Aún subsisten algunas dudas entre los neurocientíficos acerca de la real importancia de la determinación exacta de la cantidad y de la distribución espacial de las neuronas para el avance del conocimiento de uno de los más fascinantes objetos de la investigación científica de todos los tiempos: el cerebro humano. Cuantificar y mapear esas células ciertamente puede ayudar a comprender cómo funciona el cerebro. Pero parece ser insuficiente detenerse en tales datos para dilucidar lo intrigante de ese órgano, que un científico como António Damásio, por ejemplo, intenta apasionadamente escrutar en su reciente E o cérebro criou o homem [Y el cerebro creó al hombre], recurriendo –sin preocuparse por las fronteras entre disciplinas– a todo el arsenal de conocimiento disponible que le permita avanzar en su intento.
Nuestro editor de ciencia, Ricardo Zorzetto, toma eso en cuenta para el reportaje de tapa de la presente edición. En el texto, le da la palabra a quien advierte sobre cuán importantes, quizá más que las neuronas en sí mismas, son las conexiones efectivas que establecen esas células, configurando redes que procesan la información en forma distribuida. Y lo hace para poner en contexto científico el objeto central del reportaje de tapa de esta edición: una técnica brasileña que permitió un recuento más preciso de las neuronas y de otras células cerebrales humanas y, consecuentemente, una embestida contra algunos dogmas de la neurociencia.
La técnica desarrollada por investigadores de Río de Janeiro, bajo el liderazgo del respetado neurocientífico Roberto Lent, permitió afirmar que existen 86 mil millones de neuronas en el cerebro humano, y no 100 mil millones como se creía. Y que ellas están acompañadas por 85 mil millones de las denominadas células gliales, en lugar de 1 billón de ellas, como se alardeaba anteriormente. Para facilitar el trabajo, los investigadores incluso desarrollaron una máquina, el fraccionador celular automático, cuyo modo de funcionamiento constituye sin dudas un gran hallazgo, aunque descrito en detalle pueda revolverles el estómago a quienes sean sensibles. Vale la pena enterarse de ese costado cuantitativo de los avances en el estudio del cerebro a partir de la página 18.
Me permitiré ejercitar una cierta libertad de gusto personal, al solicitar al lector especial atención con respecto a dos textos que no se encuentran entre los destacados en la portada y, por lo tanto, no resultan los más importantes de esta edición. No obstante, son sabrosos, interesantes, y cuento con la complicidad del lector para comprender mi elección. El primero es la corta entrevista de Rajendra Pachauri, quien preside desde hace 10 años el Panel Intergubernamental de Cambios Climáticos (IPCC), concedida a nuestro editor especial Carlos Fioravanti. Entre las muchas batallas que viene librando en el cargo, Pachauri habla sobre la más reciente, la de la comunicación. Su pretensión es lograr que los resultados del panel lleguen a públicos más vastos que los de los círculos científicos, razón por la cual contrató como coordinador de comunicación, el 1º de diciembre pasado, al periodista Jonathan Lynn. Más detalles se encuentran a partir de la página 24.
El segundo texto es un artículo del periodista Salvador Nogueira al respecto de recientes hallazgos sobre la denominada deriva continental, el movimiento de los grandes bloques rocosos que forman los continentes, que refuerzan la hipótesis de que faltó poco para que el actual nordeste brasileño no formara parte del actual territorio africano. “El carnaval de Salvador hubiera sido celebrado del otro lado del océano”, bromea uno de los autores del estudio con espíritu precarnavalezco.
¡Buena lectura!
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