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Una nueva mentalidad está en formación

El sistema tripartito para C&T avanza en el país

Carlos Henrique de Brito CruzLas razones históricas quizás no sean suficientes para explicar por qué algunas sociedades han logrado en pocas décadas salir de la pobreza y marchar en dirección hacia una relativa riqueza, mientras que otras siguen patinando en el pantano de economías poco eficientes, o incluso han conocido la experiencia de empobrecerse luego de un período de prosperidad.Charles I. Jones (Teoría del Crecimiento Económico ), economista de la Universidad de Stanford, prefiere plantear la cuestión en otros términos: “¿Por qué algunas economías desarrollan infraestructuras que son sumamente propicias para la producción y otras no?”.

La respuesta de Jones, casi una tautología, difícilmente carecerá de sentido: las sociedades desarrolladas invierten más en conocimiento, y la gente que integra su sector productivo destina mucho más tiempo al aprendizaje de nuevas técnicas y tecnologías.Por eso, y más allá de las “razones históricas”, no existe ningún determinismo en el modo por el cual las naciones más avanzadas han llegado a un alto grado de desarrollo, abundancia y bienestar. Para Jones, cuando entra en juego el factor conocimiento, existe siempre “la promesa implícita de que la vitalidad [del crecimiento económico] esté apenas adormecida en las regiones más pobres del mundo”.

El surgimiento de Internet y de la Pantalla Mundial (la World Wide Web) abrió las puertas de la información y tornó obvio el primado de la ciencia, la tecnología y la cultura como elementos fundamentales para el desarrollo económico y social. Ya sabían de esto los chinos del siglo XIV, cuando China llegó a ser la sociedad tecnológicamente más avanzada del mundo gracias, a un incomparable dominio de las técnicas de manufactura en el campo de la náutica, la hilandería, la impresión, la fundición y otros rubros. También Portugal, una comunidad de dos millones de habitantes, cuyo gobierno tenía la pretensión de dominar el comercio de especias por medio de la investigación sistemática y el conocimiento acumulado en la navegación oceánica, se convirtió en una de las naciones más poderosas de los siglos XV y XVI.

Que esas naciones hayan perdido su hegemonía tecnológica con el paso de los siglos, ésa ya es otra historia.David Landes, historiador del desarrollo económico, destaca en su obraLa Riqueza y la Pobreza de las Naciones que la invención de la invención, es decir, la sistematización del método científico y de la actividad de investigación, a partir del siglo XVIII, fue uno de los grandes ingredientes de la revolución industrial en Europa y el posterior desarrollo. Se hicieron más ricos los países que supieron crear un ambiente propicio para la creación y la diseminación del conocimiento y su aplicación en la producción.

La “invención de la invención” en el siglo XVIII fue seguida del “descubrimiento de la invención” en la segunda mitad del siglo XIX. La naciente industria química alemana notó, alrededor del año 1870, que para desarrollar sus negocios y mantener su competitividad era necesario que la empresa tuviera una capacidad de invención propia. El Estado alemán notó también que necesitaba asegurar el derecho de propiedad intelectual a aquéllos que se mostrasen capaces de tener ideas, por eso unificó y reforzó su ley de patentes, en 1877. El respeto a la propiedad intelectual y la percepción de la importancia del conocimiento derivó en el nacimiento de los primeros grandes laboratorios industriales: Basf, Höechst y Bayer fueron las empresas que primero descubrieron el poder de las ideas y de la invención, transformando esa actividad -la de desarrollar conocimiento- en un factor esencial, permanente y profesional dentro de la empresa.

Del otro lado del Océano Atlántico, y en esa misma época, Thomas Edison y Alexander Graham Bell comenzaban a crear, con sus invenciones, aquello que vendría a ser conocido como la moderna industria electrónica. Al final del siglo XIX, cuando muchas de las importantes patentes de Edison estaban expirando, en General Electric, la empresa que éste creara, se dieron cuenta de que necesitaban profesionalizar e intensificar sus esfuerzos de creación de ideas y conocimiento: en 1900 fue inaugurado el General Electric Research Laboratory, en Schenectady, Nueva York. Actualmente, el equipo de científicos e ingenieros del Centro de Investigación y Desarrollo de GE cuenta con 1.130 personas. Entretanto, la “cría” de Bell demoró más para florecer -en Año Nuevo de 1925 fueron inaugurados en Manhattan los Laboratorios Bell, otra central de ideas e invenciones que cambió nuestro mundo: allí fue inventado el transistor, en 1948.

Es notable que, en la teoría económica sobre el desarrollo, el conocimiento únicamente pase a figurar como elemento explícito a partir de la Nueva Teoría del Crecimiento establecida por Paul Romer, de Stanford, y sus colaboradores, a partir de 1987. Hasta entonces el conocimiento era considerado una variable ajena a la teoría económica, aunque varios autores supusieran su efecto sobre la productividad en el trabajo.Uno de éstos fue Robert Solow, profesor del MIT, premiado con el Nobel de Economía en 1987. Al final de los años 50, Solow observó que el crecimiento de la economía estadounidense en el transcurso del siglo XX no podía explicarse recurriendo únicamente al crecimiento del capital y de la mano de obra disponibles. Quedó estableció así que había otras fuentes de crecimiento económico, denominadas en su conjunto como “residuo de Solow”. En el caso de EE.UU., un tercio del crecimiento anual de los ingresos per cápita deriva, tal como Solow mostró, de esas otras fuentes. Y allí entra el conocimiento en el juego del desarrollo.

Romer desarrolló el modelo básico de la Nueva Teoría del Crecimiento considerando que el conocimiento afecta a la productividad en el trabajo. Por eso un millón de trabajadores con acceso al conocimiento más moderno producen más que un millón de trabajadores sin tal acceso.El conocimiento solamente puede generarse y ser accesible cuando hay personas educadas para ello. Su inclusión como variable destacada para el desarrollo económico lleva hacia el seno de la teoría económica a la educación y la cultura, como parámetros determinantes en el desarrollo de una nación.

La escolaridad media de los brasileños, de apenas cinco años, no nos ayuda a contar con una mayor competitividad. El hecho de que se reciban 6 mil doctores por año podría ayudar más si las empresas se valieran de una fracción apreciable de esos doctores para crear ideas y generar competitivad e innovación. Mientras que los doctores brasileños han visto su mercado restringirse al medio académico y al sector público, los doctores coreanos engrosan la dotaciones de científicos que actúan en la industria.

En efecto, de los 90 mil científicos de los que dispone Corea -prácticamente el mismo número de científicos disponibles en Brasil-, alrededor del 80% se dedica a hacer investigación y desarrollo (es decir, innovación) en la industria, mientras que, entre nosotros, la industria no absorbe más de un 10% de esa calificada fuerza de trabajo. Esta disparidad explica el alto volumen de patentes coreanas depositadas en oficinas americanas el año pasado: más de 3.400, frente a apenas 113 patentes brasileñas.

Pero aquí vale la pena mencionar nuevamente a Jones, cuando dice que “el stock de calificación de los países en desarrollo es tan bajo debido a que las personas calificadas no logran obtener un rédito pleno por su calificación”. Esta realidad es aún más impresionante si se considera la masa industrial brasileña -más significativa que la coreana- y, no por casualidad, la relativamente baja competitividad de los productos brasileños. No solamente la capacidad emprendedora, sino también la política nacional para ciencia y tecnología estaban, hasta hace poco -digamos, hasta 1998- basadas en el fundamento erróneo de que el lugar de la innovación era la universidad y no la industria.

En los últimos años se ha venido imponiendo entre nosotros la idea de que la innovación es un elemento fundamental para el desarrollo económico, y que la industria es el lugar privilegiado para su materialización. Cabe a la universidad desarrollar C&T, pero su rol principal consiste en formar personal calificado, que generará el conocimiento necesario para la innovación. Finalmente, el hecho relevante de ese cambio implicó la entrada en escena de un tercer actor -el gobierno- con una política facilitadora, que se extiende de los incentivos fiscales al uso del poder de compra de Estado para viabilizar proyectos de I&D en el seno de las empresas. Ha sido así incluso (especialmente) en Estados Unidos, en donde se estima que se hacen gastos anuales de 20 mil millones de dólares en compras tecnológicas por parte de las agencias gubernamentales.

El apoyo estatal ha generado un círculo virtuoso, en el que cada dólar invertido por el Estado corresponde en general a otros 9 dólares aportados por las empresas.Puede concluirse entonces, con alguna cuota de optimismo, que está surgiendo en Brasil una mentalidad capaz de llevar a la empresa a invertir en conocimiento para elevar su competitividad, dando mayor sentido al rol formador de la universidad y compeliendo al Estado a cumplir su función de todos los tiempos, que es la de crear el ambiente propicio para la generación y la diseminación del conocimiento, y su aplicación en la producción.

Pero para que ello se consolide es necesario que ese arreglo sistemático tripartito se convierta efectivamente en una política de Estado, y no de los gobiernos que se suceden; y que no existan interrupciones que echen a perder lo que ya se ha hecho.

Carlos Henrique de Brito Cruz es rector de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp) y ex presidente de la Fundación de Apoyo a la Investigación del Estado de São Paulo (FAPESP).

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