Uno de los destacados en el marco de un congreso de restauración forestal que se realizó en noviembre pasado en São Paulo implicó a los resultados de 26 años de trabajo de campo de investigadores de Colombia para la cría de ganado en los bosques, el llamado sistema silvopastoril, aun incipiente en Brasil. El método es sencillo: las vacas, en lugar de bajar la cabeza y comer únicamente pasto bajo un sol fuerte, se estiran y, a la sombra, se atiborran de hojas y frutos de arbustos y de árboles en el medio del campo. Como resultado de esto, pueden mantenerse hasta cinco animales por hectárea para producir de 10 mil a 15 mil litros de leche anuales por hectárea sin abono y casi sin suplemento alimentario, mientras que la pasturas comunes, sin árboles, contemplan un animal por hectárea –el promedio en la Amazonia brasileña es aún menor, de 0,9 animal por hectárea– y rinden 400 litros de leche anuales por hectárea. Además, los árboles preservan las cabeceras de los ríos, protegen el suelo contra la erosión y reducen bastante las poblaciones de moscas y garrapatas, que transmiten enfermedades, y hacen posible la disminución de los gastos con medicamentos veterinarios, fertilizantes y pesticidas, además de recuperar parte de la biodiversidad original perdida con la actividad agropecuaria, pues atraen aves y otros animales.
En Colombia, casi dos mil productores convirtieron alrededor de 45 mil hectáreas de pasturas degradadas en pasturas arborizadas, como resultado de una colaboración entre la Federación Colombiana de Ganaderos (Fedegan), el Centro para la Investigación en Sistemas Sostenibles de Producción Agropecuaria (Cipav), la organización no gubernamental The Nature Conservancy (TNC) y el Banco Mundial. En forma pionera, Enrique Murgueitio Restrepo, director del Cipav, empezó cultivar bosques en pasturas, luego de convencer a los propietarios rurales de que las hojas y los frutos de los árboles podrían ser tan nutritivos para el ganado como la alfalfa y el pasto.
Sus argumentos fueron bien recibidos pues en esa época los propietarios rurales de Colombia buscaban una alternativa para salir de una crisis de los mercados de azúcar y café. A medida que sumaba buenos resultados, el equipo del Cipav expandió el trabajo a propiedades de otros países –Bolivia, Guyana, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Guatemala y México– y estableció colaboraciones con investigadores de la Universidad Yale, de Estados Unidos.
El equipo de 40 investigadores del Cipav trabaja actualmente con miras a extender el área de pastoreo arborizado en Colombia a otras 45 mil hectáreas, valiéndose de un financiamiento de 7 millones de dólares del Banco Mundial. Según él, será la primera etapa de un ambicioso plan de conversión de 10 millones de hectáreas de pastoreo tradicionales, conducido por la Federación Colombiana de Ganaderos. En Colombia, las pasturas ocupan alrededor de 40 millones de hectáreas “y el promedio de desforestación de 2005 a 2010 fue de 285 mil hectáreas, más de la mitad del área destinada a la utilización final como pastura”, dice Murgueitio.
“La gran batalla no es en Colombia, sino acá en Brasil”, afirma. Solamente en el estado de Pará, sostiene Murgueitio, 10 millones de hectáreas de pasturas degradadas podrían convertirse en pasturas forestadas, con mejor aprovechamiento económico. En su opinión, manteniendo cuatro animales por hectárea –y no uno solo, como el promedio nacional– en un campo de 100 hectáreas, con la misma cantidad de animales, sobrarían 75 hectáreas para otras actividades. La ganadería extensiva, con una cabeza de ganado por hectárea en promedio, predomina en Brasil. De acuerdo con el censo agropecuario de 2006 ‒el más reciente‒ del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), la ganadería ocupa casi la mitad (el 48%) del total de tierras agrícolas del país, el equivalente a 158 millones de hectáreas, mientras que la agricultura cubre 59 millones de hectáreas. La hacienda vacuna, un total de 206 millones de cabezas, supera a la población humana, de 190 millones de habitantes.
“Contamos con bastante información como para propagar esta técnica en Brasil”, dice Ricardo Rodrigues, docente de la Escuela Superior de Agricultura Luiz de Queiroz (Esalq) de la Universidad de São Paulo (USP). “Las pasturas degradadas podrían transformarse en pasturas forestadas, con beneficios ambientales y también económicos, fundamentalmente en lo que hace a pasturas degradadas de áreas agrícolas de baja aptitud, que presentan grandes riesgos de sufrir procesos erosivos y deslizamientos, como los recientemente ocurridos en la región serrana brasileña”. Sería una forma de incrementar la productividad y a la vez evitar la erosión, que en 5 ó 10 años degrada el suelo de los campos sin árboles.
En mayo y en octubre del año pasado, por invitación de investigadores de la Universidad Yale, Rodrigues y Sergius Gandolfi, también de la Esalq, estuvieron en Colombia y visitaron haciendas cuyos propietarios se rindieron ante los argumentos de Murgueitio. Acostumbrados a ver pasturas en Brasil, ambos quedaron encantados al ver al ganado bien nutrido en el medio del bosque y alimentándose de una especie de árbol considerada invasora en Brasil, la leucena o guaje (Leucaena leucocephala). Tampoco esperaban ver cercas vivas formadas por árboles, y no por troncos, como en Brasil. “La ventaja de la cerca viva es que no requiere reparaciones ni se pudre, como los troncos”, dice Gandolfi. “Y puede ser una fuente de ingresos, ya que los productores pueden podar las ramas y vender la madera para hacer carbón.” Los árboles reducen la temperatura dos o tres grados, creando espacios agradables para los animales.
En 2009, al entrevistar a productores rurales de la región de Quindío, Colombia, Alicia Calle y Florencia Montagnin, de la Escuela de Estudios Ambientales y Forestales de Yale, y Andrés Felipe Zuluag, del Cipav, verificaron que la gliricidia, madriado o mata ratón (Gliricidia sepium) era el árbol preferido para la formación de cercas, pues crece rápidamente y suministra sombra al ganado. Los investigadores observaron que los plantines de árboles de esa especie habían sido plantados recientemente a lo largo de cinco kilómetros del perímetro de las pasturas de las propiedades rurales visitadas.
Avances y resistencias
Diversos estudios realizados en Brasil durante los últimos años, fundamentalmente a cargo de investigadores de la estatal Embrapa, señalan las ventajas de las pasturas arborizadas en comparación con las convencionales: la falta de sombra, por ejemplo, puede reducir hasta un 20% la producción de las vacas lecheras. En un estudio llevado a cabo a nivel nacional, Jorge Ribaski, de Embrapa Bosques, con sede en Colombo, estado de Paraná, registró un avance de las pasturas arborizadas, adoptadas en general en áreas con suelos más susceptibles a la erosión. En el noroeste de Paraná, la motivación de los 200 productores rurales que dejaron que los árboles crecieran en alrededor de 7 mil hectáreas era contar con alimento para el ganado en invierno, cuando las pasturas comunes pueden escasear.
El incremento de peso ha sido fácil de demostrar. Ribaski verificó que los animales jóvenes pueden llegar a 450 kilogramos en 60 meses en pasturas arborizadas en la región agreste conocida como caatinga, en el nordeste, en tanto que con los métodos tradicionales de crianza llegan en promedio a 360 kilogramos en 54 meses. Según él, con base en los resultados de estas investigaciones, la Secretaría de Agricultura de Alegrete, en Rio Grande do Sul, construyó un vivero con capacidad para producir 350 mil plántulas de árboles para su distribución entre los productores rurales de la región, caracterizada por el avance incesante de campos arenosos sobre áreas agrícolas.
También se registran resistencias, ya que la implementación de una tecnología no depende solamente de argumentos técnicos: las ganancias de biodiversidad y el confort para el ganado no son suficientes como para convencer a los productores rurales. Moacyr Dias Filho y Joice Ferreira, investigadores de Embrapa Amazonia Oriental, de Belém, capital del estado norteño de Pará, verificaron que los agricultores que podrían beneficiarse con los sistemas silvopastoriles se encuentran en general en regiones con abundancia de áreas naturales para la expansión agrícola; por ende, la motivación para implementar nuevos métodos es escasa. Asimismo, los propietarios rurales se quejan de que los beneficios vienen a largo plazo, mientras que los costos con el cultivo, con los plantines y con la mano de obra especializada son inmediatos. Otra barrera es el riesgo de fuego accidental, que puede quemar todo lo que se ha hecho y gastado.
De cualquier modo, ya hay cosas para mostrar. Los investigadores de Embrapa Sudeste, además de seleccionar las especies de árboles autóctonas más adecuadas para la convivencia con el ganado, están haciendo un seguimiento de la implementación experimental en propiedades de Brotas, Ibirá, Olímpia, Aspásia, Riolândia y Votuporanga. Las experiencias realizadas en Colombia, fundamentalmente en lo que hace a las mejores técnicas destinadas a convencer a los potenciales usuarios, pueden ser útiles. “La mayoría de los ganaderos no confía en los técnicos ni en los científicos”, dice Murgueitio. “Ellos solamente aceptan lo que otros productores ya han aplicado.”
El pequi y los surfistas
En Brasil, subraya Rodrigues, las áreas de vegetación autóctona que deben mantenerse como reserva legal, correspondientes al 20% del área total de la propiedad rural en la región sudeste y al 80% en la región norte, pueden utilizarse en forma sostenible para la producción económica. “Pocos propietarios rurales conocen las posibilidades del uso sostenible de los montes de reserva legal, generalmente tenidos como intocables”, dice. Para demostrar esta posibilidad, Rodrigues y su equipo están haciendo un seguimiento del plantío de árboles autóctonos de interés económico, que serán talados con autorización legal en el transcurso de 40 años, con ciclos de 12 años, en un campo de 300 hectáreas ubicado en el municipio de Campinas.
En 2011, Ana Cláudia Sant’Anna, de la Esalq, comparó los ingresos obtenidos con la extracción vegetal de pequi (Caryocar brasiliense), una fruta nativa de la sabana brasileña sumamente utilizada en la cocina regional, con los del cultivo de soja de la región de Iporá, en Goiás, y Pirapora, en Minas Gerais. La conclusión indicó que la extracción sostenible de al menos 10 árboles de pequi en reservas legales de sabana puede ser tan o más rentable que la producción de soja. Este trabajo sirve de argumento para que los productores rurales dejen de tener como algo intocable a las reservas legales.
“No existe ninguna incompatibilidad en la coexistencia del uso de la tierra para la producción y para la preservación”, dijo Gandolfi en el simposio de restauración forestal de São Paulo. En una clase que dictó en la carrera de agronomía de la Esalq, en 2011, contó la historia de dos surfistas norteamericanos que vinieron a disfrutar el mar de Río de Janeiro y quedaron encantados con el asaí; volvieron a California y, junto a otros dos surfistas, crearon una empresa que les vende jugo de asaí brasileño a deportistas de Estados Unidos. Al final, Gandolfi preguntó por qué los estudiantes no hacían como los surfistas y creaban un negocio para ganar millones de dólares aprovechando las riquezas de las selvas brasileñas.
Artículos científicos
CALLE, A. et al. Farmer’s perceptions of silvopastoral system promotion in Quindío, Colombia. Bois et Forêts des Tropiques.
v. 300, n. 2, p. 79-94. 2009.
MURGUEITIO, E. et al. Native trees and shrubs for the productive rehabilitation of tropical cattle ranching lands. Forest Ecology and Manajeent. v. 261, n. 10, p. 1.654-63. 2011.