Resulta difícil estimar que el conjunto conocido de especies de la fauna brasileña de hace millones o miles de años pueda llegar a ser mayor que el de Estados Unidos. Pero esto no es pura y exclusivamente producto de la diferencia de presupuestos destinados a la investigación científica que, en nuestro caso, es 22 veces más reducido. La principal razón para ello, que puede sonar un tanto extraña, es más bien otra: Brasil no tiene desiertos, donde los fósiles se conservan mucho más fácilmente que en las selvas que cubren la mayor parte de las tierras de este país. Los paleontólogos brasileños no tiene muchos lugares dónde cavar, pese a lo cual no pierden oportunidad de ponerse el sombrero y la baqueteada ropa de trabajo de campo para, en más de una ocasión, arriesgar su suerte en algún punto de Bacia Bauru o Chapada do Araripe.
Bacia Bauru es un vasto campo de sedimentos que se esparce por los estados de São Paulo, Minas Gerais, Paraná, Goiás y Mato Grosso, y contiene fragmentos fósiles de animales que vivieron hace 80 millones de años, en las postrimerías del tiempo de los dinosaurios. El problema radica en que no siempre los mismos se encuentran en lugares accesibles. Zonas tales como el noroeste paulista, por ejemplo, probadamente rico en diversidad de especies que vivieron hace millones de años, son prácticamente inaccesibles, pues están actualmente ocupadas por cultivos de caña de azúcar. Una de las pocas alternativas que restan entre éstas para regresar con algo valioso en la mochila es Chapada do Araripe, uno de los más fértiles territorios de fósiles de peces y reptiles de Brasil, que se extiende por los estados de Ceará, Pernambuco y Piauí. Allá, fósiles que datan de 110 millones de años atrás son comunes, a punto tal de inspirar incluso a los artesanos locales, que elaboran piezas como las que ilustran estas páginas.
Mientras tanto, los paleontólogos argentinos dejan trasparecer su orgullo cuando comentan que, en su país, se han identificado alrededor de mil especies de fósiles de vertebrados, el equivalente por lo menos a cuatro veces el material brasileño. Tanto júbilo obedece en parte a los beneficios del clima seco, que ayuda a preservar los restos de animales que antiguamente ocupaban el actual desierto de la Patagonia. Pero hay también un motivo extra: La paleontología tiene en Argentina una historia de 150 años, explica la zoóloga Zulma Gasparini, docente de la Universidad Nacional de La Plata, quien trabaja en dicha área desde hace casi 35 años. Empezó antes que la física y la medicina, y se la considera una profesión desde hace 40 años, agrega Gasparini.
Pero, más allá de estas desventajas, la paleontología brasileña da muestras de lozanía. En el marco del II Congreso Latinoamericano de Paleontología de Vertebrados, realizado el mes pasado en Río de Janeiro, se presentaron alrededor de 30 nuevas especies de fósiles de animales de Sudamérica y al menos la mitad correspondió a Brasil. Aunque dichos hallazgos aún están sujetos a la confirmación por medio de la publicación de artículos en revistas especializadas, atestiguan palmariamente la madurez del área en el país, y ponen de relieve la importancia de Latinoamérica como un centro de irradiación de nuevas especies de animales. Por cierto, una de las especies más antiguas de dinosaurios, el Staurikosaurus pricei, fue hallada en Río Grande do Sul, donde vivió hace 230 millones de años. Evidentemente, desde lo alto de su metro ochenta y sus modestos 30 kilogramos, este animal siquiera llegó a sospechar que, millones de años más tarde, surgirían grandulones como el Tyrannossaurus rex, uno de los símbolos de la paleontología del Hemisferio Norte.
Sobre la misma faz de la Tierra
Pese a ser imbatibles en popularidad, probablemente debido a que avivan nuestros miedos atávicos a los monstruos, los dinosaurios no vivieron solos sobre la Tierra antigua. Fueron a decir verdad los más grandes, los más abundantes y los más exitosos animales durante la mayor parte del tiempo en que vivieron, hace entre 230 y 65 millones de años. Sin embargo, había otros reptiles, aves y mamíferos cuyos fósiles, a medida que van saliendo de las rocas, no solamente revelan una diversidad y una distribución geográfica que va más allá de lo imaginable, sino que también ponen en evidencia las transformaciones que sufrió el paisaje brasileño.
En esas tierras, ocupadas por ese entonces tan sólo por una vegetación rala, entremezclada con pequeños bosques, vagaban mamíferos similares a los elefantes. Eran los mastodontes, al menos tres veces más grandes que los tapires, los mayores mamíferos terrestres brasileños de la actualidad, de casi dos metros de longitud. Hace alrededor de 50 mil años, los mastodontes se esparcían de norte a sur, pero no se sabía hasta ahora que podrían haber ocupado también lo que sería el estado de Rondônia, tal como lo indica el descubrimiento de dos cráneos de estos animales casi enteros. Había también otros mamíferos, tan grandes como los mastodontes: los Pyrotheria. En la zona de Taubaté, enclavada entre las ciudades de São Paulo y Río de Janeiro, vivió el primer Pyrotheria brasileño, que tenía un hocico más largo que el de los elefantes, sin bien que su trompa era más pequeña. El animal que desenterraron paulistas y cariocas impresiona por su apariencia, por su tamaño y por la época en que vivió: hace alrededor de 30 millones de años.
En tanto, en las pequeñas cavernas del oeste del estado de Río Grande do Norte vivía un reptil parecido al actual yacaré ñato u overo, una señal indicativa de que el clima era bastante distinto que el actual, y probablemente había mucho más agua en dicha región, hoy en día tan seca. En el actual semiárido brasileño había un mosaico de vegetaciones diferentes, sostiene Gisele Lessa, investigadora de la Universidad Federal de Viçosa (UFV), luego de estudiar otro grupo de animales: los murciélagos. Con gran dificultad, debido a que trabajan con huesos sumamente frágiles, de uno o dos centímetros, y dientes de un milímetro y medio, los expertos identificaron 27 especies de murciélagos de un máximo de 20 mil años de antigüedad, principalmente en los estados de Bahía, Minas Gerais y Goiás.
Patrícia Hadler Rodrigues, doctoranda de la Universidad Federal de Río Grande do Sul (UFRGS), hizo el hallazgo más reciente, en un sitio arqueológico ubicado en el nordeste de dicho estado brasileño. Es el primer ejemplar de un murciélago de alrededor de 30 centímetros de envergadura: el Eptesicus fuscus, que actualmente vive en un inmenso territorio, que se extiende desde el sur de Canadá hasta la Amazonia, pero que hace más o menos nueve mil años vivió también en las tierras del sur de Brasil y nadie se arriesga a decir por qué motivo las dejó. También en Río Grande do Sul se halló por primera vez un fósil de una iguana conocida como teyú o Tupinambis sp., la mayor del continente, con una cola de 60 centímetros, la mitad de la extensión de su cuerpo. Hace un millón y medio de años, era al menos un palmo más grande.
Y las dudas fueron surgiendo con la misma profusión que los hallazgos. Aún no se sabe a ciencia cierta cómo aparecieron muchos de estos grupos de animales, ni tampoco cómo algunos se sobreponían a otros en ocasiones bastante cercanos. Hace entre 57 y 38 millones de años, lagartos del grupo de las actuales iguanas ocupaban solos dos islas, Seichelles y Reunión, del sudeste de África, mientras que otro grupo, el de los lacértidos, era exclusivo de la casi vecina isla de Madagascar. En tiempos intercalados, según Marc Auge, del Museo Nacional de Historia Natural de Francia, estos dos grupos desaparecen, reaparecen y vuelven a desaparecer en un fenómeno que se conoce con el nombre de sustitución competitiva, que probablemente se habría dado también de este lado del Atlántico, pues América del Sur estaba unida a África, Europa y la India hace alrededor de 100 millones de años. Formaban por ese entonces un único supercontinente, llamado Gondwana.
La competencia fue efectivamente intensa, aunque esto no es suficiente como para explicar por qué algunas especies tuvieron éxito y otras no o por qué algunas recién evolucionaron una vez que otras desaparecieron. Los mamíferos se vieron opacados por los dinosaurios, pese a que ambos grupos surgieron aproximadamente en la misma época, ejemplifica Lílian Bergqvist, de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), una de las descubridoras del primer Pyrotheria brasileño, junto a su alumno Leonardo Avilla, Herculano Alvarenga, del Museo de Historia Natural de Taubaté, y Ricardo Mendonça, de la Universidad de São Paulo (USP).
La extinción de los dinosaurios abrió el camino de la irradiación de los mamíferos, sostiene Lílian. Éstos, otrora escondidos, pequeños y nocturnos, salieron entonces de sus madrigueras a plena luz del día. No hay muchas noticias sobre esta época, pero Marcelo Tejedor, de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, presentó un molar de un pequeño marsupial herbívoro que sería el mamífero cenozoico más antiguo Sudamérica, de 65 millones de años. Es una señal indicativa de que en dicha época hubo una intensa suplantación de especies animales.
América del Sur tuvo una fauna propia, pues muchos fósiles de acá no se encuentran en Estados Unidos o en Canadá?, dice Marcelo Reguero, del Museo de La Plata, Argentina. Pero esa suerte no duró mucho. Al atravesar el istmo de Panamá, que unió a ambas Américas hace 2,5 millones de años, llegaron muchas especies oriundas del norte, en una cantidad probablemente superior a la de especies que salieron del sur. El resultado de ello fue que la pelea en pos de refugios y alimentos exterminó a la mayoría de los grandes mamíferos de Sudamérica. Uno de los grupos que no contó siquiera con una pizca de compasión fue el de los notoungulados, algunos de los cuales eran similares a los actuales hipopótamos, con un hueso nasal corto y empinado. Surgieron hace 65 millones de años, pero hace diez mil años no había indicios alguno de las decenas de especies de notoungulados descritas hasta ahora. Probablemente, estos animales vivían parte del tiempo en el agua y otra en tierra, al igual que los hipopótamos, de acuerdo con los estudios llevados adelante por Ana Maria Ribeiro, de la Fundación Zoobotánica de Porto Alegre.
Durante los tres días de debates, que transcurrieron en un hotel ubicado frente a la playa de Copacabana, no faltaron entusiastas relatos sobre probables nuevas especies animales que vivieron hace muchos millones de años, que aún deben pasar por la tradicional confirmación científica, que se hace efectiva mediante la publicación de artículos en revistas especializadas. Alvarenga, del Museo de Historia Natural de Taubaté, presentó aquéllos que serían fósiles de dos o tres probables nuevas especies de aves, estudiadas junto a William Nava, del Museo de Paleontología de la localidad paulista de Marília. Estos huesos, hallados hace dos meses en la ciudad de Presidente Prudente, en el oeste paulista algunos menores que el diámetro de una moneda de 10 centavos apuntan que estas aves, de un tamaño aproximadamente similar al de un gorrión, habrían vivido hace entre 70 y 80 millones de años. Antes de este hallazgo, las especies más antiguas, también descritas por Alvarenga, tenían alrededor de 50 millones de años de antigüedad.
Estos nuevos ejemplares representan a los enantiornites, un grupo hermano de las aves modernas. De estos linajes ya extinguidos, que es probable que tuvieran un pico lleno de dientes, algo extrañísimo si se los compara con una gallina, existían únicamente registros de plumas en Chapada do Araripe. Enantiornites pequeños, como los de Brasil, vivieron también en China, pero en el norte de Argentina eran al menos tres veces mayores, del tamaño de un gavilán actual.
En algunos momentos, la sucesión de relatos científicos se asemejaba a un torneo, si bien que en términos elegantes, para ver quién exhibía el fósil más antiguo, más completo o más sorprendente. Jorge Calvo y Juan Porfiri, de la Universidad Nacional del Comahue, Argentina, anunciaron un dinosaurio herbívoro de 35 metros de longitud, que habría vivido hace entre 125 y 130 millones de años, y podría ser el mayor representante de la familia de los saurópodos que se haya encontrado en el mundo hasta ahora. Pero uno de los momentos más intensos o, podría decirse, más antiguos llegó en la voz de Max Langer, investigador de la Universidad de São Paulo (USP) de Ribeirão Preto, quien se refirió a un dinosaurio del grupo de los ornitisquios, que vivió hace alrededor de 230 millones de años. Sería por lo tanto uno de los más primitivos de Sudamérica. De confirmarse esto, será la decimotercera especie de dinosaurio hallada en Brasil, que lentamente va reforzando el patrimonio mundial del área, que ya cuenta con unas mil especies descritas. El problema reside en que, a medida que los paleontólogos extraen de las rocas aquéllas que serían las especies más antiguas, se va haciendo más difícil diferenciar a los verdaderos dinosaurios de los demás reptiles: este nuevo dinosaurio herbívoro, de un metro y medio de altura, tenía pico, por ejemplo. El propio Langer expresó su sorpresa al exponer el conjunto de huesos que halló al excavar en Agudo, Río Grande do Sul, y ante un auditorio integrado por unas 300 personas, se indagó: ¿Qué diablos es esto?
Los momentos más emotivos del congreso fueron precisamente aquéllos en que las antiguas ideas caían por tierra, dejando azorados incluso a los especialistas. Vivimos un momento de profundas revisiones conceptuales?, comenta Sérgio Azevedo, director del Museo Nacional. Azevedo atribuye la abundancia de hallazgos y el notorio entusiasmo en los debates al intenso trabajo de líderes científicos relativamente jóvenes cuyas edades están cerca de los 40 años que van al campo en busca de fósiles, esgrimen sus audaces planteos y forman alumnos, principalmente en Río de Janeiro, São Paulo, Minas Gerais y Río Grande do Sul.
El hecho de tener plumas, por ejemplo, ha dejado de ser un privilegio de las aves: los dinosaurios también podían tener plumas y alas y también volaban. Ya el primer día del congreso, Alexander Kellner, paleontólogo del Museo Nacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro, quien descubrió cinco de las doce especies de dinosaurios brasileños, presentó dos réplicas, ambas producidas en el propio Museo Nacional. Una de éstas, a cargo de Maurílio Oliveira, era de un Archaeopteryx, una de las aves más primitivas hasta ahora encontradas. Con sus alrededor de 40 centímetros de longitud, está dejando de vérselo como un animal de transición entre las aves y los dinosaurios. La otra réplica, exhibida por primera vez en Brasil, es una obra de Orlando Grillo: el Microraptor gui, una especie de dinosaurio de China. Con casi 60 centímetros de longitud, parece un ave: tenía plumas en las cuatro extremidades, aunque no volaba.
El Microraptor reaviva una polémica: ¿las aves serían realmente descendientes de los dinosaurios Terry Jones, de la Universidad del Estado de California, Estados Unidos, no cree que pueda existir una relación directa entre ambos grupos. Según Jones, el hecho de tener plumas no necesariamente es un indicio de parentesco. Poquísimos dinosaurios, si es que hay alguno así, tienen plumas, afirma. Lo que parecen ser plumas en la mayoría de los casos no son plumas, que no se rompen cuando se fosilizan, sino formas de bacterias fosilizadas. Alexander Vargas, de la Universidad de Chile, obtuvo algunas evidencias que apuntan a sostener la hipótesis opuesta: las aves descienden específicamente de los dinosaurios carnívoros como el tiranosaurio, según el investigador.
Serpientes
Hussam Zaher, del Museo de Zoología de la USP, opera con un grupo de animales que literalmente reptaban a los pies de los dinosaurios, y por eso quizás deshaga otra idea, un tanto más sutil: con base en el análisis molecular de cinco genes de especies actuales, podría decirse que las serpientes macrostomatas, como la boa constrictor, que integran el grupo de las que se alimentan de grandes presas, no habrían surgido de una sola vez, sino al menos en dos ocasiones, a lo largo de la evolución de las serpientes, surgidas hace al menos 110 millones de años. Este estudio advierte sobre el hecho de que los datos moleculares deben interpretarse con cautela, y refuerza la importancia de la inclusión de los fósiles y de datos morfológicos, para delinear así análisis más completos, comenta Zaher. El caos de la historia evolutiva de las serpientes surge desde la base: aún no se sabe de qué grupo de lagartos éstas habrían salido. De hallarlo, podremos despejar las dudas esenciales referentes al origen de las serpientes, considera Zaher.
Pero hay dos problemas que dificultan bastante esta búsqueda: las serpientes son muy diferentes entre sí, no exhiben transiciones, lo que facilitaría bastante esa intrincada reconstitución histórica, y las especies actuales representan tan sólo una pequeña muestra de los grupos que surgieron prácticamente a la época de los dinosaurios. Tampoco se sabe si tendrían un origen terrestre, en lo que Zaher apuesta, o marino. En este último caso, habrían derivado de los lagartos marinos, llamados mosasaurios, tal como pretende probar Michael Caldwell, de la Universidad de Alberta, Canadá, al escrutar la costa del mar Adriático en busca de fósiles que comprueben su hipótesis. Cabe esperar que dentro de diez años pueda saberse quién tiene razón, ante las evidencias que cada uno tenga la ventura de hallar.
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