MIGUEL BOYAYANLa Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa, sigla en portugués) se apresta a iniciar el cultivo de un papayo genéticamente modificado resistente al virus de la mancha anular (Papaya ringspot virus, PRS), una enfermedad que mengua la calidad y la cantidad de frutas de este árbol. Éste es el primer organismo genéticamente modificado (OGM) desarrollado por Embrapa, que ya posee la autorización para la realización de pruebas de campo. La Licencia de Operación para Área de Investigación (Loape, sigla en portugués), un documento emitido por el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (Ibama) que autoriza el plantío controlado, salió en octubre. Será también uno de los primeros productos que será analizado y probado por la Red de Bioseguridad de OGM, creada por Embrapa a mediados del año pasado, con la mira puesta en la capacitación de recursos humanos y de la propia institución en la investigación con transgénicos.
En el caso de la papaya, diversas estrategias de control de la referida virosis han sido utilizadas, todas infructuosas. De cualquier manera, Brasil es líder en el mercado mundial, con una producción estimada de cerca de 1,70 millones de toneladas de papaya en 2000, lo que corresponde a poco más de una tercera parte de las plantas cultivadas en los restantes países. Con el papayo inmune al virus, la productividad de la planta y los ingresos de los productores podrán ser aún mayores. Embrapa desarrolló en ambiente de laboratorio y en casa de vegetación pequeños plantines de papayo, en los cuales se introdujeron genes resistentes al virus. Las pruebas preliminares revelaron que las plantas presentan inmunidad a la mancha anular. Ahora, con la autorización del Ibama, la papaya transgénica validará su desempeño en el campo, más precisamente en Cruz das Almas, Bahía, en un área vigilada las 24 horas, protegida con una cerca electrificada y siguiendo un rígido protocolo de bioseguridad. “En caso de que haya algún problema, sabremos cómo controlarlo”, dice Deise Maria Fontana Capalbo, investigadora de Embrapa Medio Ambiente.
El cultivo en el campo
En Cruz das Almas, los investigadores analizarán la influencia del papayo transgénico sobre el conjunto de organismos del suelo, como así también la calidad y las propiedades de la hoja y de la papaya. “Durante el primer año verificaremos la resistencia de la planta a las condiciones del suelo. En el segundo, haremos lo mismo con las condiciones de campo propiamente dichas”, explica Deise Capalbo. Los riesgos de que el OGM contamine cultivos de papayo convencionales en áreas aledañas son bajos, ya que este fruto no tiene polen, y por tal motivo no existe la posibilidad de un escape génico hacia otros cultivares, argumenta Capalbo. “Es como si la planta hubiera sido vacunada, y la cubierta del virus no se expresa en la parte reproductiva”, detalla.
Así y todo, es fundamental evaluar su impacto en otros organismos y en el ecosistema. Cuando se utiliza un insecticida para matar al pulgón transmisor del virus de la mancha anular, por ejemplo, existe el riesgo de que el producto mate también a algunos otros insectos que están cerca de los papayos, denominados por los expertos organismos no blancos. “En el caso de la papaya, vamos a evaluar si los insectos que rondan los cultivos serán o no serán afectados. Es preciso tener en cuenta la relación costo-beneficio y verificar si el riesgo de afectar a los insectos se justifica”, pondera Deise Capalbo. “En caso de que no se detecte comprometimiento de la función – y no solamente del número de individuos en ese ecosistema -, tal vez sea posible convivir con una situación de algunas pérdidas de los organismos no blanco”, justifica.
Los investigadores también investigarán la seguridad alimentaria de la fruta genéticamente modificada. Se realizará una batería de pruebas y ensayos – como de equivalencia sustancial (ES), de características moleculares y agronómicas del producto, entre otras – para evaluar las cualidades nutricionales de la planta y compararlas con las de la papaya convencional. “Si ninguna de las dos plantas no tuvieran propiedades y características idénticas, será necesario revaluar el proyecto”, afirma Deise Capalbo. La evaluación del impacto sobre el medio ambiente y la seguridad alimentaria del OGM seguirán las reglas de la Ley de Bioseguridad, orientaciones de la Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad (CTNBio), estándares internacionales y protocolos desarrollados por la propia Embrapa. Todo este trabajo será seguido y analizado por la Red de Bioseguridad de Embrapa. El trabajo en red tiene la ventaja de estandarizar la comunicación entre los investigadores, permitiendo la rápida revisión de procedimientos y análisis e incorporando nuevos datos a la investigación, al margen de ampliar significativamente el contacto con iniciativas científicas internacionales similares. “Nuestra preocupación consiste en dar respuesta a cuestiones de fondo sobre OGMs”, dice.
Integran la red 120 investigadores vinculados a 12 de los 40 centros de investigación de la empresa, además de cinco universidades: las federales de Minas Gerais, Río de Janeiro, Fluminense, Viçosa y de Bahía y las universidades de Brasilia, de Feira de Santana, Estadual de Campinas (Unicamp) y Estadual Júlio de Mesquita Filho (Unesp) de Jaboticabal.Para el financiamiento de la Red de Bioseguridad, Embrapa solicitó recursos en la Financiadora de Estudios y Proyectos (Finep). El proyecto está presupuestado en 9 millones de reales, que se utilizarán en el transcurso de cuatro años, según sostiene Deise Capalbo, una de las coordinadoras del proyecto. El proyecto de la red fue concebido hace cuatro años, en la misma época que la CTNBio autorizó la comercialización de la soja Roundup Ready, de la empresa Monsanto. Embrapa, a la época, aceleraba el desarrollo de la investigación en los laboratorios con plantas resistentes a insectos y herbicidas químicos, y la decisión de la CTNBio abría perspectivas para una futura comercialización.
La red fue aprobada y empezó a funcionar a mediados del año pasado. El primer paso consistió en seleccionar los productos que serían analizados, empezando por aquéllos que estuvieran más cerca de la comercialización. Se seleccionaron, además de la papaya, el fríjol resistente al virus del mosaico dorado, la papa resistente al virus Y y el algodón Bt resistente a los insectos. En una segunda etapa, se identificaron los laboratorios que deberían integrar la red. No existe en el país ninguna variedad de fríjol con inmunidad al mosaico dorado (BGMV en Phaseolus sp.), lo que desafía a los investigadores a buscar alternativas para el productor. Estudios iniciales en condiciones controladas indicaron que la modificación genética desarrollada por los investigadores de Embrapa cuenta con potencial para resolver el problema.
En el caso de la papa, mediante el uso de la tecnología de ADN recombinante, los investigadores obtuvieron un clon del cultivar Achat transformado con el gen CP-PVY (la cubierta proteica del Potato virus Y), con alta resistencia a la enfermedad que degenera al tubérculo. Como el Achat ya muestra alta tolerancia al Potato Leaf Roll Virus (PLRV), la combinación con la resistencia al PVY les permitirá a los productores mantener alta la productividad, suponen los investigadores. Éstos no esperan impactos ambientales negativos por flujo génico (transferencia de genes de una planta a otra), toda vez que la papa genéticamente modificada no florece. Como el gen insertado codifica a una proteína que ya es abundantemente consumida en tubérculos naturalmente infectados por virus, es muy probable que tampoco haya problemas inherentes a su consumo por parte de seres humanos o animales.
Entretanto, las investigaciones con el algodón están en una etapa inicial. Embrapa aún no tiene lista la planta modificada con el gen del Bacillus thuringiensis (Bt) que, tal como se espera, la volverá resistente al ataque de la larva o picudo. “Ya conocemos el gen, pero debemos introducirlo en la planta para obtener pequeños plantines antes de confirmar si el algodón es resistente”, dice Deise Capalbo. Pero, en el caso del algodón, existe una gran preocupación con relación a la seguridad de este transgénico para los seres humanos y para organismos no blancos, en la jerga de los investigadores. “El algodón poliniza, y por eso existe la posibilidad de escape génico y flujo génico vía suelo o polen”, acota Deise Capaldo. Este problema puede ser particularmente grave en Brasil, país donde existen plantas de algodón nativas. Por eso, antes de llevar el plantío al campo, es necesario definir el área donde se puede plantar sin riesgo para las variedades autóctonas de la planta. “Debemos hacer el mapeamiento de áreas en las que hay plantas no transgénicas o variedades representativas, que deben ser preservadas”, afirma Capaldo. Y más: es necesario estudiar el hábito de los insectos, la distancia que ellos son capaces de recorrer e incluso las condiciones de manejo agrícola. “Hemos iniciado estudios con abejas, un insecto que poliniza el algodón”, adelanta Capaldo.
Un banco de datos del fríjol
Los 120 investigadores de la Red harán un seguimiento de la evolución y el análisis del cultivo de la papaya en Cruz das Almas, y llevarán adelante las investigaciones con la papa, el fríjol y el algodón genéticamente modificados. Con relación a la seguridad alimentaria, la primera iniciativa consiste crear un banco de datos con informaciones detalladas sobre variedades convencionales de plantas modificadas, de acuerdo con Edson Watanabe, investigador de Embrapa Agroindustria de Alimentos.La verificación de la equivalencia sustancial del producto genéticamente modificado con relación a su análogo convencional constituyó uno de los primeros pasos de la evaluación de seguridad alimentaria de un OGM. “Se espera que el OGM sea equivalente y tan seguro como su análogo convencional”, explica Watanabe. Inicialmente, se estudia la composición centesimal del transgénico – proteínas, lípidos, carbohidratos, etc. – y los componentes claves de los alimentos. En el caso de la soja, este componente es, al menos hasta el momento, la isoflavona.
“Pero con la papaya es distinto”, subraya Watanabe, recordando que no existe un modelo único de análisis que deba determinarse caso a caso. En la comparaciones entre los dos productos, es posible recurrir a bancos de datos internacionales, pero para el análisis de las plantas brasileñas es necesario desarrollar protocolos nacionales. Embrapa Agroindustria de Alimentos, por ejemplo, ha comenzado a estructurar un banco de datos con informaciones sobre las diversas variedades de fríjol convencional cultivadas en territorio nacional. Los ensayos de seguridad comprenden también los análisis de toxicidad. En los casos de la soja y el maíz – dos tipos de granos normalmente utilizados como base para la elaboración de alimento balanceado animal -, la metodología utilizada para la evaluación de la seguridad alimentaria de los productos transgénicos, aprobada en Estados Unidos, es la de gavaje (alimentación vía oral) agudo en ratones, realizada mediante la inyección de la proteína expresada por el nuevo gen directamente en el estómago de los ratones. En otro tipo de análisis, los ratones son alimentados durante 90 días con raciones elaboradas con granos transgénicos, y evaluados por el equipo de investigadores. “Existen otras propuestas, que empero no han sido validadas”, observa Watanabe.
Es necesario también verificar la posibilidad de que el producto transgénico provoque alergia. La bioinformática permite obtener información sobre la secuencia de aminoácidos de la proteína expresada, comparándola con las de los bancos de datos internacionales de proteínas, incluso las alergénicas. “Se mide también la digestión por la pepsina (una enzima digestiva producida por el estómago), ya que las proteínas alergénicas son más resistentes a la digestión”, dice. Cuando se trata de alimentos procesados – como el aceite y la harina de soja, por ejemplo -, es necesario evaluar el desempeño del producto a lo largo de todo el proceso de industrialización. Y, en el caso del alimento balanceado, se evaluado el desempeño del animal alimentado con el producto.La verificación de la equivalencia sustancial también incluye estudios tales como la caracterización molecular y la caracterización agronómica del producto, para observar tamaño y el rendimiento de las plantas. “Es necesario saber cuántas copias de plásmidos se insertaron en la planta, dónde se insertaron esas copias y si la modificación genética es estable, entre otros factores”, ejemplifica Watanabe.
Nas prácticas
Al margen de la Red de Bioseguridad, Embrapa invierte en la acreditación de sus laboratorios de investigación con transgénicos. Antes de que expire este año, Embrapa Agroindustria de Alimentos, con sede en Río de Janeiro, presentará ante el Instituto Nacional de Metrología, Normalización y Calidad Industrial (Inmetro) los documentos necesarios para obtener la acreditación ISO 17025 de calidad en análisis de laboratorio. El año venidero, “si los transgénicos llegan a Embrapa Agroindustria de Alimentos, se solicitará también ante el Inmetro la certificación en Buenas Prácticas de Laboratorio (BPL)”, de acuerdo con Rosemar Antoniassi, supervisora del Sistema de Calidad de Embrapa.
A partir de 1998 se realizaron reformas de infraestructura y se adquirió el instrumental para ampliar la capacidad de análisis en el marco de los estándares de BPL. “Estamos invirtiendo en almacenamiento y descarte. Lo importante en BPL es adoptar procedimientos para la documentación y el registro de la investigación en seguridad alimentaria y ambiental”, subraya. “Todos los pasos de la investigación deben ser informados”, observa Rosemar Antoniassi. Para ello se han realizado capacitaciones con investigadores de varias áreas. La acreditación es solicitada caso a caso, para cada uno de los OGMs que serán evaluados por Embrapa, y es otorgada después de una cuidadosa auditoría por parte del Inmetro.
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