Reír es el mejor remedio, especialmente para aquellas cosas que parecen no tener remedio. Ese mixto de esperanza idealista y cinismo pesimista alimentó una experiencia tan pionera como poco conocida en la prensa alternativa del Brasil del siglo XIX: la revista A Lanterna Mágica [La Linterna Mágica], editada en Río de Janeiro entre 1844 y 1845, redactada solitaria y anónimamente por el escritor, pintor arquitecto, escenógrafo, poeta, dramaturgo, ensayista y caricaturista Manuel de Araújo Porto-Alegre (1806-1879). En 23 números (la idea era que durase 366 “actos”), la revista, en los moldes de los trabajos de la ácida crítica social del dibujante y caricaturista francés Honoré Daumier (1808-79), presentaba las aventuras de un par de truhanes sin escrúpulos, cuyo propósito en la vida era enriquecer lo más rápido posible.
“El propósito crítico del periódico era la denuncia de la sociedad de su tiempo, ironizando los vicios de carácter que observaba y que podemos considerar, lamentablemente, como intemporales: la especulación, la corrupción y los malandras”, dice Heliana Angotti Salgueiro, curadora de la muestra (y del recién lanzado catálogo de la exposición) A Comédia Urbana: de Daumier a Porto-Alegre [La Comedia Urbana: de Daumier a Porto-Alegre], presentada de abril a junio en el Museo de Arte Brasileño de la Fundación Armando Alvares Penteado (FAAP). El interés en Porto-Alegre fue el tema de su posdoctorado en 1995: Historia del Arte, Historia de la Ciudad: Actores y Lecturas en el Brasil del Siglo XIX, que contó con el apoyo de la FAPESP. Para la exhibición fueron reunidas más de 240 obras, procedentes de 13 museos y bibliotecas de París, São Paulo, Río de Janeiro y Porto Alegre.
En A Lanterna Mágica, Porto-Alegre fue pionero al incluir caricaturas para ilustrar sus textos: los diálogos entre los dos personajes centrales, Laverno y Belchior dos Passos. Este dúo, antepasados del heroísmo sin ningún carácter de Macunaíma, hizo de todo para “salirse bien” en la ciudad carioca: de novelistas a médicos, pasando por la política e incluso por la ópera, ambos fingen entender de todo para arrancarles algún dinero a los “papalvos” [otarios] de la ciudad. “Porto-Alegre quería mostrar a la luz de su linterna mágica los personajes típicos de su tiempo, “los Laverno” que gravitaban en la sociedad de Río de Janeiro.
En ese sentido, Porto-Alegre es “moderno” en su clarividencia de los problemas de su país, e hizo suyos varios combates, no siempre comprendidos por sus contemporáneos”, sostiene la investigadora. “Al fin y al cabo, luego de vivir siete años en la París de Balzac, Hugo, Sue, Daumier, entre otros, en un universo en el que la prensailustrada, la novela de costumbres, la industrialización y la desacralización de la imagen por la vía de la litografía y la caricatura, y en especial, por la del teatro, produjeron retratos de un nuevo tiempo de comunicación que se afirmaba en el espacio urbano. Así, al regresar a Brasil, Porto-Alegre estaba adelantado con relación a sus compatriotas”, observa.
Lectura a vapor
Porto-Alegre era discípulo de Debret. La abdicación de Pedro I lo tomó de sorpresa y lo obligó a partir con destino a París en 1831, con la ayuda de su antiguo maestro. La vida en la capital francesa no fue fácil para el brasileño, pero allí pudo vivenciar la explosión de la prensa ilustrada y de la “modernidad” visual, en la que la imagen, acompañando las transformaciones por las que pasaba la metrópolis, sucia e insalubre, se desacraliza, se industrializa, cambiando el “arte puro y elevado” por el mercado, por la “lectura a vapor” de los carteles callejeros, de las revistas de caricaturas que mostraban los nuevos tipos de los nuevos tiempos. Con el mismo espíritu de los flâneurs, que pasean sin rumbo fijo por la metrópolis, los textos también comienzan a traer la impronta de la lectura rápida, del paso de los ojos por el texto y por las imágenes, que toman un nuevo status: la capacidad de sintetizar lo real y, por añadidura, criticar en forma incisiva esa realidad.
Entre lo mucho que vio, Porto-Alegre se impresionó con el personaje literario y teatral Robert Macaire, un ladrón, asesino e impostor, acompañado por su fiel y estúpido cómplice, Bertrand, una versión en negativo de Don Quijote y Sancho Panza. El éxito del dúo era inmenso y Daumier ilustró los álbumes Les Cent-et-un Robert Macaire, sobre textos de Alhoy y Huart. El detalle curioso de la fama del canalla era la contrapartida moralista de sus embauques. “El personaje central, a pesar de sus fechorías y su cinismo, hacía una crítica violenta a la corrupción, a la codicia, a la deshonestidad imperante entre los poderosos, bajo la máscara de la filantropía y la respetabilidad. Y más aún: demostraba permanentemente una enorme habilidad para asumir varias identidades falsas, engañando a los incautos y huyendo de la ley. Todo esto quizás haya impresionado mucho a Porto-Alegre en la pieza Robert Macaire“, analiza João Roberto Faria.
“Entre Daumier y Porto-Alegre hay un abismo evidente, pero ambos se encuentran en el teatro de las experiencias de la condición humana, en el registro de los tipos y de los vicios de la comedia urbana moderna: en la tarea de dibujar del primero y de escribir del segundo, de Macaire a Laverno, emerge la consciencia de la escena trágica de la ciudad”, nota Heliana. “En su diferencia, ambos vislumbran la experiencia del encuentro con la modernidad en su calidad de héroes solitarios, excéntricos, cuyas experiencias no se encuadran en lo ‘socialmente mediatizado’ de las relaciones humanas”. Para ello, Porto-Alegre se valió de una curiosa y compleja metáfora: la linterna mágica.
Este artefacto, antecesor del cine, proyecta imágenes a través de lentes y láminas de vidrio sobre las cuales se dibujan figuras que, al ser iluminadas, son proyectadas sobre una tela blanca. Al mismo tiempo, en forma sintomática, el término en el siglo XIX pasó a aplicarse igualmente a la prensa ilustrada, que exhibía “cuadros” de la realidad ante los lectores. “Pero Porto-Alegre subrayaba que su deseo era proyectar las imágenes de Río de Janeiro que tenía frente a sus ojos, no con la idea de ‘hacerle ilusiones a éste o aquel individuo’, sino al contrario, concibiendo su obra como ‘el teatro en el que se representarán las principales escenas de nuestra época'”, observa Roberto Faria.
En el fondo de todo cínico habita un idealista. De regreso a Brasil, en 1837, con la cabeza a pleno con lo que había visto en esa París en transformación, Porto-Alegre creía que el Brasil también podría ser reelaborado, y que él podría dar su contribución con el nuevo medio que descubriera en la ciudad luz. “Usa la linterna mágica como un instrumento que exhibe ‘la verdad con todas sus luces'”, dice Heliana. Y con todas sus risas. “Vinimos al mundo para actuar una vasta comedia: es mejor ocupar los asientos de adelante y los apocados que vengan atrás”, escribe el redactor anónimo de A Lanterna Mágica. Al final, continua “con un cinismo machadiano”, yendo más lejos aún, “qué es el mundo sino una comedia. Los bellacos son los acróbatas, los necios, los payasos, la juventud, los galanes; la vejez, los embaucados, el pueblo, comparsas. La orquesta es todo este movimiento, este zumbido de tábanos que se chupan recíprocamente. El aguijón más duro es el que vence”.
Están allí reunidos, de manera informal, todas los vicios y las pasiones de la época: el teatro, el cinismo, lo nuevo, la competencia y el ocaso de los valores frente a la era del capital. Pero, como nadie es de hierro, Porto-Alegre hace enseguida una notable advertencia: “Quien tiene ojo de vidrio no estornuda fuerte”. Es la risa castigando a las costumbres. ” A Lanterna Mágica muestra también el ‘otro’ lado de Porto-Alegre, que, como cualquier hombre lúcido decimonónico, reunía el realismo y el malhumor del cotidiano con el ‘sueño’ progresista, con la idealización de la técnica, asociando la historia y el arte como elementos de transformación de este cotidiano”, analiza Heliana.
“Es un romántico marcado por un nacionalismo retórico, pero al mismo tiempo es crítico y consciente de los problemas de su país. Y, antes que nada, es un saint-simoniano típico; así se expresan sus proyectos para Brasil. Su mesianismo letrado e inquieto se prolongará en las generaciones posteriores.” Así como el bandidismo de Macaire podía ser inspirador de virtudes, la desfachatez de Laverno y Belchior era “por medio de la risa” una forma de mostrar aquello que andaba mal en Brasil, e intentar corregir la impostura general.
“La actitud de Porto-Alegre sorprende por varias razones. De una manera general, los escritores románticos brasileños se apartaron de la realidad, creando en sus obras un Brasil ideal, retratado en forma superlativa. Este sentimiento de amor a la patria no cargaba en sí ninguna preocupación por abordar las llagas sociales de la vida cotidiana”, recuerda Roberto Faria. Las excepciones quedaron a cuenta de las piezas de Martins Pena; de Memórias de um Sargento de Milícias de Manuel Antônio de Almeida y del breve A Lanterna Mágica, entre un puñado de nombres.
Y, para ello, un protagonista a la altura del país: “Será siempre el inmortal Laverno, ese hombre prodigioso, una especie de Mefistófeles, de judío errante que anda entre nosotros en las plazas, en los templos, en los salones dorados, en el parlamento, en los albergues, en los comercios y en los ranchos de las carreteras; que se encuentra ora en el mar, ora en la tierra, e incluso a veces por los aires”, escribe Porto-Alegre. Los ambientes son variados. De entrada, Laverno se presenta como un médico homeópata, ideador de un Panthon Homeopático, recetando para todos los males la misma poción hecha de agua y azúcar.
El blanco siguiente de la ácida pluma del escritor, por mediode su temible Laverno, son los viajeros extranjeros: “Ellos dan la camisa del cuerpo para irse a encajar allá en el extranjero, que es la raza descubierta por ellos, y entonces le asignan rápidamente un nombre extraño, y escriben trescientos volúmenes sobre tal animal y llevan al mundo naturalista a una revolución”, observa el satirista. “El extranjero es la mejor panacea conocida en este país: llegado de allí puedes impunemente hacer lo que quieras”. No es de ahora entonces el amor febril de Brasil por aquél que viene de afuera. Para tal fin, Laverno se transforma en el Sr. Lavernoff.
“Acá en esta tierra, nadie es lo que es, sino lo que pregona ser”, es la moraleja de las historias, pues “quien escucha a la consciencia queda con cara de tonto” y “en este mundo no hay sino dos hombres de bien: uno es mi compadre, y el otro, mi compadre dirá quién es”. Su visión de Brasil es una carta de un Caminha de mal genio: “Ésta es la tierra de la promisión para los emprendedores y los atrevidos; y yo quiero serlo, para no quedarme oteando la nada. Entre nosotros, cura aquél que no es médico ni cirujano; enseña el no sabe del tema; abre un colegio aquél que huyó de su patria por ladrón”.
“A Lanterna Mágica es la obra fundadora de la sátira tropical, síntesis de la comedia urbana. Pretendida por su autor como una ‘epopeya patriótica’ de su tiempo, acaba siendo intemporal debido a la actualidad de sus ‘héroes sin carácter’, cuyas actitudes, gestos y frases nada tienen de datados, sino que se revelan como retratos transhistóricos de la vida moderna”, observa la investigadora. “Bajo las ropas de su época, los personajes son de todas las épocas, en particular en esta tierra en la que, como escribió Porto-Alegre, – andan más de mil arlequines, vestidos con retazos de todos los colores y formas, haciéndose pasar por hombres superiores.”
Abismo
De allí, lógicamente, surge un rápido paso del dúo por la política, cuya lección consiste en sostener a quien está en el poder hasta percibir que está por caer, momento de poner pies en polvorosa, pues, “ni bien sintamos el olor del difunto, le daremos un tremendo empellón que lo precipitará al abismo”. Pues “el mundo es de quien más pilla y la moraleja del siglo, la moraleja de todos los siglos, es ganar; no importan los medios”. Y más: “En política todo se prueba por ambos lados: si el empleado es inteligente, probo, activo… se rige por el artículo del Corán: no es de mi confianza; mas si es un inútil, pero tiene un padrino, se dice es de mi confianza; y se prueba que éste es autor de una gramática sánscrita que está a la venta”.
Tras pasarse por cantora de ópera (la Sra. Lavernelli), educador y “entre otros papeles” novelista, la saga de Laverno y Belchior se interrumpe y el timador será primadonna en los teatros del norte de Brasil. “Porto-Alegre tenía un temperamento polémico: enfrentó el descaso por su trabajo y fue muchas veces tratado como extranjero en su país, a causa de sus posturas francas, sus propuestas e ideas innovadoras, por entonces imposibles de acatar o de poner en práctica”, señala Heliana. “Se granjeó enemigos y, cuando las puertas se cerraron para él, de la academia a las otras instancias, dejo el país definitivamente en 1859, ‘como diplomático errante y sin un centavo.'”
Curiosamente, Porto-Alegre y Daumier murieron en 1879, ambos pobres y en el olvido; uno en París, el otro en Lisboa. Como pocos, tuvieron “narices” lo suficientemente hábiles con para olfatear lo que estaba pútrido en el aire de las metrópolis en modernización, cada uno a su manera, pero en forma análoga. O, en las sabias palabras de Laverno: “Un gran escritor cómico fue acusado de hurtos literarios. A tales acusaciones respondió el hombre que, donde fuera que encontrase una buena escena, en el acto la tomaba como suya. Yo también digo, que donde sea que me depare con una buena idea la tomo por mía”.
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