Lagartos un poco mayores que la uña del pulgar encontrados en 16 estados del norte, nordeste y centro-oeste de Brasil demuestran que el territorio nacional alberga especies todavía vivas de animales cuyos antepasados convivieron con los dinosaurios. También sugieren que la diversidad biológica del país puede ser mucho mayor de lo que se imaginaba y que los análisis genéticos pueden poner patas arriba un conocimiento que parecía de difícil cuestionamiento. Los zoólogos y los genetistas no imaginaban que llegarían a tanto estudiando cinco especies de lagartos del género Coleodactylus provenientes de la Amazonia, la Caatinga, el Cerrado y el Bosque Atlántico.
A simple vista, las cinco especies se parecen entre sí, pero genéticamente son distintas. Análisis de ADN realizados en la Universidad de São Paulo (USP) y en la Universidad de California en Berkeley, Estados Unidos, revelaron diferencias incluso dentro de una misma especie e indicaron que los primeros representantes del género Coleodactylus habrían surgido hace 72 millones de años. Este resultado remite a una época mucho más remota que las estimaciones anteriores, que llegaban a lo sumo a los dos millones de años.
Los grandes dinosaurios deben haber aplastado a centenas de Coleodactylus, dice el zoólogo de la USP Miguel Trefaut Rodrigues. Éste firma junto a Silvia Geurgas, de la USP, y Craig Moritz, de Berkeley, un artículo reciente en Molecular Phylogenetics and Evolution con estos resultados. Los Coleodactylus, que forman el grupo de los menores lagartos del mundo, que miden cuatro centímetros de la cabeza a la cola, sobrevivieron en los bosques hasta que sus descendientes, billones de generaciones después, llegaron a los días actuales, probablemente sin modificaciones corporales durante los últimos 40 millones de años.
El tiempo de origen y diferenciación de las especies a las que llegamos echa por tierra todo lo que sabíamos sobre los Coleodactylus, reconoce Rodrigues. La clasificación que hasta ahora servía sin problemas había sido planteada hace 40 años por el zoólogo de la USP Paulo Vanzolini con base en características morfológicas. Para Vanzolini, la Coleodactylus meridionalis, encontrada actualmente en el Bosque Atlántico y en la Caatinga, sería una especie hermana (muy cercana) de la C. septentrionalis, hallada en las sabanas de Roraima, Venezuela, Surinam y Guyana. Debido a que esas dos especies vivían muy lejos entre sí, separadas por la Selva Amazónica, que albergaría a una especie más reciente, la C. amazonicus, Vanzolini imaginó que un bosque continuo podría haber ocupado toda la región por donde actualmente se esparcen la Amazonia, el Cerrado, la Caatinga y el Bosque Atlántico. Las poblaciones de una especie ancestral de Coleodactylus se habrían propagado por esa selva gigantesca y también se habrían diversificado a medida que la vegetación se fragmentó, en respuesta a las variaciones cíclicas de temperatura.
Los análisis genéticos confirmaran que la especie Coleodactylus amazonicus realmente es distinta a las otras ?diferente a punto tal de constituir un linaje evolutivo prácticamente independiente de las demás especies de Coleodactylus, que habría cobrado forma inmediatamente después del surgimiento del grupo, hace alrededor de 70 millones de años, en la misma época en que otros géneros de esa familia de lagartos de América del Sur y de América Central comenzaron a ramificarse. Sin embargo, a partir de entonces la historia es otra. Genéticamente, la C. meridionalis, del Bosque Atlántico y de áreas forestales de la Caatinga, es más cercana a la C. brachystoma del Cerrado que a la C. septentrionalis de las sabanas amazónicas. En términos más abarcadores, especies más cercanas geográficamente y no las más parecidas morfológicamente son también las más emparentadas.
El parentesco entre estos lagartos debe enredarse más a medida que los biólogos vayan asociando cada especie con las peculiaridades geográficas de los ambientes en que viven. Las cinco especies deben multiplicarse en al menos 17. No existe una especie única para toda la Amazonia o para todo el Bosque Atlántico o para todo el Cerrado, asegura Silvia. Para la Amazonia, sugiero cinco, porque los datos moleculares arrojan que se trata de entidades evolutivas separadas, que no se cruzan más. Los estudios moleculares indican que la mayoría de las especies tendría una distribución geográfica mucho más restringida, aunque más de una pueda eventualmente compartir el mismo territorio.
Una hipótesis que debe corroborarse con los Coleodactylus es si los ríos funcionarían como barreras a la diferenciación de especies. Años atrás, Kátia Pellegrino, actualmente en la Universidad Federal de São Paulo, junto a Rodrigues y otros biólogos demostraron la validez de esa idea con una especie de lagartija del Bosque Atlántico, la Gymnodactylus darwinii. Las poblaciones de esa especie halladas al norte y al sur del río Doce, que drena áreas de Minas Gerais y de Espírito Santo, antes consideradas cercanas, no se mostraron ya tan próximas: una tiene 38 y la otra 40 cromosomas.
Un río, varias especies
Rodrigues verificó junto a su equipo hace más tiempo que el São Francisco aisló poblaciones y favoreció el surgimiento de nuevas especies, ya que en las arenas cálidas de la orilla derecha y también de la izquierda, separadas por no más de 300 metros en el norte de Bahía, viven lagartos con sutiles diferencias entre sí. Son las llamadas especies hermanas, que se habían aislado y pasado por una historia evolutiva propia, recién ahora esclarecida. Comparando tramos del ADN de diez poblaciones de lagartos del género Eurolophosaurus, José Carlos Passoni, Maria Lúcia Benozzati y Rodrigues, todos de la USP, demostraron este año en Molecular Phylogenetics and Evolution que estos animales también deben haber aparecido hace más tiempo de lo que imaginaban, aunque su origen no se remonta tan atrás como el de los Coleodactylus. De acuerdo con los análisis genéticos, una de las especies, la Eurolophosaurus divaricatus, un lagarto de 25 centímetros de longitud que vive en la orilla izquierda del São Francisco, habría surgido hace 5,5 millones de años. Los habitantes de la orilla opuesta serían más recientes: el E. nanuzae, con 3,5 millones de años, y el E. amathites con al menos con 1,5 millón de años.
Aun así, el origen estimado de esos lagartos es más remoto que los modestos 15 mil años antes calculados con base en datos geomorfológicos. Habría sido en esa época que el río, a medida que el relieve se modificaba, se habría desviado en su cauce del interior hacia el mar. Las lagunas internas en cuyas orillas los lagartos tomaban sol pueden haber desaparecido o el río haber incorporado parte de la margen izquierda al seguir rumbo al este y no más al oeste. Los biólogos esperan que un día las historias del río y de los lagartos puedan confluir.
El proyecto
Sistemática y evolución de la herpetofauna neotropical (nº 03/10335-8); Modalidad Proyecto temático; Coordinador Miguel Trefaut Rodrigues – USP; Inversión R$ 900.191,26