Durante la expansión colonial portuguesa en los siglos XV y XVI, el mascarón de proa fue el cosmógrafo, que se encargaba de trazar las cartas náuticas que guiaron a la escuadra lusitana por mares nunca antes navegados. Durante la ocupación del territorio, el rol destacado le cupo al ingeniero militar que proyectaba las fortificaciones, planificaba ciudades y mapeaba las nuevas fronteras de la metrópoli que, en el caso de Brasil, también garantizaron la posesión de un área más allá de aquélla que se conviniera mediante el Tratado de Tordesillas.
La concepción de esos proyectos –su trazado– constituyó el objetivo de la investigación doctoral realizada por Beatriz Piccolotto Siqueira Bueno, de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) de la Universidad de São Paulo (USP). El estudio demandó una década de investigación en archivos portugueses y brasileños, el análisis pormenorizado de alrededor de mil documentos y una extensa investigación al respecto de la formación de los ingenieros. Los resultados, compilados en el libro Desenho e desígnio: o Brasil dos engenheiros militares (1500-1822) [Dibujo y diseño: el Brasil de los ingenieros militares], editado por Edusp con el apoyo de la FAPESP, constituye un maravilloso retrato del ingenio y el arte portugueses en el proceso de ocupación de la colonia. “Los 247 ingenieros militares que actuaron en el Brasil colonial no se limitaron a la construcción de sistemas de fortificaciones. Eran individuos polivalentes: erigieron iglesias, palacios de gobernadores, Casas de Câmara e Cadeia [edificios donde funcionaban los organismos administrativos municipales y la cárcel], además de proyectar caminos, puentes, muelles, puertos, acueductos, y huertas botánicas”, relata Piccolotto.
Los ingenieros militares estaban capacitados para manipular con gran destreza su herramienta de trabajo. “El manual básico del arquitecto y del ingeniero, desde los tiempos de Vitruvio [arquitecto e ingeniero romano del siglo I a.C.], enseñaba que el dibujo constituía tanto una herramienta eficiente para la demostración de la obra por realizarse, como así también para la visualización previa del conjunto, permitiendo prever y corregir los errores con anticipación”, dice ella. La concepción previa del proyecto también permitía establecer conveniencias, presupuestos y materiales disponibles en el lugar. “Todos los proyectos se realizaban con un doble objetivo: uno para orientar el trabajo de contratistas y oficiales en los obradores y otro para su evaluación a cargo de los consejos de Guerra y Ultramar, creados a partir de la Restauración, en 1640”, aclara. Parte de los documentos destinados a los consejos se preservó en el Archivo Nacional de Torre do Tombo, en el Archivo Histórico de Ultramar y en otras instituciones oficiales. Muchos de ellos integran el registro iconográfico del libro.
Los dibujos eran artefactos pragmáticos, sometidos a la razón del Estado. “Ellos revelan y al mismo tiempo ocultan, según los intereses en juego”, subraya Piccolotto. Ponen de manifiesto, según analiza ella, el rol de “mediador” de las acciones oficiales de la Corona que desempeñaban los ingenieros militares durante el proceso de colonización de Brasil.
La ciencia del dibujo organizó la práctica oficial. A partir de 1573, la Corona comenzó a invertir en la educación de hidalgos y técnicos, preparándolos para dirigir “sus designios de conquista”. Creó, en principio, la Escuela Particular de Caballeros Hidalgos de Paço da Ribeira, restringida a la nobleza. Luego de la Restauración, los ingenieros comenzaron a ser reclutados entre los más talentosos miembros de la Infantería del Ejército portugués, con la misión adicional de reemplazar a los profesionales extranjeros, entonces contratados a precio de oro. “Eran hombres eruditos y destacados, hombres prácticos e ilustrados”, describe Piccolotto. Aritmética, geometría, trigonometría, óptica y astronomía constituían conocimientos indispensables. “La arquitectura militar era una ciencia y los ingenieros militares eran versados en la ciencia y la práctica de su profesión, que servían como brazo derecho de la Corona tanto en tiempos de paz como de guerra”.
Hacia el final del siglo XVII también se fundaron escuelas de arquitectura militar en los principales centros urbanos brasileños –Río de Janeiro, Salvador, Recife y Belém–, que acabaron por convertirse en uno de los principales vectores de la difusión de la cultura arquitectónica y urbanística erudita del Brasil Colonial, incluso antes de la creación de la Escuela Real de Ciencias, Artes y Oficios (1816) o de la Academia Real de Bellas Artes (1826). Las clases eran impartidas por el ingeniero principal del reino o por el ingeniero director de una provincia, con la ayuda de un profesor asistente, para un número nunca mayor que 12 jóvenes de la estructura del Ejército, con especial talento para la profesión.
La autorización para la construcción de una obra pública estaba sometida a un extenso ritual. El gobernador militar de la provincia o el capitán general de las capitanías de Brasil convocaba a ingenieros para elaborar el proyecto y el presupuesto que eran remitidos al rey por intermedio del Consejo de Guerra y Ultramar, que solicitaba el dictamen del ingeniero principal del reino. Una vez aprobado el proyecto, el gobernador convocaba a los ingenieros y al veedor general –representante de la Hacienda Real– para arreglar con los contratistas y maestros de obras y para analizar de la capacidad de los garantes designados por los contratistas.
A pesar de los trámites del proceso de aprobación de una obra pública, el número de ingenieros disponibles era inferior a la demanda, sobre todo, porque ante la ausencia de arquitectos, ellos tenían a su cargo también las tareas civiles, tales como las de construir puentes, caminos, iglesias, etc. “Además, eran autores de proyectos en buena parte de las nuevas villas y ciudades fundadas oficialmente por la Corona, fundamentalmente a mediados del siglo XVIII y en zonas de frontera, siendo también encargados de cartografiar el territorio. No quedan dudas de que tales profesionales fueron la verdadera mano derecha del rey en los territorios de ultramar”, comenta Piccolotto.
Mapear el territorio, enfatiza, implicaba conocer, dominar, conquistar y controlar, dentro de los límites estipulados por la Línea de Tordesillas. “Los resultados favorables para los portugueses no fueron fruto de la divina providencia, sino de la previsión de la Corona, que, desde 1792, se valió de los datos necesarios para establecer una estrategia de negociación con Castilla, en busca de legitimar el territorio invadido más allá de la frontera convenida en Tordesillas. Los portugueses tomaron la delantera y planificaron mentalmente y materialmente el territorio, cuya posesión querían oficializar”.
Descifrando dibujos, acuarelas y maquetas, el libro Desenho e desígnio alumbra un flanco hasta entonces oculto de la relación entre la Corona portuguesa y la colonia brasileña. “El libro revela la forma en que los grandes trazados estratégicos de la política colonial portuguesa se definían para Brasil y se aplicaban mediante el uso de recursos técnicos, tales como la cartografía, los planos generales de urbanización, proyectos urbanísticos y de fortificaciones”, dice Nestor Goulart Reis Filho, de la FAU, y supervisor de la tesis doctoral de Piccolotto. “Políticas con semejantes objetivos no hubieran podido aplicarse sin la presencia de los ingenieros militares portugueses y de los oficiales europeos al servicio de Portugal”, sostiene Reis Filho.
Él mismo refuta, desde 1964, cuando aprobó su libre docencia, la tesis del “desorden” portugués en la planificación de las ciudades. “Las normas disciplinarias para la construcción y ampliación de ciudades y aldeas comenzaron a aplicarse desde el siglo XVI. Salvador se fundó en 1549, mediante un trazado con alguna regularidad geométrica. Paraíba, la actual João Pessoa, fue fundada en 1580, con un trazado regular. São Luís do Maranhão (1615), Taubaté (1645) e Itu (1657) también reflejaban las normas de ese tipo”, dice. “Gracias al trabajo de los ingenieros militares, en la segunda mitad del siglo XVIII ya se registraba un esfuerzo por imponer normas urbanísticas en un gran número de poblados de Brasil, incluso en lo referente a las fachadas de las edificaciones”.
El “desorden” en la ocupación del territorio sería el reflejo de otra idea: la de la anarquía en el proceso de colonización, realizado por individuos degradados. En el Imperio Portugués –“el más antiguo de la Edad Moderna, y el primero bien organizado según sus criterios organizativos y administrativos”, resalta Rafael Moreira, de la Universidad de Coimbra, y principal referencia en la investigación de la autora en Portugal– la circulación no era libre. “Imperaba la más estricta vigilancia y un control rígido de los individuos y los bienes”, afirma él en su texto de presentación del libro. Los extranjeros, por ejemplo, debían aportuguesarse antes de aventurarse en el Nuevo Mundo. “Aportuguesarse, implicaba sencillamente jurar obediencia al rey de Portugal, hablar portugués, ser católico, observar las costumbres básicas portuguesas y, preferentemente, integrarse mejor con la sociedad casándose con una portuguesa y formando parte de alguna institución de beneficencia social, tal como la Santa Casa da Misericordia o una hermandad religiosa”.
En Oriente, en las islas Atlánticas, en la costa africana o en Brasil, se esperaba de ellos un comportamiento digno de su juramento. Esa cohesión, según afirma el investigador portugués, estaba garantizada por una institución con mala fama, el Santo Oficio de la Inquisición. “Lejos de ser un organismo de tortura como se piensa o el célebre y macabro instrumento de persecución de judíos, herejes y degenerados, la Inquisición era, en principio, un complejo mecanismo que velaba por un comportamiento correcto, la homogeneidad en las costumbres y la uniformidad ideológica de la población: para la unidad del pueblo, en definitiva”, escribió Moreira en el capítulo de apertura del libro.
El resultado de esa “oleada antilusitana”, según analiza Moreira, compromete también la investigación de la historia del arte en el Brasil colonial. Él lamenta que los estudiosos brasileños prefieran, generalmente, escudriñar los orígenes del arte brasileño en Italia, por ejemplo, rechazando la influencia lusa. “Pienso que se trata de un evidente problema de prejuicio. Portugal es, actualmente, un pequeño país sumido en una profunda crisis –¡cuando en el siglo XVI dominaba el mundo!– entre vecinos mucho más ricos y poderosos, pero que ni siquiera existían como Estados. Queda claro que satisface mucho más el propio ego buscar nuestras raíces en éstos que en aquéllos, incluso incurriendo en un total anacronismo. Pero ésta es una característica típica del Nuevo Mundo (observo la misma actitud en EE.UU.): una completa ausencia del sentido de la historia”. La autora, opina Moreira, habría sido lo suficientemente perspicaz como para “evitar la moda antilusitana e italocéntrica”.
En opinión de Iris Kantor, del Departamento de Historia de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (FFLCH-USP), el libro constituye una sistematización “ejemplar” del conocimiento que se encontraba disperso en archivos nacionales y extranjeros, en los libros raros y en las monografías defendidas durante las últimas tres décadas, tanto en Brasil como en Portugal, subraya. Desenho e desígnio trancribe casi toda la legislación sobre el profesionalismo de los ingenieros militares portugueses, documenta la composición de las bibliotecas militares y enumera minuciosamente la producción de manuales de arquitectura militar, la mayor parte de ellos aún inéditos y a la espera de nuevos investigadores. “Con agudeza, Piccolotto justiprecia el peso de los modelos teóricos inspirados en los regímenes estéticos europeos: llamando la atención, no obstante, sobre los procesos de transmisión de los saberes aprendidos a partir de la experiencia directa vivida en el terreno”, dice Kantor. “De su estudio se desprenden las transformaciones y adaptaciones del paisaje urbanístico portugués para el universo americano: los paralelismos, las homologías y las hibridaciones que emergieron de los retos de ocupar, apropiar y defender un territorio con vastísimas dimensiones”, concluye.
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