El gobierno del Reino Unido se convirtió en uno de los primeros en el mundo en crear, hace medio siglo, el cargo de consejero en jefe para temas científicos, cuya función principal consiste en apuntar soluciones basadas en la ciencia para afrontar desafíos en la administración pública. En la actualidad, ese puesto lo ocupa el inmunólogo Mark Walport, exdirector del Wellcome Trust, una fundación que financia la investigación biomédica. Desde 2013, Walport asesora al premier David Cameron en un amplio espectro de temas, tales como cambios climáticos, envejecimiento de la población, biotecnología y energía. En 2014, luego de que las estadísticas revelaran que el número de animales que se utilizan en los test preclínicos había aumentado en el Reino Unido, el gobierno anunció disposiciones para con miras a reducir o sustituir su empleo. Walport hizo las veces de puente entre el gobierno y la comunidad científica, reconociendo la necesidad de implementar cambios, aunque destacando que la abolición del uso de animales en los experimentos aún resulta inviable.
Una de las características distintivas del modelo británico de asesoría científica consiste en que el gobierno dispone de jefes científicos en todos los departamentos y ministerios. Se conformó una red de consejeros, bajo el mando de Walport, que organiza reuniones semanales con el objetivo de discutir las prioridades en cada área. Ese modelo le sirvió como inspiración al gobierno de São Paulo para anunciar, en septiembre de 2015, la creación del cargo de científico en jefe en cada secretaría estadual. La iniciativa, cuya idea surgió en la FAPESP, comenzará a implementarse en poco tiempo más.
En abril, cuando Walport estuvo de visita en Brasil, participó en un evento que enmarcó la renovación de un acuerdo de cooperación entre la FAPESP y los Consejos de Investigación del Reino Unido (RCUK, pos sus siglas en inglés), vigente desde 2009. De los 164 acuerdos y convenios internacionales de cooperación actualmente vigentes en la FAPESP, 30 son con instituciones británicas, entre las que figuran agencias de fomento, empresas, universidades e instituciones educativas y de investigación. En una entrevista concedida a Pesquisa FAPESP, Walport se refirió a las colaboraciones con la ciencia brasileña y abordó los desafíos que afronta un consejero científico.
El gobierno del estado de São Paulo creará el cargo de jefe científico en las secretarías estaduales. ¿Qué es lo fundamental para poner en práctica el modelo de asesoría científica?
Podría describir el caso del Reino Unido, donde el cargo de científico en jefe se encuentra bien afianzado. Vivimos en una sociedad donde el desarrollo tecnológico avanza con suma rapidez. Hay una emergencia de nuevos desafíos para la ciencia, un ejemplo de ello son las enfermedades infecciosas, como es el caso del virus del Zika. También existen desafíos a largo plazo, tales como los cambios climáticos, la sostenibilidad, la necesidad de reducir la demanda de energía. Todos estos temas son afrontados por las autoridades y los ejecutivos, quienes, para elaborar las mejores políticas, requieren evidencias científicas. Por eso el consejero científico debe comprender que su función consiste en aportar consejos, no en elaborar políticas, cuya responsabilidad les concierne a los políticos electos por la población. También es importante reconocer que el trabajo de un consejero científico no implica saberlo todo. El asesor debe saber actuar como un nexo entre el mundo de las ciencias y el mundo político. Mi trabajo consiste en identificar lo mejor que puede ofrecer la ciencia para orientar al gobierno en cualquier área. A veces, la información que necesito para poder lograrlo se encuentra en las universidades, otras veces, en la industria. A continuación uno les traduce la información en forma concisa para que los administradores y políticos la puedan comprender.
¿Cuál es su rutina de trabajo y qué dificultades enfrenta habitualmente?
No hay dificultades propiamente dichas, sino más bien desafíos, que son enormes y diversos. Para afrontarlos, disponemos de un jefe científico en cada departamento de gobierno, que abarca diferentes áreas. Disponemos de personal del área médica, como es mi caso, físicos nucleares como Robin Grimes, jefe de asesores del Ministerio de Relaciones Exteriores, y también ingenieros en el departamento que se ocupa de los cambios climáticos. Nuestro trabajo diario consiste en identificar asuntos importantes para el gobierno y, luego, hallar la mejor respuesta científica.
El gobierno brasileño aprobó una ley que autoriza el uso de una sustancia, la fosfoetanolamina sintética, en los tratamientos contra el cáncer, aunque la misma todavía no ha sido sometida a ensayos clínicos y la comunidad científica plantea reservas al respecto. En su opinión, ¿cómo debería haberse manejado el gobierno?
No me concierne a mí decir lo que debería haber hecho el gobierno brasileño. Pero, a grandes rasgos, tanto el administrador como el político se enfrentan a temas tales como éste de la fosfoetanolamina desde tres perspectivas diferentes. La primera es la de las evidencias, es decir, lo que se sabe sobre determinado tema. La segunda es: “Si yo tomo esta decisión ¿podría implementarse?”. Una política, por mejor que la misma sea, sólo funciona si uno logra implementarla para la sociedad. El tercer enfoque es el de los valores políticos que posee la gente, algunos de ellos antiguos y arraigados. La labor del político y de la autoridad consiste en integrar todo eso. La ciencia es una parte en el proceso de decisión, pero no es la única. [Vea más información sobre la fosfoetanolamina].
¿Qué puede hacerse cuando la perspectiva de la sociedad difiere del punto de vista científico?
Las evidencias científicas son muy importantes. Por ejemplo, mi predecesor, John Beddington, tuvo que sugerir medidas cuando hace algunos años entró en erupción un volcán en Islandia, afectando el espacio aéreo del Reino Unido. ¿Era seguro autorizar vuelos en ese contexto? Un político que ignorara los consejos científicos en ese caso sería muy temerario. Sin embargo, en determinadas circunstancias, los valores personales o incluso desfasados de la sociedad se superponen a la ciencia.
¿Cómo se puede aconsejar cuando los científicos tienen opiniones diversas sobre un tema?
Existen muchas instancias en donde el conocimiento científico es incompleto. Un buen ejemplo de ello es el caso del virus del Zika: ni los políticos ni los científicos disponen de respuestas suficientes para ofrecer soluciones inmediatas. Por eso es importante contar con un buen sistema de salud pública, capaz de atender los casos y brindar el tratamiento posible en ese momento. Otra eventualidad se produce cuando el conjunto de conocimientos disponibles es inmenso. En ese caso, lo que importa es la síntesis de las evidencias, porque no todos los trabajos científicos aportarán las mismas conclusiones. Un buen ejemplo de síntesis lo constituyen los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), en los cuales se presentan evidencias de los cambios climáticos de manera rigurosa. Siempre hay científicos aislados o pequeños grupos que pueden tener opiniones contrarias. Pero, en última instancia, la ciencia avanza a través de evidencias y de consensos. Mi trabajo consiste en recopilar esas síntesis de evidencias.
La FAPESP está asociada con diversas instituciones de investigación del Reino Unido. ¿Qué opinión le merece al gobierno británico esa colaboración?
La FAPESP es una buena socia. Mi llegada a Brasil fue, entre otros motivos, a causa del Fondo Newton. Por medio de ese fondo, el gobierno británico mantiene colaboraciones con 15 países, Brasil inclusive. El Reino Unido está comprometido en inversiones por casi 10 millones de libras esterlinas anuales [que corresponden a casi 51,4 millones de reales], en proyectos con la FAPESP y otras fundaciones de apoyo a la investigación científica de Brasil. Otra institución con la cual mantenemos colaboraciones de larga data es Embrapa. También estamos firmando acuerdos para investigar enfermedades infecciosas, tales como la leishmaniasis y el mal de Chagas. Los acuerdos incluyen becas y oportunidades de intercambio. El Consejo Británico también trabaja con colaboradores internacionales para establecer colaboraciones entre científicos del Reino Unido y de otros países. He visitado la Fundación Amazonas Sostenible, en la Amazonia, y acordamos proyectos con las comunidades locales, en busca de modelos económicos sostenibles.
Una de sus primeras preocupaciones cuando fue designado científico en jefe del gobierno británico estaba relacionada con el problema del envejecimiento de la población. ¿Cómo ha afrontado el Reino Unido ese desafío?
Yo no caracterizaría al envejecimiento de la población como un problema. Al contrario, es uno de los logros de la humanidad. Estamos viviendo mucho más. Existe una mayor calidad de vida, la gente está trabajando por más tiempo y no desea llegar al final de su vida afrontando largas batallas contra las enfermedades. Tanto científicos como gobernantes deben pensar acerca de en qué condiciones envejecerán las personas, en cómo se transformarán las ciudades en las próximas décadas. ¿Cómo vamos a preparar a la gente para una vida más extensa? El envejecimiento es un fenómeno global y conlleva retos en el campo de la salud, por ejemplo, en el aumento de las enfermedades coronarias y de la diabetes.
Usted mencionó que la solución para problemas tales como el brote de ébola también depende del trabajo de los investigadores de las ciencias humanas. ¿Por qué?
Considero que se necesita aprender de la historia. Si pretendemos comprender cómo se transmite una enfermedad, es preciso tener en cuenta los hechos históricos y las costumbres de los pueblos. Se necesita entender el contexto social en torno a una enfermedad.
¿Aún dispone de tiempo para investigar?
Voy aprendiendo a emplear la ciencia a cada instante del día. Pero, por supuesto, tuve que interrumpir mi trabajo de investigación desde que ingresé en el Wellcome Trust, en 2003, y eso se mantuvo cuando asumí el cargo de científico en jefe. Se trata de un cargo que me ocupa por completo todo el tiempo. Pero tengo el privilegio de aprender mucho, puesto que siempre estoy consultando a científicos, instituciones de investigación, empresas y al gobierno. Me esfuerzo bastante para comunicarles el contenido científico a los legos, como es el caso de los políticos, con el objetivo de garantizar, en la medida de lo posible, que los beneficios de la ciencia puedan ser útiles en la administración pública.
¿Usted también sigue los debates sobre ética en la ciencia y cómo evitar casos de mala conducta científica?
En efecto, nos abocamos a esa área desde hace algún tiempo. El desafío consiste en establecer valores muy claros entre los científicos. En última instancia, la ciencia se autocorrige y los errores quedan al descubierto. En el Reino Unido existen acuerdos entre las agencias de fomento de la investigación, las academias nacionales e instituciones de investigación para el establecimiento de un conjunto de directrices que apuntan a la disminución de los episodios de mala conducta científica. Ése es un problema que debe tratarse allí donde se hace investigación, o sea, en los laboratorios. Por eso las instituciones de investigación necesitan tener valores éticos fuertes con relación al comportamiento que se espera del investigador. Pero la verdad es que los científicos son seres humanos y, desafortunadamente, algunos son débiles y cometen deslices deliberadamente. No todos los científicos son buenos científicos.