Al observar la “dura poesía concreta” de las esquinas de São Paulo, un grupo de jóvenes poetas decidió que era hora de dejar a un lado “los lamentos personales y demagógicos” que, según ellos, infestaban la poesía de la generación moderna de 1945, y hacer que la cultura entrase en el nuevo ritmo del mundo. Bastaba solamente con mirar hacia los costados para darse cuenta de que Brasil había cambiado, pero pocos se tomaron ese trabajo: ya se hablaba por entonces de la nueva capital, y el presidente pregonaba las virtudes del desarrollismo. A la poesía de aquel tiempo le correspondía hablar precisamente sobre aquel momento. Uno de estos jóvenes visionarios fue Haroldo de Campos, fallecido el pasado 16 de agosto a los 73 años. Podía gustarse de él o detestarlo (no había términos medios, y él lo sabía), pero nadie puede darse el lujo de ignorar su importancia como poeta, crítico, ensayista y, en los últimos años, ya lejos de las polémicas y cerca de la academia, un traductor brillante.
Haroldo nació en São Paulo en 1929, y se graduó en derecho en la Universidad de São Paulo (USP) en 1952. Cuando salió de las arcadas de la facultad, siguiendo la tradición de esa escuela, quería hacer poesía revolucionaria. O, en sus palabras y las sus colegas (su hermano Augusto y Décio Pignatari), “poesía de exportación”, como los automóviles que el presidente Juscelino Kubitschek prometía a los brasileños, que se fabricarían por millares para que los extranjeros los admiraran. Ese deseo de “exportación” había sido heredado de Oswald de Andrade (1890-1954), el gurú de la nueva generación poética, junto con Stéphane Mallarmé (1842-1898) y Ezra Pound (1885-1972). La primera vez que el grupo de Haroldo se refirió a lo “concreto” fue durante el Festival de Música de Vanguardia del Teatro Arena, en 1955. Al año siguiente, la poesía gráfica tuvo su exposición en el Museo de Arte Moderno de São Paulo.
El joven poeta era radical en sus declaraciones: “Toda poesía digna de llevar ese nombre es concreta: de Homero a Dante, de Goethe a Pessoa. Más específicamente, la poesía concreta representa el caso límite de la poesía, en el cual existe una total sistematización de todos los niveles ‘semántico, sintáctico, retórico, sonoro’ de la palabra”. Muchos caracterizaban a todo aquello, que aparecía como “el reverso del reverso del reverso del reverso”, como “mal gusto, mal gusto” [n. del tr.: fragmentos de la canción “Sampa”, de Caetano Veloso]. Por cierto, la música popular brasileña (MPB), se alimentó mucho de las ideas de Haroldo; de Caetano Veloso a Gilberto Gil, que cultuaban al poeta y ensayista en sus letras y declaraciones.
Poemas barrocos
En esa trascendencia de épocas, Haroldo buscó en el pasado formas antiguas para revisitar y “transcrear”: en 1963, por ejemplo, creó susGaláxias a partir de poemas barrocos. De la misma manera, como ensayista, rescató al oscuro poeta Sousândrade (1833-1902) y lo elevó a la categoría de genio. Por estas y otras razones, mantuvo grandes polémicas con gente de la estatura de Antonio Candido. Siempre con elegancia y sabiduría. Aun cuando no aceptaban sus “transcreaciones”, la forma en que Haroldo entendía el proceso de traducción, aplicado a Pound, Goethe, Dante y Joyce, entre otros, en el que el poeta moderno intervenía en el texto del antiguo para traer su texto al momento presente.
En 2000, Haroldo lanzó A Máquina do Mundo Repensada [La Máquina del Mundo Repensada] (editorial Ateliê). “Es un poema cósmico, hecho todo en rima dantesca, que muestra a Haroldo de Campos no solamente como un gran poeta, sino como alguien que no cabe en rótulos”, dice Leda Tenório da Motta, crítica literaria, traductora y profesora de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo. Su poesía se volvió cada vez más filosófica. En 2002 concluyó la traducción de la Ilíada, de Homero, fruto de diez años de trabajo. Al fin la vanguardia y la cuna de la poesía se encontraron y se reconciliaron. Y en forma bien concreta.
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