Con cierta frecuencia la expresión desarrollo sostenible suena como una especie de giro retórico para solapar el vacío de proyectos prácticos, buenos y suficientemente consistentes como para producir alguna transformación económica o social y, al mismo tempo, preservar de manera deseable el ambiente de determinadas regiones. Pero claro, es con seguridad una noción enteramente diversa la que el concepto transmite al relacionárselo con dos proyectos de innovación tecnológica presentados en el artículo cuyo titular está estampado en la portada de esta edición de Pesquisa FAPESP. Ambos estudios son llevados adelante por la misma empresa en el área denominada Vale do Ribeira, una extensa zona ubicada entre las ciudades de São Paulo y Curitiba, donde, por cierto, se combinan de una manera para nada rara en Brasil la precariedad de las condiciones de vida de la población local y la exuberante riqueza de su patrimonio natural. En Vale do Ribeira se encuentra la mayor área remanente de Bosque Atlántico del país: son alrededor de 600 mil hectáreas de monte.
En el marco del primero de estos proyectos, según narra a partir de la página 66 Dinorah Ereno, editora asistente de tecnología, se procuró identificar y extraer del bosque, todo mediante el empleo de una metodología científica, plantas medicinales que se venden ahora secas y embaladas. Cabe acotar que la extracción de plantas es una actividad común en la región, y en general nociva para la preservación de las especies autóctonas. En este caso, esta práctica usual llega a resultados muy diferentes: al margen de la regeneración garantizada de las plantas en su hábitat y de los logros científicos, es evidente que se desprenden también beneficios económicos y sociales. Entre otras cosas, el conocimiento adquirido tanto en lo que se refiere a la extracción como al procesamiento de la materia prima, que se les transfiere a las comunidades remanentes de esclavos que viven en la región, como una justa devolución por las informaciones sobre las plantas que sus integrantes brindaron a los científicos al comienzo del trabajo. El segundo proyecto, que se vale de una técnica de utilización de pequeños trozos de brotes de plantas, permite la reproducción en laboratorio y en gran escala de las hermosas bromelias autóctonas de la región, y sin destruir el espécimen original empleado y sin retirar ejemplares del monte. Ambos trabajos constituyen ejemplos de proyecto que deberían imitar otras empresas preocupadas con el desarrollo y con la cuestión de la responsabilidad social.
Y a propósito del desarrollo y sus caminos: constituye una lectura valiosa el artículo sobre los primeros (y aún inéditos) resultados del Estudio de la Actividad Económica Paulista (Paep) 2001, elaborado por la Fundación Seade, que abre la sección de humanidades. Como informa la editora de política Claudia Izique, empezando en la página 82, el trabajo en cuestión indica que, a expensas de todos los cambios acontecidos en el universo productivo en los últimosaños, la industria es todavía el polo dinámico de la expansión de la economía paulista. Entre varios datos sorprendentes, la investigación revela que el mercado de trabajo en el área de servicios crece efectivamente, pero sólo en las grandes empresas del sector; sugiere que la apuesta a la construcción civil puede no producir los efectos deseados sobre el desempleo y que las políticas públicas orientadas a las pequeñas empresas de servicios tendrían quizás más efecto si en vez focalizarse en el empleo lo hicieran en la competitividad del negocio. El conocer estos datos, obtenidos mediante un método riguroso, puede evitar terremotos innecesarios en la gestión de las políticas económicas.
Así y todo, hay terremotos que es imposible de evitarlos. El editor de ciencia Carlos Fioravanti explica la causa de los temblores en una región de Brasil que debería ser muy estable (en la página 36). Un equipo del Instituto de Astronomía, Geofísica y Ciencias Atmosféricas de la Universidad de São Paulo analizó casi una cuarta parte del territorio nacional que se encuentra en el interior de las placas tectónicas y no debería temblar con frecuencia. Los científicos constataron que esas áreas son pasibles de sufrir temblores porque tienen una litosfera una capa de rocas de entre 100 y 200 kilómetros de profundidad más delgada.
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