El follaje de los árboles forma un reservorio inmenso, desconocido y sumamente diversificado de microorganismos. Un equipo de la Universidad de São Paulo (USP) arribó a esa conclusión tras verificar que en la superficie de una humilde hija de un árbol del Bosque Atlántico pueden vivir centenas de especies de bacterias organizadas en comunidades. Una proyección preliminar sugiere que un árbol puede albergar una cantidad de especies de bacterias millones de veces mayor que el organismo humano: en el intestino viven millones de bacterias que representan de 300 a 1.000 especies. Una estimación hecha a partir de ese estudio sugiere que puede oscilar entre 2 millones y 13 millones el total de nuevas especies de bacterias que viven en la superficie de las hojas de las alrededor de 20 mil especies de plantas de Bosque Atlántico, sin considerar las raíces, los tallos y otras partes del vegetal. El conocer con precisión esta diversidad sería un gran avance en los estudios sobre este grupo de organismos, de por sí el más grande y más diversificado de todos, ya que una tonelada de suelo puede contener 4 millones de especies, mientras que en los océanos viven otros dos millones.
Pero este trabajo, publicado en 30 de junio en Science, no solo delinea la dimensión de una categoría de organismos que no era tenida en cuenta en los relevamientos sobre la riqueza biológica de un ambiente -normalmente se consideran apenas animales y vegetales. El estudio coordinado por Márcio Lambais, con la participación de Juliano Cury, Ricardo Büll y Ricardo Rodrigues, todos de la escuela Superior de Agronomía Luiz de Queiroz (Esalq) de la USP, al margen de David Crowley, de la Universidad de California, Estados Unidos, llama la atención también sobre la perspectiva de interacción entre las plantas y las comunidades de bacterias -una comunidad es un conjunto de poblaciones de organismos cualesquiera que interactúan entre sí y con el ambiente. “A decir verdad varios atributos de la planta pueden ser una consecuencia de la interacción con los microorganismos”, dice Rodrigues. En términos más sencillos: un compuesto químico que ayuda a la planta a defenderse del ataque de las plagas puede ser el resultado de esa convivencia con los millones de huéspedes invisibles a simple vista.
Ya se sabía que las hojas albergaban una variedad elevada de microorganismos, pero los investigadores no se imaginaban que encontrarían valores tan sorprendentes cuando empezaron a estudiar la diversidad microbiana de la superficie de las hojas de nueve especies de árboles de la Estación Ecológica de Caetetus, en Gália, interior paulista. Una vez elaborado el panorama de la diversidad, por medio de análisis moleculares, profundizaron los resultados comparando tres especies de plantas: la catuaba o catiguá (Trichilia catigua), de cuya cáscara se extrae una tintura usada como afrodisíaco y contra el reumatismo, o catiguá rojo (Trichilia clausenii) y la gabiroba (Campomanesia xanthocarpa).
Fue cuando constataron que en cada hoja puede vivir un mínimo de 95 y un máximo de 671 especies de bacterias. Otro dato que impresiona: casi no había especies en común entre las plantas. “Aparentemente existen comunidades de bacterias típicas de cada especie de árbol”, comenta Lambais. A partir de este relevamiento, desarrollado en el proyecto Parcelas Permanentes, vinculado al programa Biota-FAPESP, se abrió un nuevo e inmenso frente de estudios. Los investigadores ahora se hacen preguntas sobre cómo es que plantas y bacterias pueden interactuar, qué tipos de beneficios mutuos podrían surgir de dicha interacción y si una misma especie de planta, en ambientes o localidades diferentes, puede albergar las mismas comunidades de bacterias. Las respuestas requerirán unos buenos años de trabajo.
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