CAETO MELOEl estribillo de la música del cantante Belchior se renueva con cada generación como una maldición que no posee antídoto: Minha dor é perceber/ Que apesar de termos feito tudo o que fizemos/ Ainda somos os mesmos e vivemos como nossos pais [Mi dolor es percibir/ Que pese a haber hecho todo lo que hicimos/ Aún somos los mismos y vivimos como nuestros padres]. Esto es lo que revela la investigación intitulada La violencia entre novios adolescentes (ahora publicada en el libro Amor e violência, de Editora Fiocruz), realizada entre 2007 y 2010 a pedido del Centro Latinoamericano de Estudios de la Violencia y la Salud Jorge Careli (Claves/ Fiocruz) y coordinada por Kathie Njaine, docente del Departamento de Salud Pública de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC). Este proyecto reunió a un grupo de 11 investigadores de diversas universidades para investigar la violencia en las relaciones afectivo-sexuales caracterizadas “rollos” o noviazgos entre jóvenes de 15 a 19 años de edad, con base en un universo de 3,2 mil estudiantes de escuelas públicas y privadas de 10 capitales brasileñas. “Los jóvenes de hoy en día, al tiempo que recrean nuevas formas y medios de relacionarse, en los cuales ‘un rollo’ y el uso de internet para la interacción amorosa y sexual constituyen lo nuevo, repiten y reproducen modelos relacionales tradicionales y conservadores, como el machismo y el sentimiento de posesión, expresados en sus dichos y en el trato para con su pareja”, afirma la investigadora. Y quizá con mayor intensidad que como lo hacían nuestros padres.
Prácticamente nueve de cada 10 jóvenes que están de novios practican o sufren diversas formas de violencia y, para marcar territorio, los jóvenes recurren a la violencia para controlar a sus parejas. Y la agresión se ha convertido en sinónimo de dominio en las relaciones amorosas de esos adolescentes. “Creo que la violencia se ha convertido en una forma de comunicación entre muchos jóvenes, que alternan los papeles de víctima y autor, de acuerdo con el momento y el medio en que viven. Estos actos se están banalizando a punto tal que se incorporan naturalmente en la convivencia, sin reflexión alguna acerca de pueden significar para la vida afectiva y sexual”, sostiene Kathie. “Los adolescentes adoptan cada vez más tempranamente la violencia en diversos grados y empiezan a tomar eso como algo muy natural. Creen que para tener el control de la relación y del compañero es necesario emplear la violencia”. Belchior sigue siendo profético al afirmar “que lo nuevo siempre viene”, aunque no siempre en un registro positivo. De acuerdo con el estudio, las chicas son, al mismo tiempo, las mayores agresoras y víctimas de la violencia verbal y en la categoría de las agresiones físicas, que incluyen bofetadas, tirones de pelo, empujones, puñetazos y patadas, los números revelan que los varones son más víctimas que las mujeres: el 28,5% de ellas informó que agreden físicamente a su pareja; el 16,8% de los chicos confesó lo propio. En términos de violencia sexual, sucede lo esperado, pero hay sorpresas: el 49% de los varones informa que practican ese tipo de agresión, mientras que el 32,8% de las chicas admite ese comportamiento. Curiosamente, en la opinión del 22% de los jóvenes de ambos sexos, la violencia es el principal problema del mundo de hoy, muy por encima del hambre, la pobreza y la miseria. ¿Quién dijo que la coherencia es el fuerte de los jóvenes?
Esto se refleja igualmente en prácticas que los jóvenes, en casa, abominan en sus padres, tales como la vigilancia constante de hábitos e indumentaria. Para dominar a su pareja, el adolescente apunta a controlar el comportamiento del otro: las ropas que usa, los nombres en la agenda del celular, los accesos a las redes virtuales de relaciones, las personas con quienes conversa. “Como si eso no bastase, surge un elemento nuevo: la amenaza de difamación del otro mediante la divulgación de fotos íntimas vía celular o internet fue una de las estrategias citadas por los jóvenes para intentar evitar el fin del noviazgo, en especial por parte de los chicos”, comenta la socióloga e investigadora de la Fiocruz Maria Cecília de Souza Minayo, organizadora del estudio junto con Kathie. La violencia en tono de amenaza (provocar miedo, amenazar con lastimar o destruirle algo de valor) se cierne sobre el 24,2% de los jóvenes, un juego sucio perpetrado por el 29,2% de los entrevistados. De acuerdo con los datos, un 33,3% de las chicas asume que amenaza más a sus novios con relación al 22,6% de los chicos. “Las cifras se aproximan. Todo sugiere que existe un ciclo de victimización y perpetración. Las experiencias permanentes de situaciones agresivas se traducen en el estímulo a relaciones conflictivas y en el aprendizaje del uso de la violencia para obtener poder y amedrentar a los otros. Este comportamiento aprendido y aceptado interfiere en el lugar que el joven ocupará en el sistema social y en su desempeño en las relaciones afectivas y sexuales”, sostiene la médica Simone Gonçalves de Assis, investigadora del Claves/ Fiocruz y otra de las organizadoras del proyecto.
Afectivas
“Lo complejo es que existe una identidad que supera regiones y clases sociales cuando observamos el comportamiento de los jóvenes de esas 10 capitales. Existen también semejanzas entre los estudiantes de las redes de enseñanza pública y privada. En las relaciones afectivas de los jóvenes llaman más la atención las semejanzas que los eventuales aspectos divergentes”, sostiene Kathie. Un aspecto que reúne a todos es el nuevo formato de las relaciones amorosas contemporáneas. “Son más provisorias, más temporales. Desde los años 1980 se ha venido empleando bastante entre los jóvenes la idea de “tener un rollo” [nota del traductor: en portugués se emplea para ello coloquialmente el verbo ficar, que es equivalente al verbo quedar en castellano] para caracterizar una fase de atracción sin mayores compromisos y que puede envolver desde besos a relaciones sexuales”, sostiene Maria Cecília. Al “tener un rollo”, sostienen las investigadoras, el amor no constituye un prerrequisito e implica un aprendizaje amoroso, un tipo de prueba para un eventual noviazgo, que es una relación tenida como “más seria” y fundamentalmente más pública, que simboliza la entrada del joven en la escena de los adultos, con visitas a los padres del compañero, la planificación conjunta del tiempo y la sensación de una mayor solidez en la relación. “Sin embargo, todo es muy nebuloso y muchos jóvenes afirman que, después de “tener un rollo”, no saben si están de novios o no lo están”, dice la autora. En ambos estados existen los celos y el deseo de controlar al otro. “Debido a la inminencia de ser tildados de celosos, desconfiados y traicioneros en las relaciones de noviazgo, muchos chicos y chicas justifican su preferencia por los ‘rollos’, relaciones en las cuales supuestamente no existen ataduras y se corre menos el riesgo de enamorarse y decepcionarse”, sostiene Kathie. O al decir de un entrevistado: “Yo mismo no confío en nadie. Puedo pensar: no voy traicionarla, pero nadie sabe qué ocurre con ella”.
“Son siempre reacciones antagónicas: compromiso versus no compromiso; larga duración versus escasa duración; intimidad sexual versus superficialidad sexual; implicación afectiva versus no implicación afectiva; exclusividad versus traición”, evalúa la investigadora. “Con todo, si bien existe una persistencia del machismo como un (anti) valor de larga duración, existen cambios provocados por las mujeres, que se ponen en una posición de compañeras capaces de cuestionar y plantear nuevas modalidades de relación. Muchas adoptan comportamientos tenidos como masculinos, tales como la agresión física y verbal”, sostiene Maria Cecília. Incluso en el sexo. “Los chicos se valen de estrategias románticas para tener relaciones con sus parejas, con el argumento de que eso sería una ‘prueba de amor’. Muchas chicas reproducen los valores de subyugación, pero una cantidad para nada desdeñable de ellas toma la iniciativa, y ponen prueba a los muchachos en su sexualidad, humillando a aquéllos que no quieren tener relaciones con ellas”, añade. Los “rollos” aportaron novedades también entre los homosexuales y bisexuales: un 3% y un 1% de los muchachos, respectivamente, asumieron ese comportamiento. “Para los jóvenes que se aventuran en esas relaciones, el ‘tener un rollo’ sirve como experimentación y confirmación de la opción sexual. Por ser menos públicas, las relaciones de esta índole generan menos sospechas y minimizan los rechazos, los acosos y las violencias hasta que el joven se sienta seguro acerca de su orientación”, sostiene Simone. Pero, pese al discurso renovado de los jóvenes, que dicen que “les encantan sus amigos gays“, la realidad mantiene el prejuicio de los viejos tempos que constituyen una fuente de bullying entre compañeros.
Otro aliado del “rollo” es internet, tenida como un espacio más libre y de mayor comunicación para la organización de encuentros, lo que amplía la posibilidad de experimentación de las relaciones y como una forma de conocer mejor al compañero, de acercarse y entablar amistad. Pero ni siquiera esta herramienta moderna logra ponerle fin al combustible natural de las peleas: los celos, considerados entre los jóvenes como algo natural entre personas que se aman. Incluidos los célebres “gritos”: algunas adolescentes se valen de esa estrategia para evitar la subyugación, y adoptan una postura agresiva antes de que ellos lo hagan. Ellos, a su vez, al contrario de lo que piensan las mujeres, consideran que los gritos no resuelven los problemas de relación. Allí surge un dato preocupante. “Observamos que el joven que es víctima de violencia verbal por parte de su pareja tiene 2,6 veces más posibilidades de haber sufrido ese tipo de agresión por parte de los padres, comparado con quienes no han sufrido ninguna forma de violencia”, dice Kathie. “Los adolescentes eligieron a la familia como la principal referencia en lo que hace a cuestiones afectivo-sexuales. Pero los datos revelan que raramente buscan ayuda en situaciones de violencia en la relación, y sólo un 3,5% entre ellos afirmó haber buscado apoyo profesional debido a una agresión ocasionada por su pareja”. Para Kathie, los profesionales de las escuelas y los amigos deben ser informados, a los efectos de ayudar en ese proceso.
Agresión
“Gran parte de los muchachos y muchachas considera normal la agresión verbal y física en la resolución de sus conflictos amorosos. Romper con esas prácticas implica un cuestionamiento acerca de ciertos modelos de existencia instituidos en el campo social. Resulta importante cuestionar la asociación mecánica de características tenidas como universales “del hombre” y “de la mujer”, como así también criticar la descalificación de un género en pro de la valoración del otro”, advierte la investigadora. Los patrones de violencia afectivo-sexual tienden a reproducirse, pues son estructurales y estructuradores. “Se actúa muy poco con relación a esa violencia entre jóvenes y adolescentes. Suelen permanecer en sus propios mundos; las escuelas generalmente no se involucran en el tema porque juzgan que eso no es de su alzada. Los padres no tienen tiempo o no siguen de cerca en serio la vida de sus hijos, y la tendencia apunta a la reproducción de los patrones familiares y grupales”, analiza Maria Cecília. Según ella, existe una sobrevaloración de modelos de consumo, belleza, competitividad y poder, en detrimento de otros modelos, tendencia incrementada en gran medida por los medios de comunicación, lo cual provoca una crisis de valores en la sociedad. “La juventud refleja de muchas maneras esos valores. Pero yo tiendo a creer que los jóvenes de hoy, en medio a cambios profundos y acelerados, no son peores que los de nuestro tiempo, ni ideológicamente, ni desde el punto de vista del compromiso social”, cree la autora. “Al contrario: es como siempre; están allí para hacerse cargo de una nueva dirección del mundo y sorprendernos, como ha venido sucediendo políticamente en diversos países del mundo”. A contramano de nuestros padres, afortunadamente