Hace algunos años, un grupo de investigadores del Instituto del Corazón de la Universidad de São Paulo (InCor), se deparó con un acertijo morboso: 51 personas habían fallecido como consecuencia -en última instancia- de la aterosclerosis- o, en un lenguaje más sencillo, de la obstrucción con placas de grasa de sus coronarias, las arterias que se encargan transportar los nutrientes y el oxígeno al corazón. Las placas se fueron acumulando en las paredes de las arterias a punto tal de provocar infartos, accidentes cerebrovasculares y otros cuadros dramáticos similares. Sucede que 25 de estas personas enfermas, cuya evolución los investigadores seguían -es decir, casi la mitad-, presentaban niveles considerados normales de colesterol. ¿Cómo entender entonces esta aterosclerosis que resultó en muertes, si precisamente la presencia excesiva de colesterol en la sangre, más precisamente del LDL, el llamado mal colesterol, era la señal indicativa de que alguien corría riesgo de presentar este problema? ¿Los niveles normales no eran claves para estar tranquilos?
El artículo que ilustra la portada de esta edición de Pesquisa FAPESP demuestra con precisión de qué modo, partiendo de enigmas así, la investigación sobre los indicadores orgánicos de las enfermedades coronarias ha avanzado sustancialmente en el InCor. No importa únicamente la cantidad de HDL, sino también la razón matemática entre el HDL y el LDL -es decir, entre el buen y el mal colesterol-, los niveles de homocisteína, el valor de los triglicéridos, etc., etc. Al igual que en casi todos los campos, en el cuerpo humano también sucede que raramente un indicador funciona por sí solo, en sus valores absolutos. Relación e interacción son las palabras claves en la determinación de la salud de las arterias y del corazón, tal como se puede corroborar en el texto de la reportera Alessandra Pereira, que empieza en la página 44.
A propósito: es con respecto a esta misma cuestión, de alguna manera, que advierte el artículo sobre el duelo cada vez más ríspido que entablan los que creen y los que dudan de que el humo de los automóviles y las industrias sea responsable del calentamiento progresivo de éste, nuestro planeta Tierra. Y eso si es que el calentamiento efectivamente existe, dirían los escépticos. El hecho de tomar como ejemplo los datos de la temperatura de la Tierra en sus valores absolutos en cada caso, sin relativizarlos, sin contraponerles algunas reducciones efectivas a las elevaciones constatadas, puede inducir a caer en un grueso equívoco, científicamente contraproducente, sobre el fenómeno del calentamiento, según se desprende del relato del editor especial Fabrício Marques, que comienza en la página 30. Marques parte de un libro de ficción recientemente presentado en Estados Unidos: State of fear, que está insuflando combustible en la pugna entre ambientalistas y escépticos, para mostrar cuáles son los argumentos más consistentes que se esgrimen desde ambos lados, en momentos en que entra en vigor el Protocolo de Kyoto.
Nada mejor para enfriar lúdicamente la cabeza después de eso que meterse en la Antártica, y en las gélidas aventuras del investigador Jefferson Cardia Simões, en una visión según la cual el vasto territorio blanco del casquete polar sur del planeta es más importante para Brasil que para Estados Unidos. Cardia Simões explica el por qué de ello a partir de la página 12, en una instigadora entrevista concedida al editor especial Marcos Pivetta.
Vale la pena destacar también en esta edición el reportaje del editor de ciencia Carlos Fioravanti, que empieza en la página 24, referente al primer artículo científico firmado por el cuerpo de investigadores de Alellyx en el reputado periódico científico Journal of Virology. Esta empresa privada de biotecnología, cuyas raíces abrevan en el Programa Genoma de la FAPESP, presenta allí la caracterización genética y molecular de un virus que el equipo considera que es un firme candidato erigirse en agente etiológico de la muerte súbita de los cítricos, una enfermedad que se ha instalado en alrededor de dos millones de naranjos de los estados de São Paulo y Minas Gerais. Para finalizar, los agobiados conductores de las grandes ciudades hallarán seguramente grandes méritos en el relato del trabajo de investigadores que creen que es posible ordenar el caos del tránsito de las metrópolis con ayuda de la inteligencia artificial, que se inicia en la página 90. Y, lo que es mejor, teniendo en cuenta la personalidad de los sujetos que van detrás del volante, que por cierto, en Brasil no son precisamente iguales que los de Alemania, por citar un ejemplo. ¡Que tengan una buena lectura!
Republicar