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Isaias Raw

Isaias Raw: Un científico peleador

Desde sus tiempos de estudiante en la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo (FMUSP), a finales de los años 1940, Isaias Raw convivió con dos tipos de fama: la de emprendedor y la de peleador. Al unir ambos calificativos, Raw se transformó en un extraordinario agitador educativo, con ideas y proyectos dirigidos a docentes y alumnos, desde la de la enseñanza media hasta las  carreras superiores – en este caso, la de medicina. Hasta el momento en que fue cesanteado régimen militar, por medio del Acto Institucional nº 5, Raw fue responsable de un gran movimiento en ese sector. Su designación en el Instituto Brasileño de Educación, Ciencia y Cultura (Ibecc), en 1952, lo habilitó a organizar en forma pionera ferias, clubes de ciencia e museos, a elaborar currícula, plasmar capacitaciones docentes y producir material de laboratorio. Raw también creó y encabezó la fabricación de los famosos kits de química, electricidad y biología, unas cajas repletas de experimentos que podían hacer  en casa estudiantes comunes.

Aún durante esa primera fase, entre los años 1950 y 1969, Isaias Raw mantuvo un ritmo alucinante de actividades. Fundó la Editorial de la Universidad de São Paulo y la de la Universidad de Brasilia, unificó los exámenes de ingreso a la universidad de São Paulo (junto con el profesor y sanitarista Walter Leser), dirigió la Fundación Brasileña para el Desarrollo de la Enseñanza de Ciencias (Funbec), creó la Fundación Carlos Chagas y la Carrera Experimental de Medicina de la FMUSP. En medio a gestiones de programas y fundaciones, continuó siendo un investigador activo en el área de bioquímica, publicando en revistas especializadas en el exterior. A la época que fue cesanteado, trabajó en Israel y en universidades estadounidenses. Desde los años 1980 y en adelante, de regreso a Brasil, Raw se instaló en el Instituto Butantan y ayudó de manera decisiva a transformarlo en el más grande centro de producción de vacunas del país, con 200 millones de dosis anuales – en la actualidad es presidente de la Fundación Instituto Butantan. Este año ganó el Premio Conrado Wessel de Ciencia y Cultura, edición 2004, en la categoría Ciencia General. A los 78 años, casado, con tres hijos dispersos entre Estados Unidos e Israel, y tres nietos, Raw ríe cuando se da cuenta de  la cantidad de información que arrojó sobre los entrevistadores: “Sé que es imposible encajar en una única entrevista una vida de 65 años, contando desde el laboratorio del garaje, con actividades con las que me he divertido haciendo ciencia”.

¿Cómo fue que se interesó en la educación científica?
Empecé estimulando la observación en el análisis experimental, creando una feria de ciencias en São Paulo en los años 1950. La idea era ocupar un salón de la Galería Prestes Maia con una exposición cada tres o cuatro meses. En aquel tiempo, las ferias de ciencias  eran una forma de estimular a los chicos a hacer y presentar sus trabajos. Después inventé eso de llevar a diez estudiantes seleccionados de la enseñanza media a la reunión de la Sociedad Brasileña para el Progreso de la Ciencia (SBPC) y ellos se presentaban como si fueran investigadores que muestran sus resultados. La cosa empezó en los años 1950 también porque existía un organismo llamado Instituto Brasileño para la Educación, la Ciencia y la Cultura, el Ibecc. Era la traducción del nombre de la Unesco y representaba a ese organismo en Brasil.

¿El objetivo era atraer a los jóvenes hacia la ciencia desde temprano?
Si no atrajésemos a los jóvenes en el equivalente en aquel tiempo al colegio, para dirigirse hacia una carrera científica, perdíamos de entrada a los alumnos. Hay que empezar desde temprana edad. Poníamos  a diez ó veinte jóvenes que habíamos seleccionado  a hacer experimentos – construir aparatos con un torno que era de la Escuela Politécnica, en un tiempo en que no había motor, que la cosa era a pedal, e iban hacer experimentos ahí, por ejemplo. Pero rápidamente a mí me quedó claro que veinte personas no iban cambiar Brasil. Teníamos que hallar otra manera de multiplicar ese proceso. Y ese proceso era el club de ciencia – que fue redescubierto muchos años después, en Río de Janeiro, por el bioquímico Leopoldo de Meis, de la Universidad Federal del Río de Janeiro  – UFRJ. El problema era que nuestros clubes eran muy modestos en términos de números. Pensé que, en lugar de invertir en la formación de una elite, deberíamos intervenir en la escuela secundaria y abocarnos  a la masificación usando los kits y minikits de química, electricidad y biología.

¿Y cómo surgieron los kits de ciencia?
Yo tenía un laboratorio en el patio de mi casa. En aquel tiempo se compraba ácido en la esquina, en la tienda de herrajes. Tuve la idea de hacer algo más organizado, que las personas pudiesen comprar – un paquete de material, con reactivos y todo lo que fuera necesario para trabajar en casa, que pudiera cerrarse y guardarse. Eso ya existía comercialmente en Alemania en los años 1930. Creé entonces un maletín, en realidad una caja de madera con una manija. Y así fue como surgieron los kits de química, de electricidad, de biología y hasta de matemática.

¿Usted creó los kits, pero quién financiaba su fabricación?
Los hacíamos en la Facultad de Medicina, primero en el 4º piso, y después ocupamos el garaje. Cuando Ulhôa Cintra fue rector de la USP, entre 1960 a 1963, nos dieron  un galpón en la Ciudad Universitaria y todo pasó a ser industrializado. Llegamos a tener 650 obreros. Cuando salí del proyecto, Editora Abril aceptó hacer eso comercialmente. Inicialmente recibíamos donaciones de la Fundación Rockefeller, y posteriormente de la Fundación Ford. Después fui al Ministerio de la Educación y le planteé la idea a Anísio Teixeira, un educador brillante. Yo iba allá  cada 15 días para charlar. El problema era que Anísio no era científico, sino filósofo. Todo lo que él decía una semana se desdecía 15 días después, con la misma tranquilidad.

Lo que es un defecto grave, dicho sea de paso.
No, no lo es, porque era una conversación lógica, encadenada. Anísio Teixeira fue el primer tipo que concibió la escuela tal como debería ser: pública, gratuita y universal.

¿Usted dirigía la fábrica de kits y hacía investigación al mismo tiempo?
Sí, hacía todo al mismo tiempo. Hacía investigación en bioquímica. Pero el foco de la investigación fue cambiando. Antes de la genómica lo importante era entender el metabolismo y las enzimas. En aquel tiempo la gran promesa era que, se si conociera la diferencia entre el hombre y un parásito, por decirlo de alguna manera, uno era capaz entonces de identificar una droga que iba inhibir la enzima del parásito, que difiere de la del hombre, y así se curaba una enfermedad. Fue en aquel momento que se empezó a hacer bioquímica. Empecé con el Trypanossoma cruzi cuando era alumno, en los años 1940. Vi que dicha área del conocimiento estaba vacía y empecé a trabajar en eso.

¿Y cómo fue que usted fue parar al Instituto de Química?
Había una necesidad de crear masa crítica, con gente de todas las áreas conversando e intercambiando experiencias. La Facultad de Medicina era muy cerrada y no permitía contratar profesionales no médicos. Así surgió la idea, todavía en el tiempo de Ulhôa Cintra, de agarrar el Departamento de Bioquímica, del cual  yo era jefe, ponerlo en un camión y llevar al Instituto de Química, cuyo edificio ni siquiera estaba completamente terminado. La Facultad de Medicina reaccionó extremadamente mal a eso. Pero fue esta acción que derivó en la creación, en la práctica, de la USP. Hasta entonces la universidad era sólo un condominio. Aun cuando ya estaba en actividad, la Ciudad Universitaria era un barrio cerrado, las facultades estaban aisladas y nadie hablaba con nadie. Cintra me dio cobertura en aquella ocasión. Mandó construir el Instituto de Química, que era directamente ligado a la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras. Después que me mudé para allá, con el correr del tiempo, se mudó Farmacia prácticamente entera, y también las otras. Hubo una evolución clara de la universidad después de estos cambios.

¿Usted siempre quiso ser investigador?
Ingresé en la facultad definitivamente interesado en hacer investigación, no en ser médico. La Facultad de Medicina era uno de los pocos lugares donde había dedicación exclusiva, laboratorios, y permitía hacer investigación. Yo tenía un tío que era un médico “de masas”: atendía mil personas por mes. Él tenía algunos libros de química farmacéutica que me interesaban. Mi interés y mis ganas de investigar surgieron casi por generación espontanea.

¿Pero fue a partir de esas lecturas que su entusiasmo creció, no es cierto?
Sí. De algunos libros, en especial uno sobre el Louis Pasteur, que quedó obsoleto, obviamente, nadie había descubierto un montón de cosas en su época. Pero era un libro muy bueno, contaba las historias de Pasteur, que fue otro tipo que surgió así, casi por casualidad también. Toda la ciencia del siglo XIX surgió de esa manera, alguien se interesó por algo y fue y lo hizo. Pasteur inventó un modelo, que pienso que es el modelo que intenté resucitar en el Butantan. Pasteur decía “voy a hacer investigación y desarrollo, fabricar el producto, ganar dinero y financiar mi investigación”.

Sus caminos como investigador no son nada convencionales.
Le diré una cosa: me he divertido mucho en mi vida. Yo fui  a pocas clases en la Facultad de Medicina, ¿sabe por qué? Porque eran siempre las mismas clases. Nada cambiaba. Y uno en la mitad de ese tiempo, lee un libro serio y aprende más que escuchando a un profesor que a  veces no es muy competente. Mi gran problema era saber qué contenidos  habían sido dados, para poder estudiar para los exámenes. Mirando los cuadernos de mis compañeros  de la primera fila, que llenaban páginas y páginas, descubrí que no llegaba a una conclusión sobre cuál era el tema de la clase. Es decir, este tipo, por más que estudiase aquel maldito cuaderno, no podría tener una nota acorde, pues no tenía la visión de lo que se le había enseñado.

En 1964 lo prendieron, acusado de subversivo. ¿Cómo fue ese episodio?
Me metieron preso por ser un tipo altamente peligroso. Veinticinco soldados vinieron para prenderme a las 11 de la noche, cuando estaba entrando en casa. Fue un momento terrible, porque en aquella época mi suegra se estaba muriendo y mis tres hijos eran pequeños. Y fue algo muy serio: ¿cómo es que uno le explica a sus hijos pequeños que la policía está equivoca y uno está en lo cierto? Eso no existe. No hay explicación.

¿Y qué alegaron delante suyo?
Que yo era un violento y subversivo comunista. Estuve 13 días preso y me soltaron por dos motivos. El primero fue que yo iría a un congreso de bioquímica en Nueva York y unos 12 profesores, incluyendo siete ganadores de Premio Nobel, escribieron telegramas de protesta al presidente de la República, el mariscal Castello Branco, y eso fue noticia en el diario Folha de S.Paulo. Eso creó un conflicto. El segundo motivo fue que el en ese entonces director de enseñanza de ciencias de la Unesco, Albert Baez, estaba en Brasil y tenía una hora señalada  para charlar conmigo sobre enseñanza de ciencias. Como yo estaba preso, Baez fue al cuartel. Esos dos hechos ayudaron a que me soltaran. En realidad, mi prisión ocurrió porque el Ejército era ignorante, mal informado y por eso fue engañado. En la USP había docentes importantes que formaron una comisión de extrema derecha y involucraron al Ejército. Yo era un postulante imbatible a ser docente catedrático de la Facultad de Medicina y esa comisión involucró mi nombre en actividades subversivas para sacarme del camino.

¿Usted participaba de organizaciones de izquierda?
No, no participaba. Una vez la antigua TV Record notició que yo era jefe de una célula comunista que se reunía en Washington. Lo que hubo es que el programa de enseñanza de ciencia que yo encabezaba fue asimilado por la Unesco, que tenía un interés muy grande en el tema. Durante algún tiempo hubo una serie de reuniones internacionales financiadas por la Organización Panamericana de la Salud – Opas,  para rever la enseñanza de la física, la química, la biología, etc., algunas de ellas en Washington, a finales de los años 1950. Y yo era el denominador común, porque Fundación Brasileña para el Desarrollo de la Enseñanza de las Ciencias (Funbec), que yo dirigía, trabajaba en todas estas áreas.

¿Cómo fue que lo cesantearon?
En 1969 la cosa ya era diferente. Cuando me soltaron, en 1964, mi vida siguió normalmente. Me presenté al concurso para catedrático, aunque intentaron impedírmelo, asumí mi puesto y seguí trabajando. En 1969 me cesantearon  por el AI-5 [Acto Institucional nº 5]. Pero entre 1964 y 1969 pasaron muchas  cosas. El Ibecc se había convertido en  Funbec, una fundación muy importante, no sólo para la enseñanza de ciencia: era la primera industria de electrónica médica. En Brasil nadie tenía equipamientos médicos. Sólo se hacía un electrocardiograma cuando el médico había importado por cuenta propia un electrocardiógrafo. Monitores, desfibriladores, de eso no había nada. Yo también estaba muy metido  en lo  del examen de ingreso a la universidad unificado, a cargo de la  la Fundación Carlos Chagas.

¿Eso fue a la época en que usted era presidente de la Fundación Carlos Chagas?
Sí, fue en esa época. Había todo un complejo relacionado a la educación y a la enseñanza de ciencias que funcionaba armónicamente. En el fondo, eso representaba un poder. En 1969 yo tenía la suma de todo ese poder y no era sumiso. Era un peón que había que quitar del camino.

¿Y después de que lo cesantearon, qué hizo?
Me fui de Brasil. Primero fui a la Universidad Hebraica de Jerusalén, Israel. Ellos estaban queriéndome hacía mucho tiempo a  causa de la enseñanza de las ciencias. Pero no funcionó. Independientemente del problema del idioma, que no es fácil, es muy difícil interferir en la educación de otro país cuando uno es extranjero. No hay caso.

¿Y adónde fue?
Primero ingresé en el MIT [Massachusetts Institute of Technology], en Estados Unidos. La vida allá fue conturbada, porque caí en paracaídas y sin mi equipo de investigación. La investigación no es una actividad individual, sino de un grupo, que trabaja armónicamente. Pensé entonces, voy a hacer aquello que sé hacer, que es trabajar con la enseñanza de ciencias. Era algo que nosotros habíamos empezado en Brasil, donde éramos los primeros. En Estados Unidos se decía lo siguiente: la enseñanza de ciencias es muy seria como para dejársela en manos de un profesor. La comunidad científica tiene que decidir hacia dónde va la ciencia. En el MIT había algo parecido a la Funbec, y así empezamos un proyecto, que llegó a tener un impacto muy grande y era el reverso de lo que yo hacía en Brasil: ¿cómo uno iba a enseñarles ciencias a quienes no quieren aprender ciencia? Así fue como  nosotros inventamos un proyecto. Como a los norteamericanos les encanta para saber qué comen, decidimos que cada estudiante juntaría todo lo que comía durante un día dentro de un único saco: la Coca-Cola, la hamburguesa, todo. Y después pasamos medio año analizando con método lo que éstos habían comido aquel día. Este programa tuvo gran impacto y me valió la tapa de Chemical News, lo que en aquella época representaba un enorme prestigio. Este trabajo salió publicado en libro en 1972.

¿Cuánto tiempo permaneció en el MIT?
Cuatro años. Cuando el programa caducó, me invitaron a ir a la Escuela de Salud Pública de la Universidad Harvard, en el Departamento de Nutrición. Allá hice otra cosa, que fue muy importante a la época y hoy en día ha vuelto a tener importancia. Recientemente se llevó a cabo un análisis de las escuelas de medicina, de las innovaciones de la enseñanza médica y, ¿cuál se ubicó en el primer lugar? La de la ciudad de Londrina. ¿Qué se hizo Londrina? En cierta forma se reprodujo la Carrera Experimental de Medicina que creé en 1969 en la Ciudad Universitaria. En aquella época había dos ideas en juego: traer la carrera de medicina a la Ciudad Universitaria e innovar. No era para repetir lo mismo. Entonces nosotros conseguimos aprobar en el consejo de la facultad la carrera experimental, que preparaba a los alumnos para el estudio de una medicina científica.

¿Cuál era la idea de la Carrera de Medicina Experimental?
Terminar con la separación de las asignaturas  e intentar integrar ciencia básica, clínica y medicina social desde el primer día de la carrera. Las materias de la carrera médica son totalmente artificiales, porque crecieron más allá de sus límites. Había también otro obstáculo: en aquel tiempo, el 40% de la carrera médica era de anatomía descriptiva, de la misma manera que se enseñaba en el siglo XVIII. Hoy en día eso ha cambiando naturalmente. Nuestra idea era mezclar la medicina desde el primer año con las otras cosas de la ciencia básica. Los docentes que dictábamos la carrera nos reuníamos una vez por semana para decidir qué enseñar. “Hoy tengo que enseñar citología del hígado, usted  hablará sobre la mitocondria…” Funcionó tan bien que, durante el primer año, cuando se abrió, los 80 mejores alumnos escogieron la Carrera Experimental. Pero, tan pronto como salí, duró un año más y luego la facultad cerró la   carrera.

Y después de esas experiencias exitosas en Estados Unidos, ¿por qué volvió a Brasil?
Porque el sistema estadounidense de investigación se pervirtió. Dejó de tener una estructura más o menos permanente para tener unos tantos líderes geniales que hacen investigación y un ejército de esclavos, que trabajan siete días por semana, 18 horas por día. Cuando se le acaba la beca, si el investigador quisiera tener familia, horarios menos terribles, un ordenamiento más decente, tiene que irse. El investigador es temporal. El hacer propiamente investigación no ya es más una actividad permanente para nadie, a no ser para el1% que está en la cima. El resto es un ejército de esclavos. Esto sucede a causa de la máquina poderosa que ellos han montado allá, de la cantidad de dinero existente. Ahora bien, nadie interfiere en su investigación, la libertad es total. El problema es que hay una estructura donde se debe trabajar mucho, hay que ser muy bueno y rápido para quedarse en el mismo lugar. Y es impersonal, totalmente impersonal.

¿A su regreso a Brasil a qué se dedicó?
Intenté volver a la Funbec, pero también allí el proceso se había pervertido, si bien que en otro sentido. Ellos no tenían una buena administración y habían perdido la innovación. Después de unos dos años surgió la oportunidad de ir al Instituto Butantan y empezar de cero. A la época, a comienzos de los años 1980, no había permeabilidad entre el Butantan y la USP y el instituto no hacía investigación ni tenía alumnos. En ese momento, Willi Beçak era director de la institución y pidió la contratación de diez docentes de la universidad. Yo ya me había jubilado y no había regresado al Instituto de Química por dos motivos. Primero porque la condición de la Amnistía de los militares era perdonar, pero no de reintegrar. Había que firmar un documento diciendo que uno aceptaba el perdón y yo no acepté el perdón de nadie. El segundo motivo era que yo había dejado cinco excelentes profesores allá, que no me precisaban más – es que ellos eran mejores que yo. Los más conocidos son Walter Colli, actualmente es también asesor adjunto de la dirección científica de la FAPESP, y Ricardo Brentani, director del Instituto Ludwig de Investigaciones contra el Cáncer y director presidente de la FAPESP.

¿El Butantan empezó a recomponerse  con esos diez profesores?
Sí, efectivamente. Entré en un área diferente que los otros, porque yo ya había logrado que la Financiadora de Estudios y Proyectos (Finep) me asignara algo  de dinero para hacer biotecnología en la Funbec. Pero sucede que  no había más condiciones para eso. Cuando vine acá la cosa cambió. El mundo se desmoronó en 1985, cuando el escaso suero antiofídico que el Butantan hacía fue testado en un laboratorio central de control de calidad, en Río de Janeiro, y se descubrió que era inactivo. Entonces sí, Brasil no tenía más suero. A esa altura, yo ya estaba intentando resolver el problema dentro del Butantan. Así se empezaron a  abrir caminos y fui reconstruyendo instalaciones y comprando maquinarias con la ayuda del gobierno federal. De la FAPESP nosotros conseguimos mucha ayuda con auxilios puntuales, individuales, para los investigadores.

¿Pero cómo fue que el instituto se convirtió en un gran centro de producción de vacunas?
El presupuesto para hacer vacunas inmunobiológicas en el Butantan no existía. La gobernación del estado no financia conscientemente la producción de vacunas. Pero si antes no existía y ahora producimos 200 millones de dosis de vacunas, ¿de dónde salió ese dinero? Tuvimos que crear una estructura donde ese dinero se retroalimentase. Ésa era una parte del problema. La otra era desarrollar tecnología. El investigador de la universidad imagina que desarrolla tecnología. En realidad, desarrolla una idea de mesa laboratorio. El investigador está siempre soñando con una cosa que incluso en el Primer Mundo tarda muchos años. En el área de medicamentos y vacunas se tarda  diez años después de que producto está establecido para salir al l mercado. Otro concepto fundamental es que, si uno no hace que el producto aparezca, no se realizó nada. Es decir, la medida de tecnología no es el trabajo publicado, mucho menos la discusión interna. Si uno no  tiene un producto, quiere decir poco ha hecho desde el punto de vista industrial. Y si en una institución pública ese producto no es de la sociedad en general, no hay  salud pública que valga. Para hacer salud pública debe  tener costos que acordes al país. Y hay un otro problema: en Brasil, se aceptó la idea norteamericana de que si el científico tiene una participación en las ganancias se interesa más en crear tecnología.

¿Y eso no es cierto?
Puede ser. Pero la cosa es que, si fuera así, nadie haría nada que no tuviera perspectiva rentable. Así se mata a la investigación. No se puede imaginar que la solución de todos los problemas pase por la  empresa rentable. Creo que Brasil está en el área de salud a contramano de estas ideas.

¿Por qué?
Pues porque ha habido una evolución considerable de la tecnología, del control de calidad, para hacer un producto como la vacuna. Cuando descubrieron que no había buen suero  aquí y que no se podía  importarlo porque no era producido usando veneno extraído de las serpientes brasileñas se creó un programa de autosuficiencia de vacunas. Ese programa derivó en un monopolio estatal. Cuando la institución pública elabora la vacuna, el gobierno compra sin cuestionamientos, no pasa por licitación. Claro que paga el precio más bajo posible y atrasado, por si fuera poco. A menudo debo  comprar materia prima previamente, antes de los pedidos  del gobierno, para dar tiempo a que se pueda producir la vacuna. En estos momentos estoy debiendo 30 millones de dólares empleados para fabricar la vacuna de la gripe.

¿Eso vale para todas las vacunas?
No, para todas no. Las otras nosotros también las hacemos, pero siempre hay que tener dinero. Creamos una estructura que es pública, pero no puede ser pública, porque si fuera pública stricto sensu, cuando el dinero vuelve, vuelve al Tesoro y desaparece. El gobierno piensa – debido a la reglamentación y no a causa de la vacuna en especial – que, si está financiando al instituto, en caso de haber utilidades, es natural que vayan al Tesoro. El drama es que allí el dinero desaparece, no se reinvierte en el instituto.

¿El dinero nunca queda en el Butantan?
No. El instituto puede retener ese dinero, pero siempre y cuando el gobierno no lo vea. Si se dan cuenta, al día siguiente el  Tesoro solicita el giro. Es una cuestión de la legislación. Incluso los primeros auxilios grandes que el Ministerio de la Salud nos asignó desaparecieron en el Tesoro. La Secretaría Estadual de Salud y el Butantan nunca percibieron nada de esos montos. Hay que ser  muy bestia para inventar una ley de esa índole. El presupuesto es imaginado al menos un año antes, cuando no dos años antes. Entonces en caso de que eldinero venga es como si el gobierno dijera: “No tengo nada previsto en mi presupuesto, por lo tanto, no acepto el dinero”. Es completamente esquizofrénico. Por eso, la Fundación Instituto Butantan, creada en 1985, resolvió el problema. La fundación opera como una empresa privada, pero de manera mucho más flexible.

A pesar de andar a contramano, ése parece ser el camino correcto…
Eso es lo que pienso. Dentro del modelo económico actual nosotros estamos a contramano. ¿Cuál el país que da remedio para el Sida gratuitamente? Brasil creó una estructura que permite fabricar los productos que precise para la salud pública a un precio que puede pagar. Aquí en la Fundación Instituto Butantan yo me encargo mejor del precio de que el Ministerio de Salud. Nosotros estamos testeando una forma de usar un quinto de la dosis de la vacuna de la gripe el año que viene, lo que nos permitirá con el mismo dinero hacer la vacunación de los  50 años para arriba. Hoy en día vacunamos de 60 para arriba. También desarrollamos, con la ayuda de la FAPESP, el surfactante para proteger a los bebés prematuros. El gobierno va a distribuirlo gratis en todas las maternidades públicas. Esto porque desarrollamos tecnología para fabricarlo a un precio muy bajo. Brasil es el único país de Latinoamérica que produce vacunas públicamente.

¿La innovación se vuelve  entonces esencial en este proceso?
Sin duda. Y para tener innovación es preciso tener investigadores que hagan investigación básica. La convivencia entre la investigación básica y la investigación aplicada es fundamental. La industria hace de cuenta que inventa todo. Ahora bien, quien inventa es el gobierno estadounidense, el gobierno inglés, el francés y otros. El gran financiamiento para el desarrollo de medicamentos es público, no privado. Y para contar con dinero público es necesario a su vez contar con  una estructura que funcione para hacer la investigación, que la industria privada no tiene. El mundo no va a ser más social o socialista, pero ha de ser socialmente responsable de alguna manera. La relevancia social dejó su lugar a la filantropía – una concepción norteamericana del tipo “yo que soy rico y construí un ferrocarril, voy a hacer un museo también”.

¿Necesitamos un nuevo modelo?
Pienso que sí. No diría que el modelo del viejo Pasteur es un buen modelo, pero funciona. Tengo 25 doctores acá en la fundación y ellos tienen el derecho de hacer la investigación que quieren, siempre y cuando hagan, durante parte del tiempo, aquello que se definió como prioridad. Así terminan por descubrir que hacen tan buena investigación trabajando en las prioridades del Butantan como con sus ideas.

¿Cómo defensor de los alimentos genéticamente modificados, que  pensó cuando vio la noticia en mayo pasado sobre un estudio de Monsanto relativo a las anormalidades en los riñones y en la sangre de ratones alimentados con maíz transgénico?
¿Cuánta gente dejó de morir de hambre por causa del maíz transgénico? ¿Cuánta gente ahora puede obtener comida para volverse obesa, estúpidamente obeso, porque la comida ha dejado de ser importante? Lo que no es correcto es esconder los resultados. Lo que sucede ahora  es que en Estados Unidos los ensayos clínicos deben registrarse – y ése que no es el caso de los transgénicos. Posteriormente, en caso de que no salieran bien, no se puede esconderlos.

¿Cree que hay algún riesgo de retroceso en la Ley de Bioseguridad después que el procurador general de la República, Claudio Fontelles, presentó una acción de inconstitucionalidad contra ésta?
Es difícil saberlo. Hasta en Estados Unidos, un país teóricamente más racional, ¿no vemos que el presidente Bush intenta meterles en la cabeza a los estadounidenses lo que él piensa desde su punto de vista religioso? Es muy complicado. Y ése no es un problema de la opinión pública. En Estados Unidos es una catástrofe porque la importancia de la ciencia no se comprende.

¿Por qué sucede eso?
Yo he hecho un esfuerzo muy grande durante toda mi vida a favor de una educación científica, racional. Hoy en día la enseñanza de ciencia es un hacer de cuenta. Hay incluso una  mezcla del concepto de la palabra “investigación” con “búsqueda en la computadora”. Ese concepto de investigación en la red no es el mismo  que se refiere a descubrir alguna cosa, sino sencillamente de creer que lo que está en la pantalla es verdadero. Aprender no es adquirir información. Obviamente, si no hay información no se logra hacer las cosas ni entender el mundo. Pero, si uno tiene la capacidad como para analizar críticamente lo que es falso y lo que es verdadero, la cosa se complica sobremanera. Y la gran mayoría de las personas no la tiene.

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