Cuando se constituyó en 1975, el Herbario de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp) contaba apenas con dos armarios, en los cuales se guardaban algunas duplicaciones donadas por el Instituto de Botánica de São Paulo, con las cuales se inició su colección. Ese inicio modesto es hoy solo un lejano recuerdo. El herbario cobró impulso con la creación de las carreras de posgrado en Biología Vegetal en 1976, y con la necesidad cada vez más apremiante de recoger y preservar muestras de la flora del estado, especialmente del Bosque Atlántico, antes que sus hábitats fueran completamente destruidos.
Actualmente el Herbario de la Unicamp se encuentra entre los más importantes de Brasil. Tiene un acervo de 116 mil especies. Recibe 7 mil de éstas por año, fruto de recolecciones realizadas por equipos de la propia Unicamp, de donaciones y de canjes con museos de varios lugares del mundo. Y no es solo eso: el museo es reconocidamente una de las más importantes instituciones de investigación del área en el mundo y un lugar de referencia para investigadores provenientes de varias regiones del planeta.
Su estructura, moderna y bien equipada, sirvió de modelo para la reforma de otros herbarios, incluso del respetado Jardín Botánico de Río de Janeiro. “Los investigadores extranjeros se muestran admirados al encontrar en Brasil una organización tan bien estructurada y equipada”, dice Luiza Sumiko Konoshita, profesora asistente del Departamento de Botánica de la Unicamp.
Esa buena impresión no surge de la nada. El Herbario de la Unicamp es un ejemplo de organización y eficiencia. La colección se encuentra compactada en su totalidad en armarios deslizantes, ubicados en dos salas de la planta baja del Departamento de Botánica. Tiene un buen sistema de aire acondicionado, fundamental para la preservación del material. Cuenta también con equipos para la observación del material, como lupas con capacidad para aumentar hasta 40 veces la imagen, y para la preparación de las plantas, como estufas y freezers.
Insalubre
Sin embargo, esto no siempre fue así. Hasta hace poco tiempo, ni siquiera había una banco de trabajo adecuado para estudiantes e investigadores. El antiguo aparato de aire acondicionado funcionaba precariamente y servía solo para una de las dos salas. Cuando llovía, el agua entraba por el aparato y se escurría por las paredes. Debido al alto tenor de humedad, los hongos proliferaban de tal manera que el ambiente, además de representar un peligro para las colecciones, se tornó insalubre para las personas.
“Nadie soportaba permanecer más de una hora dentro de ese lugar, y no era raro que algún estudiante o profesor padeciera una crisis de asma”, recuerda Luiza. “Algunos profesores y alumnos llegaron a pensar en abandonar la carrera, para que no se agravasen sus problemas de salud”, agrega. Los hongos no eran el único problema. Dos desinfecciones por año no lograban resolver el problema de los insectos, que encontraban allí un ambiente propicio, debido al calor y la humedad.
A ello se sumaban otras cuestiones. Los armarios no eran suficientes. Había materiales valiosos apilados en el piso. Se llegó a tal punto que ni siquiera en el suelo había espacio para el material que llegaba. “Eso daba una imporesión de tal desorganización que nos daba vergüenza cuando recibíamos a investigadores extranjeros”, dice la profesora Konoshita.
Pisos y paredes
Se hacía necesaria una reforma total. Y ésta llegó con una inversión de 416,9 mil reales proeveniente del Programa de Infraestructura de la FAPESP. El dinero alcanzó para reformar pisos y paredes, instalar un nuevo sistema de aire acondicionado, comprar armarios deslizantes adecuados para guardar de especies vegetales e incluso obtener dos lupas especiales para exámenes rápidos del material.
Los armarios antiguos, reemplazados por los deslizantes, aún estaban en buen estado. Más de 200, con un valor estimado en 600 reales cada uno, fueron donados a instituciones como el Herbario del Instituto de Botánica, el Herbario de la Unesp en Río Claro, el Instituto Agronómico de Campinas, la USP de Ribeirão Preto, la Escuela Superior de Agricultura Luiz de Queiroz (Esalq) de Piracicaba e, incluso, instituciones otros estados, como la Universidad Federal de Londrina, en Paraná.
Se emprendieron también nuevas iniciativas. Por ejemplo, el museo patrocina un proyecto de educación ambiental, dirigido por Konoshita, del cual participan alumnos primarios y secundarios no solo de Campinas, sino también de São Paulo, Santos y São Carlos. En ese programa, un equipo de la Unicamp visita escuelas públicas y promueve actividades en clase y paseos al campo. “La comunidad es un agente fundamental de la preservación”, dice la profesora. “El resultado es muy gratificante, pues los estudiantes comienzan a respetar más a las plantas”, agrega.
La reforma llegó en buena hora. En el proyecto Flora, que está mapeando todos los vegetales existentes en el estado de São Paulo, participan activamente investigadores de la Unicamp, y el herbario recibe muestras de prácticamente todas las colectas realizadas en el marco del proyecto. “Con ello, el acervo crecerá mucho más aún”, dice el curador del Herbario, Washington Marcondes Ferreira Neto”.
Actualmente, el museo alberga 140 tipos de nomenclaturas, es decir, especies nuevas, descubiertas por investigadores paulistas, cuyas muestras-tipo se encuentran guardadas en allí. Pocos herbarios, incluidos los más tradicionales, llegan a tanto. Nada mal para un organismo con poco más de un cuarto de siglo de existencia.
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