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Teatro

Allí donde el teatro se encuentra con la ciudad

La compañía São Jorge de Variedades lleva su nuevo espectáculo a las calles del barrio Barra Funda, en São Paulo

DIVULGAÇÃO / CIA SÃO JORGE DEVARIEDADES“Santo guerreiro e o herói desajustado”, de 2007DIVULGAÇÃO / CIA SÃO JORGE DEVARIEDADES

Junto con el siglo XX, quedó atrás también aquel tiempo que, al menos en el ambiente teatral paulistano, se granjeó el nombre de “la era de los directores”. José Celso Martinez Corrêa, Antunes Filho y Gerald Thomas habían realizado trabajos memorables como directores, pero las metodologías comandadas por eminencias no parecían encantar a una nueva generación de artistas en el pasaje del milenio. Cobró fuerza entonces un nuevo tipo de producción, más abierto a la participación –o a la coautoría– del actor, del iluminador, del escenógrafo. Y se estableció así lo que algún día podrá darse en llamar “la era de los colectivos”.

La compañía São Jorge de Variedades surgió precisamente en ese contexto, acompañada desde la cuna por otras compañías jóvenes que, en parte, consolidaron sus trabajos con la ayuda de incentivos públicos. La Ley de Fomento, creada por la municipalidad de São Paulo, por ejemplo, hizo posible la continuidad de los procesos de investigación; y juntos cobraron bríos el Núcleo Bartolomeu de Testimonios, el grupo Folias D’Arte, la compañía Libre de Teatro, la compañía Latão y muchos otros colectivos.

La compañía São Jorge acaba de estrenar Barafonda, dando prosecución a esa historia de investigaciones que empezó en 1998, año de su fundación a cargo de actrices egresadas de la Escuela de Artes Dramáticas y de la Escuela de Comunicación y Artes de la Universidad de São Paulo (ECA-USP). En este nuevo trabajo, el proceso de creación parte de la tragedia griega Prometeo encadenado, de Esquilo, pero también de la figura de Dioniso, dios del vino y de las fiestas. Ambos mitos son revisitados a partir de una idea: representan personajes que abordan el tema de la libertad de maneras distintas.

En la argumentación de la obra, Prometeo, el personaje conocido por su inteligencia y también por haberle robado el fuego a Zeus y habérselo entregado a los mortales, simboliza la idea de que el progreso, la civilización, la lógica y la ciencia cercenan la voluntad e inducen a un aprisionamiento moral y cívico. Dioniso hace un contrapunto: representa la sabiduría de la espontaneidad, el vigor de los instintos primitivos, la confraternidad, la embriaguez y la insania.

Estas dos figuras le permiten al grupo al menos un hilo narrativo ligado a los mitos y sus historias. Pero a su vez la adaptación se amplifica con la creación de un subtexto poético, creado en procesos de improvisación que dan origen a un camino de venas ritualistas. “Para nosotros, no bastaba con hablar de las fiestas, de la comunión. Ese discurso nos pareció limitado ante la posibilidad de ser nosotros mismos la fiesta y la comunión. Por eso salimos a la calle”, dice la actriz Georgette Fadel, quien dirigió éste y buena parte de los trabajos producidos por la compañía São Jorge de Variedades.

Barafonda es casi enteramente escenificado en la calle. Los espectadores transitan, junto al elenco, por un trayecto de alrededor de dos kilómetros, cuyo punto de partida es la plaza Marechal Deodoro, al lado del viaducto Costa e Silva, más conocido como Minhocão. Buena parte del camino pasa por las calles de Barra Funda, el barrio donde se encuentra la sede del grupo. “El título viene de allí: ‘Barafonda’ [baraúnda], en su origen, quiere decir multitud desordenada, alboroto”, explica Georgette.

El público del espectáculo entiende bien ese significado. No solamente debido a una propuesta que no tiene su foco en la trama, sino también porque todo sucede muchas veces entre el tránsito de los coches y los transeúntes, comenta la directora. La obra empieza a las tres de la tarde y dura alrededor  de tres horas de (más información en: www.ciasaojorge.com). Es decir, “nos agarra el horario pico y el atardecer de la ciudad”, comenta Georgette. “Es un espectáculo sobre Barra Funda, pero tiene que ver fundamentalmente con nuestras ganas de plasmar una comunión con el barrio en que estamos”, explica. “También queremos subvertir el tiempo de la ciudad, que en realidad tiene como impronta precisamente la falta de tiempo.”

Desde la fundación de la compañía, sus creaciones están pautadas por una voluntad latente de subvertir las convenciones de ocupación del espacio. En el espectáculo intitulado Um credor da fazenda nacional, de 1999, el grupo rescataba la obra de José Joaquim de Campos Leão, conocido como Qorpo-Santo (1829-1883), y la escenificaba por los camarines y pasillos de un teatro. En un determinado momento, el público se subía al escenario para presenciar el espectáculo. Con el juego invertido, el elenco pasaba a ocupar el auditorio, y la obra transcurría entre las butacas.

Desde el comienzo hubo también una aproximación al modelo brechtiano. El distanciamiento dialéctico y los discursos dirigidos directamente al público, sin cuarta pared, atravesaron espectáculos tales como Biedermann e os incendiários (de 2001), con texto de Max Frish. La obra tiene como protagonista a Biedermann, quien vive en una ciudad acometida por incendios intencionales. Ingenuamente, éste le brinda ayuda a un grupo de amigos que se hospedan en su casa. Y después descubre que éstos cargan en sus equipajes bidones de gasolina.

Son textos siempre con un fuerte tenor político. “Sabemos muy bien qué queremos y no dejamos espacio para la duda”, dice Georgette. “Nuestras opiniones están bien definidas, pero cuando apuntamos con el dedo también nos involucramos”, prosigue, reflexionando fundamentalmente sobre el individualismo de las grandes ciudades o sobre una introspección artística que, anteriormente, “no abarcaba el espacio urbano”.

Una de las más importantes influencias del grupo es la compañía Teatro da Vertigem, dice Georgette. “Dejar el escenario italiano para ocupar otros espacios no era algo precisamente nuevo, pero ellos lo hicieron con tal fuerza que terminaron influenciando a mi generación”, pondera. En su último proyecto, BR-3 (2008), Vertigem montó una obra dentro de un barco que navegaba por el río Tietê.

La experiencia de ocupar el espacio urbano ya había determinado el campo de trabajo en otros espectáculos de la compañía São Jorge, como en el espectáculo Quem não sabe mais quem é, o que é e onde está precisa se mexer (2009), que le redituó un premio Shell. En dicho proyecto, “la dramaturgia elige el contacto con la realidad como algo más urgente”, tal como escribió el crítico Kil Abreu, en un texto sobre “el enfrentamiento entre el teatro y la sociedad”.

El embate se daba entre los actores –que gritaban consignas ante los espectadores y ante cualquiera que pasase por la calle– y una ciudad anestesiada por sus hábitos y una estructura económica colosal. Representaban allí, según escribe Abreu, “una generación […] que muchas veces miró en derredor y vio solamente la nada, o el cansancio de batallas terminadas o adormecidas”.

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