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Ciencia

La riqueza oculta en el sertón

La diversidad de especies propias y ciertos fenómenos peculiares echan por tierra los prejuicios referentes la región conocida como "Caatinga"

MIGUEL TREFAUT RODRIGUES / USPEn los años 1960, los cineastas Nelson Pereira dos Santos, en Vidas Secas, y Glauber Rocha, en Deus e o Diabo na Terra do Sol [Dios y el Diablo en la Tierra del Sol] mostraron el sertón, la región semiárida del nordeste brasileño, como un ambiente inhóspito, seco y casi sin vida, bajo el influjo de un Sol abrasador. En los días actuales, el mismo panorama reaparece en Abril Despedazado, de Walter Salles, y en Baile Perfumado , de Paulo Caldas y Lírio Ferreira. Coincidentemente, emerge también en los dominios de la ciencia una nueva mirada sobre la “Caatinga”, el único ecosistema íntegramente brasileño – y también el menos estudiado. Escenario de intrincados procesos ecológicos, este ambiente conocido como sertón – un área de 800 mil kilómetros cuadrados, correspondiente a casi la mitad de los nueve estados que componen la región nordeste de Brasil – revela ser mucho más rico en especies exclusivas de plantas y animales – tales como peces, lagartos, aves y mamíferos – de lo que se imaginaba. En las 800 páginas del libroEcologia e  Conservação da Caatinga [Ecología y Conservación de la Caatinga], lanzado este mes, un grupo de 35 expertos del propio nordeste y de la región sudeste sintetiza los últimos 200 años de investigaciones, añade los descubrimientos más recientes y acaba de una vez por todas la noción de que ese ecosistema, donde viven 20 millones de personas, es homogéneo y carente de interés.

En el fondo de la laguna
Como en la región más seca de la Caatinga en algunos años llueve tan solo unos 300 milímetros – seis veces menos que en el Bosque Atlántico o en la Amazonia –, las plantas y animales se adaptaron de manera tal de sobrevivir con un mínimo de agua, sin por ello perder su belleza o su diversidad. Las plantas poseen hojas pequeñas y gruesas cortezas, que hacen que disminuya la pérdida de agua. En los casos extremos, cactus como el mandacarú (Cereus jamacaru) y el xique-xique (Pilosocereus gounellei) viven con sus hojas reducidas a espinas. Entre los peces, al menos 25 de las 240 especies identificadas logran aplazar el nacimiento a la espera de las lluvias: pasan la mayor parte del tiempo en forma de huevos, que solamente hacen eclosión cuando llega el agua, en algún momento en el período entre febrero y mayo. Estos peces – llamados anuales – miden entre 5 y 15 centímetros de longitud, y viven en lagunas o pozos de agua de hasta un metro de diámetro, que se secan durante el estiaje. Pero hay tiempo como para crear una nueva generación.

Antes de que la sequía llegue, los machos cortejan a las hembras y las atraen hacia el fondo de esas pequeñas lagunas, revestidas de barro y arena. Luego se zambullen en el barro, la hembra suelta sus huevos y el macho los fecunda. Durante la estación seca, que puede llegar durar casi un año, el embrión se desarrolla lentamente dentro del huevo, sin romper la cáscara. “El embrión permanece en una especie de hibernación”, explica el biólogo Wilson Moreira da Costa, uno de los autores del libro, de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). En los últimos años, Costa descubrió la existencia de la mayoría de estas especies, a las que los sertaneros llaman peces de nube, pues creen que nacen en las nubes, antes de las primeras lluvias, como si fuesen fruto de la generación espontánea.

Hormigas y árboles
Coordinado por los ecólogos Inara Leal y Marcelo Tabarelli, ambos de la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE), y por el ornitólogo José Maria Cardoso da Silva, profesor licenciado de la UFPE y vicepresidente de Conservation International (CI) de Brasil, Ecologia e Conservação da Caatinga contó con apoyo financiero del Centro de Investigaciones Ambientales del Nordeste (Cepan), de la propia CI, de The Nature Conservancy de Brasil y del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq). Uno de los artículos originales, que lleva la firma Inara, aborda la cuestión de la dispersión de las semillas, a cargo de las hormigas en la Caatinga. En dicho proceso, que permite que las semillas germinen lejos de la planta madre, evitando así la competencia por nutrientes, participan al menos 18 especies de hormigas, y se benefician 28 especies de plantas, entre éstas 11 de la familia de las euforbiáceas, la misma de la faveleira (Cnidosculus phyllacanthus), un árbol cuyo fruto al madurar se abre con un estallido que arroja a lo lejos las semillas.

Inara descubrió que las hormigas prefieren las semillas de cuerpo grasoso: el elaiosoma, que les sirve de alimento, al tiempo que facilita el transporte de semillas, algunas trasladadas hasta 11 metros. Hormigas como las bibijaguas (Atta), bachacos (Acromyrmex), lavapiés (Solenosis) y tocandiras (Odontomachus yEctatomma) también se comen la pulpa de los frutos de cinco tipos de cactus y tres especies de la familia de las anacardiáceas, la misma del umbú (Spondias tuberosa ). Éstas retiran toda la pulpa de los frutos caídos al suelo entre los matorrales y dejan las semillas completamente limpias. “Este comportamiento hace que se reduzca el ataque de los hongos y se eleven las tasas de germinación de las semillas”, dice Inara.

Contrastes
La Caatinga no es una sola: existen al menos seis diferentes tipos de composiciones vegetales – que van desde las más abiertas y bajas, con árboles de un metro de altura, hasta la cerrada, con árboles de 20 metros –, descritas por el botánico argentino Darién Prado, de la Universidad Nacional de Rosario. Por entre ese mosaico de paisajes se mezclan 932 especies de plantas, de las cuales una tercera parte existe únicamente allí – son endémicas.

Sobre una tierra seca y roja, cubierta por un cielo siempre azul, predomina el tono blanco grisáceo de los troncos de los árboles y arbustos deshojados, típicos del período de sequía. Sus hojas vuelven a crecer con las primeras lluvias. Durante los años de sequía severa, la cantidad de lluvia puede disminuir hasta un 95%, de acuerdo con el meteorologista José Oribe Rocha Aragão, de la UFPE. La vegetación empieza a mudar al pie de las sierras de Ceará, Paraíba y Pernambuco. En lo alto, a más de 600 metros de altitud, parece otro mundo: verdaderas islas de bosque verde, denso y húmedo, con árboles de hasta 30 metros de altura. Estamos ahora en los pantanos de altitud, que cubren la sierra de Maranguape, por ejemplo, cerca de Fortaleza, a 30 kilómetros del Atlántico, o la meseta de Ibiapaba, en el límite con Piauí.

Durante la época de sequía, estos pantanos suministran alimento a otro de grupo de animales, que exhiben una diversidad sorprendente: las aves. Viven en la Caatinga 510 especies, casi un tercio del total hallado en Brasil y casi el doble que las registradas en el estudio realizado en 1965 por el ornitólogo alemán Helmut Sick. “Los pantanos aseguran la continuidad de procesos ecológicos regionales, como es el caso de las migraciones”, dice Cardoso da Silva. “Algunas especies, que durante la estación lluviosa viven en la Caatinga, regresan a esas áreas húmedas durante los largos períodos de sequía”. El guacamayo de Spix (Cyanopsitta spixii), por ejemplo, solía dejar la región de Curaçá, Bahía, y volar kilómetros hasta los pantanos para alimentarse cuando ya no daban frutos los piñones (Jatropha mollissima), las faveleiras o las baraúnas o sotos (Schinopsis brasiliensis). Hoy en día, los guacamayos de Spix viven únicamente en zoológicos y criaderos –hay únicamente 60 ejemplares en todo el mundo – y la especie es considerada extinguida en la naturaleza: el último ejemplar de vida libre fue visto en octubre de 2000.

Debido a su importancia ecológica, los pantanos de altura se encuentran entre las 82 áreas prioritarias para la conservación de la Caatinga, así como las dunas del río São Francisco, otro terreno igualmente rico en especies exclusivas, ubicado entre las ciudades de Barra y Sobradinho, estado de Bahía. Las dunas de hasta 60 metros que se levantan a orillas del río São Francisco, el llamado “Velho Chico”, el mayor río perenne de la región; concentran alrededor de un tercio de las especies del semiárido, entre ellas 16 especies de lagartos, ocho de serpientes, cuatro de anfisbenas y una de anfibio, ejemplos de animales exclusivos del lugar. Las anfisbenas son reptiles emparentados con las serpientes, sin ojos ni escamas visibles, también llamados serpientes de dos cabezas o serpientes ciegas. En una excursión reciente, el experto en reptiles Miguel Trefaut Rodrigues, de la Universidad de São Paulo (USP), encontró otra especie nueva de las dunas: la Amphisbaena arda , llamada así debido a su cuerpo blanquecino con manchas negras. “Entre todos los lagartos y anfisbenas de la Caatinga, un 37% corresponde a endémicos de las dunas, un pequeño territorio de no más de 7 mil kilómetros cuadrados, o el 0,8% del área del sertón nordestino”, dice Rodrigues.

Pero no es únicamente el alto endemismo lo que sorprende en las dunas del São Francisco. Las orillas opuestas del río albergan lagartos, serpientes y anfisbenas muy similares en apariencia, pero de especies y constitución genética distintas: son las especies hermanas, como los lagartos Tropidurus amathitesTropidurus divaricatus . Ambos tienen hasta 30 centímetros de longitud y el cuerpo marrón con manchas negras y amarillas, pero en diferentes combinaciones. Según Rodrigues, el propio río São Francisco indujo al surgimiento de dichas especies, partiendo de un mismo ancestro. De acuerdo con la hipótesis admitida inicialmente, el río corría hacia un lago del interior del nordeste de brasil, y no hacia el mar, hasta el fin del último período glacial, hace 12 mil años. A orillas de ese lago vivían poblaciones de animales adaptados a los suelos arenosos.

“Cuando el río transbordó esas orillas, aisló en lados opuestos a las poblaciones de una misma especie, que vivían en hábitats similares”, dice el biólogo de la USP. Como consecuencia de ello, dichas especies evolucionaron en ambientes separados y dieron origen a las especies actualmente halladas únicamente o en la orilla derecha o en la izquierda del río (lea en Pesquisa FAPESP nº 57 ). El modelo permanece siendo idéntico, pero los lagartos hasta ahora llamados Tropidurus pasaron a ser reconocidos como integrantes de un nuevo género (Eurolophosaurus), y los análisis de ADN sugieren que su origen habría sido más antiguo, entre 1 y 3 millones de años atrás, y no tan reciente como se suponía.

De la Caatinga al Chaco
Entre los mamíferos, el número total de especies que viven en la Caatinga trepó de 80 a 143, y el de especies endémicas, de tres a al menos 20, como resultado de los estudios coordinados por João Oliveira, de la UFRJ. Se sabía que solamente en la Caatinga vive el cavy de roca (Kerodon rupestris), un ratón de hasta 40 centímetros; el ratón pico de lacre (Wiedomys pyrrhorhinos), de 10 a 13 centímetros, eso sin contar su larga cola, que le sirve de apoyo a la hora de treparse a los árboles; y el armadillo giboso (Tolypeutes tricinctus), que el menor armadillo brasileño, de entre 22 y 27 centímetros, que enrolla su cuerpo como una pelota cuando se ve amenazado. La lista de los animales endémicos incluye ahora también al murciélago insectívoro Micronycteris sanborni , al marsupial Thylamys karimii , de lomo gris claro y vientre color crema, y a un mono sauá (Callicebus barbarabrownae), descrito con base en el material recolectado a comienzos del siglo pasado y hallado recientemente en el interior de Bahía. Pero, de cualquier manera, según Oliveira, el endemismo de mamíferos de la Caatinga es al menos tres veces menor que el del Bosque Atlántico o el de la Amazonia, teniendo en cuenta la propia extensión de cada ecosistema.

“La Caatinga es el ecosistema menos protegido de Brasil, ya que las unidades de conservación de protección integral cubren menos del 2% de su territorio”, dice Tabarelli, que aboga por la creación de nuevas unidades de conservación. El estudio de las botánicas Isabel Cristina Machado y Ariadna Valentina Lopes, de la UFPE, acentúa la necesidad de la preservación, al revelar una riqueza inesperada de los procesos especializados de polinización: de las 147 especies de hierbas, árboles y arbustos estudiados, un 30% es polinizado únicamente por las abejas, un 15% por picaflores y un 13% por murciélagos.

“Estos descubrimientos ayudan a deshacer el mito de que la Caatinga es pobre en especies y fenómenos exclusivos”, comenta la investigadora. Y echó por tierra también, debido a la falta de evidencias, la antigua idea de que la vegetación nativa del semiárido brasileño sería una prolongación del Chaco argentino. Ahora se sospecha lo contrario: algunas especies de plantas, como por ejemplo el quebracho (Aspidosperma quebracho), un árbol de hasta 30 metros, pueden haber recorrido el camino opuesto. Habría sido una lenta migración, que se habría llevado a cabo en el transcurso de miles de años, a medida que el clima cambiaba y el agua de las lluvias, el viento y las hormigas, con su habitual discreción, transportaban las semillas de un lado a otro.

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