Archivo personal Gabriel Victora estaba por finalizar la enseñanza media cuando su padre, Cesar Victora, un eminente epidemiólogo de la Universidad Federal de Pelotas (UFPel), en el estado de Rio Grande do Sul, se fue a trabajar en el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), en Nueva York, Estados Unidos. Gabriel tenía 16 años y decidió acompañar a su padre. Como había estudiado piano en las ciudades de Pelotas y Porto Alegre, probó suerte en los conservatorios de música de Nueva York. Lo aceptaron en varios, pero decidió entrar en el afamado Mannes College of Music.
Comenzó a cursar la carrera de música en 1994, graduándose en 1998, y ese mismo año empezó una maestría, también en el Mannes. Se convirtió en pianista profesional. “Hice algunos recitales en el Carnegie Hall, en Nueva York, y en el Teatro Municipal de São Paulo, además de otras presentaciones con la Orquesta Sinfónica de Porto Alegre”, recuerda. Sin embargo, con el tiempo, la rutina de concertista comenzó a aburrirlo. Decidió buscarse otra actividad.
Empezó a trabajar como traductor de artículos de epidemiología para el grupo de su padre en la UFPel y, más adelante, también para otros grupos de investigación en Brasil. Al cabo, ganó experiencia, tornándose uno de los traductores oficiales de la edición bilingüe de la Revista de Saúde Pública, editada por la Universidad de São Paulo (USP). Como su interés por el área de la inmunología se acentuaba, su padre le sugirió que charlara con el inmunólogo Jorge Kalil, investigador de la Facultad de Medicina (FM) de la USP y compañero de carrera suyo cuando estudiaba en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS). De ese contacto le llegó la invitación para realizar una pasantía en el Laboratorio de Inmunología del Instituto del Corazón (InCor) del Hospital de Clínicas de la FM-USP.
Esa pasantía lo condujo a una nueva maestría, en inmunología, en el Instituto de Ciencias Biomédicas (ICB) de la USP, que comenzó en 2004. Con la conclusión del máster en ciernes, Gabriel participó en un congreso de la Sociedad Brasileña de Inmunología, donde conoció a Anjana Rao, del Instituto de La Jolla para Alergia e Inmunología, en San Diego, California. “Conversamos sobre la posibilidad de que yo hiciera un doctorado en Estados Unidos”, relata. “Me inscribí en varios programas, pero sólo la Universidad de Nueva York (NYU) tuvo el coraje de ofrecerle una vacante a un músico, sin formación en biología o medicina”, bromea.
En 2006, Gabriel Victora inició el doctorado en el laboratorio de Mike Dustin, de la NYU. “Estudié cómo al madurar, los linfocitos B generaban anticuerpos más efectivos a medida que una infección progresaba”. Uno de los resultados de mi tesis doctoral fue un artículo publicado en la revista Cell. A partir de ahí, Gabriel comenzó a recibir ofertas para crear su propio laboratorio. Una de ellas vino del Instituto Whitehead, del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). Él aceptó y trabajó allá durante cuatro años como jefe de un grupo de investigación. En 2016 recibió otras dos propuestas: del Instituto de Tecnología de California (Caltech) y de la Universidad Rockefeller. “Decidí regresar a la Rockefeller, donde siempre había querido estar”, afirma. A sus 40 años, actualmente lidera un equipo integrado por 11 investigadores en el Laboratorio de Dinámica de Linfocitos.
Republicar