El reto que se impuso la directora Caru Alves de Souza en De menor, su primer largometraje, cuyo estreno está previsto para este semestre, fue abordar temas frecuentes en el debate sobre la realidad brasileña, pero sin adherir a las facilidades con que suele tratárselos. En la película se hace referencia a los menores infractores y a un Estado punitivo, que no cumple sus funciones primordiales. En lugar de certezas y condenas, De menor opta por la ambigüedad y por prescindir de lo institucional para concentrarse en las repercusiones subjetivas de estos “temas mayores”.
“La sociedad brasileña juzga muy fácilmente; por eso decidí crear situaciones en que el espectador y los personajes no tienen plena capacidad para juzgar”, dice Alves de Souza. “Abrí posibilidades de que estén equivocados”. El efecto de esas decisiones ha sido potente: en octubre, De menor dividió el premio al mejor largometraje del Festival de Río, junto al film O lobo atrás da porta, de Fernando Coimbra. “La película logra evitar, de un modo muy bien pensado y expresivo, que la tragedia social de los menores infractores se transforme en espectáculo”, dice el cineasta Eduardo Escorel, coordinador de la carrera de posgrado en cine documental de la Fundación Getúlio Vargas, en São Paulo.
La historia de la película pasó por un proceso de investigación y modificaciones hasta llegar a aquello a lo que Escorel definió como “una sensible transfiguración ficcional” del funcionamiento de la Justicia en Brasil. La primera aproximación de Alves de Souza a los temas del largometraje se concretó a través de historias reales, contadas por una prima que trabaja como defensora pública en Santos (São Paulo). Entre otras cosas, la cineasta se impresionó con la implicación personal entre la abogada y los menores infractores. Obtuvo un permiso para presenciar algunas audiencias, observó que “las historias se repetían y ninguna tenía final feliz”, y que los menores, en su mayoría, eran negros y pobres. De entrada, la idea era polarizar el guión entre la abogada y uno o varios de los infractores que sólo había conocido profesionalmente.
El antagonista íntimo
Quedaban entonces planteados, en términos dramatúrgicos, los riesgos del determinismo y la obviedad. Para Caru Alves de Souza, parecía más interesante acortar –o eliminar– la distancia existente entre la abogada y los acusados. Los dilemas de Helena (Rita Batata) en relación con los menores infractores llegaron al punto ideal de subjetividad cuando su hermano Caio (Giovanni Gallo) –un personaje secundario en la primera versión del guión–, adquirió el perfil de un adolescente sospechoso de un crimen e investigado, pero blanco y de clase media. Caio se convirtió en una especie de antagonista íntimo (Helena y él son huérfanos y viven solos en la misma casa). “La historia de los dos hermanos pasa a ser la misma”, dice Alves de Souza. “Eliminamos la posibilidad de que la película terminase siendo sobre una abogada idealista que sale en defensa de gente que no tiene nada que ver con su realidad”. En un determinado momento, Helena llega a evocar los privilegios de clase para intentar convencer al juez (Caco Ciocler) a no encarcelar a su hermano.
El viraje en el argumento llevó a Alves de Souza a buscar un colaborador, el coguionista Fábio Meira. Para que la narrativa llevase al espectador a los mismos conflictos de la abogada, el punto de vista es exclusivamente suyo (excepto en una escena, que puede o no ser proyección de la personaje). “Helena comienza la película mirando afuera y no se da cuenta de que su mundo interno está desmoronándose”, dice Escorel. “Caru adoptó indicaciones visuales muy afortunadas al mostrar a la personaje al comienzo frente a un mar abierto y al final volviéndose hacia su proprio cuerpo en una bañera.”
La desorientación que Helena vive durante la película fue construida minuciosamente junto al equipo. La puesta en escena y la fotografía (de Jacob Solitrenick) se componen de zonas de luces y de sombras, y a menudo desconciertan al espectador. “La cámara se pega a la personaje y los planos se cierran, reforzando la idea de que nuestra percepción del mundo es siempre parcial”, dice Caru.
Al espectador se le dan a entender las cosas poco a poco. “Al principio, la relación de Helena con el chico puede ser de cualquier índole”, dice Escorel. También las escenas entre la defensora, el juez y el fiscal (Rui Ricardo Diaz) guardan una fuerte ambigüedad. Son personajes cuyos roles profesionales involucran fricciones; pero que, debido a que siempre se encuentran, tienen una relación rutinaria y afectuosa. El modo de retratar la tensión en esas escenas consistió en filmar íntegramente cada una de las intervenciones orales de los personajes por separado, lo cual permitió un montaje que siguiera “el intercambio de miradas”.
La etapa de montaje sirvió como prueba de las líneas adoptadas en el guión y en el rodaje. “Los tiempos son rasgados por principio, pero la película debía carecer de excesos y concentrarse en ambos personajes”, dice Caru. La versión final pasó por recortes hasta llegar a los 77 minutos. El formato sobrio le imprime aún más fuerza y significado a las tensiones de la trama. “Es como si la sociedad se desmontase como un todo”, dice Escorel.
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