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Reseñas

Un caso ítalo-brasileño para Sherlock Holmes

Meneghetti, el “ladrón bueno”, en la São Paulo de los años 20

Gino Amleto Meneghetti (1878-1976) se especializó en una profesión liberal de alto riesgo y no regulada: el robo. Se dice que ladrón que roba a un ladrón tiene cien años de perdón. “Jamás les robé a los obreros”, argumentaba. Sus fugas espectaculares y su estilo Robin Hood urbano lo convirtieron en un héroe en la memoria colectiva.

Célia de Bernardi, en O Lendário Meneghetti. Imprensa, Memória e Poder investiga esa figura marginal y seductora, tema de noticias durante casi un siglo, que se convirtió en asunto de documental y biografías, pero solo ahora es objeto de la historiografía.  Al despreciar la crónica positivista de los grandes hechos, la autora se aproxima a Michel Certeau y las “zonas silenciosas” de la historia y los criminales obscuros, vagabundos, la práctica carcelaria, el arbitrio y los mecanismos jurídicos de castigo.

La historiadora compone varios Meneghetti. ¿Habrá sido un criminal incorregible o un libertario? En la memoria popular, permaneció como el gato de los tejados, el hombre de goma, que ponía a toda la policía tras su pista. Para los vecinos del conventillo en el barrio de Bexiga, una figura tranquila, que luchaba por la supervivencia de dos hijos de nombres revolucionarios, Spartaco y Lenine. Para los comisarios, un asesino y un loco, que debía ser exterminado. Para los periódicos, un motivo para reforzar el autoritarismo del Estado.

Meneghetti nació en una aldea de pescadores en los alrededores de Pisa, cerca del año de 1878. Hurtaba frutas, gallinas y pequeños objetos. “Esa fase inicial de su vida marca un momento importante: su revuelta contra la pobreza, su espíritu aventurero, su deseo de salir de la mediocridad, su sagacidad, agilidad, coraje y elegancia, atributos que Meneghetti utilizó para promocionarse”, advierte la historiadora.

Siendo preso esporádicamente, Meneghetti era tan conocido en Pisa como la torre inclinada. En 1913, decide emigrar a Brasil con destino en São Paulo, donde tenía parientes. Intenta ejercer inicialmente la actividad de ayudante de albañil. En ese período en el cual la población “creció y se blanqueó”, la ciudad da la “belle époque” no absorbe el contigente de desempleados y la integración de los inmigrantes es menos pacífica de lo que se imagina. Tanto la población indigente como la clase trabajadora pasan hambre y se hace difícil distinguir a trabajadores fijos de errantes.

Meneghetti tenía conciencia del cosmopolitismo de fachada paulistano, teorizando: “el robo es un proceso de vida tan justo como cualquier otro. Ya he trabajado honestamente. ¿Qué gané? Una miseria. Solo me interesa sacarles a los ricos, sacarles las joyas, que son bienes superfluos” (pág. 140-141). Meneghetti se destacó también por huir por los tejados, escapar desnudo de la solitaria y usar disfraces (bigote, hacerse pasar por loco, etc.). La geografía de la ciudad favoreció sus malabares. El 5 de junio de 1926 fue cercado por 200 hombres y apresado definitivamente.

Ninguna teoría científica probó que Meneghetti fuera loco. A diferencia de João Acácio, el Bandido de la Luz Roja, conocido por el uso de la violencia en los asaltos en la década del 60, o del juez Nicolau (preso actualmente), Meneghetti entra a la historia como el bandido romántico de los años 20. Durante 18 años, quedó incomunicado en una celda en la prisión de Carandirú. Tratado como un animal, clamaba : “Io sono un uomo”. Célia de Benardi no escapa del riesgo de  apasionarse por el personaje, y el lector tampoco.

Sheila Grecco es periodista, historiadora, doctoranda en Teoría Literaria y Literatura Comparada de la USP.

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