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ENVEJECIMIENTO

El erotismo políticamente correcto

Una antropóloga estudia el discurso que construye una sexualidad gratificante en la vejez

LÉO RAMOSPublicado en septiembre de 2013

Con la expansión de la longevidad, la vejez está transformándose en la etapa más larga de la vida. Contada generalmente a partir de los 60 años de edad –pero no rara vez desde los 50 años–, suele corresponder casi a la mitad de la existencia de una persona. En la actualidad ya se puede hablar no sólo de una vejez, sino de varias, dependiendo de la franja etaria y de las condiciones sociales e individuales de cada anciano. Debido a que la prolongación de la expectativa de vida constituye un fenómeno reciente y veloz, las políticas públicas, las concepciones médicas y las del sentido común referentes a la vejez se suceden, se entrelazan y muchas veces se confunden.

Las variaciones y las contradicciones de los discursos gerontológicos de las últimas décadas constituyen el tema del estudio intitulado Vejez, violencia y sexualidad, de la profesora Guita Grin Debert, del Departamento de Antropología de la Universidad de Campinas (Unicamp). Este trabajo se inserta en un conjunto de estudios que la investigadora ha venido desarrollando en el transcurso de su trayectoria académica, cuyas conclusiones más recientes se sitúan en el campo de la sexualidad, o más precisamente, en el proceso de “erotización de la vejez” que ha venido verificándose durante las últimas décadas.

El estudio se realizó con base en el análisis de documentos y pronunciamientos oficiales, de textos publicados en la prensa y de la literatura de autoayuda, y con datos etnográficos recabados en espacios de socialización de personas ancianas. Lo que se percibe, según Grin Debert, es un cambio significativo desde la década de 1970 en adelante. Se ha evolucionado desde una concepción en la cual la vejez era caracterizada como una fase de “decadencia física y pérdida de roles sociales”, y en la cual la vivencia sexual prácticamente se extinguía, hacia otra en que una sexualidad activa y gratificante constituye un requisito previo para una tener vida sana y feliz.

Es allí que surge el concepto de “tercera edad” y pasa a predominar la idea de que el sexo “es casi una obligación” para los ancianos. Se trata de aquello que la investigadora denomina “erotismo políticamente correcto”, tomando prestada una expresión creada por la socióloga Maria Filomena Gregori. No por casualidad, en la discusión sobre la tercera edad, los médicos van perdiendo terreno a manos de los psicólogos.

“La vejez se ha convertido en la edad del esparcimiento y la de la realización personal”, dice Grin Debert. Esta concepción, que no se restringe a Brasil, termina influyendo directamente sobre las definiciones de lo que es ser viejo y sobre los parámetros de la “gestión del envejecimiento”. “No deja de ser también un nuevo mercado, pues, entre todos los grupos sociales, el de los ancianos es el que tiene más disponibilidad de consumo”, dice la antropóloga.

La caída del mito de la vejez asexuada sucedió en múltiples campos. Estudios de diversas áreas comprobaron que la sexualidad no se agota con el paso de los años. Resulta indiscutible que existe una declinación de la frecuencia de las relaciones sexuales; pero, por otra parte, emerge la percepción de que la calidad de esas relaciones puede mejorar. Los encuentros pueden volverse más libres y afectuosos. En este sentido, se percibe que los roles tradicionales de género tienden a invertirse: las mujeres pasan a ser menos recatadas y los varones más afectuosos. En las sensaciones también habría cambios: el placer se propagaría por todo el cuerpo, algo así como un proceso de “desgenitalización”.

idosos_2JG3179LÉO RAMOSLa sexóloga y psiquiatra Carmita Abdo, del Proyecto de Sexualidad (Pro-Sex) del Hospital de Clínicas de la Universidad de São Paulo, coordinó en 2008 el llamado Mosaico Brasil, un amplio estudio sobre la sexualidad de los brasileños. Los resultados del mismo mostraron que la actividad sexual se mantiene durante la vejez, pero no sin percances. “La llegada de la menopausia en la mujer, con el fin de la producción de hormonas, provoca un gran impacto físico y psicológico, especialmente en un país que hace de la belleza y la jovialidad un culto”, dice Abdo. Entre los varones, la fertilidad se mantiene; empero, a partir de la quinta década de vida, aumenta la incidencia de problemas de salud que comprometen la potencia sexual.

Así y todo, el deseo permanece. “El repertorio sexual cambia con la edad. Se vuelve menos osado, incluso debido a las limitaciones de movilidad física”, dice la sexóloga. “El acto sexual es más rápido que antes, pero las caricias se prolongan. El placer es tanto mayor cuanto mayor sea la complicidad en la pareja”. Las relaciones no maritales también han venido aumentando, tanto entre los varones como entre las mujeres, muchas veces con parejas más jóvenes.

Por ende, un “sexo sin prisa” constituiría la impronta de esta fase de la vida. Con todo, el surgimiento de medicamentos contra la disfunción eréctil preanuncia un reajuste del discurso que todavía se encuentra en gestación. “El triunfo del énfasis en las ventajas de la vejez, si bien puede haber eclipsado la necesidad de atención referente a las pérdidas físicas, ha contribuido positivamente para romper con ciertos prejuicios, y trajo aparejada una aceptación de la diversidad relacionada con la edad”, dice Grin Debert. Y la idea de que una vida sexual activa le hace bien a la salud tiene su fundamento, según Abdo, si bien que de manera indirecta, debido a la satisfacción que aporta.

En lo que parece ser una aparente paradoja, la nueva configuración de las concepciones de la vejez ha permitido incluso una liberación entre las mujeres en lo atinente a las “obligaciones” de la vida sexual regular característica de las relaciones maritales. Muchas ancianas viudas, solteras y separadas, o cuyos maridos padecen enfermedades que los incapacitan, frecuentan bailes de la tercera edad, objeto de estudios a parte de las antropólogas Mirian Goldenberg, del Departamento de Antropología Cultural de la Universidad Federal de Río de Janeiro, y Andrea Moraes Alves, de la Escuela de Trabajo Social de la misma institución. Ambas detectaron una continuidad de la investidura sexual corporal –la vanidad y los cuidados estéticos se mantienen, aunque sin el vínculo con el ejercicio de la seducción–, pero llega acompañada de la libertad: es la libertad de no tener que concretar el acto sexual.

Esto es lo que Goldenberg define como una sustitución del “yo necesito” (ser madre, esposa, amante) por el “yo quiero” (diversión, placer, la amistad de otras mujeres). El compañero de baile, generalmente más joven, no necesariamente es pareja sexual. Esa abstinencia, para muchos analistas –incluidas Guita Grin Debert, Carmita Abdo y la propia Andrea Moraes Alves–, revela también la carga de una moralidad conservadora y “supeditada al estereotipo de la mujer que debe obedecer”, de acuerdo con las palabras de la antropóloga de la Escuela de Trabajo Social de la UFRJ. Sea como sea, Goldenberg subraya que las entusiastas de los bailes se resisten ante “las imágenes de un cuerpo envejecido”. En tal sentido, apunta un dato revelador que se desprende de su investigación: el único grupo social que disiente con respecto a la conocida idea de que los hombres envejecen mejor es el de las mujeres con más de 60 años.

idosos_11-O-Baile_2JG3236LÉO RAMOSLas investigaciones llevadas a cabo por Goldenberg, que dieron origen al libro recientemente publicado A bela velhice [La bella vejez] [editorial Record], muestran que, al llegar a la tercera edad, las mujeres se sienten proclives a distanciarse de una vida familiar que demanda más de lo que brinda, en tanto que los hombres, al cabo de años  dedicados a las obligaciones laborales, buscan en la familia una acogida que se reviste de novedad y gratitud. Profesionalmente, también existe un contraste entre los géneros. “Mientras que los varones ancianos se realizan con nuevos estudios y nuevos trabajos que les proporcionan placer más que remuneración, las mujeres procuran hacer exclusivamente cosas de que les gustan, generalmente en el campo de la socialización y la reciprocidad”, dice Goldenberg. Grin Debert percibe un fenómeno análogo: las mujeres buscan la amistad de otras mujeres, y los hombres se abocan a actividades conjuntas con otros hombres, tales como las asociaciones de jubilados.

La jubilación, como reivindicación y símbolo del estrato social de los ancianos, constituye según Grin Debert el hito del discurso gerontológico de los años 1970, “en su empeño por sensibilizar al poder público y a la sociedad con respecto a la importancia de los estudios y las acciones orientadas a lograr un envejecimiento poblacional exitoso”. Sin embargo, la antropóloga observa que el énfasis puesto en una visión negativa de la vejez ya no manifestaba en las investigaciones la concordancia por parte de los propios ancianos. Y hoy en día más aún: tal como lo muestran los testimonios recabados por Mirian Goldenberg, muchas personas sostienen que viven en la vejez la mejor etapa de sus vidas. Los testimonios de ancianos que asisten a universidades y participan en otros grupos de convivencia destinados a la tercera edad revelan un optimismo que no se coaduna con la idea de una fase de la vida signada por la falta.

Las mencionadas asociaciones, incluso aquéllas creadas por organismos públicos tales como la Secretaría de Derechos Humanos del gobierno federal, a menudo se rebelan contra los discursos oficiales, que les adjudican a los sistemas de bienestar de los ancianos la responsabilidad de ciertos gastos públicos excesivos. “El combate contra los prejuicios en relación con la vejez consistía en mostrar que sus participantes mantenían la lucidez y sabían criticar a los gobiernos y a los políticos, y hacían lo propio con las interpretaciones erróneas vertidas en los medios con respecto a los distintos aspectos de la vida social brasileña”, escribió Grin Debert en el artículo intitulado “Las fronteras de género y la sexualidad en la vejez”. “Muchos se manifestaban críticamente con relación a los programas para la ‘tercera edad’, a los que algunos denominaban ‘parquecitos de viejos’, pues desviaban a los jubilados y pensionados de sus reales intereses.”

El descompás entre las percepciones de la vejez presentes en los discursos hegemónicos, por una parte, y en la experiencia de los propios ancianos, por otra, perdura igualmente en el campo de la sexualidad. La visión “oficial” aborda el erotismo en la tercera edad desde un punto de vista del mantenimiento de la juventud. “No consta ninguna intención de promover los cuerpos envejecidos desde el punto de vista estético”, dice Grin Debert. El nuevo mito de la vejez feliz y erotizada también demanda sus dividendos. La antropóloga Alves Moraes detecta en las mujeres ancianas distintas “estrategias” para lidiar con el propio cuerpo. Una de ellas consiste en “negociar” constantemente los límites del rejuvenecimiento. Por un lado, se someten a cirugías plásticas e invierten en maquillaje y ropa para prolongar la apariencia joven. Por otro, se mantienen alertas (y tensas) para no correr el riesgo de parecer “viejas ridículas y vulgares”. Y son raras las mujeres que durante los primeros años de la vejez afrontan el tabú de las canas sin teñirse, “tan arraigado en Brasil”.

Proyecto
Sexualidad, género y violencia en las políticas de la vejez (2011/10537-6); Modalidad Línea Regular de Ayuda al Proyecto de Investigación; Coord. Guita Grin Debert/ Unicamp; Inversión R$ 36.208,15 (FAPESP).

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