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HISTORIA

Un inmenso Portugal

El imperio lusitano supo aprovechar la libertad de las elites locales y las misiones religiosas para mantenerse durante cinco siglos

Publicado en Noviembre de 2012

Monumento a los descubrimientos, Lisboa, Portugal

ROBERT EVERTS / GETTY IMAGESMonumento a los descubrimientos, Lisboa, PortugalROBERT EVERTS / GETTY IMAGES

¿Cómo es posible que un pequeño país cuyo territorio no llega a los 90 mil kilómetros cuadrados haya dejado la impronta de su presencia en cinco continentes, en regiones tales como África, Japón, China, la India y Brasil? Ningún imperio europeo colonial moderno fue tan amplio y duradero. Portugal fue el primer constructor de un imperio global (aunque los portugueses lo denominaran reino, y no imperio, tal como lo hacían los españoles), que sobrevivió en gran parte hasta mediados de los años 1970, y con China recuperando Macao recién en 1999. “Su éxito se basó en innovaciones que escapan a cualquier modelo. La relación pionera entre su centro y la periferia estuvo signada por la flexibilización del poder entre las elites locales, sin que Lisboa dejara de ser el polo desde donde emanaba la autoridad. También resultó bastante innovador el uso de la religión para establecer la unidad imperial”, explica la historiadora Laura de Mello e Souza, de la Universidad de São Paulo (USP), quien coordinó el proyecto de investigación intitulado Las dimensiones del Imperio Portugués, un proyecto temático iniciado en 2004, con el apoyo de la FAPESP y concluido recientemente.

El objetivo de la investigación, que ya ha redundado en libros tales como O governo dos povos (Alameda), Contextos missionários: religião e política no Império Português (Hucitec/ FAPESP) y O império por escrito (Alameda), consistió en rediscutir el concepto de antiguo sistema colonial y verificar si todavía tenía operatividad ante las novedades generadas por la investigación histórica. El estudio generó alrededor de 30 trabajos académicos, entre tesinas de maestría y tesis doctorales, y fue dividido en núcleos de investigadores para analizar mejor las dimensiones políticas, económicas, culturales y religiosas del Imperio Portugués, revelando un panorama complejo y lleno de diversidad donde, como dice Mello e Souza “se percibe lo múltiple dentro de la unidad”.

“La visión consagrada de una administración colonial caótica, una monstruosa máquina burocrática, trabada e ineficiente, con un centro autoritario y colonias sumisas, no da cuenta de la capacidad de ese inmenso imperio de mantenerse longevamente. Lo cierto es que Lisboa hizo uso del poder en forma inteligente, trascendiendo los límites de la separación oceánica entre la metrópoli y sus colonias”, explica la profesora.

La cronología adoptada en el marco del proyecto, entre los siglos XV y XIX, se explica por ser ése el período de la expansión lusitana, puesto que, después de 1822, no se justifica la lectura conjunta de formaciones tan independientes como lo fueron el imperio brasileño y el portugués.

El proyecto actualiza el debate surgido a finales de la década de 1970 sobre cómo interpretar la economía y la sociedad de la América portuguesa revaluando tanto la idea de ‘sentido de la colonización’, de Caio Prado, como el concepto de ‘antiguo sistema colonial’, que definiera Fernando Novais. El resultado, sostiene Mello e Souza, es un juego dialéctico entre las partes y el todo, que elimina la oposición mecánica entre la metrópoli y la colonia, mucho más allá de la relación Brasil-Portugal. “En esta relectura, el Imperio Portugués se revela poco homogéneo, con centros políticos relativamente autónomos. Es necesario discutir la idea de una ideología imperial unitaria”, añade la investigadora.

Hipótesis
Laura de Mello e Souza sostiene que el resentimiento poscolonial de los brasileños dejó expedito el camino, durante mucho tiempo, para que los historiadores extranjeros idearan sus hipótesis y rellenaran lagunas obvias, ya que no se los impedía el peso de un pasado que no era de ellos, y contra el cual no precisaban ajustar cuentas. “En los últimos años el imperio está en boga, y esto ha congregado a una amplia gama de historiadores, nacionalidades y diversas matrices teóricas e historiográficas”, comenta.

Con todo, muchos todavía quedan atrapados en las “trampas” historiográficas, soslayando el tema de la esclavitud o sobrevalorando el poder de la lectura de textos oficiales, un engaño ya señalado por Caio Prado en 1942 cuando critica la “óptica de la norma”, que, en diversas ocasiones era “letra muerta”.

“La flexibilidad de las instituciones político-administrativas, capaces de establecer un complejo sistema de relaciones horizontales y verticales con el poder central, el intermedio y el local, no anula la necesidad de concebir al sistema colonial como un conjunto jerarquizado de relaciones políticas”, dice Mello e Souza.

No se trataría ni de la visión de un “imperio controlador”, ni del “imperio incapaz de controlar”, sino de un imperio que, a sabiendas de la inmensidad oceánica que separaba sus partes, comprendió la necesidad de mantener relaciones con periferias relativamente autónomas, conectadas con la metrópoli mediante lazos más o menos elásticos. Empero, sin que Lisboa dejase de ser el centro desde donde emanaba el poder. La distancia entre el rey y sus súbditos, que podría erigirse en un problema, resurge, ahora, como una “virtud” del gobernar. “Las colonias también se constituyeron, aunque no solamente así, en forma mimética, como espejos, reproduciendo los valores socioculturales de la península ibérica. Para ello fue importante la creación por parte de los portugueses de un sistema de comunicación política casi universal entre la Corte y las colonias. Lo que podría percibirse como una debilidad institucional se erige como su propia fortaleza, que se revela en la adaptabilidad a las diferentes coyunturas políticas y territoriales y, en ocasiones, en un cierto pluralismo administrativo”, recuerda la investigadora.

La originalidad de las bases del Imperio Portugués puede notarse en la creación de nuevas estructuras, intermediarias en la relación entre los poderes locales, en los territorios de ultramar, y los poderes centrales.

“Los administradores portugueses que vinieron, por ejemplo, a ciertas regiones de lo que luego sería Brasil, no se encuadran en el estereotipo del ‘pequeño tirano’ que buscaba expoliar a los brasileños. Obviamente hubo inescrupulosos. Pero, en general, se sabía que no se podía imponer mano dura a la colonia. La explotación muchas veces se ocultaba bajo la forma de la intolerancia, seguida de la flexibilidad en la aplicación de las leyes”, apunta Mello e Souza. “Por eso, afirmar, tal como declaraba Tiradentes, que los administradores portugueses venían a expoliarnos y chuparnos la sangre, no explica demasiado el asunto y nos sumerge en el equivocado discurso de la dominación. En realidad, la administración sólo pudo funcionar porque las elites locales participaban de ella”, añade.

La corona

Novissima et Acuratíssima Totius Americae Descriptio, John Ogilby, 1671,  43,5 x 54 cm

IMÁGENES DEL LIBRO O TESOURO DOS MAPAS - A CARTOGRAFIA NA FORMAÇÃO DO BRASILNovissima et Acuratíssima Totius Americae Descriptio, John Ogilby, 1671,
43,5 x 54 cmIMÁGENES DEL LIBRO O TESOURO DOS MAPAS - A CARTOGRAFIA NA FORMAÇÃO DO BRASIL

La investigadora sostiene que no pueden comprenderse las relaciones de ese imperio basándose solamente en los documentos legales. “La Corona sabía que no podía imponer el control tomando la ley al pie de la letra. Hasta 1822, los ‘brasileños’ se veían como portugueses, y no como dominados”, explica. De tal manera, los movimientos revolucionarios locales no eran siempre sinónimo de “lucha por la independencia”, sino que eran reacciones ante reordenamientos. Por lo que también vale la definición propuesta por Tocqueville para el Antiguo Régimen: “Una regla rígida y una práctica blanda”.

Pero no se debe pensar en un “Antiguo Régimen tropicalizado”. Si bien la sociedad colonial puede ser concebida en sentido estricto como parte integrante del Antiguo Régimen, sus particularidades la exceden y socavan los principios básicos, puesto que estaba organizada y sustentada en el esclavismo, algo inexistente en el ámbito europeo”, recuerda Mello e Souza.

“La adquisición de esclavos mancillaba la reputación de la nobleza local, escindiéndola de aquélla del reino. Se escondían detrás de títulos, honores y dignidades, aumentando con ello la dependencia del rey portugués, lo cual se agravó con el correr de los años”, dice la historiadora. La particularidad de la América portuguesa no residía en la pura y simple y asimilación del mundo del Antiguo Régimen, sino en su recreación perversa, alimentada por la trata de esclavos, por el trabajo de esclavos negros, por la introducción en la vieja sociedad de un nuevo elemento, más estructural que institucional: el esclavismo.

La solución aparece nuevamente a través de la flexibilización. “Por los principios del Antiguo Régimen se prohibía a los portadores de ‘sangre infectada’ ejercer cargos administrativos. Entonces hubiese sido imposible gobernar las colonias ya que la mayor parte de la elite nativa estaba integrada por mestizos: regiones tales como São Paulo y Minas Gerais, por ejemplo, prácticamente estaban habitadas por cholos y mulatos. Entonces se nombraba a un mulato como capitán mayor [capitão-mor] y éste dejaba de ser mulato, pudiendo ascender”, aclara la profesora. Aunque estaba oficialmente sujeta a las reglas del antiguo sistema colonial, la periferia del imperio usaba y abusaba del “juego de cintura”.

“El proyecto introduce una innovación al discutir estas peculiaridades del Imperio Portugués, otorgándole una categoría explicativa mayor. El debate nos condujo a repensar el concepto de sistema colonial ante la idea de que la colonia no era una mera extensión de la metrópoli, sino un territorio subordinado que ejerció un rol fundamental para el imperio ya que proveía una parte considerable de los recursos esenciales para su existencia”, sostiene el historiador Jobson Arruda, de la USP y miembro del proyecto. “El sistema imperial lusitano ostentaba una gran racionalidad y era consciente de que los problemas locales exigían soluciones inmediatas y producidas localmente”, añade.

Ésa fue una de las principales razones del éxito de los portugueses frente a sus rivales españoles. “La monarquía española estaba formada por varios reinos, mientras que Portugal era un reino unificado. Se hicieron grandes esfuerzos para aumentar el poder del Estado a expensas de la nobleza y de las comunas. Esos recursos propiciaron la expansión marítima, que a su vez, hizo que el reino se volviera menos dependiente tanto de los nobles como de los plebeyos, gracias a los recursos obtenidos. A cambio, esos recursos le permitieron al Estado cooptar a la nobleza, lo cual le significó al rey portugués una enorme consolidación de su poder”, explica la historiadora Ana Paula Megiani, de la USP, organizadora de O império por escrito (Alameda), otra investigadora participante en el proyecto.

“Mediante ese centralismo, la monarquía portuguesa lograba una capacidad de mando en su imperio mayor que la española, con el poder local funcionando como formas de ejercicio de aquél poder, expresiones de centralismo, y no de desmembramiento del imperio”, evalúa Megiani. De todos modos, Portugal soportaba una contradicción que los españoles no padecían: eran un imperio sin emperador.

“En ese contexto, el costado religioso del imperio es el que mejor expresa su universalidad. La Iglesia aportó un sustrato adecuado para la práctica efectiva de un conjunto de dogmas y principios, teniendo en las misiones religiosas su principal instrumento operativo para amalgamar las partes de la totalidad”, afirma el historiador Adone Agnolin, de la USP, proveniente del núcleo Religión y Evangelización de la investigación. “La perspectiva religiosa contiene el basamento de una universalitas (el principio forjador de imperios heredado de los romanos) transpuesta, desde el punto de vista político, a la manutención de los imperios, aunque en el fondo, se apoya sobre la idea de un ‘imperio simbólico’, unificando política y religión”, comenta Agnolin.

Según el historiador, por medio de sus misioneros, el Imperio Portugués revierte el proceso de formación histórica al encontrar su supuesto universal en la dimensión de lo religioso. “Lo religioso es su instrumento privilegiado para la realización del proyecto y, a partir de éste, Portugal se propone como un nuevo e inédito modelo imperial”, dice.

Mello e Souza sostiene que esa concepción es una de las grandes novedades que aporta la investigación. “Los misioneros son los brazos de homogeneización de la fe, que hacen posible una mayor adaptabilidad de los portugueses en cuanto a las confrontaciones religiosas y culturales”, comenta la historiadora. La tentación de “demonizar” a la Iglesia es grande, aunque equivocada. “Toda la acción de los agentes diplomáticos, administrativos o comerciales, estaba bajo caución de los misioneros, que otorgaban legitimidad al conjunto de acciones que tendientes al bien común y, por ende, a la salvación de los hombres”, afirma.

Riqueza
La noción de “bien común” abarcaba, en aquella época, a la dimensión colonial aliada al cristianismo, aunque con ciertas tensiones. Aumentar la riqueza del rey significaba elevar la riqueza del reino y, de ese modo, la riqueza de los vasallos cristianos. El aumento de la actividad comercial y de la riqueza del reino estaba conectado y basado en la función del rey en su expresión del ejercicio de la virtud teológica de la caridad y del ejercicio de las virtudes terrenales en la justicia distributiva.

La unidad del reino, como unidad de la comunidad, apunta al bien común y a la salvación. La finalidad del imperio no se restringe a la colonización, concebida meramente como un medio, sino a la salvación, ya que permite convertir a los gentiles y sostiene la acción misionera, expansionista y de universalización de la Iglesia Católica.

“Esa especificidad aparece a partir de la segunda mitad del siglo XV. En la base de la expansión colonial se encuentra la teología y, en sus rastros, los resultados de un nuevo comercio colonial. Es en esa dirección que Portugal construye, con una anticipación extraordinaria en relación con el resto de las naciones europeas, la nueva perspectiva de universalidad que se constituyó en la articulación entre el imperio, la teología y el comercio”, explica Agnolin. Las misiones, junto con el comercio, fueron una de las vías privilegiadas en los primeros diálogos con las culturas en contacto con el mundo ibérico. El imperio de los hombres era, por encima de todo, de Dios.

“Asimismo, si los europeos necesitaban comprender a las culturas locales, y también era necesario desarrollar nuevos instrumentos cognitivos para dar cuenta de las nuevas situaciones del contacto. Significaba un proceso de traducción de parte a parte, en el que el lenguaje religioso funcionaba como un área de mediación simbólica, fundamental para la incorporación de las poblaciones nativas a la monarquía portuguesa”, añade el historiador. Las misiones realizaron las necesarias “adecuaciones” a las diversas realidades locales. “Si bien las relaciones entre imperio y religión, entre la administración de los pueblos y las misiones católicas se construyeron a partir de intereses comerciales, no podemos dejar de pensar de qué modo las dimensiones del Imperio Portugués se basan en el universalismo que remite a la autonomización moderna del derecho natural”, comenta Agnolin. De tal modo, en la base de la tensión entre teología e imperio, reside la noción de imperio cuyo objetivo consistía en la imposición de un gobierno común a los pueblos, siguiendo las diferentes modalidades de interlocución local, tanto en sus dimensiones políticas como culturales.

Otro acierto lusitano fue mantener gobiernos específicos en cada parte del imperio, adaptándose a las idiosincrasias locales. No podía gobernarse una región colonial del mismo modo en que se gobernaba otra. En el caso fundamental de la religión, el cristianismo determinó, a partir de ese contexto, un nexo entre “los asuntos de la fe” y “la vida política”. Desde esta perspectiva, que apuntaba a lo universal, resultó que la práctica evangelizadora realizó los “ajustes” necesarios en relación con las culturas no occidentales particulares. El Imperio Portugués elaboró proyectos que promovían la incorporación de otros pueblos, con la catequesis como el medio fundamental en ese intento. “Flexibilidad y adaptabilidad, con relativa autonomía, fueron los instrumentos de supervivencia de ese imperio, con Lisboa como centro, aunque muchas veces sobrecargada. En cuanto a ello, el rol fundamental le cupo a la Iglesia y a las órdenes religiosas, más importantes en la manutención y la defensa del territorio lusitano que el propio Estado portugués”, sostiene el brasileñista Kenneth Maxwell, de la Harvard University.

En el imperio, la cultura europeizante, al igual que la religión, promovió su manutención. “Se trataba de una cultura que estaba embebida de un ideal civilizador, aunque atenta a las recombinaciones y a los mecanismos capaces de extender mejor su dominio. Por ello las diversas formas de circulación de la escritura o de los soportes de representación tales como la cartografía”, agrega la historiadora Leila Algranti, de la Universidad de Campinas (Unicamp). Esta peculiaridad permitió que, a partir del proyecto temático, se crearan la Biblioteca Digital de Cartografía Histórica, el Laboratorio de Estudios de Cartografía Histórica (LECH), y el Centro de Documentación sobre el Atlántico (Cenda).

Según Mello e Souza, esa cuestión de la escritura, anteriormente ignorada, constituyó otro punto alto del proyecto, al revelar cómo ocurría la comunicación entre las partes distantes del imperio, independientemente de la invención de la imprenta. “Fue un proceso de intensificación y difusión de los modos de recabar, organizar y preservar la información escrita, ligados a la formación de la burocracia y del Estado moderno y relacionados con la sofisticación de las formas del conocimiento y las nuevas maneras de ascensión social de las figuras ligadas a la escritura”, recuerda Algranti.

“En términos de Portugal y Brasil, resulta evidente que sin la comunicación por escrito hubiera sido prácticamente inviable administrar el imperio. Más allá de los impresos, registros manuscritos de todo tipo (cartas, estatutos, crónicas, gramáticas) desempeñaron un rol fundamental en la transmisión de ideas, valores, normas, costumbres y saberes entre las metrópolis y sus colonias, tanto como entre sus diversas posesiones de ultramar que integraban tales imperios coloniales”, sostiene Algranti. Al expandirse, el Imperio Portugués se vio ante la necesidad de intercambiar informaciones con mayor rapidez. “Las órdenes que hasta entonces se transmitían oralmente comenzaron a hacerse por escrito. Las normas regulaban no sólo la administración, sino también otras esferas, en el ámbito político y jurídico, involucrando quejas o denuncias”, prosigue Algranti.

En su opinión, entender la colonización de América consiste en captar las formas de comunicación entre conquistadores y conquistados, de integración y modificación entre el Viejo y el Nuevo Mundo. “Estos nuevos análisis nos condujeron a notar, en la base del imperio, una relativización de la presencia metropolitana, la importancia del rol de las elites coloniales y la especificidad y el radio de acción de los procesos evangelizadores”, añade Mello e Souza.

“Así, las cuestiones económicas y sociales de fondo, es decir, el drenaje de riquezas y la constitución de sistemas de trabajo forzado, especialmente el esclavismo, se relativizan. Los sentidos y contenidos del imperio lusitano adquieren una singularidad que nos obligó a repensar su esencia y cómo se insertó en la lógica capitalista en forma particular”, dice.

Esta dinámica acabó por convertir a los colonizadores residentes, antes ligados a la soberanía metropolitana, en una fuerza de autonomización. “Su acción hacía posible el arraigamiento de capital y la obtención de rutas comerciales que los tornaban independientes de la metrópoli”, comenta Arruda. No se podía proceder a la explotación de la colonia sin propiciar su crecimiento, su desarrollo, lo cual provocaba tensiones siempre que el poder central, en Lisboa, fuera incapaz de contemplar las nuevas necesidades locales e impidiese el crecimiento.

Decadencia
Pero en la propia esencia del mantenimiento del imperio estaban las semillas de su decadencia. “Portugal fue un importante engranaje en la construcción del capitalismo, especialmente durante la etapa mercantil. Con todo, el capitalismo no es posible mantener la hegemonía para siempre, ya que su lógica se basa en la dinámica de migración del centro de acumulación”, explica Ana Paula Megiani. Durante los siglos XVIII y XIX ya no se observa en Europa la afluencia de riqueza entre los ibéricos. “La crisis del capitalismo mercantil determinó la crisis del Imperio Portugués, aunque si observamos las dimensiones culturales, religiosas y políticas, la duración es otra”, afirma. “El impacto de la colonización lusitana fue bastante mayor que su estructura gubernamental”, recuerda Maxwell.

“El punto de inflexión del imperio ocurrió durante el llamado período pombalino, entre 1750 y 1777. El marqués de Pombal fortaleció sobremanera a las elites locales y se notó que cuando eso no ocurría había conflictos”, sostiene Mello. Cada vez más, la antigua idea acerca de la necesidad y la posibilidad de un imperio luso-brasileño fue deshilachando la noción de antiguo sistema colonial. “Muchos deseaban descentralizar el imperio y colocar a Brasil como centro, lo cual va socavando las relaciones entre la metrópoli y la colonia, a punto tal de no poder ya definir centro y periferia”, añade la investigadora.

Las elites locales obtienen un estatus inédito. La llegada a Brasil de la familia real en 1808 agilizó ese movimiento, al instaurar la rara situación de una colonia que también era sede del imperio. “Los temores ante la autonomización de los grupos locales no hicieron más que aumentar con la Revolución Francesa y el avance de Napoleón, lo cual hizo que parte de la elite portuguesa pensara seriamente en ese cambio de roles como la única forma de mantener el control de Brasil”, dice Mello e Souza.

En 1822, el proceso se consolidó. “Pero una parte del antiguo imperio recién se liberó luego de un doloroso proceso de guerras civiles, tal como ocurrió en África, donde fuerzas externas entraron en acción, a causa de la renuencia a negociar del régimen salazarista”, recuerda Maxwell. Esa intransigencia, según el brasileñista, dejó pocas alternativas y, en la década de 1970, cuando el imperio en África sucumbió, subsistieron los enfrentamientos de la Guerra Fría y el apartheid en Sudáfrica, con Cuba, Estados Unidos y la ex URSS extendiendo sus conflictos por las antiguas colonias portuguesas.

Ya no había más espacio para decir que “esta tierra aún va a cumplir su ideal/ aún va a transformarse en un inmenso Portugal”, la bravata lusitana de Fado tropical, de Chico Buarque.

Proyecto
Dimensiones del Imperio Portugués (nº 2004/10367); Proyecto Temático; Coord. Laura de Mello e Souza/USP; Inversión R$ 578.580,17 (FAPESP)

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