El Grupo Votorantim, el mayor conglomerado industrial brasileño, con una facturación anual de 4 mil millones de dólares, está invirtiendo 300 millones de dólares en negocios de alta tecnología. Hace dos años, el grupo creó un fondo de capital de riesgo, el Votorantim Ventures, por medio del cual ya participa con empresas en las áreas de telecomunicaciones y comercio electrónico, como Optiglobe, .comDominio, Telefutura, Quadrem y Estructura.net. Las atenciones se vuelcan ahora hacia proyectos emergentes en el sector de biotecnología que, en su gran mayoría, están siendo gestados en los laboratorios de las universidades. En los próximos días, el grupo va a divulgar una lista de propuestas -seleccionadas entre 50- en cuyo futuro quiere apostar valores que varían entre 50 mil y 50 millones de dólares.
Se trata, sin lugar a dudas, de una apuesta arriesgada. En Estados Unidos, por ejemplo, las estadísticas señalan que nueve de cada diez empresas emergentes en las que se ha invertido capital de riesgo no justifican la inversión. La identificación y selección de los buenos proyectos, aunque por sí solas no garanticen el éxito de la inversión, constituyen al menos, un paso fundamental. La palabra de orden, por lo tanto, es explorar y sondear cuidadosamente, con criterios, los proyectos desarrollados en la academia para descubrir aquellos que tienen un potencial de mercado.
Para esta tarea, Votorantim contrató a Fernando Reinach. Profesor e investigador del Instituto de Química de la Universidad de São Paulo (USP), Reinach fue asesor de la FAPESP, coordinó los proyectos de secuenciales de genética de las bacterias Xylella fastidiosa y Xanthomonas citri y vivió, él mismo, la experiencia de emprendedor, cuando creó, en el año 2000, con recursos de inversores privados, comDominio, actualmente el tercerdata center del país, después de Diveo y de Optiglobe, y mayor incluso que el de Embratel.
Reinach recorre, desde diciembre, universidades e institutos de investigación para, primero, explicar qué es el capital de riesgo y, después, cazar negocios. “Mi función es la de observar en las universidades, lo cual es una tarea simple para mí, porque hablamos el mismo idioma”, resume. Reinach no tiene dudas de que allí existe un granero de buenas ideas. “Desde hace 25 años, agencias como la FAPESP y el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq) invierten, con éxito, en el desarrollo de la investigación. Pero se puede contar con los dedos de una mano el número de empresas engendradas en las universidades. “Pero, ¿por qué razón los buenos proyectos no se traducen en negocios? Reinach responde: “Es porque falta en Brasil el capital de riesgo”.
Carácter emprendedor
Más allá de los recursos, también le faltan a los investigadores informaciones sobre qué es, efectivamente, esta modalidad de inversión. El capital de riesgo, o el venture capital, es una especie de financiación a largo plazo -sustentado por una participación societaria del inversor-, recuperado después del desarrollo de la empresa por medio de la oferta de acciones en el mercado, o la venta total o parcial del emprendimiento. En Estados Unidos, el mismo opera desde la década del 40. Fue el capital de riesgo el que permitió, por ejemplo, la creación de empresas como Microsoft, Intel y HP, por sólo citar los casos más recientes. “El capital de riesgo opera muy cerca de la universidad. Impulsa la creación de empresas pequeñas, con no más de diez personas, en donde el investigador entra con la idea y el capital de riesgo con el dinero”, explica.
En Brasil, el capital de riesgo es una inversión relativamente reciente. Fueran esos recursos los que impulsaron el desarrollo de empresas de Internet, a partir de 1999. “Cuando la burbuja de Internet explotó, sobraron la idea de la tendencia al emprendimiento y los fondos de capital de riesgo, que, en esta oportunidad, están a la caza de inversiones de largo plazo”, afirma Reinach. Hay fuertes señales de que estos fondos que apostaron en las ‘puntocom’ se vuelcan ahora para apoyar a las empresas emergentes en el sector de biotecnología. Ese cambio de dirección, además, cierra lo que Reinach llama “círculo virtuoso tecnológico”: el gobierno invierte profundamente en la investigación -como en el caso del Proyecto de Innovación Tecnológica en Pequeñas Empresas (PIPE) de la FAPESP, por ejemplo-, que impulsa un invento, y el capital de riesgo financia el establecimiento de una empresa que, de tener éxito, va a pagar los impuestos al gobierno.
Participación en el capital
Es en la condición de fondo de riesgo, que Votorantim Ventures va a inyectar dinero en buenas ideas, por medio de la compra de sociedades. “Podemos participar con un 5% o hasta un 90% del capital de la futura empresa”, adelanta el investigador. Reinach cree que el fondo pueda realizar como promedio unas diez inversiones por año. De acuerdo con Paulo Henrique de Oliveira Santos, chief executive officer (CEO) de Votorantim Ventures, la estrategia es apostar en un mayor número de proyectos menores.
Pero existen algunos supuestos para consumar esa asociación. El primero es que la buena idea esté en correspondencia con un buen mercado. Un sacacorchos electrónico, producido a un costo unitario de 5 mil dólares, puede ser un “superdescubrimiento”, pero, realmente, el tamaño del mercado no justifica ninguna inversión, ejemplifica Reinach. “Contamos con un grupo de analistas que evaluará el proyecto y, conjuntamente con el investigador, elaborará un plan de negociación”, dice. El segundo supuesto implica el llegar a un acuerdo en cuanto al porcentaje de participación del inversionista en la composición de la futura empresa. En este punto, como dice Reinach, las negociaciones son “completamente subjetivas”. Un investigador que supone haber descubierto la solución para el tratamiento de una enfermedad calcula que la empresa, en el futuro, valdrá 150 millones de dólares.
Cree que necesita unos 15 millones de dólares para establecer el negocio y propone la venta de una parte del valor estimado de la futura empresa, en este caso, un 10%, para los socios de riesgo. Los inversionistas, por su parte, contabilizan el riesgo de fracasar, el potencial de mercado y el precio, proyectando un valor inferior para la empresa, lo que amplia la participación en la composición del capital. “Como es éste quien corre el riesgo, espera la remuneración más alta posible”, justifica.
Reinach vivió esa experiencia cuando creó .comDomínio. “Tuvimos la idea de hacer un data center, un servicio que aún no existía en Brasil. Reunimos un equipo competente, reclutado en la universidad, tomé una licencia temporal en la USP, hicimos un plan de negociación y fuimos a Estados Unidos en busca del capital de riesgo para que costease una inversión de 50 millones de dólares”, recuerda. La mayor parte de los recursos surgió del banco estadounidense JP Morgan, desde el inicio el mayor accionista de la empresa. Votorantim Venture también participó del emprendimiento. “Siempre tuvimos menos de la mitad de la participación”, relata. “Si no tuviese éxito, ellos perdían el dinero y nosotros habríamos puesto nuestra carrera en riesgo, inútilmente”. El negocio tuvo éxito y .comDominio es una empresa profesional. “Continuamos siendo accionistas. Somos dueños, pero no somos más empleados.”
La condición de emprendedor no exige que el investigador se aleje de la universidad. “Es interés de la empresa que el vínculo continúe. Estamos estructurando proyectos de forma tal que ellos no necesiten alejarse totalmente”, afirma. Reinach destaca, sin embargo, que todo depende de la estructura y de la legislación de cada Universidad. Él mismo tiene planes para, en el próximo semestre, retomar sus clases en el Instituto de Química. “Yo no quiero dejar la universidad”.
Un mercado con futuro
Las inversiones de capital de riesgo crecen lentamente en el país. En 2000, sumaron 747 millones de dólares y, el año pasado, alrededor de 800 millones de dólares, de acuerdo con los datos divulgados por la Asociación Brasileña de Capital de Riesgo (ABCR) con base a la investigación de la Fundación Getúlio Vargas (FGV), patrocinada por la Financiera de Estudios y Proyectos (Finep). La buena noticia es que, a pesar de la caída en la bolsa electrónica Nasdaq, el volumen de inversiones no cayó, destaca Robert Binder, director ejecutivo de la ABCR. En Estados Unidos, el fin de la burbuja de Internet costó caro: el mercado de inversiones de riesgo, de 100 mil millones de dólares en 2000, cayó a 40 mil millones de dólares en 2001.
De acuerdo con la investigación, hasta el año pasado, los sectores de telecomunicaciones y los nuevos medios de divulgación atrajeron a más de la mitad de los recursos de riesgo. Las start-ups se quedaron con tan solo un 15% de las inversiones, y las empresas maduras, en fase de expansión, con el 78%. Con la excepción de Extracta, de Río de Janeiro, ninguna empresa de biotecnología fue objeto de inversiones de riesgo, dice Binder. “El gran problema es el tiempo que demoran para madurar esas empresas”, observa Binder.Pero este cuadro, según su evaluación, comienza a cambiar. “La actuación del gobierno, por medio del programa Innovar, de la Finep, fue decisiva”.
La privatización de sectores, como el de telecomunicaciones, por ejemplo, ya está generando nuevos negocios. Las inversiones en biotecnología pueden crecer, ya que Brasil, además de la biodiversidad, tiene ventajas competitivas para apostar al desarrollo de este mercado. A propósito, en Estados Unidos, siete empresas de biotecnología ya forman parte del índice Nasdaq 100, que clasifica a las mayores empresas no financieras, según su valor de mercado.
La ABCR tiene 64 asociados entre fondos de inversiones, consultoras, bolsas de valores, empresas e incubadoras. La entidad estima que el potencial de inversiones de capital de riesgo en el país, desde el 2000, sume unos 3.800 millones de dólares.
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