El físico Edward Teller, un controvertido personaje de la ciencia del siglo XX, falleció el pasado 9 de septiembre, a los 95 años. Su esfuerzo para hacer la bomba de hidrógeno, con un poder de destrucción centenas de veces mayor que las bombas de Hiroshima y Nagasaki, sirvió de combustible para la carrera armamentista durante la Guerra Fría y lo transformó en una figura odiada. Nacido en Hungría en el seno de una familia judía, Teller dejó el país en los años 20, luego de que una revolución comunista barrió el país en 1919 – una experiencia que le daría asidero a su prédica anticomunista. Se mudó a Alemania, donde hizo su doctorado bajo la dirección de Werner Heisenberg, uno de los padres de la física cuántica; pero la ascensión del nazismo lo llevó a Estados Unidos en 1935.
En 1943 se integró al Proyecto Manhattan, que produjo la primera bomba atómica. Rápidamente se convertiría en rival de J. Robert Oppenheimer, jefe de dicho proyecto. Una vez concluida la Segunda Guerra, Teller pretendía que Estados Unidos desarrollara rápidamente la bomba de hidrógeno – antes de que lo hiciese la Unión Soviética. Oppenheimer se oponía a esa idea.
En 1950, el gobierno norteamericano decidió invertir en el proyecto de la bomba H y le adjudicó autonomía a Teller para hacer su trabajo. Hecho a un lado, Oppenheimer llegó a ser tachado de agente soviético. Pero esa victoria le costó cara a Teller, que empezó a ser visto como un paria entre los científicos. Soberbio, no tenía reparos en sostener ante el Congreso la defensa de la bomba H – probada en 1952 – y luego en declararse a favor del sistema espacial antimisiles que se convirtió en el programa Guerra de las Galaxias.
Es verdad que Teller ayudó a transformar el mundo en un lugar peligroso. Como tuvo una vida larga, presenció el desmoronamiento soviético y pudo defenderse con el argumento de que, sin la presión armamentista, el bloque comunista estaría aún de pie – y el mundo continuaría sufriendo la amenaza nuclear.
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