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Literatura

A biblioteca de babel

Edusp presenta caja con dos volúmenes ricamente ilustrados con los libros de José y Guita Mindlin

Ni Ceci amó tanto a Peri: por 20 años el bibliófilo y ex industrial José Mindlin cazó la primera edición de O guaraní, de José de Alencar, de 1857. En los años 1960, un griego misterioso ofreció a sus amigos el libro por mil dólares, pero, para desesperación de Mindlin, nadie se acordó de avisarle. Diez años después él le pidió a un librero londinense que rematase el original en una subasta, pero el inglés, creyendo que el libro era muy caro, lo perdió. Por último, en París, él acabó comprando, a un precio mucho más alto que los anteriores, su objeto de deseo. En el vuelo de regreso, se durmió y dejó el libro caído en la alfombra del avión y sólo se percató de la falta de su tesoro al  esembarcar. Durante tres días la compañía aérea buscó Peri y Ceci y los halló en Buenos Aires y los trajo de regreso al coleccionador. Descuidos aparte, no se puede acusar al empresario de indisciplinado cuando el tema son los libros. Sin embargo, siendo dueño de más de 30 mil ejemplares, ese hijo de inmigrantes rusos y su mujer, Guita (apasionada por él y por su manía), apodaron a su portentosa colección de Biblioteca InDisciplinada de Guita y José Mindlin, cuyo ex-libris, sintomáticamente, es “No hago nada sin alegría”.

Ahora él decidió compartir su “locura mansa” con todos los lectores por medio de dos bellísimos volúmenes que llevan como título el nombre de bautismo de su biblioteca, editados en una alianza entre la FAPESP, la Edusp y la Fundación Biblioteca Nacional. Lo relevante de la Biblioteca InDisciplinada de Guita y José Mindlin es un deleite visual, en especial el primer volumen, dedicado a la Brasiliana, uno de los orgullos del bibliófilo paulista, con las primeras ediciones de las Orbas (sic) de Claudio Manoel da Costa, de El Uraguay, de Basílio da Gama, la Marilia de Dirceo, de 1810, la Phalenas, de Machado de Assis, con una dedicatoria del autor, un encanto presente también en las ediciones originales de Paulicea desvariada, de Mário de Andrade, entre otros. La caja con la selecta biblioteca de Mindlin trae, además, la Crónica de Nuremberg, de 1493, el Poema en alabanza de Santa Cruz, del siglo 9, así como obras ilustradas por Miró, Di Cavalcanti, Chagall etc. “Fue difícil hacer la selección, pues los libros tienen vida y lenguaje propios, a pesar de su aparente inmovilidad, y que prácticamente todos ellos, así como los documentos raros, se consideraban con el derecho de ser escogidos”, cuenta Mindlin. Al final, valió el mote del ex-líbris. “La biblioteca no fue planificada. Ella fue creciendo al sabor de nuestros intereses, mío y de Guita, teniendo como principal objetivo la lectura, y no el deseo de coleccionar. De ahí la indisciplina, aunque relativa, ya que ella entra cuando soy tentado de comprar obras que no se encuadran en las vertientes definidas por mí”, explica. En un final, como a él le gusta recordar: “Los libros fueran hechos para la gente y no la gente para los libros”.

La frase, por otro lado, tiene una hermana casi gemela: “La gente busca el libro y el libro busca a la gente”. Mindlin destaca que es el placer, no la codicia, lo que lo mueve y lo hace gastar pequeñas fortunas para llevar un volumen a vivir en su estante (tantos que lo obligaron a alquilar otro inmueble para guardar lo que no cupo en su casa). “Es un vínculo misterioso entre el cazador y la presa, como si una afinidad crease la atracción de uno por el otro, de tal modo que el ejemplar ansiosamente buscado durante años acaba un día situándose como deliberadamente en el camino de quien lo busca”, observa el amigo Antonio Candido. “Así, después de reunidos, los libros parecen formar una sociedad con vida propia, dotada de coherencia que va obligando al amateur a seguir su línea de fuerza. Por eso, dice Mindlin, su biblioteca fue creciendo por si misma.”

Y creció a un tamaño tan formidable que varias instituciones extranjeras intentaron comprarla a la pareja. Pero ellos prefirieron dejar parte del patrimonio, cerca de 10 mil volúmenes de la Brasiliana, para la Universidad de São Paulo, que dedicará un terreno de 10 mil metros cuadrados, con toda la tecnología de conservación necesaria, en su campus, para erguir una biblioteca a partir del material donado. Estudiantes e investigadores tendrán, por ejemplo, acceso a la Historia general de Brazil, de Varnhagen, de 1876, o a los Viajes de Hans Staden, en una edición de 1557 (presente en los libros recién lanzados). ¿Él ya leyó todo aquello? “El contacto físico con el libro ya es algo placentero. Si yo fuese a leer todo lo que hay en mi biblioteca, necesitaría  por lo menos unos 300 años y, aún así, de nada servirían. Durante ese tiempo, nuevos libros surgirían y yo necesitaría 300 años más”, dice. Esa pasión (“Yo bromeo que hay en mi amor a los libros un contenido patológico, pero es una patología que me hace sentir bien, aunque sea incurable”, sonríe) nació temprano. Lector asiduo de la revista Tico-Tico (de la cual posee una colección casi completa), a los 13 años, Mindlin compró su primer libro importante, el Discurso sobre la historia universal, de Bossuet, en una edición portuguesa del siglo 18. El virus estaba inoculado. Hoy su biblioteca de obras sobre el Brasil es considerada mayor y mejor que la de la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro.

Metal Leve
Mindlin fue repórter de O Estado de S.Paulo a los 15 años, hizo derecho en la Facultad del Largo São Francisco (donde conoció a Guita, con quien se casó en 1938 y que es la encuadernadora oficial de la colección del marido), ejerció la abogacía por 15 años, defendiendo inmigrantes europeos que querían entrar en Brasil durante el Estado Nuevo y, en 1950, se tornó empresario. Algunos clientes lo buscaron para redactar un contrato de sociedad con una fábrica alemana de pistones, pero desistieron del negocio, que interesó al abogado. Con otros socios él montó la Metal Leve, por causa del aluminio, materia prima de los productos. Con JK y el desarrollo, la empresa se transformó en una potencia del sector de piezas automotrices y llegó a emplear a 6 mil trabajadores. El patrón, sin embargo, no tenía la mínima idea de lo que producía, con la cabeza en los libros y lejos de la mecánica. En 1996 vendió sus acciones. Sin vergüenza de su “ignorancia” técnica, pidió a los hijos que le diesen el siguiente epitafio: “José Mindlin. Fabricó pistones la mayor parte de la vida, sin saber lo que eran”. Prefería y prefiere leer. Son de 80 a 100 libros por año, incluyéndose las re-lecturas. El volumen sólo crece, como se puede ver en Relevantes de la Biblioteca InDisciplinada, plena de tesoros antiguos recientes. “El dinero la gente lo recupera, pero un libro raro no.”

Bonito lema de un coleccionador que ve tanta belleza en las portadas, lomos y letras de sus volúmenes. “El libro transmite pensamientos, traduce emociones, estimula la imaginación y el sueño, permite que nuestras vivencias cotidianas se transformen en un mundo lleno de encantos y seducciones, dando a la vida un sentido intelectual y espiritual de inestimable valor”, avisa. Un amor así no se ve en cualquier lugar. Como el de Ceci por Peri, es cosa digna de libros. Como esos.

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