Muchos hombres de ideas se manifestaron sobre la saga misionera protagonizada por religiosos y aborígenes de América en los tiempos coloniales. Voltaire afirmó que las reducciones jesuíticas de los siglos XVI, XVII y XVIII constituyeron el triunfo de la Humanidad. Montesquieu las comparó con el sistema político-filosófico imaginado por Platón en La república . Hegel puso de relieve la evolución humana fundada en una utopía de fraternidad entre los diferentes. Y así, en medio a finas analogías, se construyó la convicción de que a los discípulos de San Ignacio, formados en los rigores de la Compañía de Jesús e investidos de un mandato divino, les cupo la misión de rescatar a los nativos del período neolítico en que vivían, introduciéndolos en el Renacimiento ?en lo que se configura como un salto civilizatorio sin escalas.
Si la Historia no fuese hecha de constantes revelaciones, esta tesis sería satisfactoria. Pero el pasado insiste en emerger de la ruinas de las Misiones que se erigieron en Brasil, Argentina y Paraguay. Y emerge de una manera pulsante, e incluso inesperada. “Estamos viviendo un tiempo de relativizaciones. No podemos observar a las Misiones solamente con los ojos de la gloriosa Compañía de Jesús. Debemos escuchar aquello que los indios, tanto los vivos como los muertos, tienen para decirnos”.
Curiosamente, esta recomendación surge de la boca de un jesuita, el padre Pedro Ignácio Schmitz, de 76 años, uno de los pioneros de la arqueología en Brasil, profesor de antropología, consejero del Instituto del Patrimonio Histórico y Artístico Nacional (Iphan) y director del Instituto Anchietano de Investigaciones, con sede en São Leopoldo, Río Grande do Sul. En dicho centro, ligado a la Universidad Vale do Río dos Sinos (Unisinos), el pasado es excavado en el marco de sucesivas investigaciones, ya sea mediante el análisis de informes firmados por jesuitas y laicos como en las búsquedas llevada a cabo en sitios arqueológicos, o en la reconstrucción de las Misiones vía computación gráfica.
En los últimos años, el centro dirigido por el padre Schmitz ha fomentado tesis académicas que realzan aspectos aún poco conocidos ligados a la convivencia entre los jesuitas y los indios en los asentamientos coloniales. La clásica pregunta: ¿por qué ciertas Misiones tuvieron éxito y otras no?, adquiere a través de estos estudios la complejidad indispensable para la comprensión del pasado. Asimismo, cabe preguntarnos: ¿qué significan las palabras éxito o fracaso en términos históricos? “Aprendimos que las reducciones del sur fueron exitosas porque trataban con los guaraníes, indios pacíficos, trabajadores, aptos para catequizarlos o esclavizarlos. Eran los buenos salvajes”, recuerda el cura Schmitz, hoy en día mucho más preocupado por descifrar las condiciones en las que estos indios aceptaron las “reglas del juego” de las Misiones.
La señal
Tales condiciones ponen en jaque a tesis de la docilidad de los aborígenes y nos remiten a la situación de exclusión de los pueblos indígenas en Brasil en los días actuales. Se sabe sí que los guaraníes no tuvieron muchas opciones: o eran dominados por la truculencia de los colonizadores españoles o eran cazados por los bandeirantes paulistas; o iban a parar a las reducciones. Si optaban por la tercera alternativa, muchas veces el cacique mandaba construir una choza en el monte a título de iglesia, con la cruz al frente. Era la señal para que los misioneros entrasen a reducir la comunidad, en un proceso de formación de aldeas inevitablemente radical.
“Nuestra sociedad demoró para absorber el valor de las Misiones asentadas en los territorios pertenecientes a la corona española, pero ambicionados por los portugueses y sus hijos brasileños”, dice el sacerdote. Pero la distinción entre las Misiones españolas y la Misiones portuguesas es el punto clave para el viraje de las interpretaciones. En la primera categoría, los contactos realizados por los “compañeros de Jesús” auguraban un proyecto de autonomía para los indios. Es decir que, al margen de la implicación vía catequesis, si los nativos produjesen y pagasen impuestos para la Corona, ganarían el status de ciudadanos del imperio.
En tanto, en la Misión portuguesa eran tratados como mano de obra disponible para el sistema colonial, reclutados a los montones en factorías o instalaciones militares. En la Misión española la administración de las aldeas quedaba en manos de los líderes indígenas ?y los caciques guaraníes gozaban de amplios poderes. También los propios jesuitas se diferenciaban. Éstos eran en muchos casos hijos de la elite local. El Padre Antonio Ruiz de Montoya, que en el siglo XVII organizó el primer diccionario de la lengua guaraní, era hijo de un rico comerciante del Perú.
En territorio brasileño entretanto, los jesuitas llegaban provenientes de Europa y estaban sometidos a las leyes portuguesas. Si en las Misiones españolas el trabajo de aldeamiento transcurría preferentemente en el lugar donde los grupos vivían y donde sus ancestros estaban enterrados, en las misiones portuguesas se produjo un desplazamiento hacia los sitios estipulados por los colonizadores. Así, si bien los jesuitas sometidos a Portugal lograron resultados con los tupinambás en la costa brasileña, tuvieron con todo dificultades infranqueables con varios otros grupos, como los pataxós, por ejemplo.
En los años 1940, Lúcio Costa, autor del proyecto urbanístico de Brasília, llevó a cabo el primer relevamiento arquitectónico de las Misiones del sur de Brasil empezando por las ruinas de São Miguel Arcanjo, ubicadas a 490 kilómetros de Porto Alegre. Medio siglo más tarde, todo el conjunto remanente de las Misiones (al margen de São Miguel pueden citarse San Ignacio Miní, en Argentina, y Trinidad, en Paraguay), fue elevado a la categoría de Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco. Entre una fecha y la otra, el cura Schmitz trabajó con innumerables equipos, buscando vestigios de ese rico pasado. Al mismo tiempo iban surgiendo en el campus de la Unisinos nuevos frentes de investigación. En una primera tanda de estudios, por ejemplo, fue posible recomponer la organización socio-administrativa de la reducción en el medio guaraní, el primer ensayo de planificación urbanística de la Edad Moderna.
Los aldeamientos tenían una administración autónoma, como si fueran municipios, con sus alcaides, consejeros, jueces, jefes de seguridad y representantes de la comunidad. La población oscilaba en torno a los 4,5 mil indios por núcleo, asistidos por unos pocos jesuitas (éstos eran numerosos en los colegios de la Orden, pero no así en las reducciones). Y así organizados tales núcleos se volvieron autosuficientes en la producción, la distribución y la administración de bienes. En uno de los informes enviados a los superiores, un jesuita cuenta que en la reducción que ayudara a fundar había 50 carpinteros, 20 tejedores, cuatro constructores, 12 armeros, seis escultores, diez pintores, ocho albañiles, 12 alfareros con más de 80 ayudantes, dos panaderos, dos cocineros, seis enfermeros, cuatro ayudantes de sacristía, un zapatero, 12 curtidores, dos ceramistas, dos torneros, tres toneleros, dos fabricantes de laudes y arpas y un tipógrafo…
¡Y todo eso durante los primeros años del siglos XVII! En esa pequeña ciudad se llegaron a formar coros y orquestas, prueba de que las Misiones no solamente obedecían al proyecto de formar súbditos para el imperio sino también al de cultivar fieles para una iglesia universal. De allí los cultos locales, tales como el de Santo Izidro, protector de los cultivos, y el intenso calendario religioso con oraciones diarias, misas solemnes y procesiones. Y vale recordar: en varias reducciones, este calendario giraba en torno de iglesias proyectadas por arquitectos de renombre y construidas por las manos de los indios.
Búsquedas realizadas en los archivos de la Compañía de Jesús permitieron el acceso a las Cartas Anuas, manuscritos de informes de los jesuitas enviados los provinciales de la Orden, algunas de éstas cartas integran el archivo de documentos del Instituto Anchietano. En dichos informes, entre descripciones de costumbres, prestaciones de cuentas y solicitudes variadas, se encuentra tanto el día a día de las comunidades que prosperaron como la secuencia de atropellos en reducciones que tuvieron una vida efímera. Fue precisamente esa otra categoría, la del trabajo misionero malogrado lo que intrigó a la antropóloga Dóris de Araújo Cypriano, alumna del cura Schmitz, y la llevó a analizar las Misiones del Chaco, región que ocupa el centro de la América Meridional, y abarca territorios de Argentina, Paraguay, Bolivia y Brasil. Dóris se concentró en los indios tobas, del tronco lingüístico guaycurú, cazadores y recolectores de la región chaqueña.
Los indios tobas reaccionaron contra la embestida evangelizadora. Tenían una tradición de resistencia: entre 1526 y 1550 los europeos concretaron varias tentativas de pacificación en el Chaco con campañas militares. Pero fueron duramente derrotados. Organizaron frentes de penetración, que resultarían en trabajos de ocupación y poblamiento. Y se batieron en retirada. Reaccionaron con expediciones militares punitivas. Y fueron masacrados. Frente a tantos trastornos, optaron por la pacificación vía acción misionera en 1591. Los curas Bárcena y Anasco lanzaron excursiones apostólicas que dieron origen a la primera gramática toba ?algo que, teóricamente, facilitaría la vida de los misioneros. Pero no fue precisamente eso lo que sucedió.
Las reducciones del Chaco tenían carácter militar, pues la vida de los sacerdotes estaba permanentemente en riesgo, y a muchos de ellos los mataron. Como si eso fuera poco, los distintos grupos indígenas guerreaban entre sí debido a rivalidades insuperables. En 1756 llegó construirse un fuerte para soldados y misioneros. Del lado de afuera acampaban los tobas. Los jesuitas intentaron enseñarles a cultivar la tierra, pero éstos no querían saber nada de plantar trigo y leguminosas.
Siendo nómades, hallaban su sustento en la naturaleza abundante, tal como observa Dóris en su tesina de maestría, concluida en 2000: “La diversidad biológica del Chaco ofrecía múltiples posibilidades de subsistencia a los grupos que allí habitaban. Esta capacidad potencial no fue aprovechada por los españoles, que preferían imponer conocimientos y prácticas adecuadas a Europa, en un ambiente de características totalmente diversas”. Los tobas no solamente reaccionaban al militarismo de las expediciones, sino que también les imponían límites a los misioneros en durísimas negociaciones. No querían ser tratados como esclavos. No querían que sus hijos fueran catequizados. No querían ser trasladados de su áreas a otras. Cuando los jesuitas fueron expulsados de América, les cupo a los franciscanos la misión de entablar nuevos contactos con esa brava gente.
Piel
Estudios como éste se cruzan con otras investigaciones, como la de la historiadora Elaine Smaniotto, otra alumna de Schmitz, que trató de analizar las relaciones de género de las poblaciones del Chaco, publicando un interesante trabajo en 2003. Mientras que en la reducciones guaraníes las mujeres debieron encuadrarse a una división social del trabajo importada de Europa, entre las sociedades cazadoras y recolectoras éste fenómeno no se dio. La pauta cultural de las mujeres y los varones tobas no fue alterada por las Misiones, y la diferenciación de género obedecía a un sistema propio de relaciones: el cuerpo definía el sexo, la edad, la posición social y la función del individuo en la comunidad. La ley era la ley del indio. Y estaba inscrita en la piel.
La monogamia prevalecía, el adulterio no era tolerado, y las viudas, una vez cumplido el luto, podía casarse nuevamente. Se celebraba el nacimiento del hijo del cacique, pero también la primera menstruación de las indias. Se practicaba el aborto. Cuando los grupos empezaron a andar a caballo, la movilidad femenina se incrementó. Y así surgieron las cacicas. “Mujeres y varones andaban a caballo. Pero su finalidad variaba de acuerdo con la clase social y el género”, concluye la investigadora.
Actualmente, Dóris Cypriano se aboca a las Misiones instaladas en la Amazonia entre los siglos XVI y XVIII. Se trata de una acción evangelizadora emprendida por los jesuitas portugueses ante los grupos tupíes, en una región que abarca zonas de los estados de Maranhão y de Pará. El relevamiento actual de estos grupos, en pleno siglo XXI, revela cicatrices del pasado: los indios fueron arrancados de sus tierras de origen, trasladados a lugares considerados estratégicos para los colonizadores (a orillas de los ríos y cerca de las fortificaciones militares).
Otro aspecto crucial en proceso amazónico fue el hecho de que los jesuitas estableciesen una “lengua general” como forma de comunicación ?a decir verdad, un idioma extranjero para los nativos. “La presencia laica, ya la sea de los cazadores de esclavos como de los militares que deberían defender las fronteras, estaba tan imbricada en la acción misionera que se hizo difícil delinear un análisis separado”, comenta la investigadora.
Dóris escogió como foco del estudio la Residencia de Río Negro, una reducción fundada a orillas del río que le dio su nombre en 1692. Por lo que parece, la iniciativa no habría durado más de un año: fue desactivada en virtud de la muerte de varios jesuitas y de la imposibilidad de reemplazarlos. El estudio explica que la drástica reducción de la población indígena obedeció a las confrontaciones con cazadores de esclavos y a las epidemias introducidas en las comunidades, que tuvieron efectos devastadores.
A la manera del antropólogo inglés Terence Turner, las nuevas investigaciones piden la reinterpretación del pasado: el contacto entre los aborígenes y los agentes de la sociedad colonial modificó a ambos actores de un sistema de interacciones con estructura propia. Como concluye Dóris Cypriano, “las sociedades involucradas pusieron en situación de riesgo sus pautas culturales de igual modo”. Cuando se trata de los sujetos de la Historia, el hecho de dividir el mundo entre dominadores y dominados puede ser una fórmula simplista. Y además engañosa.
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