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José Sebastião Witter

José Sebastião Witter: Una vida en las clases

Profesor emérito de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (USP), José Sebastião Witter, de 73 años, dice que se considera más un profesor de historia que un historiador. Siempre fui un buen profesor, no tengo falsa modestia. Aprendí a enseñar dando clases en los cursos primario y secundario, complementa. Su trayectoria, de profesor primario en un colegio público de la ciudad de Mogí de las Cruces, aún conocido como el cinturón verde de São Paulo, el titular del Departamento de historia de la USP, trajo a la memoria un sistema de enseñanza que se perdió en el tempo. Witter se graduó en historia, su vocación desde joven. Se formó con la ayuda de una prerrogativa instituida en los años 1940. Ella permitía a los profesores primarios aprobados en la prueba de acceso a la Universidad de São Paulo (USP) el abandono de sus funciones, para que pudiesen hacer el curso superior en el área escogida. Para mantenerse comisionados, tales profesores deberían obtener promedios elevados en sus notas escolares. Entre su graduación como profesor primario y su contratación en el Departamento de historia, convidado para ser asistente del catedrático Sérgio Buarque de Holanda, Witter enseñó  siempre en escuelas públicas, desde su ingreso en el magisterio primario en 1954 hasta el 1968, cuando vino para la USP.

Casi siempre bajo la orientación de Sérgio Buarque, investigó sobre la emigración alemana, sobre la fundación del primer partido republicano y sobre archivos históricos. En los años 1970 introdujo un asunto que era mal visto por la universidad: el fútbol, su pasión desde la infancia. Como profesor del Departamento de historia, impartió el primer curso de historia del fútbol en la USP. Más tarde, organizaría obras como Fútbol y cultura, en colaboración con José Carlos Sebe Bom Meihy, y escribiría ¿Que es el fútbol? y Breve historia del fútbol brasileño. Junto a ese curso, que le dio cierta notoriedad y fue explotado por la prensa por lo inusitado, trabajó siempre como profesor en el área de historia del Brasil colonial, imperial y republicano en los cursos de graduación. En la post-graduación tuvo participación activa como profesor y orientador.

Paralelamente, tuvo una exitosa carrera de administrador. Por 11 años, dirigió el Archivo Público del Estado de São Paulo, vinculado a la Secretaría de Cultura. Fue también director del Instituto de Estudios Brasileños (IEB), de la USP, que fue fundado por el maestro Sérgio Buarque de Holanda, en el período de 1990 a 1994. A continuación pasó a dirigir el Museo Paulista de la USP, más conocido como Museo del Ipiranga, entre 1994 y 1999, cuando coordinó una gran reforma de sus instalaciones físicas y produjo transformaciones en las áreas académica y administrativa. Jubilado después de una larga carrera en la USP y de regreso  a Mogí de las Cruces, Witter analiza con alguna nostalgia los rumbos que la universidad tomó, como se puede ver en la entrevista que sigue.

Antes de hacer carrera como historiador y profesor de la USP, el señor trabajó durante años como profesor de escuelas primaria y secundaria. Hoy esa trayectoria casi no existe. ¿Qué cambió?
Mucha cosa cambió. Desde el salario hasta el respeto con el profesional. Actualmente el profesor en general y e profesor primario, principalmente, son muy mal remunerados. Cuando éramos jóvenes y profesores de la escuela primaria, teníamos un salario digno y, si éramos cuidadosos, era posible hacer ahorros razonables. Hoy no. Pero sobre todo, el profesor gozaba de prestigio en cualquier comunidad. Podría trabajar en una metrópoli o en una pequeñísima ciudad: él era el profesor. Vivimos eso en todos los lugares en donde enseñamos. Además de todo, los concursos públicos, siempre rigurosos, eran los orientadores de la carrera de cada doctor. Las reglas eran bien definidas y difícilmente alguien era favorecido. ¿Quienes eran las personas de relevancia  en cualquier ciudad? El alcalde, los Concejales, el juez de derecho, el delegado de la policía, los fiscales… y los profesores. ¿Hoy quién sabe quién es o no profesor en ciudades como São Paulo, Mogi de las Cruces, Suzano o Poá? Cuando hice mi carrera, bastaba ser profesor para ser diferente… Desde los años 1970 hasta hoy, la vida en el magisterio fue siendo afectada por reformas amplias o por leyes específicas, alterando el desarrollo de la carrera profesional. Es difícil afirmar lo que cambió básicamente. Todo, prácticamente, yo diría.

¿Qué estuvo erróneo?
A mi no me gusta mucho decir que toda la culpa le cabe a los gobiernos militares. Pero, coincidencia o no, la escuela normal, que formaba a los profesores, decayó en el período militar. Comenzó a acabar allá por el 1965, 1968. La responsabilidad de formar al profesor de las primeras letras pasó a ser de la universidad. Si es mejor o peor, no lo se… esa es una discusión en la que no quiero entrar. Pero el hecho es el siguiente: usted tenía una escuela normal, que enseñaba al profesor de las primeras letras a enseñar a leer, a escribir y a contar. Esa era la función del profesor primario. En cuatro años, usted alfabetizaba, después acompañaba a los grupos. Y usted sabía enseñar porque había tenido, en la escuela normal, a grandes profesores, a gente que realmente sabía enseñar aquello que Brasil todavía necesita: lo más simple de todo que es leer, y bien. ¿Será que las escuelas públicas hacen eso hoy? Toda tecnología es bienvenida, pero ¿cómo llevarla a todos los rincones de nuestro territorio? un profesor bien capacitado es competente para enseñar en cualquier punto, sin cualquier recurso, sea él de vídeo, de audio o el apoyo de la última novedad para prender al oyente. Conozco casos de profesores que cancelaron la clase del día por falta de recursos audiovisuales. Antes cada profesor usaba su creatividad, teniendo a sus espaldas solamente la pizarra y la tiza, pero enfrente tenía mentes realmente ansiosas por el saber y vidas para transformar. Era un tiempo en que la profesora era profesora, y no tía. Es un tema para  pensarse… no cabe en esta entrevista…

El magisterio fue la carrera escogida por el señor y su esposa, la profesora Geraldina Porto Witter. ¿En algún momento la trayectoria de ustedes se cruzó o llegaron a disputar el mismo espacio profesional?
Sí. Conocí a mi mujer en la enseñanza secundaria. Había un premio, en Mogi de las Cruces, conocido como Premio Adrão Bernardes. Era concedido a quien obtenía las mejores notas en la asignatura de historia durante los cuatro años de secundaria. Disputamos el premio, pero fue ella quien ganó. Era muy estudiosa. Nosotros dos entramos en la escuela normal. Las reglas del juego eran bien definidas ?es por eso que la escuela era buena. Quien acababa la escuela normal en primer lugar, sumando las notas de los tres años, ganaba la llamada silla-premio, que era un empleo garantizado de profesor en una escuela próxima al lugar en que usted vivía. Ambos conseguimos ese premio: ella en un año y yo en el siguiente. Cuando nos casamos, decidimos estudiar en la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de la USP. Íbamos y regresábamos  para Mogi todos los días, durante cuatro años. Era un trayecto opuesto al de los alumnos actuales. Nosotros salíamos de Mogi en dirección a São Paulo y regresábamos al final de la tarde o a la noche.

¿Cómo el señor se convirtió profesor universitario?
En aquél tiempo habían los Institutos Aislados de Enseñanza Superior, que hoy componen la Unesp y surgió una plaza en la ciudad de Río Claro. Había un profesor en la Facultad de Filosofía que yo le caía muy bien, el profesor Eurípedes Simões de Paula, director del Departamento de historia. Hoy casi nadie se recuerda de él. Para algunos, es solamente el nombre del actual edificio de Historia y Geografía en la ciudad Universitaria de la USP. Pero él fue una figura importantísima. Además de profesor de historia antigua, director consejero del Rectorado, hacía prácticamente solito la Revista de historia, que llevó hasta la edición del número 112. Hacía de todo personalmente y con aquella dedicación típica de los hombres de visión. Llegaba a empaquetar los volúmenes de la revista y él mismo los encaminaba para los Correos. Él me decía: No deje de pasar por mi sala toda las semanas. El que no es visto es olvidado. Yo daba clases en la época, en la ciudad de Patrocinio Paulista. Venía de Franca en ómnibus el jueves por la tarde y, por la noche, iba al Departamento de historia en la calle Maria Antônia a conversar con el profesor Eurípedes. Un día él me avisó: Mañana usted va a buscar una profesora. Ella vive en el largo del Arouche y está necesitando un profesor para Río Claro. Acabó resultando todo bien. Me quedé tres años en Río Claro, hasta el 1964. Mi mujer fue conjuntamente, convidada para ser asistente de Carolina Bori. Era una profesora excepcional que hizo una revolución en la enseñanza de la psicología y en los años 1990 fue presidenta de la SBPC [Sociedad Brasileña para el Progreso de la Ciencia]. Ella había creado un grupo de estudios y convidó a mi mujer para formar parte de él.

¿Por que salió de Río Claro?
En 1964 mi contrato acabó. Pero, en verdad, yo salí por razones políticas. No tuve el contrato renovado porque era visto como uno de los comunistas de la universidad. Era un buen profesor, siempre lo fui, no tengo falsa modestia. Sabía enseñar. Había aprendido dando clases en la primaria y en la secundaria. Pero había tenido lugar el golpe de 1964. El delegado de la ciudad prendió a un colega nuestro, al profesor Warwick Kerr. Él sabia que seria preso, pues el propio delegado había dicho a los frecuentadores de un bar que iría a prenderlo a la mañana del día siguiente. Pero él no quiso huir. Yo y todos los otros profesores, de izquierda y de derecha, fuimos para la comisaría e hicimos un cordón para impedir que él fuera llevado para São Paulo. Acabó libertado cuando trajimos a un profesor de estadísticas que también tenía un cargo en la policía y fue a la comisaría para determinar que lo soltaran. Pero nuestras casas comenzaron a ser vigiladas, tuve un libro aprehendido en mi biblioteca sólo porque tenía la portada roja. Ahí sucedió algo extraordinario: fui convidado a trabajar en la USP, como asistente del doctor Sérgio Buarque de Holanda.  También regresé para Mogi de las Cruces, para reasumir mis funciones de profesor de secundaria del Estado, en el Instituto de Educación Dr. Washington Luís.

¿Cómo fue el cambio?
Yo ya sabía que no tendría mi contrato renovado cuando el profesor Sérgio Buarque fue a hacer una conferencia allá en Río Claro. Inmediatamente a la  llegada, en frente de todo mundo, él me vio y dijo en voz alta: Witter, ¿quiere decir que usted va conmigo para São Paulo?. Yo respondí: ¿Cómo es eso? ¿El señor me está invitando para que sea su asistente?. Él complementó: ¡Está claro! y creo que le gustará trabajar en la plaza de historia del Brasil?. Al mismo tiempo que acepté la inesperada invitación para dar clases en la USP, retomé mi cargo de profesor de secundaria en Mogi de las Cruces, en el Instituto de Educación Dr. Washington Luís, que hasta hoy existe como escuela de primero y segundo grados. Era para mí una gran honra, pues ya había concluido mis estudios. La escuela pasaba por una crisis. Fui, entonces, convidado por el secretario de Educación para asumir la dirección de la escuela. Yo tenía 32 años. Lo curioso es que, en 1964, yo salí de Río Claro como comunista y entré en el Instituto de Educación como una especie de interventor.

El señor se convirtió en un crítico de la extinción de las cátedras. ¿Por qué?
En la década de 1960 hacíamos una crítica muy feroz a las cátedras. Y de hecho, tenían catedráticos que trataban al asistente como a un mensajero, lo mandaban hasta a comprar cigarros. Eran, es claro, las excepciones, pero sirvieron como la causa mayor de la lucha. Hoy creo que los grandes catedráticos están haciendo falta. Fue favorecido por la suerte. Mi catedrático era el profesor Sérgio Buarque de Holanda, un hombre excepcional. Él se reunía con todos los asistentes y todas las semanas discutíamos el curso, como es que todo en el departamento se desarrolla, y, al final del año, recibíamos la tarea de casa para hacer. Él sugería: Usted va a dar clases de Geografía en este año, Usted va a dar el primer año de historia Colonial II?, Usted dará la República. Hacía eso en el mes de noviembre, diciembre y, en esa ocasión, recibíamos las bibliografías para los estudios y preparación de los cursos por él indicados. En febrero nos reuníamos para ver cuales eran las dudas y por donde caminar. Usted me puede decir: Ah, usted es de la vieja guardia, le gusta tener jefe, de ser mandado, no tiene coraje de hacer las cosas. Pero el profesor Sérgio sabia abrir los espacios. Usted no estaba totalmente suelto, pero tenía libertad para dar los cursos. Cada cual con su estilo. Después que se jubiló, más de una vez, en entrevistas, él decía: Tengo orgullo de haber orientado a las personas que orienté hasta el fin y tengo también orgullo de decir que cada uno siguió su carrera a su forma, pero todos ocupan un lugar relevante. Sérgio Buarque era un verdadero profesor y un catedrático ejemplar. Cuando digo que los buenos catedráticos hacen falta, pienso en aquellos que hicieron de la cátedra un instrumento de formación de una verdadera escuela. Hoy las carreras son más independientes y casi siempre muy rápidas, muy diferente de aquella época.

En una entrevista, el señor hizo críticas al vaciado del ritual de la defensa de tesis. ¿Por qué?
En mi tiempo, usted estaba allí, sudando delante del tribunal, y sus amigos llenaban el anfiteatro para apoyar. La defensa de la tesis era un acontecimiento en la universidad. Hoy, a veces, usted hace la defensa con el tribunal y sólo el candidato. Otras circunstancias también cambiaron. Antiguamente la tesis de doctorado sólo iba para la defensa cuando el orientador y el candidato realmente se satisfacían con aquello que habían investigado y escrito. Ahora no, el master  acaba religiosamente en dos años, el doctorado en cuatro. Yo me recuerdo de una joven que pidió una prorrogación de dos meses para entregar su tesis. No se lo dieron. Ella hizo lo que pudo y entregó la tesis un día 31 de diciembre. Pero  un miembro del tribunal se enfermó, otro viajó, y la defensa sólo tuvo lugar en mayo. El tribunal criticó de forma muy pesada los dos últimos capítulos de la tesis, que consideró mal escritos, y la joven se defendió como pudo. No tuvo una nota alta, por causa del final sufrible. A la hora de despedirse, ella entregó al tribunal los dos capítulos rehechos en enero y febrero. Estaban impecables.

¿Pero esas cosas no cambiaron irreflexivamente, no es profesor?
Claro que no. Muchas personas pasaban años haciendo una tesis. Pero estoy en contra del rigor excesivo, ese triunfo de la burocracia. Uno de los mejores libros de Fernand Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en el tiempo de Felipe II, llevó 20 años de investigación y publicación. ¿Usted cree que el profesor Sérgio Buarque de Holanda podría escribir Visión del Paraíso en dos años?

Pero la producción académica hoy es mucho mayor de lo que en aquella época…
Es verdad, pero eso no quiere decir que sea mejor. No me gusta hacer comparaciones, porque los tiempos son completamente diferentes. ¿Pero alguien consigue seguir todo lo que es publicado? ¿Quién es quién garantiza que las referencias bibliográficas de hecho fueron leídas por las quien escribió. Siempre hay excepciones, claro. Hay gente seria en todo lugar. No somos eruditos pero, a erudición se fue acabando. Resta un otro erudito. ¿Cómo es que usted detecta un fraude en un artículo que está bien escrito, dentro de los patrones? Viví esa experiencia con un amigo mío. Cierta vez él me dijo que había publicado el mismo artículo en ocho revistas diferentes, cambiando  apenas el título, el primer párrafo y el último. Nadie percibió que era el mismo artículo.

Su tesis de doctorado fue sobre el Partido Republicano Federal, un intento fracasado de crear un partido nacional inmediatamente después de la proclamación de la República. ¿Por qué se interesó por ese tema?
Yo siempre tuve una preocupación con la falta de partidos en Brasil. Desde cuando era niño, nunca conseguía comprender como la UDN y el PSD, que eran antagónicos en el plano nacional, podían estar unidos en Mogi de las Cruces, por ejemplo. El Partido Republicano Federal fue escogido en una conversación mía con el profesor Sérgio Buarque de Holanda. Él me dijo: Mira, es un partido que necesita ser recuperado. En el fondo es el primer partido republicano después de la creación de la República. Él sugirió que parte del núcleo documental de ese partido estaba en las manos de él. Tomé las actas que él me dio, nos sentamos después unas dos veces en la casa de la calle Buri, en donde vivía. Nos quedamos conversando mucho y fui detrás de la documentación existente en el Archivo Público del Estado. Doña Maria Amélia, la mujer del profesor, tenía parientes que estuvieron vinculados al partido, entonces se quedó con cartas y documentos. No fue una tesis prolija. Fue una tesis corta, hecha para hacer lo recado que la documentación permitía. Pero fue un partido importante. Duró poco. Se mantuvo por un único gobierno y no llegó a ser de la situación o de la oposición en la escuela del presidente Campos Salles, lo que tiene mucho que ver con nuestra práctica política hasta hoy. Yo iba decir que la única diferencia es el PT. A pesar de todo aún lo es.

Su disertación de master se llamaba un establecimiento agrícola en la provincia de São Paulo a mediados del siglo 19…
Ese es el nombre que salió en la Revista de historia. Después fue publicada como Ibicaba, una experiencia pionera. La hacienda Ibicaba es una primera experiencia con brazo libre en la mano de obra brasileña, una hacienda de café en el oeste paulista. Hasta 1840, época en que el senador Vergueiro compra la hacienda y comienza a organizarla, tenía sólo esclavos. En el 1850, con la prohibición de la entrada de mano de obra esclava, comienza la experiencia con los primeros grupos de emigrantes alemanes y también de portugueses, que en la época ni eran considerados emigrantes. Es muy bonito ver esa experiencia, ver como los administradores lo confundían todo, tratando a los emigrantes como si fuesen esclavos. Ahí vino Thomas Davatz, que es un profesor alemán, e hizo un informe muy serio sobre la emigración alemana en Ibicaba, que después resultó el libro Memorias de un colono en Brasil, publicado en Europa en el siglo 19 y sólo traducido en 1954. Fue el profesor Sérgio Buarque quien lo tradujo.

¿y en cuanto al fútbol? ¿Por que el señor decidió estudiar el asunto?
Hoy mucha gente en la academia estudia el fútbol. Pienso que fue el primero en hacerlo. El profesor Sérgio Buarque me alertó: Usted va a ser considerado un profesor de segundo time por eso. Y yo respondía: Pero el señor no dijo que estudiar al pueblo es lo que le está faltando a Brasil?. Durante mucho tiempo fue visto como alguien que estudiaba boberías. Nadie más dio un curso de historia del fútbol en la USP como yo hice, a mediados de los años 1970. En la época, me convertí en una figura medio folclórica. Aparecí en reportajes haciendo malabarismo con la pelota. Escribí el libro Que es fútbol, para la colección Primeros Pasos, de la Editora Brasiliense, pero él nunca más fue reeditado. Caio Graco Prado me explicó: Yo pensé que se vendería como agua, pero el pueblo no lee sobre fútbol, al no ser los titulares de los periódicos. Eso hoy pode haber cambiado. Cuando dirigía el Archivo Público del Estado, batallé mucho por un proyecto sobre el fútbol brasileño en asociación con e director del Museo de la Imagen y del Sonido (MIS), que era el profesor Bóris Kossoy. Están allá 64 entrevistas. Entrevisté a Rivelino, y a Gilberto Tim, entre otros. Yo siempre pensé que lo que se escribe sobre el fútbol en Brasil continúa siendo una historia de lo que sucedió en São Paulo y Río, con un poco de Minas, del Paraná y del Río Grande del Sur. Queríamos hacer un libro sobre la historia del fútbol brasileño que hablase de todos los estados, pensamos en dividir en 21 capítulos, que era el número de estados de la época, cada uno, escrito por una persona. No fue adelante porque nadie lo quiso financiar. En la época era un tabú. Hoy pienso que resultaría.

¿Y hoy? ¿La bibliografía sobre fútbol es insuficiente?
Hay mucha cosa escrita. Sólo yo tengo unos 400 libros y no compré los últimos que salieron. Uno de los que mejor tradujo esta pasión brasileña por el fútbol tal vez haya sido Ruy Castro, con el libro sobre Garrincha. Pero actualmente hay muchos libros bien hechos sobre el asunto. Pero escribir sobre un tema fascinante como este es siempre insuficiente.

¿El señor es são-paulino, no es?
Continúo. Soy são-paulino desde los 9 años de edad, cuando fui testigo de la primera aparición de Leônidas de la Silva en el Pacaembú. Cuando fue contratado por el São Paulo, Leônidas hizo el viaje en tren de Río para São Paulo y paró en todas las estaciones del camino. Yo fui a la estación de Guararema para verlo. Me recuerdo de él como un gigante, pero en verdad no era un hombre alto. Después fui a pedir para mi padre: Mira, Leônidas va a estrenar un día de estos. Me lleva allá. Él dijo: No prometo nada porque usted  sabe que no me gusta el fútbol. Él se resistió, pero al final dijo: Yo te voy a  llevar, usted es un buen alumno. ¿Pero cómo es que hacemos? A mi no me gusta ir a los juegos. Nos pusimos de acuerdo en que él me dejaría en una calle próxima al estadio, iría para el cine y después nos encontraríamos allí. Me dejó a las 11h30, con dos emparedados y una botella de guaraná. Era la primera vez que yo iba a São Paulo y aquel juego tuvo un record de público, más de 67 mil personas. Me quedé con miedo de subir para buscar un lugar en las graderías yo era muy pequeñito soy hasta hoy, pero en aquel tiempo era delgaducho. Me quedé recostado en la alambrada. Después de algún tiempo, sentí un toque. Nunca me olvido de la mano bondadosa en el mi hombro y de la frase: Quédate tranquilo, niño, que usted está protegido. Aproveche el juego. Eran cuatro aficionados detrás de mí. Me preguntaron cuál era mi team. Yo respondí: São Paulo. Eran cuatro corintianos. Ahí uno de ellos me dijo: Entonces vamos a matarte. Era pura broma estampada en el sonriso de todos. Ellos me protegieron de verdad. Al final me dijeron: Gastaste el dinero por gusto.  Leônidas no jugó nada.

El señor dirigió el Archivo Público del Estado durante 11 años, entre las décadas de 1970 y 1980. ¿Cómo fue trabajar para gobiernos tan diferentes como los de Paulo Egydio Martins, Paulo Maluf y de Franco Montoro?
Fui trabajar allá a los 42 años. Era la primera vez que yo atravesaba los muros de la universidad para actuar en un mundo totalmente nuevo, que es el mundo político. Tres personas son responsables por esta experiencia en mi vida: nuevamente el profesor Eurípedes Simões de Paula, el profesor Sérgio Buarque de Holanda y, principalmente, la profesora Anita Novinsky. El secretario de la Cultura del gobierno Paulo Egydio era el Dr. José Mindlin. Él estaba en la búsqueda de un substituto para el profesor Francisco de Assis Barbosa, que estaba partiendo para Río de Janeiro. Ahí, cuando ocurrió el asesinato del periodista Vladimir Herzog, el Dr. Mindlin salió de la Secretaria de la Cultura y asumió en su lugar el Dr. Max Pfeffer. La profesora Anita volvió a la carga y ahí Pfeffer me convidó para ser el director del Archivo. Estuve 11 años, durante cuatro gobiernos y siete secretarios. Mi mayor medalla en la vida yo la obtuve cuando salió el gobernador Paulo Maluf y entró el profesor Franco Montoro. Montoro recibió un manifiesto, encabezado por Don Paulo Evaristo Arns, diciendo que yo no debía ser substituido, que yo era un hombre de la USP y estaba haciendo un buen trabajo. El nuevo secretario, el ex-diputado Pacheco Chaves, me llamó para conversar. Después reunió a los asesores y dijo Este es el profesor Witter. Es el único que se queda. Tengo la seguridad de que salgo antes que él.

¿Fue lo que sucedió?
Sí. Yo sólo salí en el gobierno Quércia. La nueva sede del Archivo, cerca de la Terminal de Ómnibus de Tieté, fue idealizada en mi mandato. El proyecto fue adelante en el gobierno Covas. Siempre critiqué mucho al gobernador Mario Covas, pues su obstinación era conocida en todas las esferas del poder. Pero él dio el mayor ejemplo de ética que ya vi. Sacó el proyecto del nuevo edificio del papel, pero quería hacer algunos cambios. Fui llamado por el entonces secretario, el diputado Marcos Mendonça y por Zélio Alves Pinto, director del Departamento de Museos y Archivos, para ver si yo concordaba con los cambios que iban a ser hechos, porque no había dinero para hacer todo. Nunca vi suceder eso. Estuve de acuerdo, pero sugerí que ellos dejasen las bases para permitir que el archivo creciese. Hasta ahora estoy feliz de saber que existieron y existen personas con ética. Actualmente muy pocas, es verdad…

El señor también pasó por la dirección del Instituto de Estudios Brasileños (IEB) de la USP y por el Museo Paulista, más conocido como Museo de Ipiranga…
El IEB también tiene mi marca. Fue en mi mandato, entre 1990  y 1994, que el instituto consiguió su nueva sede. Funcionaba en dos pisos de un edificio. Y yo conquisté unas seis o siete colmenas al lado del Crusp, donde está la dirección, la biblioteca y los espacios de exposición. Allá en el IEB hay un gran panel que Tomie Ohtake me dio. Tengo el mayor orgullo de que Tomie me reconozca en cualquier lugar, ella tiene 90 y tantos años. Ella siempre me dice: Profesor Witter, jamás olvidaré que el señor me abrió las puertas de la USP. En el Museo Paulista, tuve el privilegio de coordinar una gran reforma. La FAPESP y la iniciativa privada, con el apoyo de la Fiesp, bajo el comando de Carlos Eduardo Moreira Ferreira, permitieron que casi todos los proyectos fuesen realizados. También fue posible llevar para el museo la colección de O Estado de S. Paulo, un regalo de la familia Mesquita. El periódico Jornal de la Tarde también. Hay otra realización sobresaliente en mi mandato. Hablo de la iluminación de la fachada del edificio. Eso sólo fue posible por la actuación de Herman Wever, entonces en la Siemens. Cuando la iluminación fue inaugurada, en un día bonito y memorable, yo dejé el museo y la USP. Era mi jubilación que comenzaba, el 9 de noviembre del 1999. El saludo de la despedida fue hecho por el rector, en la época el profesor Jacques Marcovitch.

¿Cómo fue retornar para la ciudad de Mogi de las Cruces?
Me gustó mucho regresar para Mogi. Pude reencontrar muchos amigos. Fue casi un revivir la infancia y la juventud. Lo mejor de todo fue dar continuidad a  mis actividades como profesor y académico. Además de ellas, pude retomar también mi lado periodístico como escritor de crónicas en el periódico O Diario de Mogi. Tengo, en el mismo periódico, una página dedicada a comentarios de libros. Ahora yo encuentro gente en la calle que nunca me vio, gente simple, que viene a hablar conmigo sobre mi columna.

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