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Literatura

Las plácidas memorias del ángel de la muerte

La autobiografía de Josef Mengele revela su falta de empatía y de culpa con relación a sus víctimas y sus crímenes

REPRODUÇÃOFoto de Mengele en 1937, al ingresar a las SSREPRODUÇÃO

“Cuando un pajarito canta contento, no me canta a mí. Siempre que una estrellita brilla a lo lejos, le brilla a otro y no a mí” El pobre autor del ingenuo poema fue capaz de inyectar productos químicos en los ojos de niños para volverlos azules, extraer órganos a gente todavía viva y coser gemelos por su obsesión: “crear siameses”. En Brasil, Josef Mengele (1911-1979), uno de los nazis más buscados del planeta, se convirtió en escritor.

“El ángel de la muerte”, responsable de seleccionar quién viviría o no en Auschwitz, falleció ahogado en Bertioga. Recién en 1985 la policía descubrió su paradero y, en su casa en Diadema, halló más de 3 mil páginas de escritos, actualmente archivados en la sede de la Policía Federal. “Entre esos textos hay una autobiografía que nos permite analizar la mente de un criminal. Él escribió en libertad y sin la obligación de tener en cuenta a la opinión pública, que condenaba sus actos. De tal modo que el tono general es de franqueza en el análisis de su vida y sus actos”, explica Helmut Galle, profesor de literatura de la Universidad de São Paulo (USP), y autor de un estudio sobre los escritos de Mengele, que forma parte del Proyecto Temático Las escrituras de la violencia, con apoyo de la FAPESP.

La autobiografía, de 500 páginas, presenta a un narrador en tercera persona y está escrita en clave ficticia, con el protagonista “Andreas” como el alter ego del nazi. El libro serviría para transmitir “buenos consejos” a su hijo y justificar sus actos en el campo de exterminio. Mengele no tuvo éxito en ninguna de las dos tareas y su hijo rechazó la total falta de culpa del padre y su silencio al respecto de los crímenes en las memorias. “La lectura de esos manuscritos es una tarea penosa. Hay una incómoda omisión acerca de las actividades en la guerra y una terrible vanidad placentera con que relata trivialidades de su infancia y de su vida después de la fuga, en 1945”.

Tan sólo el nacimiento y el bautismo del protagonista se explayan en extensas 74 páginas. Paradójicamente, casi no hay referencias a los judíos, de cuyas muertes fue responsable. Una de las pocas ocasiones aparece durante una charla de Andreas con un campesino que acusa al capital judío por la guerra. Mengele responde: “Se exagera demasiado con eso, pero algo de cierto debe haber. No obstante, era esa guerra que el judaísmo internacional impuso a Alemania lo que imposibilitó una solución pacífica de la cuestión judía. Y si esos eventos ocurrieran en épocas de guerra, asumirían formas bélicas, condicionadas por contextos generales alterados y al cabo, no por las reacciones psicológicas”.

“Resulta extraño imaginar al nazi, en el Brasil de los años 1970, todavía culpando a los judíos por su propio genocidio y su total certeza ética sobre la legitimidad del Holocausto”, señala Galle. Mengele se muestra como el contrapunto de la debilidad judaica, dotado de fortaleza y tenacidad ante los obstáculos. Sus recuerdos lo conducen a 1947, cuando, en plena fuga, se refugia en una granja en Alemania, disfrazado de agricultor. “No admite el esquivarse, la huída y el rechazo porque la existencia misma está en juego. Andreas extiende el estiércol con fuerza y suprime el infernal dolor en la articulación de su mano, pensando que solamente se puede sobrevivir siendo más tenaz que aquello que trae una existencia intransigente.”

Supervivencia
“Mengele intenta situarse en el lugar de sus víctimas para probar que es más fuerte que ellas, no cejando en la lucha por la supervivencia”, analiza el investigador. Según Galle, “el ángel de la muerte” pretende librarse de la culpa relatando su experiencia y culpando a los judíos muertos por su propio fin. “Tal como el campesino, cuyo cuerpo desea rendirse y casi ‘grita’ por los dolores, Mengele crea un personaje, que él cree ser, capaz de suprimir esos impulsos, fingiendo indiferencia delante de todos. En Auschwitz, él tuvo, internamente, algún sentimiento y se rebeló, en alguna instancia, ante su ‘trabajo’ cruel. Pero esa voz fue tapada por su apariencia de personaje frío”, sostiene el investigador.

“En las 500 páginas del texto no aparece ninguna señal de empatía. Solamente se nota el sufrimiento del protagonista y las acusaciones de aquéllos que le provocan tal sufrimiento. Cabría suponerse incluso, que no poseía esa función psíquica”. El autor asesino, prosigue Galle, pretende controlar su imagen externa, mostrando tan sólo fortaleza y poder, y escribe esos textos para tener control sobre los recuerdos que otros tienen de él. “Una de las escenas más significativas del libro ocurre cuando el protagonista sueña que es un bebé, que pasa todo el tiempo durmiendo o berreando. Mengele se ve como inocente y justo, imaginando ser aquello que nunca admitió en sí mismo y que quiso destruir en sus víctimas: la criatura física, desnuda e indefensa”.

En ningún momento aborda la cuestión de la culpa, porque, para él, “no existen los jueces, sino solamente los vengadores”. “Adjudica a los médicos ‘incapaces’ la muerte de su madre, puestos por los Aliados en reemplazo de los ‘excelentes médicos’ nazis. También culpa a aquéllos que levantaron ‘falsos testimonios’ contra él por la pérdida materna”, dice el investigador. En una carta de 1974, llega a expresar “remordimiento por los crímenes que cometimos contra el ‘pueblo elegido’. Las comillas delatan su concepción real, pues, incluso en un raro instante de arrepentimiento, considera a los judíos como “absurdos”. Al fin y al cabo, lo que creía ver a su alrededor parecía confirmar sus creencias. “Brasil es un buen país para vivir, a pesar de su mezcla racial. Pero hay mucha gente que piensa como yo, con simpatía por el nazismo y por la ideología racial”, escribe. Pero se turbaba con las brasileñas, que “abusaban del carmín y del maquillaje, siempre dispuestas hacia la promiscuidad sexual”.

Desprecia a las mujeres en general. “La biología no admite iguales derechos. Las mujeres no deberían trabajar en posiciones de mando y su actividad debe depender del cumplimiento de una cuota biológica. El control de la natalidad debe realizarse mediante la esterilización de aquéllas con genes deficientes”. Más allá de las mujeres, estaba preocupado por la superpoblación del planeta. “Nuestro experimento racial falló, pero es necesario tomar medidas drásticas para combatir el exceso de gente. La humanidad debe tomar una decisión para sobrevivir a los tiempos modernos. Si la bien eugenesia no funcionó a corto plazo, necesitaremos otra solución igualmente radical”, anota.

Las anotaciones reflejan sus estudios en genética y antropología durante los años 1930, que lo condujeron a realizar el doctorado bajo la dirección del profesor Otmar von Verschuer, director del Kaiser Wilhelm Institut. Recordando los “buenos tiempos” académicos, escribe: “Sabemos que la evolución controla a la naturaleza por selección y exterminio. Los incapaces de aceptar esas reglas de seres más capaces deberán exiliarse o extinguirse. Los hombres débiles no deben reproducirse. Es la única forma en que la humanidad exista y se mantenga”. A partir de 1943, el discípulo comenzó a enviar al maestro pruebas “físicas” e informes de sus “fascinantes” experimentos con seres vivos en Auschwitz. “Fui un joven inmaduro y solitario. Todo podría haber sido diferente si hubiera tenido un hogar feliz, con gente que me cuidara”, escribe el ser que ordenó la “limpieza” de un galpón con 750 judíos dentro, tirando gas venenoso para combatir una infección de piojos.

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