En una figura que se ha convertido en un clásico, que aparece al comienzo del libro Formação da Comunidade Científica no Brasil [La formación de la comunidad científica en Brasil], el sociólogo Simon Schwartzman compara a los investigadores brasileños con Sísifo, el héroe griego condenado por los dioses a empujar hacia lo alto de una colina una inmensa roca, que siempre caía al llegar a la cima – y entonces no le restaba otra alternativa a no ser recomenzar, aunque sufriese a causa de ese trabajo inútil y repetitivo.
Aquéllos que han trabajado en el programa espacial brasileño, o que simplemente lo hayan seguido en el transcurso de las últimas dos décadas, se habrán sentido como Sísifo ante la inminencia de empezar de nuevo una vez más por ocasión del incendio que destruyó completamente el tercer prototipo del vehículo lanzador de satélite (VLS) al iniciarse la tarde del pasado viernes 22 de agosto. El cohete, de 19 metros de altura, capaz de alcanzar los 1.000 kilómetros de altitud, y la propia plataforma de lanzamiento, emplazada en Alcântara, Maranhão, se transformaron en una montaña de hierros retorcidos que despuntó en la planicie ni bien se desvaneció la humareda del incendio.
Probablemente no será fácil acabar con la maldición de Sísifo, cosa que ya se logrado en otros campos de la ciencia brasileña – la genómica, por ejemplo. Pero, como una sombra, prosigue el esfuerzo de construcción del vehículo lanzador. Cabe recordar que los otros dos prototipos también estallaron, en 1997 y 1999, inmediatamente después del lanzamiento. De manera aún más contundente que en los episodios anteriores, debido a que este último incidente ocasionó la muerte de 21 técnicos, y pérdidas estimadas en 36 millones de reales, el siniestro de agosto puso al desnudo con crudeza las fragilidades del programa espacial brasileño, suscitó un debate sobre la manera en que éste ha sido llevado adelante y expuso los resultados a los que ha arribado o podría haber arribado.
Sucede que existen efectivamente resultados, a ejemplo de los mapas que indican el avance de la deforestación de la región amazónica o los pronósticos sobre el clima que aparecen toda las noches en los informativos de televisión. Esta investigación, iniciada hace 42 años con el apoyo del entonces presidente Jânio Quadros, no se resume a la construcción de cohetes o al deseo de poner astronautas en órbita alrededor de la Tierra.
En Brasil la investigación en el área se ha mantenido en pie con un presupuesto exiguo y con un modelo de gestión considerado poco ágil, supeditado a instituciones de investigación tanto civiles como militares, que tienen estilos y ritmos propios de trabajo. En la actualidad se considera que revisar ese modelo sería una forma de al menos reducir el riesgo de que se produzcan otros accidentes, de los cuales no escapan ni siquiera los países más avanzados, como Estados Unidos y Rusia. “Estamos ante un momento crucial para definir el rumbo y la concepción del programa espacial brasileño”, comenta João Evangelista Steiner, físico de la Universidad de São Paulo (USP) quien concluyó al final de diciembre una temporada de tres años desempeñando la función de secretario de coordinación de las unidades de investigación del Ministerio de Ciencia y Tecnología (MCT).
Se intenta ahora invertir una tendencia histórica y dotar de mayor transparencia al programa espacial brasileño, al tiempo que se impulsa una mayor integración con las universidades, cuya participación en el desarrollo de satélites y cohetes ha sido bastante escasa. Hasta ahora no ha sido precisamente intenso el diálogo, incluso entre las dos instituciones – una militar, la otra civil – que llevan adelante la investigación espacial: el Centro Técnico Aeroespacial (CTA), subordinado al Ministerio de Aeronáutica, responsable del desarrollo del VLS, y el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciais (Inpe, sigla en portugués), ligado al MCT, que se encarga de los satélites.
El CTA y el Inpe se unieron en 1980, con el inicio de la Misión Espacial Completa Brasileña, tendiente a lograr la autonomía en el desarrollo y la operación del vehículo lanzador y de los satélites, juntamente con la construcción de una plataforma de lanzamiento con sede en Alcântara, inaugurada en diciembre de 1989. A partir de ese momento, y aunque son prácticamente vecinos en la localidad paulista de São José dos Campos, el CTA y el Inpe siguieron trayectorias diferentes. Mientras el Inpe ganó tiempo en el desarrollo de satélites, mediante de acuerdos internacionales de transferencia de tecnología, al CTA le restó únicamente el camino del trabajo solitario, bajo los efectos de un fuerte bloqueo internacional.
Sucede que los países que dominan la tecnología de construcción de vehículos lanzadores no la transfieren ni la venden, esto por razones estratégicas. Al fin y al cabo, el mismo cohete puede tanto llevar un satélite como un misil de uso militar. Pero el bloqueo también tienen razones comerciales. Países como Estados Unidos, Francia, China y Rusia, que cuentan con cohetes propios, no desean que surja un nuevo competidor en este rentable mercado: por cada lanzamiento de satélite se cobran entre 15 y 25 millones de dólares.
Un nuevo acercamiento
La distancia entre ambas instituciones puede que sea en cierto modo inevitable. “El Inpe no puede ser acusado de participar en investigaciones con finalidades bélicas, para no perder la credibilidad en los acuerdos internacionales”, advierte Leonel Fernando Perondi, coordinador general de ingeniería y tecnología espacial del Inpe. El problema es que el aislamiento actual parece ser excesivo en la visión de Luiz Bevilacqua, presidente de la Agencia Espacial Brasileña (AEB), organismo civil creado en 1994 para coordinar el programa espacial. Ligada al Ministerio de Ciencia y Tecnología, la AEB reemplazó a la Comisión Brasileña de Actividades Espaciales, subordinada al Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, e imprimió un carácter civil al programa espacial brasileño, antes asociado únicamente a los militares. “Estoy intentando crear canales más activos de comunicación entre el CTA, el Inpe, las universidades y las industrias”, dice Bevilacqua.
Ese esfuerzo de reaproximación había comenzado sin gran alharaca poco antes del desastre de Alcântara. A comienzos de agosto, tres meses después de haber asumido efectivamente el comando de la AEB, Bevilacqua había promovido un encuentro en el CTA con representantes de ambas instituciones de São José dos Campos y de unas 20 empresas que atienden al programa espacial – cuatro de éstas ya están trabajando en la así llamada plataforma multimisión, una estructura común a los satélites que serán lanzados a partir de 2006. En dicho encuentro, según Bevilaccua, cada uno pudo exponer lo que hacía o lo que deseaba hacer, sus dificultades y sus resentimientos.
Su plan consiste en organizar durante este mes de octubre un encuentro de mayor envergadura aún, para el cual serían invitados también investigadores de las universidades e institutos interesados en participar en el programa espacial. “Existe disposición tanto por parte del Inpe como del CTA para cooperar”, observa Bevilacqua, que abrió espacio para que investigadores de las universidades integren la comisión coordinada por el CTA, que investigará las causas del accidente de Alcântara.
Presionada por las instituciones científicas, la Cámara de Diputados anunció la creación de una comisión independiente para examinar el desastre del final de agosto e impulsar una amplia evaluación del programa espacial brasileño. “El programa espacial brasileño civil es reconocido en todo el mundo porque ha tenido continuidad, cosa que no se ve en el programa militar, cuyos equipos se mantienen, pero su jefes cambian con frecuencia y así se pierde ritmo de trabajo”, dice Nelson de Jesus Parada, que dirigió el Inpe en la época de la estructuración de la Misión Espacial. Posteriormente, entre 1993 y 1996, Parada fue director presidente de la FAPESP.
Al final de los años 80 surgieron señales indicativas de que sería difícil conciliar los diferentes ritmos entre las dos instituciones, a medida en que se acentuaba el desfase entre los cronogramas y se hacía claro que el primer satélite del Inpe estaría listo mucho antes que el vehículo lanzador. Renato Archer, a la época ministro de Ciencia y Tecnología, creó entonces una vertiente puramente y exclusivamente civil del programa. Para ello suscribió un acuerdo de cooperación internacional con China para el desarrollo conjunto de satélites de sensoriamiento remoto, más complejos que los proyectados en el marco de la Misión Completa Brasileña. Pese a tener sus ventajas – Brasil ya era por entonces un usuario asiduo de imágenes de sensoriamiento remoto -, el acuerdo con China causó un cimbronazo en las relaciones entre el Inpe y el CTA, pues representaba la independencia del Inpe con relación a la Misión Completa y al propio CTA.
Este mes, en China
El acuerdo con China resultó en la construcción del primer satélite sino-brasileño de sensoriamiento remoto: el CBERS-I (China-Brazil Earth Resources Satellite), lanzado desde Taiyuan en 1999 – con cinco años de retraso – a bordo del cohete chino Larga Marcha 4. Probablemente al final de este mes, también desde Taiyuan y nuevamente a bordo del Marcha 4, ascenderá el CBERS-II, cuyo lanzamiento será seguido por un grupo de 12 técnicos e investigadores del Inpe, que en agosto dejaron la plataforma de Alcântara dos horas antes del incendio en el VLS.
El CBERS-II llegará al espacio con al menos dos años de retraso con relación a lo planeado para reemplazar al satélite anterior, cuya vida útil es de dos años. Este artefacto es una réplica del anterior, pesa 1.450 kg y tiene un cuerpo cúbico de 2 metros de lado acoplado a un panel solar de 2,6 metros de ancho por 6,3 de longitud, y también entrará en órbita polar, a 778 km de altitud. Al igual que el anterior, enviará imágenes que registran el uso de la tierra o los espacios en los cuales una ciudad puede aún crecer, por ejemplo, con una resolución de 20 metros. “¿Se imagina si al final de este año el gobierno dice que no sabe de qué magnitud fue la deforestación en la región amazónica?”, indaga Gilberto Câmara, ingeniero del Inpe, que coordina el sector de observación de la Tierra. “El CBERS es la garantía de que tendremos imágenes sobre el territorio brasileño”, añade, preocupado con el hecho de que un satélite estadounidense, el Landsat-VII, otro asiduo observador de la Amazonia, haya dejado de funcionar luego de cuatro años.
Al margen de los satélites chinos, están en el aire dos satélites de comunicación de datos. El primero, el SCD-I – un prisma de base octogonal de 1 metro de diámetro, 1,45 de altura y un peso de 115 kg -, entró en órbita en febrero de 1993, lanzado desde Florida, Estados Unidos, a bordo de un cohete estadounidense: el Pegasus. Con una vida útil estimada en un año, el SCD-I continúa en funcionamiento, pues el consumo de energía de su batería es lento. En 1998, un año después de que el CTA lanzara el primer prototipo del VLS, que perdió el rumbo y por tal motivo se lo hizo explotar 65 segundos después de haber dejado el suelo, el Inpe puso en órbita el SCD-II, con el mismo lanzador estadounidense. Ambos se encuentran a 750 kilómetros de altitud, siguiendo la línea del Ecuador, y captan y envían cada 100 minutos informaciones meteorológicas (humedad del ambiente y temperatura) e hidrológicas (caudal de los ríos y represas).
Más allá de las vicisitudes, no se cuestiona la importancia estratégica del programa espacial para Brasil. Uno de los principales argumentos presentados en defensa del programa tanto por Bevilacqua como por José Viegas, ministro de Defensa, y por el brigadier Tiago da Silva Ribeiro, director del CTA, en el marco de las audiencias en el Senado y la Cámara, sostiene que la extensión territorial del país exige un monitoreo permanente en función de su seguridad y su soberanía. “No existe un país grande como Brasil que no tenga un programa espacial ambicioso”, refuerza Steiner. Asimismo, Alcântara es una de las bases de lanzamiento mejor ubicadas en el mundo – la proximidad con la línea del Ecuador permite el aprovechamiento de la fuerza de rotación de la Tierra y un ahorro de combustible – y es algo consensual que no debería ser aprovechada únicamente para poner en órbita satélites extranjeros.
Otro logro del programa es el Laboratorio de Integración y Tests (LIT) inaugurado en 1978 para servir de apoyo a la investigación espacial. Parada recuerda cómo fue difícil erigir ese laboratorio, que simula las condiciones que los satélites enfrentarán en el espacio – con variaciones de temperatura que van de -70°C a 70°C en menos de dos horas -, además de hacer entre 20 y 30 pruebas para fabricantes de objetos tan dispares como teléfonos celulares y equipos médicos o de automóviles. “Nadie quería transferirnos tecnología ni vendernos equipos, que eran considerados de seguridad nacional”, dice Parada, que logró obtener ayuda de parte del gobierno francés, tras la persistente renuencia de los norteamericanos. “Al final, con mucha diplomacia y mucho cuidado, lo logramos.”
Bajo la luna soviética
Lo que está en juego en este momento es cómo llevar adelante la investigación espacial en Brasil. Steiner recuerda que el programa espacial estadounidense también se encontraba dividido entre distintos ministerios en 1957, cuando los soviéticos de esa época, más ágiles, inauguraron la carrera espacial en octubre de ese año, al lanzar el Sputnik I, el primer satélite artificial que entró en órbita. Semanas después, ascendió el Sputnik II con la perra Laika a bordo, el primer ser vivo que fue al espacio. En diciembre de ese mismo año, Estados Unidos lanzó su primer satélite: el Navy Vanguard, que explotó. Como a partir de entonces la carrera espacial se confundió con la carrera armamentista, alimentando el conflicto político entre Estados Unidos y la Unión Soviética, el premier Nikita Khrushchev aprovechó la chance para proferir una provocación: “América duerme bajo la luna soviética”, dijo. En respuesta a ello, al año siguiente el gobierno norteamericano creó la Nasa, una institución civil, con el propósito de agilizar y centralizar la investigación espacial, y en 1969 puso al hombre en la Luna.
También se critica el hecho de que el programa espacial brasileño esté sujeto a la Ley nº 8.666, conocida como ley de licitaciones, que exige el llamado a licitación pública para concretar compras o contratar servicios. “El programa debería tener la flexibilidad suficiente como para seleccionar a las empresas siguiendo criterios técnicos, no por precio”, reivindica Perondi, del Inpe. Según éste, el control de gastos podría llevarse a cabo mediante auditorias externas. “En este sector cada producto es único”, dice.
En un plano más amplio, se cuestiona incluso el propio rol de las instituciones. No se sabe a ciencia cierta, por ejemplo, si la Agencia Espacial Brasileña debería realmente permanecer vinculada al Ministerio de Ciencia y Tecnología, tal como es el caso del Inpe, o retornar con mayor autonomía al ámbito de la Presidencia de la Nación, a la cual era inicialmente vinculada. Durante las semanas posteriores al accidente de Alcântara, los periódicos de São Paulo, Río de Janeiro y Brasilia publicaron una serie de artículos cuestionando el rumbo del programa espacial. “Sería difícil cuestionar la dedicación y la aptitud del personal del CTA”, escribió en el diario Folha de S. Paulo el brigadier Aldo Vieira da Rosa, fundador del Inpe y en la actualidad profesor emérito de la Universidad Stanford, Estados Unidos. “Cuanto mucho, podríamos analizar se ése es el sitio más adecuado para el desarrollo de cohetes, o si tal actividad debería ser contratada con la industria privada.”
Acuerdos
Como consecuencia de los nudos que ahora se está intentando desatar, el programa espacial brasileño acumuló un retraso estimado en al menos 20 años. “Hasta los años 80 teníamos un programa espacial tan avanzado como el de la India”, comenta Perondi. “Pero hoy en día la India cuenta con capacitación integral para la construcción y el lanzamiento de cohetes y satélites de sensoriamiento remoto, científicos, meteorológicos y de telecomunicaciones.” El gobierno de la India ha destinado alrededor de 400 millones de dólares anuales al programa espacial, motivado es cierto por la perspectiva inminente de guerra con uno de los países vecinos: Paquistán. Sin un enemigo a la vista, el gobierno brasileño destinó al programa este año aproximadamente 35 millones de dólares. Pero podría haber más dinero el año que viene.
Bevilacqua y José Viegas, convocados para explicar el programa y el accidente de Alcântara en el Senado y en la Cámara de Diputados, aprovecharon las audiencias para solicitar un refuerzo presupuestario del orden de los 130 millones de dólares para el año venidero, a los cuales se les sumarían los 40 millones de dólares que en principio ya estarían garantizados. Bevilacqua ha trabajado intensamente en la concreción de acuerdos de cooperación internacional que permitan que el programa espacial avance más rápido. En este momento el más prometedor de estos acuerdos es con el gobierno de Ucrania, interesado en hacer uso de la base de Alcântara para realizar las pruebas finales de su lanzador, el Ciclone 4.
Dicho acuerdo se encuentra en su fase final de redacción, y sería suscrito, según el presidente de la AEB, tras el arribo a Brasil del presidente de Ucrania, Leonid Kuchma, previsto para este mes. Ésta es una de las razones por las cuales se desea reconstruir la torre de lanzamiento lo más rápidamente posible e iniciar la fabricación de otro prototipo del vehículo lanzador. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva afirmó inmediatamente después del accidente y lo reiteró semanas después: el cuarto VLS será lanzado antes de que expire su mandato en 2006.
Los ucranianos tendrían interés en aumentar la fuerza ejercida por los cohetes del lanzador Ciclone 4 con dispositivos implantados en el VLS brasileño, de acuerdo con Bevilacqua. Habrían propuesto también el desarrollo conjunto de combustible líquido, utilizado internacionalmente, junto con los propelentes sólidos en los cohetes que ponen satélites en órbita. Para participar en el mercado de envío de satélites de constelaciones de órbita baja será necesario desarrollar vehículos que utilicen únicamente la propulsión líquida; o, en el marco de una solución mixta, también la sólida, tal como reconoce en un artículo publicado en la revista Parcerias Estratégicas el brigadier de la Fuerza Aérea Tiago da Silva Ribeiro, director del CTA, que al ser consultado por la revista Pesquisa FAPESP, no respondió las preguntas enviadas.
Hasta ahora el CTA domina únicamente la producción de combustible sólido, escogido al comienzo de la Misión Completa debido a la perspectiva de poder ser utilizado también en misiles balísticos y porque guardaba semejanzas con los explosivos de alta energía – los combustibles líquidos requieren de un manipuleo más complicado. Se trataba de una decisión coherente con los objetivos militares y con los intereses comerciales de un grupo de empresas de São José dos Campos, localidad que en los años 80 era un centro exportador de armamentos, principalmente a Medio Oriente. Sin embargo, el foco en la industria bélica dificultó el acceso a tecnologías de uso civil para los propios lanzadores, cuyo desarrollo permanece bajo la tutela exclusiva del CTA. “Somos prisioneros del pasado”, comenta Gilberto Câmara, del Inpe.
Por lo pronto el programa espacial brasileño oscila entre distintos escenarios hipotéticos. El primero de éstos implica la continuidad del modelo actual: el CTA lograría obtener los recursos para reconstruir el VLS y la base de Alcântara y lanzaría otro prototipo en 2006. Como segunda alternativa, Brasil sellaría acuerdos de cooperación internacional que desembocarían en un proyecto totalmente diferente de lanzador. La tercera opción implicaría que el país siguiera el ejemplo de la India, es decir, que procurase recuperar el tiempo perdido, incrementase bastante el presupuesto del programa e iniciase un nuevo proyecto de VLS, con una revisión completa de los objetivos del programa y del país y una sinergia entre la investigación civil, militar y universitaria.
Otro camino consistiría en desistir de construir lanzadores propios, como es el caso de Canadá y de Argentina, y concentrarse en las tecnologías de satélites y sus aplicaciones. La quinta salida, quizá más improbable aún si se piensa en la realidad actual, implicaría en la unificación del Inpe y parte del CTA bajo el comando de la AEB, que pasaría así a tener el comando efectivo del programa espacial. Por eso los próximos meses serán decisivos para definir cuánto cambiará la investigación espacial en Brasil.
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