Se ha puesto en marcha una articulación para ampliar el conocimiento sobre los efectos de los cambios climáticos en Brasil. Un grupo de investigadores de varias áreas prepara un libro, que saldrá aún en este año con el apoyo del Ministerio de Ciencia y Tecnología (MCT), cuyo objetivo es estimar las consecuencias del calentamiento global en Brasil y plantear alternativas para enfrentarlas. La idea es crear un foro de discusión como si fuese una especie de IPCC nacional, dice Marcos Buckeridge, investigador del Departamento de Botánica del Instituto de Biociencias de la Universidad de São Paulo (USP), idealizador y coordinador de la iniciativa.
La salud de los brasileños deberá ser golpeada en varios flancos, observa Paulo Saldiva, profesor de la Facultad de Medicina de la USP, autor de un capítulo del libro sobre el tema. Los extremos de temperaturas, con la eclosión de epidemias y las sequías e inundaciones, son fenómenos previsibles, pero tienen efecto limitado en el tiempo. Saldiva se revela especialmente preocupado con los efectos de largo plazo de exposición a los contaminantes atmosféricos no hay evidencia en Brasil de que la contaminación provocada por los carros en las grandes ciudades vaya a disminuir. Las consecuencias para la salud de los cambios climáticos van a manifestarse más en términos de aumento o en el número o en la severidad de problemas ya conocidos, como molestias cardíacas, asma, cáncer e infecciones respiratorias, escribió. Pocos morirán de hipertermia o hipotermia durante los eventos extremos del clima, pero miles morirán de ataques cardíacos y enfermedades respiratorias, afirma. Se estima que, a cada año, la contaminación sea responsable de la muerte de 3.500 habitantes de la ciudad de São Paulo.
El efecto del aumento de las temperaturas sobre la biodiversidad será desigual. Los mamíferos, que son capaces de regular su temperatura corporal, sufrirán menos con el ambiente más caliente. Pero los cambios climáticos pueden promover alteraciones en el paisaje con aliento para definir el destino de varias especies. Mario de Vivo, investigador del Museo de Zoología de la USP, recuerda que un escenario probable es el avance del Cerro en regiones de transición con la Floresta Amazónica. Si el clima se pone más seco, eso podrá desencadenar la extinción de especies de la floresta y beneficiar a los animales típicos del Cerro, como el lobo-guará, el oso hormiguero bandera y el armadillo canasta, afirma el investigador, autor del capítulo del libro sobre los mamíferos. La situación de los anfibios es más compleja. Sapos, ranas, otros tipos de ranas, cobras-ciegas y salamandras normalmente reposan durante el día, evitando el sol y las altas temperaturas y entrando en actividad después del crepúsculo. Una parte significativa de su respiración es hecha por la piel, que necesita estar siempre húmeda. Los anfibios tienen una alta sensibilidad a alteraciones ambientales, dice el biólogo Célio Haddad, del Laboratorio de Herpetología de la Universidad Estadual Paulista (Unesp) de Río Claro, que escribió el capítulo sobre anfibios. Otra desventaja es que los anfibios tienden a ser endémicos. Muchas especies son circunscritas a determinadas regiones, lo que las convierte más vulnerables a los procesos de extinción. Haddad dice, con todo eso, que otras especies pueden salir ganando. La biodiversidad va a empobrecer, pero especies con mayor capacidad de adaptación tendrán la oportunidad de crecer en el terreno dejado por otras, afirma.
Manglares ahogados
La elevación del nivel del mar proyecta escenarios temibles para las especies costeras: se espera que los deltas de los grandes ríos retrocedan, empujados por el agua del mar. El ecosistema predominante en la Isla de Marajó, en la desembocadura del Amazonas, podrá ser trasplantado para el interior. Ya los manglares podrán simplemente ser ahogados, colocando en riesgo toda la cadena de especies que depende de ellos, dice Mario de Vivo. Se evalúa que el avance de las aguas será lento, permitiendo que las especies tengan tiempo de buscar un local más alto para vivir. Pero en algunos tramos de la costa con inclinación más baja el avance puede ser repentino. Para los anfibios, puede ser un gran problema, porque ellos no toleran la salinidad del agua del mar, dice Célio Haddad, que prevé escenarios de desequilibrio ecológico, con efectos dañinos inclusive para el hombre. En la ausencia de los anfibios, insectos como los zancudos y el mosquito del dengue que les sirven de alimento pueden proliferar más rápidamente, dice el investigador. En un río como el Amazonas, que tiene un declive pequeño y corre lentamente rumbo al mar, la invasión de las corrientes marinas en la profundidad del curso de las aguas puede eventualmente contaminar acuíferos. Tal vez no haya un gran problema de abastecimiento en el Amazonia porque el área no es densamente poblada, pero, en otros países, ese fenómeno puede llevar a la falta de agua potable para parte de la población?, dice Carlos Nobre, investigador del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE).
Cafetales
El aumento de la temperatura deberá tener implicaciones en la geografía de las plantaciones agrícolas del Brasil. Café, arroz, frijoles, maíz y soja podrán tener sus áreas reducidas a la mitad si la temperatura de la Tierra sube 5,8°C en relación al promedia actual. Con base en los actuales modelos climáticos, investigaciones del Centro de Investigaciones Meteorológicas y Climáticas Aplicadas a la Agricultura (Cepagri), de la Unicamp, y de la Embrapa Informática sugieren que Brasil podrá perder cerca del 25% del área con potencial para plantío de cafetales en Goiás, Minas Gerais y São Paulo, con pérdidas de hasta 500 millones de dólares por año, en el caso de que la temperatura suba 1°C. Con tres grados más, el área para plantío de café caería para un tercio de la actual. Con seis grados más, los cafetales serían extinguidos de las tierras paulistas. La tendencia sería la transferencia para la Región Sur. Ya las plantaciones de trigo y de girasol del Sur podrían hacerse no factibles.
Hay un consenso de que la reducción de los efectos y la adaptación a ellos dependerán de una sumatoria de medidas. Cada país tendrá que discutir opciones condecentes con el impacto y las consecuencias económicas y sociales regionales. Eso necesita involucrar a la comunidad científica y las autoridades e inspirar políticas de Estado, dice Paulo Artaxo, investigador del Instituto de Física de la USP y coordinador del Instituto del Milenio del experimento Large Scale Biosphere Atmosphere Experiment in Amazonia (LBA). El Brasil, dice Artaxo, tiene un gran papel a cumplir en el combate global a los efectos del calentamiento. Podemos convertirnos una potencia energética dentro de algunas décadas. Seremos grandes productores de combustibles renovables, como el alcohol. Esa es una perspectiva tangible, dice. Si el país no se descuida de la Amazonia, tendrá una gran apuesta en las negociaciones internacionales sobre el clima.
Deudas
El libro editado por Marcos Buckeridge sobre las consecuencias del calentamiento de Brasil pretende arriesgar soluciones. Un camino natural es aprovechar cada vez más las oportunidades creadas por el llamado Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL), artificio creado por el Protocolo de Kyoto que autorizó a los países desarrollados a compensar sus deudas ambientales invirtiendo en proyectos de tecnología limpia, implantado por países en desarrollo. Brasil ocupa el segundo lugar, después de la India en el ranking de los beneficiarios de ese mercado, que deberá mover más de 40 mil millones de dólares hasta el 2010. Para el investigador Carlos Clemente Cerri, del Centro de Energía Nuclear en la Agricultura de la USP, es enorme el potencial para implantación de proyectos de reforestación en el ámbito del MDL. Una alternativa viable sería el desarrollo de más programas de incentivo a la recuperación de áreas degradadas en matas ciliares, promoviendo el cambio de uso de la tierra en extensas áreas, generando los llamados créditos de carbono, escribió Cerri, que también defiende otras iniciativas para reducir las emisiones de carbono resultantes de la agricultura, como el uso de técnicas de plantío directo y la mecanización de la recolecta de caña, que cada vez más substituye a las quemadas en los cañaverales.
En otro frente, Buckeridge sugiere que las técnicas de reforestación deben contemplar el plantío de diferentes tipos de especies: los árboles de crecimiento más rápido, clasificadas como pioneras y secundarias iniciales, son importantes para deflagrar el proceso de recuperación de las áreas degradadas, pero también es necesario apostar en otras especies, como las secundarias tardías, más resistentes a la sombra, que parecen acumular más CO2 a lo largo de la vida. Esa sucesión es la observada en la naturaleza: primero proliferan los árboles de crecimiento rápido y ciclo de vida más corto. Cuando ellos mueren, toman el lugar árboles de ciclo de vida más largo, como perobas y jequitibás. Un estudiante del doctorado de su grupo, João Godoy, alumno del Programa de Biodiversidad y Medio Ambiente del Instituto de Botánica, acaba de defender su tesis, demostrando por medio de experimentos en laboratorio que el secuestro de carbono es mayor por un sistema en sucesión ecológica en comparación al plantío aislado de especies de árboles nativos.
Otro dato importante obtenido por el grupo de Buckeridge se refiere al respecto de la respuesta de la caña de azúcar al exceso de carbono en la atmósfera. Amanda Pereira de Souza, alumna del Departamento de Biología Celular de la Unicamp, acompañó el desarrollo de posturas de caña que crecieron en un ambiente con exceso de carbono (720 partes por millón, cerca de dos veces más de lo que la media actual, que ya llega a 384). Se constató que la producción de biomasa aumentó un 60%, con incremento equivalente de la productividad del alcohol y una producción mayor aún de sacarosa. Tamaño desempeño no se repite en otras culturas, como la de la soja, que dispersa parte de la energía que acumula en los procesos de florecimiento y de producción de semillas. Los descubrimientos sugieren que el calentamiento global produciría efectos benéficos en el cultivo de la caña, que ya es una gran vocación del agronegocio brasileño. Buckeridge cree posible articular los dos encuentros y propone una estrategia: seguir con el plantío de caña, pero también usar una parte de las áreas hoy ocupadas con plantaciones para regenerar corredores de florestas. Ganaríamos en varios frentes: continuaríamos produciendo alcohol como la principal fuente de energía renovable, ayudaríamos a regenerar la biodiversidad formando los corredores para que plantas, animales y microorganismos pudiesen transitar entre los fragmentos de florestas restantes y esperamos crecientes, afirma. Además de eso, como probablemente varios países irán a desarrollar tipos diferentes de tecnología de producción de energía limpia, o alcohol brasileño producido de esa forma tendría un sello de preservación ambiental que posiblemente sería de gran valor para la comercialización en el futuro (Lea en Pesquisa FAPESP, nº 82).
La comunidad científica brasileña, como se ve, está promoviendo un esfuerzo conjunto para auxiliar en la cuestión de los cambios globales. Debido al nivel de complejidad sin precedentes, el problema de los cambios climáticos globales sólo puede ser atacado de forma efectiva por un conjunto de cerebros trabajando en rede en diversos lugares del mundo, dice Buckeridge. No será una tarea para un científico sólo.
Los próximos informes
Las perspectivas sombrías sobre los cambios climáticos alardeadas el mes pasado por el IPCC (sigla en inglés del Panel Intergubernamental de Cambios Climáticos) ganaron contornos más definidos en abril y mayo. El órgano, que es un foro de científicos vinculado a la Organización de las Naciones Unidas, prepara el lanzamiento de dos nuevos capítulos de su informe, en los cuales va a desmenuzar las consecuencias prácticas del calentamiento y las propuestas de como enfrentarlas. Uno de los documentos será dado a conocer en Bruselas el día de abril y tratará de los impactos de los cambios climáticos y las formas posibles de adaptación. El otro debe ser divulgado en el día 4 de mayo en Bangcoc, Tailandia, e irá a abordar las opciones y los cursos del combate al calentamiento.
Después de prever un aumento medio de temperatura entre 1.8 y 4°C y una elevación de 18 a 59 centímetros en el nivel del mar hasta el final del siglo, el IPCC dirá ahora como eso afectará a las personas y a la economía de los países y sugerirá estrategias para adaptarse a los cambios o, cuando es posible, amenizarlas.
Ambos documentos deberán reeditar el chocante debate sobre la reversibilidad de algunos efectos del calentamiento. La versión final de los sumarios de los informes aún no está definida. Como los participantes del IPCC van a basarse en la fuerza de la literatura científica publicada en los últimos años, se esperan nuevas afirmaciones contundentes, como la paulatina transformación del mapa de la agricultura en el planeta: ciertas culturas pueden ser barridas de sus actuales latitudes, con impacto en el abastecimiento de comida en el mundo. El impacto de la elevación del nivel del mar deberá proyectar escenarios igualmente incómodos. En la mejor de las hipótesis, el 1% de la población del planeta sufrirá algún efecto con el encogimiento de las franjas del litoral. En la peor, 2% de la población mundial tendrá que buscar otro lugar para vivir, lo que podrá tornar tangible la figura de los refugiados del clima. Es bastante probable que el informe afirme que la biodiversidad del planeta ya comenzó a empobrecer en virtud de los cambios climáticos. Según un artículo publicado el año pasado en la revista Nature, dos tercios de las especies de sapos Atelopus, encontrados en la América Central, fueron extinguidos en los últimos años, sugiriéndose que un tipo de hongo que se esparce favorecido por temperaturas elevadas sería la causa del desaparecimiento. El ataque, dicen los investigadores, es resultado del aumento de la temperatura, que dejó a los sapos más susceptibles al microbio. Los documentos de Bruselas y Bangkog también podrán avanzar en la sugerencia de estrategias capaces, por ejemplo, de cambiar el perfil de la producción y del consumo de energía en las próximas décadas, tornando el planeta menos dependiente del petróleo.
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