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Carta de la editora | 160

Puentes en el corazón y en otros territorios

“Los puentes del corazón” llegaron a última hora, y fueron a parar directamente a la portada de Pesquisa de este mes. La consistencia y la solidez de una investigación en este campo, coordinada por el profesor José Eduardo Krieger, junto al enorme interés que siempre se aviva entre aquéllos que siguen las noticias originadas en el frente de la ciencia ante cualquier nuevo conocimiento o avance técnico que se relacione con la longevidad y el funcionamiento del corazón (como así también del cerebro), no dejaron demasiado margen para dudar acerca de qué artículo de esta edición debería ocupar el lugar más destacado.  No obstante, el lector podrá hacer su propia evaluación, siguiendo el claro y elegante relato del editor de ciencia Ricardo Zorzetto que empieza en la página 16, referente al trabajo que apunta a develar por qué algunas partes de los bypass cardíacos sufren obstrucciones y tienen una duración limitada de unos 10 años, mientras que la mayoría sigue en funciones durante tres, cuatro o más décadas.

El artículo detalla experimentos con ratones y con vasos sanguíneos humanos llevados adelante por el equipo de investigadores encabezado por Krieger en el Instituto do Corazón (InCor) de São Paulo, en un intento de identificar factores físicos que, al desencadenarse mediante este proceso  -que consiste en construir un puente con una vena llamada safena para que funcione como arteria-, terminan por activar una reprogramación de las células de dicho vaso.  Esta búsqueda ha resultado en la detección de varias proteínas que pueden tener esa función, y es posible que una o más de ellas puedan en el futuro usarse como indicadores de la durabilidad del bypass o como blancos terapéuticos. En otras palabras, tal vez se pueda saber de antemano si cuando se le va a practicar un bypass a alguien lo será por el resto de su vida o si son muy grandes las probabilidades de que deba operárselo nuevamente al cabo de una década más o menos.

El otro artículo que quiero destacar en este espacio es el que aborda una cierta “pelea” académica en los dominios de la arqueología, entre aquéllos que defienden que la Amazonia brasileña fue alguna vez, en un remotísimo pasado, reducto de sociedades con un considerable grado de sofisticación cultural, y aquéllos que aseguran que el ambiente de suelos pobres en nutrientes de la región impidió la agricultura intensiva y por ende la formación de grandes poblaciones avanzadas en el área. El punto de partida del editor de humanidades Carlos Haag para aclarar esta divergencia en cuanto a un hipotético Eldorado amazónico, es el libro Cotidiano e  poder na Amazônia pré-colonial, de Denise Cavalcante Gomes (Edusp). Pero echa mano al mismo tiempo de una serie de estudios internacionales que también se abocan a esta cuestión, entre los cuales se cuentan los que aparecen en el libro The lost city of Z, de David Grann, que saldrá publicado en julio en Brasil (Companhia das Letras). En esta obra, el arqueólogo Michael Heckenberger, retomando la historia de la malograda expedición del coronel británico Percy Fawcett a Xingu, refuerza el mito de Eldorado, cargando contra el escepticismo de Betty Meggers. La reyerta es antigua y promete ir más lejos aún. Y es sumamente interesante seguir de cerca las razones que se esgrimen de cada lado.

Artículos como el que relata el aislamiento del virus de la gripe porcina en Brasil y el que se aboca al trabajo de la astrónoma brasileña ligada a la Nasa experta en volcanes extraterrestres, o incluso en el área de tecnología el que se refiere al autobús impulsado con hidrógeno y que pronto andará por las calles de São Paulo, u otro sobre nuevas ventajas contra la contaminación del automóvil abastecido con alcohol, merecerían referencias específicas en este espacio. Pero en esta ocasión seré más económica en las consideraciones sobre la producción del equipo de Pesquisa FAPESP para poder dedicar unas pocas líneas a Sir John Maddox, graduado en física y química pero periodista de profesión; -el hombre que reinventó el periodismo científico-, tal como declaró The Economist en el epitafio que le dedicó en la edición de 5 de mayo pasado. Maddox murió el pasado 12 de abril. Al llegar a Nature en 1966, después de una década en el Guardian, transformó a la en ese entonces desprestigiada y parroquial revista británica “en un gigante científico de influencia global”. Revisión a cargo de pares, audacia en la elección de los temas que merecían publicación y una rigurosa exigencia en la calidad de los textos fueron tan sólo algunas de las novedades introducidas para catapultar a la revista británica a competir con Science. Según The Economist, Maddox quería una Nature similar en cierta forma a un diario: una publicación fuese juzgada entre otras cosas por la rapidez con que publicaba las noticias científicas. “Los manuscritos también eran editados ‘sorpresa’ para que tuviesen estilo y legibilidad, tanto como precisión.” Maddox formó una legión de profesionales que se propagaron por New Scientist, Times, Wired y otras publicaciones, consolidando así los hermosos puentes que estableció entre la ciencia y el periodismo. Puentes destinados difundir el conocimiento científico en el seno de la sociedad.

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