Imprimir Republish

Bioquímica

Como un puñal

El veneno del aguijón de la raya de río provoca dolor, hinchazón y necrosis

Quienes frecuentan las playas del río Tietê en el interior de São Paulo deben prestar atención por dónde pisan. Hace tres años bañistas y pescadores vienen dividiendo ese espacio de esparcimiento con rayas de río que en ocasiones causan dolorosos accidentes. Con el cuerpo en forma de disco, este pez de hasta 30 kilos suele enterrarse en el lodo en las regiones rasas del río. Cuando un turista distraído pisa su cuerpo, lleva una aguijonada. No es que la raya sea agresiva. Pero el pisotón acciona un mecanismo involuntario de defensa del pez, que agita su largo rabo y acaba enterrando el aguijón en la pierna o en el pie del bañista -la muerte en septiembre del zoólogo y presentador de televisión australiano Steve Irwin, víctima de una aguijonada en el pecho asestada por una raya marina, es un caso raro.

Con casi 10 centímetros de largo, el aguijón de la raya de río es una estructura ósea en forma de cuchillo con dientes, recubierto por un tejido glandular que se rompe en la aguijonada y libera el veneno en el organismo de la víctima. El aumento de este tipo de accidentes en los últimos años ha llevado un equipo de investigadores paulistas a investigar las características de las heridas y del propio veneno de este pez, que hasta algunos años atrás no frecuentaba el Tietê.

Análisis coordinados por la biomédica Kátia Cristina Barbaro, del Laboratorio de Inmunopatología del Instituto Butantan, demostraron que el veneno de la raya de río (Potamotrygon falkneri) es más tóxico que el de una raya marina encontrada en todo el litoral brasileño: la Dasyatis guttata, más conocida como raya picuda o raya clavo. Para evaluar los efectos de una aguijonada, el equipo de Kátia aplicó dosis iguales de veneno de cada una de esas especies en grupos diferentes de ratones domésticos.

Un día después de inyectar el veneno de la raya de río en cuatro ratones domésticos, solo dos estaban vivos. El segundo día, todos estaban muertos. Mientras los roedores que habían recibido el veneno de la raya picuda sobrevivieron. Las pruebas mostraron también que los venenos de ambas  especies provocan hinchazón y dolor intenso. Solo la penetración del aguijón, además, ya causa una herida profunda que arde como fuego. Pero es el veneno lo que contribuye a que el dolor, comparable al de una cuchillada, se extienda durante hasta 24 interminables horas.

Como si no bastasen esos efectos nada agradables, el veneno de la raya de río  también causa la muerte del tejido (necrosis) en la región de la aguijonada,  además de la lesión muscular. En general son necesarios hasta tres meses para la cicatrización completa de la herida. Kátia también notó que el veneno de la Potamotrygon falkneri parece diseminarse más fácilmente en el organismo. Es que uno de sus componentes es la enzima llamada hialuronidasa, que ayuda a la dispersión de las toxinas. La hialuronidasa disuelve un compuesto gelatinoso -el ácido hialurónico- que mantiene unidas las células de los tejidos.

Estudiando la morfología del aguijón y el tejido que lo envuelve, el equipo del Butantan, con la ayuda de investigadores del Laboratorio de Biología Celular, constató que la raya de agua dulce también puede liberar una mayor cantidad de veneno en una aguijonada porque su aguijón es todo recubierto por tejido glandular -productor de veneno. En tanto, en el aguijón de la raya marina el tejido glandular se restringe apenas a dos puntos.

Marcela da Silva Lira, bióloga del grupo de Kátia, intenta actualmente producir un suero capaz de combatir la actividad del veneno de la raya de agua dulce y reducir sus efectos. Aunque aún no se haya llegado al antídoto, hay una buena noticia. En las pruebas hechas en Butantan, el veneno de la Potamotrygon y el de la Dasyatis estimularon el organismo de conejos para producir anticuerpos. “Es una señal de que el suero puede neutralizar el veneno de las rayas”, dice Kátia.

Origen remoto
A pesar de la diferencia aparente -la Dasyatis guttata tiene el cuerpo en forma de triángulo y puede alcanzar el triple del tamaño de la raya de agua dulce-, se piensa que esas dos especies tuvieron un ancestro común que vivió en el mar y llegó al continente hace entre 20 y 10 millones de años, cuando el océano Atlántico ocupaba parte de las actuales regiones sur y centro-oeste del país. Hasta hace poco tiempo, las casi 20 especies de rayas de río existentes en Brasil eran encontradas solamente en los ríos Paraná, Paraguay, Araguaia, Tocantins y en la cuenca amazónica. Se cree que la construcción de los diques de las hidroeléctricas de la cuenca de los ríos Paraná y Tieté en las últimas tres décadas favoreció la migración de las rayas hasta por lo menos la región de Presidente Epitácio y Castillo, en el interior de São Paulo.

Fueron los accidentes con la P. falkneri en el alto río Paraná que llamaron la atención de los médicos João Luís Costa Cardoso, del Hospital Vital Brazil, y Vidal Haddad Júnior, de la Facultad de Medicina de la Universidad Estadual Paulista (Unesp) en Botucatu, sobre la llegada de ese pez al interior de São Paulo. Cardoso y Haddad decidieron buscar a Kátia después de verificar que las personas aguijonadas por la raya de río desarrollaban una necrosis semejante a la causada por el veneno de la araña marrón (Loxosceles sp), estudiada por la investigadora. Desde el primer contacto para acá, Kátia se tornó una de las coordinadoras de la red de seguimiento los accidentes con la raya de agua dulce en Paraná, en Mato Grosso del Sur y en São Paulo e investiga el impacto ambiental provocado por ese pez. En colaboración con Patrícia Charvet-Almeida, ella estudia también el veneno de las rayas de Pará.

Mientras que no se produzca un antídoto contra el veneno de las rayas, los investigadores aprenden a atenuar el dolor de las aguijonadas con los pobladores ribereños, que suelen sumergir la pierna o el brazo herido por el aguijón en una vasija con agua caliente. El agua caliente disminuye el dolor porque el veneno de la raya es sensible al calor, tal como Kátia comprobó en experimentos de laboratorio. Esa estrategia simple, sin embargo, no impide la necrosis en la región de la herida -en el caso de los pescadores, generalmente la mano o el brazo, alcanzados cuando tratan de librar el pez de la red o del anzuelo. Molestos por los accidentes o aún poco habituados al pez recién llegado, los ribereños y frecuentadores del Tieté no aprecian la presencia de las rayas ni su carne, aunque sea muy sabrosa.

El Proyecto
Estudios comparativos entre glándulas secretoras de venenos de rayas de río (género Potamotrygon) y rayas marinas (género Dasyatis)
Modalidad
Línea Regular de Apoyo a la Investigación
Coordinadora
Kátia Barbaro – Instituto Butantan
Inversión
R$ 37.750,00 (FAPESP)

Republicar