Habitualmente alternando su vida entre Estados Unidos y Brasil, a Pedro Meira Monteiro le gusta moverse entre distintas áreas del conocimiento. Graduado en Ciencias Sociales en la Universidad de Campinas (Unicamp), en 1993, allí también culminó una maestría en sociología en 1996 y un doctorado en teoría literaria en 2001, ambos con financiación de la FAPESP. Desde hace más de dos décadas es profesor de literatura en la Universidad de Princeton (EE. UU.) y el año pasado se convirtió en investigador residente de la Biblioteca Brasiliana Guita y José Mindlin de la Universidad de São Paulo (BBM-USP). Como parte de su función, en mayo de este año, junto con Hélio de Seixas Guimarães, de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas (FFLCH) de la USP y vicedirector de la biblioteca, organizaron el coloquio “Nuevas comunidades, nuevas colecciones”. La propuesta fue un éxito y, en octubre, se llevó a cabo una segunda edición. En la siguiente entrevista concedida a Pesquisa FAPESP, habla acerca de esa propuesta, que entre otras cosas, plantea la necesidad de repensar los archivos de las instituciones consagradas y establecer un diálogo con las experiencias comunitarias.
¿Qué tal le está yendo en su experiencia en la BBM-USP?
Muy bien. Entre otras cosas he conseguido organizar junto con Hélio Guimarães el coloquio “Nuevas comunidades, nuevas colecciones”. Una de las invitadas en la primera edición fue Ana Flávia Magalhães Pinto, de la UnB [Universidad de Brasilia], actual directora del Archivo Nacional. Es la primera mujer negra al frente de la institución, fundada en la primera mitad del siglo XIX en Río de Janeiro, y está impulsando una serie de encuentros para tratar de entender cómo incorporar archivos comunitarios a esa colección. También estuvieron presentes Fernando Acosta-Rodríguez, bibliotecario a cargo de las colecciones latinoamericanas de la Biblioteca Firestone, de Princeton; Mário Augusto Medeiros da Silva, director del Archivo Edgard Leuenroth de la Unicamp; Paul Losch, director de campo de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos en Río de Janeiro, y João Cardoso, curador de las colecciones de la BBM-USP. Durante el evento, hemos discutido, por ejemplo, qué es la memoria, qué se conserva y qué se desecha, y quién tiene autoridad para clasificar y organizar los documentos. La idea era avanzar hasta allí, pero el encuentro debió extenderse.
¿Por qué?
Entre el público presente había representantes de varias instituciones, algunas ya afianzadas, pero también de experiencias más recientes, independientes, muchas de ellas de zonas periféricas, que están organizando archivos y bibliotecas en sus territorios, incluso en condiciones precarias. Durante el evento, estas personas compartieron sus propuestas. Hubo relatos contundentes, de gente que está poniendo a prueba las formas tradicionales de catalogar y conservar registros de la memoria. Guimarães y yo quedamos tan entusiasmados que decidimos organizar una segunda edición, que tuvo lugar en octubre, en esta ocasión promoviendo una inversión de los roles. Así pues, algunos de los que se encontraban entre el público en el encuentro del primer semestre subieron al escenario para protagonizar este segundo coloquio. Fue el caso, por ejemplo, de Fernando Filho, Renata Eleutério y Adriano Sousa, del Centro de Investigaciones y Documentación Histórica [CPDOC] Guaianás, que registra y difunde la historia de los barrios del extremo oriental de la ciudad de São Paulo, tales como Guaianenses, Lajeado y Cidade Tiradentes. Otro de los invitados fue Marcos Tolentino, de Acervo Bajubá, una iniciativa surgida en Brasilia en 2010, y actualmente radicada en São Paulo, dedicada a preservar la memoria de la comunidad LGBT+ brasileña. Por su parte, Thamires Ribeiro de Oliveira asistió en representación del Museo de Maré, que desde 2006 alberga la historia de estas comunidades en Río de Janeiro. También estuvieron presentes Paula Salles, de Casa do Povo [São Paulo], y José Carlos Ferreira, del Archivo Fotográfico Zumví, de Salvador [Bahía], además, una vez más, de la directora del Archivo Nacional. En este debate, se ahondó en el rol de los archivos comunitarios y cómo deben posicionarse las instituciones ya consagradas ante el cambio de perfil de los investigadores y los temas emergentes relacionados con las poblaciones negras, indígenas y periféricas.
¿Cuáles son los retos a los que se enfrentan estos archivos comunitarios?
Son varios, empezando por el reconocimiento. Para hacerse una idea, ahora mismo, los representantes de estos archivos están firmando un petitorio para que estas iniciativas sean incluidas en forma más clara en el Proyecto de Ley nº 2.789, de 2021, que pretende modernizar la Política Nacional de Archivos Públicos y Privados, que data de 1991.
¿Por qué es importante un reordenamiento de los archivos institucionales del país?
Cuando me pongo a pensar en los 22 años transcurridos desde que me fui a Estados Unidos, me doy cuenta del cambio radical que ha experimentado Brasil. En aquella época, las universidades estaban compuestas principalmente por personas blancas. Nos hallábamos lejos de ciertos debates que, hoy en día, son moneda corriente en el ámbito académico, impulsados por el ingreso de más personas negras, indígenas y periféricas en las instituciones de enseñanza e investigación. Las grandes bibliotecas y museos necesitan abrirse a la incorporación de colecciones que guardan la memoria de territorios e identidades más diversas.
¿Cómo fue que llegó a convertirse en profesor de Princeton?
La oportunidad llegó de manera inesperada. Concluí el doctorado en 2001 y me estaba preparando para presentarme a concursos en universidades de Brasil. Por entonces, no estaba en mis planes salir del país, pero un colega me avisó que se estaba abriendo un concurso en Princeton. Decidí presentarme. Me preparé durante seis meses, incluso tomando clases de inglés. Concursé y resulté aprobado. Desarrollé toda mi carrera en Princeton, pero siempre he tenido la sensación de estar haciendo una doble carrera, con un pie en Estados Unidos y otro en nuestro país. Las redes de diálogo y los proyectos de investigación científica más importantes en los que he estado implicado siempre han tenido una fuerte conexión con Brasil.
¿Qué queda por investigar en el campo literario?
Los debates sobre el propio concepto de la literatura merecen una mayor atención de parte de los académicos. ¿Cuál es el lugar de la literatura actualmente? ¿Todavía depende tanto de los libros, como hace 10 o 20 años? Este es un interrogante fundamental, que plantea varios abordajes, sobre todo en lo que respecta a la oralidad. He reflexionado mucho sobre el tema y estoy planeando ofrecer un curso para estudiantes de doctorado sobre audiolibros. Hay quienes sostienen que las nuevas generaciones, por el hecho de estar permanentemente en contacto con las pantallas y realizando múltiples tareas, desarrollan una atención difusa, lo que genera un distanciamiento insalvable en relación con el libro tradicional. El texto en papel, al fin y al cabo, requiere una inmersión profunda, lineal y exclusiva. En este contexto, los audiolibros, especialmente aquellos que cuentan con la participación de actores y una dirección acertada, están ganando espacio y pueden transformar la forma de vincularnos con la literatura. Otro tema que he estado explorando, sobre todo después de la Flip [Fiesta Literaria Internacional de Paraty] de 2021, del que fui uno de sus curadores, es la relación entre la literatura y las plantas. En esa edición del festival literario, por primera vez no hubo un autor homenajeado, pero sí un tema: el giro vegetal. Entre los autores invitados estuvo la surcoreana Han Kang, galardonada recientemente con el Premio Nobel de Literatura de 2024.
¿De qué se trata el giro vegetal?
En mi opinión, esta reflexión constituye uno de los aspectos más prometedores del pensamiento poshumanista. Cuestiona los límites de la concepción antropocéntrica del ser humano, que siempre ha antepuesto al individuo como único productor de sentidos. En el seminario que ahora estoy ofreciendo en el doctorado en Princeton, debatimos sobre esta cuestión. El giro vegetal nos ayuda a replantearnos el sujeto filosófico occidental, ya no como una entidad aislada y autosuficiente, sino como parte de un todo mayor. Según esta concepción, los seres animados o inanimados que no son humanos poseen una dignidad y una importancia tan grandes para la continuidad de la vida como los humanos. Este debate es hoy en día de especial relevancia, en el contexto de la crisis climática y la preocupación por el futuro del planeta. El fin del mundo, o al menos el fin del mundo habitable para nosotros, parece hallarse siempre al acecho. Y la forma en que estamos acelerando este proceso nos obliga a replantearnos cada vez más cuáles son nuestras responsabilidades y aquello que la filosofía ha llamado “ser”.
