La pianista Magdalena Tagliaferro (1893/1986), creadora en los años 40 de las clases públicas que llevaron a jóvenes pianistas al encuentro con las plateas, solía recomendar a sus alumnos que no permanecieran todo el tiempo encerrados en casa ensayando al piano. Tan importante como los ensayos y las clases, decía, era la experiencia de vida. “Lean, viajen”, decía esta mujer pelirroja de porte menudo que solía escribir cartas con tinta verde y anotar las partituras de los alumnos en azul y rojo. A propósito de ello, la pianista dijo de sí misma: “Debo mucho a mi país: los milagros de la naturaleza, las flores, las playas, los colores.
En la música, soy una colorista”, afirmaba la artista, que convivió con Ravel, Fauré y Poulenc en la capital francesa, ciudad que ella conoció aún siendo niña, cuando fue a estudiar en el Conservatorio de París, por ese entonces dirigido por Gabriel Fauré, para perfeccionar su arte. Allí, sus maestros fueron Raoul Pugno y Alfred Cortot. Con este último, mantuvo una intensa relación musical (y corrió por el mundo la versión de que el profesor, ya casado, se enamoró perdidamente de su alumna), sobre lo cual ella dijo en una entrevista: “¡Muy instintivo! Cortot me abrió horizontes de interpretación fantásticos. Fue sobre todo eso lo que él me dio, ¿no es verdad? Él abrió mi imaginación musical de un modo extraordinario. Imaginación para el pedal. ¡Fantástico!”
Se cumplen ahora 15 años de la muerte de la pianista, ocurrida en 1986, pero su legado -su rigor interpretativo, su talento como pedagoga, sus ideas innovadoras – continúa vivo. Prueba de ello es el libro Magdalena Tagliaferro – Testemunha de seu Tempo, resultado de la investigación (realizada con el apoyo de la FAPESP) del maestro, organista, profesor y abogado Édson Leite, quien defendió su tesis doctoral en la Escuela de Comunicación y Artes de la Universidad de São Paulo (ECA/USP) en 1999, tras dos años y medio de investigaciones, bajo la dirección del profesor Marco Antônio Guerra.
“Quise mostrar la importancia que el artista puede tener en la sociedad, mostrar no solo al músico aisladamente, sino también su papel como agente cultural”, dice Édson Leite. “Y también ponerlo al día con la memoria, preservar su memoria. Magdalena era una figura fuerte, que conquistaba a quienes gustaban de ella y también quienes no gustaban de ella. Nadie permanecía indiferente”. El profesor recuerda la modernidad de la artista, que ya en las primeras décadas del siglo XX trabajaba, con sus actitudes personalísimas, su propia imagen. Como recuerda el investigador, muchas veces, en las clases públicas, por ejemplo, llegaba usando guantes finísimos y se los iba quitando lentamente, de una manera teatral, a medida en que tocaba e iba explicando y haciendo comentarios sobre la música.
Otro aspecto de su manera de ser: a veces, llegaba para dar un concierto con un vestido discretísimo, de cuello alto y cerrado; pero cuando se sentaba al piano, el público podía verla de espaldas con un escote que surgía audaz, imponente. “Todo eso formaba parte de su política también, ella sabía venderse bien. Era una artista fantástica y una mujer vanidosa, con aquellos cabellos rojizos, y los labios siempre pintados. Nunca nadie la encontró sin lápiz labial, ni siquiera de mañana”, dice el investigador.
Niña prodigio
Nacida en Petrópolis, Río de Janeiro, en 1893, Magdalena era hija de padres franceses (su padre, Paulo Tagliaferro, daba clases de canto y piano). Niña prodigio, realizó su primer concierto en 1902. A los 13 años, fue a Europa con su familia. Su padre estaba enfermo e iba tratar su salud, pero de hecho lo que lo motivaba era el talento de su hija. Por eso tomó la iniciativa de escribirle a su antiguo profesor de piano, Raoul Pugno, solicitándole que atendiera a Magdalena. Después de escucharla tocar, Pugno la recomendó ante Antonin Marmotel, que lo sucediera en las clases del conservatorio. Magdalena fue admitida por unanimidad y empezó a estudiar con Marmotel. Después, también tuvo clases con el propio Pugno, que cariñosamente la llamaba de “mi monito de Brasil”.
Su carrera ya estaba trazada. En 1907, Magdalena conquistó su primero premio y la medalla de oro en el concurso del Conservatorio de París. En 1928, recibió la Legión de Honor de Francia, y en 1937 fue nombrada catedrática del Conservatorio de Música de París. Entre sus presentaciones históricas se encuentra la del Carnegie Hall, en Nueva York, en 1940, como solista del Concierto en la mayor, opus 54 para piano y orquesta, de Schumann. Pese a su ligación intensa con Francia, tuvo que pasar casi una década entera en Brasil.
Al comienzo de los años 40 realizó una gira por Estados Unidos y, según dicen, como resultado de las dificultades ocasionadas por la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), no pude regresar a Francia. También en esa época estaba terminando con un casamiento. De esa manera fue que llegó a Brasil. Aún durante 1940, creó su curso de interpretación y apreciación musical, con el apoyo del Ministerio de Educación y Salud. Enseño en varios estados, como Río de Janeiro y São Paulo, y en 1956, con el incentivo de Cortot, llevó su curso a Francia. Ella planeaba esos cursos cuidadosamente, desde la elección de las obras que serían ejecutadas en cada clase hasta las informaciones históricas, biográficas, estilísticas, formales. Todo era pensado de manera de dar un todo coherente y estimulante.
Más tarde, fundó en São Paulo la Escuela Magda Tagliaferro y continuó promoviendo clases públicas, durante las cuales les permitía a los alumnos mostrar al público su arte, con todas las responsabilidades que esto implica. Fábio Caramuru, pianista, uno de sus ex alumnos en París durante los años 80, actualmente divulgador de la obra de su maestra y director artístico de la Fundación Magda Tagliaferro, asistió a una de esas aulas en el Masp, cuando tenía tan solo 16 años.
“Ese día, una muchacha tocó muy bien, fue una perfección. Cuando terminó, Magda le dijo: ‘Hija, tú tienes 19 años, ya has amado alguna vez en la vida?'”, recuerda Caramuru. “Esa pregunta ya lo dice todo. Pese a que la ejecución fue perfecta desde el punto de vista técnico, le faltaba vivencia, cosa que Magda consideraba esencial”, cuenta Caramuru. Los consejos que les daba a los alumnos los sacaba de la propia vida. Era una mujer que había viajado mucho y muy vanidosa, le gustaba ir a la playa, a las montañas, a las fiestas.
Proyectos culturales
La Fundación Magda Tagliaferro es una institución que desarrolla proyectos culturales, ofrece becas de estudio a nuevos pianistas con talento y concreta publicaciones y remasterizaciones de grabaciones de la artista. También tiene un buen material biográfico sobre la pianista – textos, libros, fotos y discos. Uno de los libros que pueden ser consultados allí es la autobiografía de Magda, Quase Tudo, ya agotada, que también fue una de las fuentes de Leite en su trabajo.
Otra iniciativa de la fundación consiste en el lanzamiento de la segunda edición del CD Revival , de 1991, vencedor del gran premio de la crítica de la Asociación Paulista de Críticos de Arte (APCA) en dicho año. Producido por Caramuru, Revival tiene, según éste, un criterio de selección estrictamente musical. Con una tirada de 5 mil ejemplares patrocinada por el Fondo Nacional de Cultura, el CD incluye composiciones tales como A Vida Breve: 1ª Dança, de Manuel de Falla, Suíte Espanhola: Sevilla , de Isaac Albeniz, Prelúdio, Coral e Fuga, de Cesar Frank, Suíte Bergamasque: Clair de Lune, de Claude Debussy, y Tocata, de Francis Poulenc.
Los estudiosos coinciden: la importancia de Magda es incuestionable, pues además de haber sido una concertista de nivel internacional, era también pedagoga, le transmitía lo que sabía a las generaciones siguientes. Un caso raro en ese ambiente, porque normalmente los artistas solamente se dedican a los recitales y conciertos o son profesores. Gran parte del talento y la creatividad de Magda se alimentaron de los años de oro del inicio del siglo pasado, de la convivencia con el impresionismo y también con el simbolismo. “Como París, Magda es el arte en renovación”, dice Leite.
Los aires y la vida parisina estaban también reflejados en las grandes ciudades brasileñas. En su tesis, el investigador Édson Leite recuerda, por ejemplo, que Francia (con la literatura de Flaubert, Zola, Maupassant, Anatole France) les marcaba el tono a los artistas y a los intelectuales. En São Paulo, alimentados por la fiebre del café, leían a Machado de Assis y a Coelho Neto, y el “furor del piano se propagaba en la sociedad bajo la orientación del maestro Chiaffarelli”.
La brasilidad, en tonos modernos, sería presentada, inmediatamente después, en la Semana de Arte Moderna de 1922, y en la década siguiente, con la publicación de obras como Casa Grande e Senzala , de Gilberto Freyre, Evolución Política do Brasil, de Caio Prado Junior, y después, Raízes do Brasil, de Sérgio Buarque de Holanda, sugerirían una relectura y un redescubrimiento del país.
En el prefacio de Magdalena Tagliaferro – Testemunha de seu Tempo, Maria de Lourdes Sekeff recuerda: “Si Chiaffarelli (1856-1923), que fuera profesor de Antonieta Rudge, Guiomar Novaes y Souza Lima (…), hizo de São Paulo el centro musical más adelantado de Brasil, cabría a Magda Tagliaferro tratar la cuestión de la modernidad musical representada por la música francesa, la importancia de Debussy, Ravel y Milhaud, colocándonos a la par de los nuevos rumbos estéticos y musicales”. Y ella captó muy bien, y en vivo, toda la musicalidad francesa.
No podría ser de otro modo. Al fin y al cabo, el Conservatorio de París, fundado en 1795, fue el la cuna de prácticamente toda la música francesa de la modernidad. “Magda pudo respirar el mismo aire que los grandes maestros de la música francesa respiraron, participar de sus clases, conocer sus historias de cerca e incluso algunas veces ser parte de ellas”, dice Leite.
Un pueblo musical
Intérprete famosa por sus giras europeas, como profesora, siempre estaba atenta a los aspectos técnicos, a la ejecución, pero no descuidaba el efecto musical que se podía lograr en alguna frase, en determinado momento de la música. “Ella quería un resultado diferenciado, que reprodujera la música del período y con características de intérprete. Creía que lo más importante para un pianista era mostrar su personalidad musical y desarrollar su especificidad”, recuerda el ex alumno Caramuru. Pues, como ella decía: “El pueblo brasileño es el pueblo más musical que existe en el mundo, es una musicalidad natural que le gana diez a cero a los europeos”.
El proyecto
Magdalena Tagliaferro: Testigo de su Tiempo (nº 97/01702-4); Modalidad Beca de doctorado; Coordinador Marco Antônio Guerra – ECA/USP; Inversión R$ 43.439,00