ANA PAULA CAMPOSLa Presidencia de la República de los Estados Unidos de Brasil estaba a cargo de una mujer. El país se había vuelto más fuerte, más hermoso y más rico. Hacía él convergía gente de todos los rincones de la Tierra. La Amazonia ha sido urbanizada, el analfabetismo abolido y en el campo, los trabajadores cantan fragmentos de la última ópera que presenciaron, o recitan de memoria los más bellos poemas. Aviso: esto no es un texto institucional desvariado del gobierno actual. La autora, Adalzira Bittencourt (1904-1976), describió esta previsión en 1929 en su Excia. a presidente da República. Pero ese paraíso de ciencia ficción tiene sus bemoles: todo eso se ha logrado gracias al ascenso en la política por parte de las mujeres, que implementan un rígido programa de eugenesia e higiene social. Por una ironía del destino, la presidenta, Dra. Mariangela de Albuquerque, se enamora del pintor Jorge, a quien conoce únicamente a través de cartas amorosas. Cansada de esperar al amante, la primera mandataria ordena que éste sea llevado a su presencia, esposado. Era lindo de rostro, pero medía no más de 90 cm de altura y tenía una joroba enorme en su espalda. La presidenta eugenesista ordena, implacable, la eutanasia profiláctica del amado. Era mujer, culmina la novela, en tono victorioso.
El tono ideológico de este relato recorrió cosa que aún se mantiene la producción de la ciencia ficción brasileña, desafortunadamente poco estudiada y tenida generalmente como un producto de segunda categoría e indigno del canon literario. Desde el siglo XIX, el género probó que era un medio ideal para registrar las tensiones existentes en la definición de la identidad nacional y del proceso de modernización. Estas tensiones se exacerban en América Latina, y por eso la producción de ficción en países como Brasil, Argentina y México, los grandes representantes de ese género en el continente, es mucho más politizada que la escrita en los países del Norte. En Brasil, el género ayudó a reflejar una agenda política más concreta y los escritores, de ayer y de hoy, están más íntimamente comprometidos con los destinos futuros de su país, y se valieron del género naciente no solamente para hacer circular sus ideas en la arena pública, sino también para mostrarles a sus compatriotas sus opiniones sobre la realidad presente y sus visiones sobre un tiempo futuro, mejor y más moderno, explica la historiadora Rachel Haywood Ferreira, de la Universidad del Estado de Iowa, autora de The emergence of Latin American science fiction, que acaba de salir en EE.UU., editado por Wesleyan University Press. La ciencia ficción brasileña permite delinear la crisis de identidad que acompañó a la modernización, junto con el sentido de pérdida que la persigue, y que forma parte del ingreso de Brasil a la condición posmoderna. La ficción nacional en parte ejemplifica la erosión de la narrativa latinoamericana de la identidad nacional, pues recibe cada cada vez más influjos debido al intercambio cultural inherente a la globalización que empezó en los años 1990, coincide la profesora de literatura Mary Ginway, de la Universidad de Florida, autora de Ficção científica brasileira: mitos culturais e nacionalidade no país do futuro (Devir Livraria). Pese a ello, el género sigue siendo considerado como menor. Es una lástima, porque el desplazamiento de la tradición de la ficción al contexto de un país en desarrollo nos permite revelar ciertas asunciones acerca de cómo transcurre ese desarrollo y determinar la función de ese género en este tipo de sociedad. La ficción científica suministra un barómetro para medir actitudes ante la tecnología, al tiempo que refleja las implicaciones sociales de la modernización de la sociedad brasileña, evalúa Mary. Existe efectivamente una variación gradual de un clima de optimismo a otro de pesimismo: la ciencia parece no ser ya la garantía de la verdad, como se pensaba, y el impacto de la tecnología puede no siempre ser positivo, lo que dificulta que se alcance el potencial nacional. Todo eso se puede ver en la ciencia ficción latinoamericana: la definición de la identidad nacional; las tensiones entre la ciencia y la religión y entre el campo y la ciudad; la seudociencia, sostiene Rachel.
Para la investigadora, la literatura especulativa es importante en países como Brasil, en donde la ciencia y la tecnología tienen un rol clave en la vida intelectual, ya que la tecnología es vista como la solución posible para que el país pueda superar el atraso histórico del desarrollo económico, con la esperanza de crear una sociedad mejor y más utópica. Desafortunadamente, fue precisamente esa ligazón con lo nacional lo que representó la gloria y el desprecio de la ciencia ficción en Brasil, pese a que seguimos con una cierta rapidez la expansión del género en Europa. La primera pieza de ciencia ficción nacional data de 1868 (fue publicada en periódico O Jequitinhonha hasta 1872), Páginas da historia do Brasil, escrita en el año 2000, de Joaquim Felício dos Santos, una obra satírica sobre la monarquía que lleva a Don Pedro II a un viaje por el tiempo hacia el futuro, en donde descubre de qué modo su régimen de gobierno era pernicioso para el país. Obras como ésta que entran en el siglo XX, hasta los años 1920, y demuestran que había interés por parte de los brasileños en desarrollar narrativas utópicas, fantasías moralizantes e incluso novelas científicas, un cuerpo de ficción especulativa que podría haber dado asidero a una producción mayor en las décadas siguientes.
Desafortunadamente, como sucedería en los años 1970, los ejercicios nacionales no resistieron a las presión extranjera, la presión de la crítica, que no creó un nicho para el género en Brasil, y al relativo desinterés del público lector, analiza Roberto de Sousa Causo, autor de Ficção científica, fantasia e horror no Brasil: 1875-1950 (editorial de la UFMG). La separación rígida entre la literatura sancionada y la no sancionada redundó en la casi total ausencia de una pulp era en el contexto brasileño. La ficción especulativa perdió ese espacio de inventiva desreglada, de apertura de nuevas posibilidades, de constitución de una tradición más emprendedora, evalúa.
ANA PAULA CAMPOSTal como sostiene Antonio Candido, en su Formação da literatura brasileña, existe una postura cerrada en el país que apunta a considerar a la literatura como una práctica constitutiva de la nacionalidad, un pragmatismo que implica hasta hoy la disminución de la imaginación, debido al interés de usar políticamente a las letras como una forma de representar la experiencia social y humana. En ese movimiento, evalúa Causo, los usos de la literatura como instrumento de formación de la nacionalidad se habrían encaminado hacia la documentación realista y naturalista orientada por el progreso y por el determinismo. La versión brasileña sufre doblemente debido a sus asociaciones con un arte bajo, fruto de una tradición autoritaria nacional que abomina la cultura de masas y el arte popular, y por ser un género imaginativo en un país que le asigna un alto valor al realismo literario, coincide la brasileñista Mary Gingway. En un cuento de Jorge Calife, uno de los más conocidos autores contemporáneos de ciencia ficción, Brasil, país do futuro, un joven, en 1969, durante la dictadura, tiene como tarea de casa escribir un ensayo sobre el Brasil del año 2000. Él logra efectivamente viajar en el tiempo y ver la ciudad de Río del futuro, una dolorosa decepción al descubrir que nada había cambiado y que la vida de los brasileños seguía siendo miserable. De regreso al cuarto, escribe el texto que describe una ciudad imaginaria debajo de una cúpula, por miedo de ser reprobado por el profesor si contase la verdad. Esa historia es un recordatorio de que, amén de la modernización global, Brasil puede enfrentar una larga espera antes de recibir los beneficios de la tecnología, afirma la investigadora americana.
Los albores de la ficción científica correspondieron a la llamada novela científica, desarrollada entre 1875 y 1939, que tomaba como modelos europeos a los libros de Julio Verne y Wells. Aunque los aportes científicos latinoamericanos de ese período fuesen pequeños en comparación con el resto del mundo, los científicos de esos países estaban en sintonía con lo que hacía Europa y la adopción de la eugenesia constituye una señal indicativa de la aprobación generalizada de la ciencia como prueba de modernidad cultural. Los textos creados con ese espíritu no se revelan como imitaciones de modelos literarios imperialistas que mostraban sociedades imaginarias basadas en tecnologías inviables, sino en obras que describían el presente con la autoridad del discurso científico y ansiaban el futuro brillante que ciertamente llegaría. Son textos utópicos que suceden en lugares remotos o tiempos lejanos, y describen pormenorizadamente sociedades inexistentes, analiza Rachel. Pero la eugenesia de esas obras cobra impulso en una versión más soft, una rama alternativa de las nociones hereditarias de Lamarck, en las cuales había espacio para arreglar las deformaciones humanas, algo que entusiasmaba a los brasileños, ya que brindaban soluciones científicas factibles para los problemas nacionales. Era un neolamarckismo teñido de colores optimistas en el cual las remodelaciones del medio social podrían redundar en mejoras permanentes, y el progreso, aun en el trópico, era posible. Posteriormente, el darwinismo social se juntaría al caldo que produciría la ficción, comenta la investigadora. Un buen ejemplo de ello es la novela pionera en el género, Dr. Benignus (1875), de Augusto Zaluar, una expedición científica al interior de Brasil, con derecho a seres venidos del Sol, mucha conversación y poca aventura. Para Benignus, la ciencia serviría para dotar de valor al ciudadano importante, o rescataría a la nación bárbara y abandonada.
Otro tema característico aparece en O presidente negro ou O choque das raças (1926), de Monteiro Lobato, que muestra de qué modo la división del electorado blanco en 2228 permite la elección en EE.UU. de un presidente negro, lo que hace que los blancos se unan nuevamente para poner a los negros bajo control. Para el escritor, el mestizaje era precisamente el factor responsable del atraso económico y cultural. La solución era seducir a los negros con un alisador de cabellos, los rayos Omega, que provocaban la esterilización del usuario. De manera menos agresiva, el tono eugenesista trasparece en las obras del periodista Berilo Neves, autor de la compilación A costela de Adão (1930) y de O século XXI (1934), historias satíricas que transcurren en el futuro cuyos objetos preferenciales eran el feminismo y las frivolidades femeninas. En general sus narrativas misóginas involucran la creación de máquinas de reproducción humana que vuelven a las mujeres obsoletas o un mundo futuro en el cual los géneros aparecen invertidos. En A liga dos planetas (1923), de Albino José Coutinho, la primera novela nacional que muestra un viaje espacial, el narrador construye su aeroplano e iza la bandera brasileña en la Luna. Pero no huye del pensamiento corriente: la misión espacial tenía como justificación un pedido presidencial para que el héroe encontrase en otros mundos gente de calidad, porque acá eso no sucedía.
Pero hubo excepciones honrosas al darwinismo social, como A Amazônia misteriosa (1925), de Gustavo Cruls, inspirado en A ilha do Dr. Moureau, de Wells, con una solución nacional: el protagonista perdido en la Amazonia se encuentra con un científico alemán, el profesor Hartmann, quien realiza experimentos con niños de sexo masculino despreciados por las amazonas. Como si eso fuera poco, el médico, luego de tomar una droga alucinógena, se encuentra con Atahualpa, quien le describe los abusos perpetrados por los europeos. El protagonista ve que los mismos fueron mantenidos por el científico teutón y rechaza las explotaciones colonialistas y el abuso de la ciencia. En A república 3.000 ou A filha do inca (1930), el modernista Menotti Del Picchia describe una expedición que se depara con una civilización de gran tecnología en pleno Brasil Central, aislada bajo una cúpula invisible. Los protagonistas rechazan los postulados positivistas, huyen con la princesa inca y todo culmina con una elegía a la vida sencilla. Jerônymo Monteiro, el futuro autor del personaje Dick Peter, usa su novela Três meses no século 81 (1947) para mostrar a su protagonista Campos confrontando al propio Wells sobre el viaje del tiempo, echando mano del recurso de la transmigración del alma, provocada por mediuns. El héroe de Monteiro no solamente viaja en el tiempo, sino que lidera una rebelión de humanistas contra la elite masificadora de la Tierra futura, al aliarse a los marcianos que están en guerra contra nuestro planeta, dice Causo. Por una parte, nuestra ficción científica se va embebiendo en la realidad trágica del subdesarrollo e ilumina la comprensión del lector sobre la coyuntura particular en que vive, lo que nos diferenciaba de la ciencia ficción del Primer Mundo. Pero, al mismo tiempo, el reconocimiento de ello nos hace rechazar conceptos importados, como el darwinismo social. No había ninguna razón para la convivencia entre ese discurso y una coyuntura de neocolonialismo, como se ve en la ciencia ficción brasileña de finales del siglo XIX y comienzos del XX, salvo en el marco de una postura elitista interna del país, analiza el investigador.
ANA PAULA CAMPOSMientras tanto, florecía en EE.UU, en revistas populares las pulp magazines, una ficción científica tecnófila, poco preocupada con el estilo o con la caracterización de personajes, más interesada en atrapar al lector en la acción, en la aventura y en la extravagancia de las ideas, las pulp fictions. Pese a los esfuerzos pulps de Berilo Neves y en particular de Jerônymo Monteiro (considerado el padre de la ciencia ficción brasileña), esa forma popular no prendió en el país. Brasil perdió al no tener acceso a ese material o por no haber creado su versión de una era de revistas populares, en la cual la inventiva estaba presente y el público reaccionaba, creando un fuerte vínculo entre productores y consumidores de ficción científica, recuerda Causo. Al lado de esa golden age anglo-americana, la ficción nacional, también en función de los efectos de la posguerra, comienza a exhibir una desconfianza básica en la ciencia y en la tecnología en manos de los humanos debido al poder de la razón, de cara a los excesos de la emoción. En razón de la aguda división de clases de la sociedad brasileña, con una fuerte concentración del ingresos en manos de la elite, la tecnología es vista como un elemento divisor, y no como un unificador. Para los brasileños, la tecnología es un problema más bien político y económico, no una forma de resolverlo, analiza Mary Ginway. Pese a ello, los años 1960 presencian una explosión del género, merced a los esfuerzos del editor bahiano Gumercindo Rocha Dorea, creador de Edições GRD, quien pasa a bautizar y dar cabida a una nueva generación de escritores, incluidos creadores del mainstream invitados a crear ficción, como Dinah Silveira de Queiroz, Rachel de Queiroz y Fausto Cunha, entre otros.
Y empieza a haber descompases ficcionales entre EE.UU. y Brasil. Si la ficción científica norteamericana se abraza a la tecnología y al cambio, pero teme rebeliones o invasiones de robots y alienígenas, la ficción brasileña tiende a rechazar a la tecnología, pero abraza a los robots y cree que los alienígenas son indiferentes o exóticos, pero poco amenazadores, cuando no portadores de un mensaje de paz para el mundo, afirma Mary. Tampoco las visiones americanas de megalópolis repletas de mecanismos futuristas agradaban a los brasileños.
La sociedad brasileña, por su pasado rural y patriarcal, valora el personalismo en las relaciones: empaliza el contacto humano. Así las cosas, ese rechazo puede leerse como la negación de un nuevo orden basado en la uniformización y en la obediencia ciega a una cultura organizativa, sigue la investigadora. La ciencia ficción nacional comienza a asentar su sabor sobre los arrobamientos del futuro. La tecnología solamente puede ser una solución en esas obras cuando es dominada y humanizada. Los alienígenas, comparados con los extranjeros, son descritos como indiferentes con relación a los seres humanos y sus destinos: toman recursos y abandonan a los humanos a su suerte. La Amazonia, por ejemplo, pasa a ser objeto de esos invasores, que posan allí. En tanto, los robots son vistos con enorme simpatía, quizá en función del pasado esclavista en el que existía una promiscuidad entre siervos y amos. De este modo, los íconos de la ficción se transforman merced a las relaciones sociales brasileñas tradicionales, y sus posibilidades como agentes de cambio social, como posibilidades utópicas, son generalmente negadas. Los autores nacionales se apropian de un género del Primer Mundo que opera con ciencia y tecnología y, al transformar sus paradigmas, lo vuelven antitecnológico y nacional, de acuerdo con la investigadora; un gesto comprensible de resistencia ante el temor a la modernización que amenazaba con destruir a la cultura y las tradiciones humanistas en Brasil, como se verá con el golpe de 1964.
Este período de la dictadura marca el comienzo de la ciencia ficción distópica, es decir, con el uso de elementos familiares para volverlos extraños y para discutir ideas y hacer denuncias. Al usar un mundo futurista imaginario, las distopías se concentran en temas políticos y satirizan tendencias presentes en la sociedad. De allí que las distopías nacionales sean todas representaciones alegóricas de un Brasil bajo un régimen militar, con alusiones a la censura, a la tortura, al control, etc. Las tramas son siempre sobre rebeliones contra una tecnocracia perversa y arbitraria, sostiene Mary. Es un abrasileñamiento de la tendencia a la new age de la ciencia ficción internacional, bajo los auspicios de Ray Bradbury, en la cual la tecnología aparece como villana al robarles a los brasileños su identidad (una cuestión recurrente desde el siglo XIX), en especial cuando quedan en manos un gobierno autoritario. Del lado opuesto se ubica el mito de la identidad, tenido como natural e inmutable, que asume la forma de la naturaleza, de la mujer, de la sexualidad, de la tierra, sostiene Causo. Con el fin de la dictadura, la ciencia ficción regresa a su patrón de formas más sofisticadas como el cyberpunk, la ficción hard y las historias alternativas, muchas escritas por mujeres.
En 1988, Ivan Carlos Regina presenta el manifiesto antropofágico de la ciencia ficción que, al igual que el manifiesto de Oswald de Andrade, plantea una canabalización del género por parte de los escritores brasileños. Debemos deglutir, luego del obispo Sardinha, la pistola de rayos láser, el científico loco, el alienígena buenito, el héroe invencible, el pliegue espacial, la chica de piernas perfectas con cerebro de nuez y el plato volador, que están tan distantes de la realidad brasileña como la más lejana de las estrellas. Al combinar formas altas y bajas de literatura, al unir mito, medios y tecnología moderna, y al abordar cuestiones tales como raza y género sexual, la ficción nacional de la post dictadura deconstruye la noción de Brasil como una nación tropical exótica, llena de gente feliz, y ofrece un mosaico posmoderno de los conflictos brasileños para luchar contra su propia historia y contra la creciente globalización, sostiene Mary. En ese momento surge incluso quien alegue que el género es un terreno fértil para los escritores del mainstream. Los héroes de la prosa de ciencia ficción están cansados. Hace al menos 20 años que su rutina no cambia, dice el escritor Nelson de Oliveira, autor de Os transgressores, en su Invitación al mainstream. Nuestra suerte es que en la literatura brasileña existen otras corrientes además de la principal. La más vigorosa, brutal y vulgar es la ciencia ficción. Es como los bárbaros que tiraron abajo Roma. Los bárbaros son la solución para una civilización decadente. Los temas de la ciencia ficción constituyen la semilla de esos guerreros que, al fecundar la prosa cansada y decadente del mainstream, ayudarán a generar cuentos y novelas más consistentes y menos artificiales.
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