En el Instituto de Química de Unicamp, donde trabaja como técnica de nivel superior, la profesora Cláudia Martelli se tornó conocida por el “trabajo heroico” que realiza en la Escuela Estadual Profesor Norberto de Souza Pinto, en el barrio Jardim Novo Campos Elísios, en la periferia de Campinas. “Vivía atrás de frascos sin uso y sobras de material que usaba con los alumnos del curso supletorio”, cuenta la investigadora Maria Izabel Maretti Silveira Bueno, de la Unicamp.
“Ni bien supo del programa de la FAPESP, por medio del diario de la Unicamp, Cláudia entró en contacto conmigo”, añade Maria Izabel, que a partir de entonces aceptó coordinar el proyecto de reformulación de la enseñanza de química en la citada escuela. El dinero liberado por la FAPESP fue invertido en la estructuración del laboratorio (el único) usado por los 1.700 alumnos de la enseñanza básica y media, y del curso supletorio.
Los resultados no se hicieron esperar. Una investigación mostró que las clases en el laboratorio contribuyeron para disminuir la deserción escolar de un 30% a un 5% en la Norberto de Souza Pinto. Los alumnos hicieron petitorio reivindicando más clases de química y los padres de los ex alumnos pidieron cupos para que su hijos cursaran la materia nuevamente. Dicha investigación reveló también que el objetivo de la mayoría de los que permanecen en la escuela consiste en conseguir empleo o una mejor valoración en el trabajo.
“El perfil de nuestros alumnos no es el mismo del de los que estudian en el centro de la ciudad, que quieren rendir el examen de ingreso para entrar en la facultad. Acá la mayoría trabaja de albañil, vigilante o embalador de supermercado. Antes que nada, ellos necesitan ganar lo suficiente para casa y comida. Nuestra función es entrenarlos para funciones técnicas”, afirma Cláudia. Por ejemplo: las nociones de medida y preparación de soluciones fueron suficientes para que una de las alumnas, empleada de una fábrica de galletas, lograra un ascenso, asumiendo la jefatura de control de calidad.
No es difícil comprender el avance que el laboratorio generó en el aprendizaje. Antes de ser implementado, la escuela no tenía ni siquiera una pileta adecuada para los experimentos. Ahora, compara la coordinadora Maria Izabel, tiene una estructura similar a la del laboratorio de química general del primer año de la carrera de grado de la Unicamp. El ambiente está compuesto por dos bancos centrales y dos laterales. Entre los principales equipos se encuentra un microscopio óptico con cámara de vídeo acoplada y una computadora multimedia.Kits de física y biología permiten la realización de clases prácticas también de esas disciplinas.
Antes de la llegada del nuevo laboratorio, la profesora ya estaba intentando agitar las clases de química. Aplicaba la creatividad para eludir la escasez de recursos y animar a los alumnosque, cansados del trabajo, frecuentementese dormían en las clases nocturnas. Realizaba demostraciones con recursos sencillos, como velas y vasos, material muchas veces llevado por ellos mismos. “Una vez trajeron caldo de caña y levadura de cerveza, y yo traje cloruro de amonio. Es un experimento que demora tres días, hasta que la mezcla fermenta. Pude demostrar la producción de etanol. Como no teníamos pileta, mientras un alumno vertía agua en el condensador con un balde, otro colectaba el etanol en un vaso”, dice Cláudia. “Pero eso, obviamente, no era suficiente. No teníamos ni siquiera en dónde lavarnos las manos.”
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