En el mundo encantado de los clichés, si hoy en día hay controversias sobre el hecho de que Dios es brasileño, nadie osa poner en duda el mayor entre ellos: Brasil es el país del fútbol. Sin embargo, siendo blanco del interés y preocupación de millones, en esta tierra el fútbol es cosa de hombre. Eso no se discute. Cuando la mujer sabe lo que es la ley del off side, aplausos para ella, afirma Jorge Dorfman Knijnik, profesor de la Escuela de Educación Física y Deportes de la Universidad de São Paulo y autor de la tesis doctoral Femeninos y masculinos en el fútbol brasileño, presentada al Instituto de Psicología de la USP y dirigida por Esdras Vasconcellos. El investigador entrevistó a 33 atletas que disputaron el campeonato paulista femenino de fútbol de 2004 y trazó un perfil de sus alegrías y angustias. Que, además, no son pocas: 57,4% de las jugadoras, entre 16 y 21 años, señaló el prejuicio como causa de estrés en el fútbol; en aquéllas entre 22 y 27 años el valor trepa al 50%. A pesar de eso, 61% de las muchachas fueron enfáticas al afirmar que las ganas de jugar y el amor al deporte son más fuertes que cualquier presión o discriminación.
La propia legislación deportiva no las ayudó: solamente en 1979 fue revocada una ley del antiguo Consejo Nacional de Deportes, datada del Estado Nuevo, que prohibía a las mujeres jugar fútbol en el país. Por la importancia es magnitud que posee el fútbol en Brasil, que va mucho más allá de los estadios y campos, alcanzando hasta a nuestra comunicación cotidiana, este debería ser un fenómeno en que todos, sin distinciones, pudiesen formar parte, lo que no sucede, cuando las muchachas y mujeres se ven sistemáticamente alejadas de la práctica futbolística, avisa el investigador. En un final, si intelectuales del presente y del pasado (entre ellos, Gilberto Freyre) atribuyen al fútbol la capacidad de generar la identidad nacional brasileña, excluir al sexo femenino del juego es, en ese contexto, lo mismo que dejarlas fuera de esa nación club de la bolita. Si mucha gente se quedó pegada a la TV para acompañar el time brasileño luchando contra las alemanas, en la Copa Femenina de 2007, en China, ese es un pasatiempo reciente, surgido, anota el profesor, a partir del subcampeonato alcanzado por el fútbol femenino en los Juegos Olímpicos de Atenas, en 2004. En ellos, el técnico brasileño, René Simões, pidió disculpas a las hijas, delante de las cámaras de televisión, por nunca haberles regalado una bola o haberlas enseñado a jugar.
Brecha
Ya fue complejo que las mujeres entren en el deporte, obligándolas a usar la brecha abierta por los Juegos Olímpicos modernos, a pesar de la desaprobación de su creador, Pierre de Coubertin, para quien ellas eran imitaciones imperfectas y trabajaban para la corrupción del deporte. El esfuerzo físico, la rivalidad, los músculos, la libertad de movimientos, la ligereza de las ropas, se pensaba, que eran factores que ablandarían los límites de una imagen ideal de ser femenina y también colocaban en jaque el mito de la fragilidad femenina. El cuerpo femenino sólo debería ser preparado físicamente para una buena maternidad, explica Silvana Goellner, profesora de la Escuela de Educación Física de la Universidad Federal de Río Grande do Sul. El deporte británico era, en ese sentido, aún más condenable, por su supuesta violencia, característicamente viril. De ahí que una de las primeras partidas de fútbol en Brasil, en 1913, destinada a recaudar fondos para la construcción de un hospital infantil, haber sido en verdad un fútbol travestido: la mayoría de los jugadores eran hombres con vestidos y pelucas, mezclados a pocas señoritas de la sociedad. El prejuicio tiene historia.
El prejuicio, muestran nuestros datos, aparece desde el inicio, revelando que masculinos y femeninos en el fútbol existen desde la infancia de las jugadoras. Las muchachas encuentran dificultades para jugar o son estereotipadas como homosexuales. Aprisionados en una orden de género estrecho y excluyente, muchachos y muchachas miran la actividad por el prisma masculino, anota Knijnik. Pero toda acción tiene una reacción. Por causa de la rigidez que pesa sobre la actividad, es exactamente en ella que muchas muchachas comienzan una carrera de cuestionamientos de la orden de género instituida, la cual resulta en una identificación con el mundo masculino e, inmediatamente, con el fútbol, símbolo de la masculinidad en nuestra cultura. Así, para el investigador, es fundamental que se abran las fronteras del fútbol en las escuelas y programas deportivos, favoreciendo la vivencia del juego entre muchachos y muchachas, lo que diminuiría el prejuicio y haría del deporte inglés una práctica de todos, y no de pocos.
Otro punto importante que descubrí a lo largo de la investigación fue la inexistencia de una mujer futbolista brasileña. Lo que existe es una diversidad de posibilidades de ser mujer y, al mismo tiempo, jugar fútbol, o sea, una gran variedad de vivencias de lo femenino también en el interior del juego. Inmediatamente, cuando se estigmatiza la actividad al punto de generar prejuicios contra las practicantes, eso refuerza una única forma de feminidad posible en el fútbol, dificultando la elaboración de identidades propias, observa. Eso, nota el investigador, confirma la presencia de femeninos y masculinos en el fútbol, con avances de nuevas formas de feminidad, a veces transgresoras de las normas dictadas por la conducta social, así como las feminidades que se guían por las normas, en que compañeras de deporte critican las que viven más allá de estas. Las mujeres futbolistas aún buscan refeminizarse para adecuarse a las expectativas sociales sobre sus cuerpos. Otras huyen de eso. Para las atletas queda claro que aquellas que no se someten a los deseos masculinos, más preocupadas en jugar que en usar calzones apretaditos, son las mayores víctimas de prejuicio, anota.
Paulistana
Basta recordar la reedición, en 2001, del Paulistana, campeonato paulista femenino de fútbol, en que las atletas no podrían tener más de 23 años, usar cabellos largos para que se tuviese un campeonato bonito, uniendo el fútbol y feminidad. El llamado a la belleza y la erotización de sus cuerpos eran basados en el argumento de que se las muchachas fuesen bonitas atrajeran público a los estadios y, así, patrocinadores, recuerda Silvana Goellner. Las deportistas que se entregan al juego, y no a ese juego, acaban por cuestionar, completa Knijnik, conscientes o no, el status quo corporal. El cuerpo que no se muestra dispuesto a aparentar heterosexualidad o aquél que muestra su opción homosexual sufre gran prejuicio y estrés negativo, pues el masculino predominante y los controles sociales de género y sexualidad no aceptan revuelta contra esos dominios, revela el investigador. El prejuicio lleva al extremismo: si hay las que se hiper-feminizan, hay las que se masculinizan, convirtiéndose hombres en apariencia y en el juicio social. El fútbol femenino se organiza no solamente en grupos y subgrupos héteros y homos, pero también porque las atletas sufren coacciones para mantener la apariencia normatizada como adecuada a una mujer. Muchas jugadoras se quejan de que las rebeldes estorban el fútbol femenino y que es necesario una limpieza para adecuar el deporte al rótulo histórico. ¿El fin de todo Patrocinio.
Para muchas, es preciso acompañar la retórica de la sociedad y conformar a las normas de género para que el dinero aparezca y así las atletas deben dejarse los cabellos largos, entre otras actitudes que prueben al mundo que allí están mujeres que juegan, nada de tortilleras, afirma el profesor. Aún según la investigación, las jugadoras viven la difícil y dolorosa contradicción de ser másculas para jugar el deporte y, al mismo tiempo, sean femeninas para agradar a las políticas de género, siempre actuante para vetar, impidiendo el paso, excluir. Curiosamente, anota Knijnik, en todo ese debate hay una ausencia a todas luces: las feministas, para quienes los proyectos deportivos parecen no interesar en la formulación de políticas públicas. El fútbol femenino, que, en principio, yo negaba por pensar que sólo había un fútbol, jugado por personas diferentes, pero con las mismas reglas, en verdad está siendo creado y mi investigación muestra eso: no hay solamente un fútbol, sino múltiplos y variados fútbols, y el femenino aquí no debe ser usado para justificar prejuicios, sino como proyecto de justicia social. Para el investigador, es posible que se cree un universo futbolístico y social diverso del ya conocido (que acumula prejuicios y desigualdades) con nuevos valores, de respeto y cooperación, superiores a los de competitividad y mercantilismo.
El fútbol no es solamente masculino, sino que puede ser de y para todos, haciendo que muchachos y muchachas puedan incorporarlo en su universo cultural y corporal, construyendo nuevas posibilidades para que ese juego maravilloso no sea más uno a castrar tipos de masculinidades y feminidades que no se ajusten a su práctica. Y para que Brasil sea el país del fútbol, en la amplitud de la acepción de país, ni es necesario que Dios sea brasileño. Basta comprensión y buena voluntad.
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