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Psicología

El día en que Hitler lloró

Las terribles consecuencias de la ceguera histérica del dictador en la Primera Guerra Mundial

El siglo  XX tuvo dictadores para todos los gustos: Stalin, Mao, Mussolini, Pol Pot, Franco, Pinochet. Pero, en el infierno, todos deben estar comiéndose  de envidia del colega que, cada vez más, conquista los corazones del público: Adolf Hitler. ¡Cuanto más el tiempo pasa, más crece la fascinación de la Alemania nazista, que se transformó en un negocio millonario. Vaya a una librería, a un quiosco de periódicos o una videoteca de películas y, para su tiempo de ocio, en portadas de libros, revistas y DVDs están el Führer, tropas marchando y, un best seller, la esvástica. Acaban hasta de descubrir a Adolf escondidito detrás de Ringo Starr en la célebre portada del álbum de los Beatles, Sgt. Pepper’s. Aunque fascinación y repulsión puedan andar juntas, lo que ayudaría a entender la admiración macabra por la estética del poder y del mal absolutos, es un fenómeno digno de psiquiatras. Como, además, fue el icono de esa extraña obsesión, el propio Hitler.

Tal como Joana d’Arc, fue un producto de sus propias fantasías y llevado por ellas en la multitud sedienta de revancha. Si ángel o diablo, es el juicio de la historia que decide, explica el bioquímico y psiquiatra de la UFRJ Fernando Portela Cámara, en su articulo El psiquiatra del Führer, en el que relata la estadía del entonces soldado Adolf en un hospital militar, atacado de ceguera histérica. Atendido por el dr. Edmund Forster, que estimuló su nacionalismo fanático para hacerlo recuperar la auto-confianza, el hombre tímido, con recelo de hablar en público, que nutria odio por los derrotistas, jesuitas y comunistas, habría salido del hospital  enteramente cambiado: mirar penetrante, gestos firmes, gusto de hablar en público, carismático, en fin, con los rasgos de personalidad que irían a caracterizar al futuro Führer. El caso, poco conocido, colocó en cuestión si la cura no habría creado la enfermedad. Tal como el hachís o el alcohol nada provoca que ya no sea del propio carácter y disposición del individuo, ninguna hipnosis o sugestión cambia a nadie.

La psicoterapia puede reestructurar comportamientos, aclarar motivaciones, actualizar tendencias, pero no puede crear un nuevo ser, evalúa Portela. Interesado en entender mejor la terapia de Hitler, Wagner Gattaz, profesor titular del Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo (USP), encomendó a la Revista de Psiquiatría Clínica (del Departamento e Instituto de Psiquiatría de la USP) artículos del psiquiatra británico David Lewis, autor del libro The man who invented Hitler, y del psicoanalista alemán Gerhard Kopf sobre el tema. El resultado es una historia rellena de suspensos, que será contada a continuación, teniendo como base los dos artículos.

En octubre de 1918 el cabo Hitler, entonces con 29 años, y un grupo de soldados fueron alcanzados, de sorpresa, por una nube de gas mostaza. Ciegos, regresaron al campamento y, a excepción de Adolf, todos fueron remitidos a un hospital militar próximo para tratamiento de los ojos. Hitler, sin embargo, fue llevado a Pasewalk, a 800 kilómetros de lo ocurrido, pues los médicos creían que su ceguera era más un colapso psicológico, que un trauma físico. No era el caso de que el cabo no pudiese ver, sino de que él no quería ver. Estaba sufriendo lo que, en la época, los médicos llamaban trastorno histérico y, desde 1917,se estableció que tales casos deberían ser tratados no en hospitales generales, sino en clínicas apartadas para evitar el contagio psíquico, observa Lewis. El dictador que tanto admiraría el rigor se vio delante de médicos que trataban esos disturbios de guerra como falta de voluntad de los sistemas nerviosos inferiores, con cerebros degenerados. Dentro del staff psiquiátrico, uno de ellos se destacaba por abrazar ese credo: Edmund Forster. Siempre dejé claro para los pacientes con reacciones histéricas que aquello se trataba de un mal hábito, un comportamiento antipatriótico y degradante, indigno del soldado alemán, escribió. Su método se resumía en fortalecer la voluntad del combatiente en retornar al campo de batalla.

De inicio curado, al saber de la rendición alemana en noviembre el cabo Adolf volvió a quedarse ciego. Forster fue, aún, más incisivo y el soldado, en fin, se vio recuperado. En Mi lucha Hitler omite el nombre de este médico y mucho menos que fue tratado por un psiquiatra, él dice haber sido ayudado por una enfermera de espíritu maternal que le transmitió palabras de incentivo que lo curaron. No podemos dejar de notar que ese ocultamiento de la figura del psiquiatra por una figura materna es muy significativo aquí. No podemos dejar de notar también que él se refiere específicamente a una cura por la palabra, nota Portela. Fueron 24 días de tratamiento, que, creen los psicoanalistas, habrían transmutado al artista vagabundo en el futuro dictador de Alemania. Como fueron esas sesiones es un total misterio, pues, después de subir al poder en 1933, todos los archivos clínicos del caso desaparecieron. En aquel año Forster, anti-nazista, con la ayuda del hermano, se encontró en Paris con un grupo de intelectuales exiliados, entre los cuales estaba Alfred Döblin (el autor de Berlín Alexanderplatz) y Ernst Weiss, un novelista checo amigo de Kafka, ambos con formación médica. El psiquiatra entrega a Weiss todo el dossier sobre la ceguera del Führer.

Vigilado por el gobierno francés, el escritor apenas en 1938 colocó el caso en palabras, aún así en una novela a la clef llamada El testigo ocular, que habla del soldado A.H. tratado por un médico judío en el hospital militar de P., atacado de histeria. En el libro, el paciente más tarde se convertía en líder supremo de la Alemania. En la falta del prontuarió original, Lewis considera que varios pasajes de la obra describen como habría sido la terapia de Forster con Hitler. Yo fui destinado a desempeñar un papel significativo en la vida de un hombre extraño, el cual, después de la Primera Guerra Mundial, vendría a provocar inmenso sufrimiento y cambios radicales en  Europa. Muchas veces me pregunté qué me habría llevado, en aquella época, en el otoño de 1918, a intervenir de aquella forma: si era curiosidad  la cualidad principal de un científico trabajando en el área médica  el deseo de ser como un dios y cambiar el destino de una persona, habla el narrador de Weiss, el médico judío. Él no consigue liberar al paciente de sus ideologías políticas ni de su odio, pero tiene éxito en restablecer e inflar  su auto confianza, lo que desde el punto de vista del médico lo hace co-responsable de la terrible carrera y ascenso de A.H.; esta es la interpretación del médico y el  motivo de  su desespero profundo, observa Gerhard Köpf.

Aún en las palabras de Weiss, en una sesión por la noche, teniendo solamente una vela encendida, el psiquiatra, después de examinar los ojos del paciente, le afirma que su ceguera no tiene cura dentro de la medicina y enseguida a A.H. que el pudría curarse a sí mismo, despertando en su interior fuerzas espirituales curativas poderosas. Le pide entonces al paciente que se concentre en la luz de la vela mientras el psiquiatra susurra: ?¡Alemania necesita de hombres como usted…  Austria acabó… pero la Alemania todavía persiste… para usted todo es posible! Dios irá a ayudarlo en su misión si usted se ayuda a si mismo ahora, y concluye con la sugerencia: iSi usted confía ciegamente en esta misión, su ceguera desaparecerá! Cuando los alemanes entraron en Paris, el escritor se mató, no sin antes avisar a  los amigos que eso iba a ocurrir, dejando en el aire la sospecha de un probable homicidio. En Alemania, Forster fue expulsado de la Universidad de Greifswald, por causas de denuncias de inmoralidad y amor por los judíos hechas por un ex-alumno nazista. Días después el psiquiatra del Führer también se mató con un revólver que la familia desconocía que él poseía. Más misterio. Otro médico, Karl Kroner, que apoyara el diagnóstico de histeria del cabo Hitler, fue enviado a un campo de concentración, pero gracias a un embajador amigo de su mujer huyó para  Islandia. Allá, en 1943, hizo una larga declaración al servicio secreto estadounidense sobre Hitler, que acaba de ser liberado para el público por los archivos de la CIA.

Acusando a Adolf de simular la ceguera, Kroner dice frases proféticas sobre los tiempos: En eras conturbadas, los psicópatas nos gobiernan; en los tiempos tranquilos, nosotros los investigamos. La cura de Hitler fue alcanzada, pero la Alemania se cegó. Sólo espero que eso pase inmediatamente y podamos disecar al psicópata y, con el regreso de la justicia, hacer que los alemanes vuelvan a ver. Otro psiquiatra alemán, que no se arrepentía de curar psicópatas, vino a parar a Brasil y, sin querer, trajo consigo el huevo de la serpiente. Un admirador de las leyes eugenésicas de la Alemania nazista, Werner Kemper, director del Instituto Göring, hacía excepción al tratamiento de psicosis en caso de una personalidad genial excepcional que valiera la pena ser curada si hubiese la expectativa de que con eso su talento extraordinario pudiese ser retribuido en provecho de la totalidad, escribió en 1942. ¿Qué diría Forster si pudiese leer eso Sea como fuese, después de la guerra, Kemper vino a Brasil indicado por nada menos que Ernest Jones, el biógrafo y amigo de Freud. Aquí fundó la Sociedad Psicoanalítica Brasileña. El análisis que ustedes hacen en Río de Janeiro fue hecho por un hombre de la Gestapo, afirmó el presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) a una psiquiatra brasileña en un congreso en los años 1980.

Como al confirmar que el vientre de la bestia continúa fecundo, palabras de Brecht, en 1973 se descubrió que el psicoanalista Amílcar Lobo Moreira da Silva era un torturador. Antes había sido formado por Leão Cabernite, un analista y discípulo de Kemper. Kemper al llegar a Río traía la marca del régimen nazista y las características de hombre único en el poder, como Hitler, y habría marcado como un Führer al psicoanálisis carioca. Como nunca habló sobre su pasado nazista, lo no dicho fue pasado inconscientemente a sus discípulos y de estos para los posteriores discípulos. En esta tercera generación, la culpa habría resurgido en forma de acción y se habría revelado en la tortura, escribió la fallecida psiquiatra Helena Besserman Vianna en su libro No lo cuente. Curiosamente, Kemper habría participado, en la Alemania, por medio de su instituto, como consultor de las directrices de la Wehrmacht sobre como tratar las neurosis de la guerra. El objetivo de esas directrices era evitar reacciones psíquicas anormales, como las verificadas en la Primera Guerra Mundial, por causa de su efecto contaminador que habría afectado a la fuerza de combate de las tropas, observa el estudioso del Brasil, el  alemán, de la Universidad de Kassel, Hans Füchtner en su articulo El caso Kemper.

Según relata Füchtener, para los médicos del  instituto, los estados de miedo generaban la pérdida del habla, de la audición, la ceguera y la parálisis, entre otros, que podían afectar a soldados sanos y capaces en determinadas circunstancias, lo que convertía no factible una desvalorización moral y la difamación de los enfermos de reacciones anormales. Había, observa Füchtener, una grieta entre los miembros del instituto de Kemper y otros neuropsiquiatras que defendían los viejos métodos brutales de la Primera Guerra Mundial, como a los que Hitler fuera sometido. En consonancia con instrucciones de la cancillería del Reich (¿recuerdos amargos del Führer?), el instituto pedía métodos blandos para tratar a los enfermos. Más tarde, las filas de plomo ganaron la batalla y muchos enfermos fueron a parar a campos de concentración, vistos como fracasados traidores.

Kemper y sus colegas se mantuvieron fieles a su trabajo mas humanizado y, aunque defensor de las Leyes de Nuremberg, que defendían la creación de una raza superior, escribe Füchtener, el psiquiatra nunca se manifestó a favor de la eutanasia y siempre preconizó que había posibilidades de cura en varias etapas de la psicosis. El régimen hitleriano prefirió otras corrientes, aunque, si hubiesen sido aplicadas al entonces cabo Hitler, habrían llevado al futuro Führer a la cámara de gas o a una inyección letal. El médico debe limitar su elección a las personas, cuyas personalidades merecen un esfuerzo. Justamente  en eso surgen graves decisiones humanas para el médico consciente de su responsabilidad. Si para e biólogo especialista en genética es fácil decidir en la mayoría de los casos de enfermedades genéticas, para nosotros los limites son fluctuantes, escribio Kemper en 1942.

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