HÉLIO DE ALMEIDALa noticia de que las investigaciones sobre la clonación humana desarrolladas por el surcoreano Woo-Suk Hwang no pasaban de un fraude causó perplejidad en todo el mundo. Atónitos, muchos científicos se preguntaban cuál habría sido el motivo que llevara a un investigador respetado en su país a montar una farsa que, tarde o temprano, sería inevitablemente develada. No faltaron incursiones en el terreno de la psiquiatría, pero el problema se situaba precisamente en el campo de la ética.
“En busca del Santo Grial de la ciencia, que es el clon, perpetró la estafa. Tenemos que comprender que el científico, considerado un ángel en el siglo XIX, tiene que ser visto como un ser humano vanidoso y lleno de ambiciones”, justifica José Eduardo de Siqueira, presidente de la Sociedad Brasileña de Bioética. El hecho es que, en dos artículos publicados en la prestigiosa revista Science, en 2004 y 2005, Hwang describió, por primera vez, la clonación de embriones humanos.
Afirmó que, a partir de ellos, obtuvo cepas de células madre embrionarias humanas, lo que comprobaría la validad de la clonación terapéutica. El hecho tuvo una repercusión espectacular y fue considerado un hito, ya que abría las perspectivas reales para la terapia celular. En noviembre del año pasado surgieron denuncias en la prensa surcoreana de que Hwang había coaccionado a mujeres que formaban parte de su equipo a donar óvulos para el estudio “y les pagó algo alrededor de los 1.400 millones de dólares”, lanzando sospechas sobre el uso de procedimientos antiéticos en el desarrollo de las investigaciones.
Ese hecho ocasionó una investigación del Consejo de Revisión Institucional de los Comités de Ética del Hospital Universitario de Hanyang y de la Universidad Nacional de Seúl. En diciembre, el propio Hwang informó a Science sobre errores “no intencionales” en cuatro imágenes publicadas por la revista que habrían salido duplicadas. Días después, los editores recibieron una carta de uno de los 24 autores del artículo publicado en 2005 – Gerald Schatten, del Centro Médico de la Universidad de Pittsburg – pidiendo que su nombre fuera retirado de la revista.
Al final de diciembre, la Universidad Nacional de Seúl constató “mala conducta científica”, involucrando datos específicos de ADN y afirmaciones no verificables sobre el número de cepas de las células madre efectivamente creadas. El informe preservó solamente los estudios que dieron como resultado la producción del primer clon de un perro, el afghan hound Snuppy, presentado el año pasado. Hwang ahora podrá ser acusado criminalmente por el uso indebido de presupuestos públicos, ya que su laboratorio consumió 65 millones del gobierno de Corea del Sur.
De regreso al pasado
Además de sorprender, la constatación de la farsa colocó las investigaciones sobre la clonación terapéutica de regreso al punto de partida, al menos en términos de publicaciones. “Esos estudios podrían traer informaciones importantes sobre el comportamiento de los genes”, afirma Mayana Zatz, genetista y coordinadora del Centro de Estudios del Genoma Humano de la Universidad de São Paulo (USP).
“Fue una lástima”, comenta Rosalia Mendez Otero, investigadora de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). “Si fuera verdad, sería un gran avance en las investigación con células madre por tratarse de un método más rápido y fácil de obtener cepas.” Mendez Otero recuerda, no obstante, que Hwang no estaba solo en esa tarea y que no todo está perdido. “Otros grupos, como el que clonó a la oveja Dolly, también están intentando utilizar ese mismo método”. Pero todavía nada se ha publicado.
El recrudecimiento de las expectativas en relación con la clonación terapéutica, sin embargo, “fomentó la esperanza” del uso de células madre embrionarias, asevera Lygia da Veiga Pereira, genetista de la USP, la única línea de investigación autorizada por la Ley de Bioseguridad en Brasil. Ella entiende que el episodio Hwang debe tener el efecto de un “alerta” para que los investigadores en todo el mundo procedan con más cautela en relación con la divulgación de los resultados de la investigación. “Es necesario interrumpir ese frenesí con las células madre y con esa historia de hacer publicidad sobre pequeños avances.”
La explicación de Science
El fraude llevó a Science a justificarse. “La investigación fraudulenta es un hecho particularmente perturbador porque pone en riesgo un emprendimiento construido con base en la confianza. Afortunadamente, casos así son raros – pero nos perjudican a todos nosotros. El fraude difícilmente será eliminado completamente del proceso de publicación científica, y la verdad de la ciencia depende, en última instancia, de la confirmación”, afirmó el director de redacción de la revista, Donald Kennedy, en un editorial publicado en la edición del 13 de enero.
Él anunció también la decisión de hacer una revisión sistemática de la historia editorial de los dos papers y de los procedimientos adoptados para evaluarlos. “Ya mencioné en el pasado que incluso una revisión a cargo de pares especialmente rigurosa del tipo que adoptamos en este caso puede fallar en la detección de un fraude bien construido”, argumentó el editor. Y anticipó que, junto con los miembros del Board of Reviewing Editors y del consejo editorial, “analizará opciones para suministrar salvaguardias procesales adicionales”. Estas opciones podrán, por ejemplo, exigir que todos los autores detallen sus contribuciones específicas a la investigación y firmen declaraciones de concordancia con las conclusiones del trabajo.
El editorial de Science reforzó una preocupación entre los científicos brasileños: la de que, a partir de ahora, los investigadores de países en desarrollo pueden tener más dificultades para publicar artículos en revistas internacionales. “Ellos serán más exigentes con relación a la comprobación. En los trabajos publicados por investigadores estadounidenses es común la información date not shown (dato no revelado). Eso no sucede cuando el artículo es publicado por brasileños”, comenta Mayana Zatz.
Revisión a cargo de pares
Hubo quien atribuyese a Science un cierto descuido al aprobar la publicación de una investigación que posteriormente se reveló como una farsa. “El comité de la revista y todo el consejo editorial tiene que hacer un análisis técnico y ético del proyecto. Si lo hicieron, no lo hicieron bien”, comenta el presidente de la Sociedad Brasileña de Bioética. Pero la gran mayoría de los investigadores no atribuye a la revista ninguna responsabilidad. “Ningún sistema es perfecto. Lo que escapa a los revisores tiene vida corta”, evalúa Lygia da Veiga Pereira.
Las revistas científicas internacionales, como la propia Science o Nature, seleccionan los artículos para publicación por medio de un procedimiento conocido como revisión por pares (peer review). Si el artículo enviado por un investigador – o un grupo de investigadores – estuviera dentro del objetivo de interés de la revista, se lo envía para la evaluación a cargo de revisores que pueden eventualmente solicitar a los autores más información.
Fue así con el artículo científico sobre el seguimiento genético de la bacteria Xylella fastidiosa, firmado por 27 investigadores brasileños estampado en la portada de la edición nº 6.792 de la revista Nature, publicada el 13 de julio del 2000. Entre la fecha del envío del artículo y su publicación pasaron dos meses, recuerda Fernando Reinach, investigador de la USP, director de la Votoratim Nuevos Negocios y uno de los autores del paper.
En su evaluación, los revisores tienen la función de verificar si las informaciones presentadas por los investigadores son consistentes desde el punto de vista científico. “El papel del peer review no es de auditoria, no fue concebido para eso. Se piden pruebas con el objetivo de ver si la ciencia es buena, partiendo del principio de que las personas son honestas”, enfatiza. Una sola auditoria, como la que hizo la Universidad de Seúl, puede constatar el fraude.
Reinach considera “un error” creer que todo lo que está publicado es verdad. La ciencia, en su evaluación, tiene mecanismos internos para averiguar fraudes y errores, y el principal de ellos es el principio de la “repetición”. “La naturaleza es repetitiva. Alguien intenta hacer algo de nuevo y no lo logra”, explica. Fue lo que ocurrió con los investigadores Stanley Pons y Martin Fleischmann, que, en 1989, anunciaron en Nature haber descubierto la fusión en frío, una fuente continua de energía. Ningún otro científico logró reproducir el experimento y los dos autores tuvieron un poco más de 15 minutos de fama antes de que sus conclusiones se vieran cubiertas de sospechas.
El problema es que la clonación humana – el Santo Grial de la ciencia, según Siqueira – no es la fusión en frío: las investigaciones están directamente relacionadas con seres humanos. “El tema es polémico desde el punto de vista científico y tecnológico, ético y religioso”, afirma Volnei Garrafa, coordinador de la cátedra Unesco de Bioética de la Universidad de Brasilia (UnB), presidente del Consejo Director de la Red Latinoamericana y del Caribe de Bioética de la Unesco (RedBioética) y ex presidente de la Sociedad Brasileña de Bioética.
Por eso, argumenta, Science debía haber “cuadruplicado” los cuidados y, además de la revisión a cargo de pares, haber verificado las contrapruebas de la investigación. “El estrago es grande y puede arruinar la credibilidad en un área tan prometedora. La ciencia, mientras tanto, seguirá su camino glacial, tan glacial como la ética.” Para Carlos Vogt, lingüista y presidente de la FAPESP, el caso Hwang es el resultado del escenario actual de la ciencia, donde la ética es frecuentemente confrontada con la competitividad.
“Eso crea una especie de nueva moral de los resultados, desencadena prestigios feroces y atrae la obsesión del mercado, envolviendo no sólo el hecho científico, sino también su experiencia en los medios y en la sociedad”, afirma. El fraude de Hwang, en su evaluación, asocia mecanismos de inteligencia científica – ya que señalaba la solución para restricciones técnicas en el caso de la investigación con células madre embrionarias – con ingredientes éticos y religiosos.
“Toda la elaboración de códigos de conducta crea principios normativos, lo que lleva un tiempo diferente del tiempo de la competitividad”, afirma. “Y este tema merece mucha reflexión.” El avance de las investigaciones requerirá, además de las comisiones de ética – “como las que existen y funcionan a nivel local” –, una participación mayor de la sociedad. “Tenemos que tener un modelo más democrático de gobernación de la ciencia. ¿Quién debe decir hacia dónde van las investigaciones? ¿El gobierno? ¿Los científicos? ¿La sociedad?”, indaga.
En la evaluación de Manoel Barral Neto, inmunólogo y director del área de Ciencias de la Vida del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq), los comités de ética no tienen cómo detectar fraudes como ese. “Pero la farsa es efímera, ya que será revelada cuando los resultados no puedan repetirse”, dice. Y advierte: “Es preciso que la comunidad científica esté atenta a las promesas estrafalarias. El avance de la ciencia se hace paso a paso”, dice.
Tanto en la evaluación de Garrafa como en la del actual presidente de la Sociedad Brasileña de Bioética, es necesario rever las reglas en las investigaciones con seres humanos. El argumento es que, en el siglo XIX, las investigaciones científicas – por su carácter y objeto – no tenían relación directa con los valores humanos y hoy sí la tienen. “La Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Unesco deberían crear estructuras para controlar determinadas líneas de investigación para aumentar el control social sobre las investigaciones que involucren a seres humanos”, sugiere Siqueira. “Si el trabajo de Hwang hubiera sido examinado por un comité multidisciplinario, eso no hubiera sucedido.”
Iguales, pero no tanto
Las reglas para la investigación involucrando a seres humanos se fijaron en 1964, en el marco de la 18ª Asamblea Médica Mundial, en Helsinki, Finlandia, y se corrigieron tres veces: en la Asamblea de Japón, en 1975; en la de Italia, en 1983, y en la de Hong Kong, en 1989. “Hasta hoy prevalece el principio de que los sujetos de investigación son iguales. Esa es la tesis vencedora del siglo XX: fue así con relación a las mujeres, a los indios y las minorías”, subraya Garrafa.
Ese principio, según él, estaría amenazado. “Estados Unidos están intentando imponer un imperialismo ético, proponiendo en todos los foros que participan un doble patrón de investigación: metodologías distintas podrían ser aceptadas para pueblos diferentes”, dice Garrafa. Las investigaciones con antirretrovirus en Kenya, ejemplifica, pueden ser diferentes de aquéllas realizadas en Francia.
“En 2004, aislados, desistieron. Pero las investigaciones financiadas por agencias estadounidenses tienen que afrontar ese problema.” Parece ser el caso, según comenta, de la investigación sobre vectores de la malaria realizada en Amapá, interrumpida al final del año pasado por decisión del Consejo Nacional de Salud (CNS), bajo sospecha de utilizar como conejillos de india a 40 habitantes de dos comunidades a cambio del pago diario de 12 reales. La investigación es coordinada por la ONG estadounidense Institutional Review Board, financiada por la Universidad de Florida/ Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, e involucra a investigadores de varias universidades brasileñas.
El senador Cristovam Buarque, presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Senado, visitó las dos comunidades. “El grupo que hizo la investigación elevó a la Comisión Nacional de Ética en Investigación del CNS, documentos diferentes de aquéllos utilizados en el campo”, constata el senador. El documento presentado a la comisión se refería a la utilización de habitantes como recolectores de los mosquitos de la malaria.
En tanto, el término del consentimiento firmado por esos recolectores preveía que alimentaran a los insectos, hasta saciarlos, cuatro veces en una misma noche. “Eso no es ético, es falso”, afirma el senador. El término del consentimiento, él continúa, está en portugués pero, en la mitad del texto, incluye algunos pasajes en inglés. “En el documento está estampado el sello Approved by University of Florida“, dice Buarque.
Las investigaciones para averiguar si hubo o no un procedimiento antietico, están en curso. “Vamos a hacer audiencias públicas en febrero y marzo para oír a los diversos órganos involucrados, incluso al Ministerio de Relaciones exteriores. Queremos decisiones para que esto no suceda más.” Robert Zimmerman, de la Universidad de Florida y uno de los coordinadores del proyecto de investigación, en entrevista al periódico O Estado de S.Paulo, afirmó que no veía problemas en la utilización de carnadas humanas y que las quejas carecían de fundamentos. Justificó que los recolectores fueron expuestos a las picaduras de los mosquitos con la intención de evaluar la supervivencia de estos insectos, una vez saciados. Pero se constató que “ésa no era una buena idea”.
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