Brasil, país del futuro: El título del libro escrito hace 65 años por Stefan Zweig (1881-1942) se transformó en el imaginario nacional, casi como si fuese una maldición que, después de ser conjurada por el pobre escritor austríaco, nos hubiese dejado presioneros en un limbo de eterno venir a ser, sin nunca llegar a ser. En el aniversario de la polémica publicación del libro (visto por muchos intelectuales de la época como una patraña mefistofélica hecha entre Zweig y Vargas), a los 125 años del nacimiento del autor de Novela de ajedrez y a los exactos 70 años de su primera visita al Brasil, Zweig, que gustaba tanto del pasado, merece ser revisitado. País del futuro puede leerse como una elegía al potencial humano y económico del país, pero también entendido como un canto al Nunca, el paraíso, como todos, inviable. El libro de Zweig no fue aceptado por los acérrimos conocedores de la coyuntura, sino por el ínfimo precio de una visa de residencia concedida a aquel refugiado angustiado; Brasil tuvo el mejor y más simple proyecto nacional: una sociedad armónica, pacífica, natural, observa el periodista Alberto Dines, autor de Morte no paraíso.
Éste es uno de los disertantes en el coloquio El País del Futuro, 65 años después, foro especial compuesto por dos paneles, que se llevará a cabo en Río de Janeiro el día 21 de septiembre, organizado por el Instituto Nacional de Altos Estudios en el BNDES, con la dirección general del profesor y ex ministro de Planificación João Paulo dos Reis Velloso. Además de Dines, participarán: Boris Fausto, Rubens Ricupero, Regis Bonelli, Bresser Pereira, Wanderley Guilherme dos Santos, Ricardo Neves. En el painel II, El Futuro Ahora (Ideas para una agenda del nuevo gobierno), estarán presentes: Antonio Barros de Castro, Roberto Cavalcanti de Albuquerque, Sonia Rocha y representantes de los candidatos a la Presidencia de la República. También está prevista la exposición Stefan Zweig en el país del futuro, en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro (entre agosto y septiembre), que contará con toda la documentación referente a la obra de Zweig (algunos objetos personales, primeras ediciones internacionales, cartas, contratos, reseñas, recortes y fotos), actuando Dines como curador. Existe la posibilidad de llevar la muestra a Berlín, donde sería acompañada por un coloquio germano-brasileño.
La exposición redundaría en un libro, Stefan Zweig en el país do futuro, 1939-1942, primer tomo de una serie de tres con el archivo de la Biblioteca Nacional y de la Casa Stefan Zweig. Asimismo, País del futuro saldrá a la venta ahora, el día 19, con nueva traducción y prólogo mío, presentado por LP&M en formato de bolsillo en la Bienal del libro de Petrópolis, comenta el periodista. Además de todos esos eventos, Dines es también el responsable de la reanudación de un antiguo proyecto: transformar en museo la casa donde el escritor vivió sus últimos años y se suicidó al lado de su mujer, Lotte, en Petrópolis. Desde la muerte de Zweig se habla de eso. El periodista Raul Azevedo fue uno de los primeros en lanzar la idea, que, en 1944, el diplomático Pascoal Carlos Magno intentó llevar a la práctica, cuenta. Reuniendo objetos personales del intelectual austríaco, el museo abrirá sus puertas en 2007 y será un recordatorio de todos los refugiados que llegaron a Brasil. Desdibujado por varias reformas, con fama de aterrador, el inmueble de la calle Gonçalves Dias será recuperado en su forma original, que, en cierto modo, recordaba algo de la casa del escritor en Salzburgo, que se viera obligado a dejar para huir de la persecución nazi, por ser judío y pensador. La editora L&PM pretende también reeditar Brasil, país del futuro y dos volúmenes con las principales novelas escritas por Zweig. En Europa saldrá a la venta en septiembre, Drei Leben, de Oliver Matuschek, nueva biografía del autor, en el recuerdo de sus 125 años.
Zweig vino a Brasil en 1936, para una serie de charlas, y se maravilló con el país. En una aparente paradoja, contempló en la tierra cálida y subdesarrollada un sucedáneo de su amada Viena y del El mundo de ayer (título de su autobiografía), perdido con la modernidad. Según Dines, la curiosa yuxtaposición tendría raíces en la visión de Viena como un jardín. Jardín como territorio idílico y armónico, donde el hombre somete a la naturaleza sin destruirla. Territorio de utopía. Reconstitución edénica sin pecados, analiza. Con pueblos dispares obligados a convivir juntos, un monarca respetable de barbas blancas, como nuestro Pedro II, Austria y Brasil parecieron a Zweig ecuaciones análogas, en especial en el momento en que su mundo ideal se partía en pedazos y la barbarie iniciaba su escalada en Europa. Quien visita Brasil no quiere dejarlo. De todos lados desean regresar. La belleza es una cosa rara y la belleza perfecta es casi un sueño. Río (de Janeiro), esa ciudad soberbia, lo vuelve la realidad en las horas más tristes, escribió el escritor en la introducción de su País del futuro. La América ibérica, visualizada por Zweig como sucesora de Europa, derivó en otra cosa, tomando como modelo apenas su Edad Media. Humanismo y bonhomía, tan decantados, devinieron en las décadas de 1960 y 1970 en un baño de sangre y mentiras iguales a las del período de la colonización. Aún no experimentó el Iluminismo y pena por eso, analiza Dines.
Para el autor de Muerte en el paraíso; desprovisto de malicia política, golpeado por la tragedia mundial, Stefan procuraba un refugio para su devoción al si y a su vocación elegíaca. Quería solamente descubrir un contraste al infierno que Hitler desatara. En las ruedas intelectuales brasileñas eso era incomprensible. El jardín vienés, idílico y sereno, transfigurado con toda la pasión hacia el bosque lujurioso, no había sido negociado con el Estado Novo. Había pintado al Brasil con paleta sublime, impelido por una ansiosa creencia en la humanidad, vestigio de optimismo, evalúa. Aunque, completa, esa distorsión óptica fue vista por los colegas brasileños del rubro como un negociante, un arribista de la celebridad internacional en decadencia. Luego de presentado, País del futuro recibió críticas de todos los sectores, considerado por intelectuales del fuste de Carlos Drummond de Andrade y Jorge Amado (que se arrepintió después de su maldad) como un acuerdo realizado entre el escritor y el dictador a cambio de un permiso de residencia. Hipótesis no del todo desechable, como observa Dines.
En su libro, el periodista narra una conversación entre Zweig y un abogado vienés, que residía en Brasil y quedara indignado con la postura del escritor de no destacar, en una asamblea hecha en el PEN Clube de Rio, la importancia de los judíos en la vida y en la cultura de Viena. Usted no puede comprenderme. Vea, fui obligado a escribir un libro sobre Brasil. ¿Qué sé yo sobre el Brasil? Como austríaco de buena cepa, o abogado no cuestionó al escritor. Pero es imposible no sentir la desesperación de Zweig en elogios a Vargas en su libro: Ahora que el gobierno es considerado una dictadura, hay aquí más libertad y más satisfacción individual que en la mayor parte de los países europeos, entre otros comentarios elogiosos al Estado Novo. El dictador, sin embargo, detestó las menciones hechas por Zweig a las prostitutas de Mangue, en Rio, entre otras observaciones. Que tire la primera piedra quien opine diferente. Un país con forma de arpa, como dice en la introducción, no podría engañarlo. Fue su última ilusión. Estudiaba el Brasil con los ojos puestos en el futuro, mientras, íntimamente, se preparaba para componer sus memorias, reafirmándose sobre el pasado. En ese embate de los tiempos, perdió pie, tropezó con el presente.
Sueño – El biógrafo advierte sobre el artilugio del título. De lejos, con algún distanciamiento crítico, aunque agradecido por la hospitalidad, habló del país del futuro, sueño, ilusión, quimera, tierra de porvenir, un país que aún no es. País del futuro sería la prospección de su potencial. Suave y delicado, Stefan tomaba posición: no sabría hacerlo diferente. La idea de una tierra del futuro era antigua, una frase del diplomático austríaco, el conde Prokesch Osten, quien, en 1868, escribió al colega francés, conde de Gobineau, para convencerlo de aceptar el puesto de embajador en Brasil. Un ideólogo del racismo, Gobineau no parecía dispuesto a aposentarse en los trópicos y su clima cadencioso (como diría más tarde Zweig, en una carta a amigos). Pero la percepción de una tierra del futuro lo atrajo y él viajo hacia aquí, trabando con Pedro II una amistad intensa. País del futuro también sirvió de título para varias publicaciones antes del libro de Zweig. Sin embargo es importante saber que él no leyó Casa-grande & senzala de Gilberto Freyre, tampoco Raízes do Brasil, de Sérgio Buarque de Holanda (aunque su obra guarde aproximaciones con el hombre cordial).
Stefan, en País del futuro, percibió solamente el jardín sertanejo, interiorano, mientras sus amargos críticos querían que tuviese en la mira a la nación emergente, rebosante de novedades, observa Dines. Como Sir Morosus, el protagonista de La mujer silenciosa (pieza de Zweig transformada en ópera por Richard Strauss y censurada por los nazis por tener un libretista judío), Zweig abominaba del desorden y no resistió al ruido de la historia. Prefería repeticiones confirmadoras y revitalizantes que mantuviesen su ilusión de estar en un paraíso tropical. Después de Zweig, brasileñista precursor, se suscitaron centenas de otros, todos apasionados por el objeto de sus estudios, sabiendo poco o entendiendo mucho, ninguno recibido con simpatía. El mirar de, continúa siendo mal de ojo, advierte el periodista, para quien el escritor no supo desarrollar de forma más revolucionaria su amor a sí mismo, prefiriendo recrearse en nostalgias y su suavidad fue mal empleada?. ¿Una lástima? Quizás no. El libro más notable de Zweig (el último que escribió en Europa) se titula justamente La piedad peligrosa.
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