puede ceñirse a producir información para quien desee usarla. Deben direccionar sus investigaciones también hacia las necesidades prácticas. “Éste es el desafío, pero las universidades no están preparadas para eso. Espero que, luego de este desastre, los responsables de las políticas públicas les exijan más a los científicos”, afirma. De todos modos, los científicos que vaticinaron la tragedia no escondían su frustración. Nedra Korevec, de la Universidad del Estado de Louisiana, ya había analizado los efectos devastadores de un huracán categoría 4 en Nueva Orleans. Ante la inminencia de la llegada del Katrina, logró convencer a sus familiares a dejar la ciudad y huir a su casa en Baton Rouge, donde llegó a hospedar a diez personas. “Intentamos hacer que las cosas se concretaran, pero todo tropieza en la lentitud de las autoridades”, afirma. (Nature, 8 de septiembre)
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