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Memoria

Noticias del Nuevo Mundo

La preocupación por describir animales y plantas en Brasil existía desde antes de los naturalistas

Los viajes destinados de describir las riquezas del Nuevo Mundo se tornaron frecuentes a partir del siglo XVIII, por eso se elaboró una serie de normas, para definir qué debería observarse, extraerse, describirse y dibujarse, delimitando así lo que podría ser interesante para los europeos y, en particular, para las ciencias. Antes, viajeros, colonos y religiosos habían escrito relatos sobre animales, vegetales, minerales, geografía y nativos de las Américas.

Todos describían la flora y la fauna, desconocidas en el hemisferio norte, y algunos procuraban suministrar el máximo de información sobre el comportamiento y la utilidad de cada animal o planta estudiada. Había una gran curiosidad por saber sobre las tierras recién descubiertas, y muchas de esas obras se publicaron a partir del siglo XVI. Pero varias otras recién se hicieron de conocimiento público mucho tiempo después. Algunos informes llegaban a la metrópoli, los leían las autoridades o en las academias y terminaban archivados y en el ostracismo. Otros eran prohibidos por los gobiernos de Portugal y España, que no tenían interés en mostrarle al mundo las riquezas de sus colonias.

El mejor ejemplo de este cuidado por mantener en la ignorancia a los extranjeros con respecto a Brasil se materializó cuando el italiano André João Antonil publicó en Lisboa su libro Cultura e opulência do Brasil, en 1711. El gobierno portugués confiscó y quemó la edición – pocos ejemplares se salvaron. Pero, ¿cuál habrá sido la primera descripción de los recursos naturales brasileños con cierto cuidado metodológico?

“Es imposible saberlo”, dice Márcia Ferraz, del Centro Simão Mathias de Estudios en Historia de la Ciencia (Cesima) de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo, una especialista en el período. “Muchos textos se conocieron recién siglos después de escritos, y podrían existir relatos no publicados del siglo XVI que desconocemos”. Uno de los más antiguos documentos en que se nota una nítida preocupación con la reunión de informaciones es una carta escrita en 1560 por el sacerdote jesuita José de Anchieta, intitulada Haciendo la descripción de las innumerables cosas naturales que se encuentran en la provincia de São Vicente. En ella, el religioso realizó numerosas descripciones y observaciones: del pez vaca al cangrejo, del oso hormiguero a las abejas, de diversos árboles a las “plantas purgativas”. Entretanto, Pero de Magalhães de Gandavo publicó en 1576 su História da Província de Santa Cruz a que vulgarmente chamamos Brasil, de 48 páginas, en Lisboa. Magalhães de Gandavo informa someramente sobre el descubrimiento, habla de las frutas, de los animales venenosos, de las aves y peces y de los indios. Y el Tratado descritivo do Brasil, de Gabriel Soares de Sousa, escrito en la colonia y llevado a Portugal en 1587, no se publicó inmediatamente. Rico en información sobre las nuevas tierras, tuvo tan solo una impresión parcial en 1800, es decir, 213 años después. “Pero con la extraordinaria História dos animais e árvores do Maranhão sucedió algo peor”, comenta Márcia. Fray Cristóvão de Lisboa, un franciscano portugués, realizó entre 1624 y 1627 trabajo similar al de Anchieta, con una ventaja: dibujaba lo que observaba, lo describía y transcribía el nombre tal cual se lo escuchaba pronunciar a los indígenas.

“La primera edición de los originales guardados en el Archivo Histórico Ultramarino se imprimió en 1967”. Mejor suerte tuvieron Guilherme Piso – el médico de Maurício de Nassau, holandés como él – y George Marcgrave, ingeniero alemán. De autoría de ambos se publicó en 1648 en Ámsterdam la História natural do Brasil. Piso escribió sobre las enfermedades y las plantas, y Marcgrave sobre los animales y la geografía de nordeste brasileño. Diez años después, Piso publicó una edición revisada, que recién tuvo su versión en portugués en el siglo XX.

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