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Salud Pública

A través del muro

Virus y bacterias se propagan libremente en la frontera de Estados Unidos con México

* Carlos Fioravanti estuvo en La Jolla por invitación del Instituto de las Américas. Mariana M. Estens es periodista del diario Frontera, de Tijuana.
Allí está la frontera de Estados Unidos con México: un vallado de placas metálicas verdes de cuatro metros de altura se extiende hasta perderse de vista. Dos móviles de la policía se mueven sin parar a lo largo de esta barrera ?imponente, pero a su vez insuficiente para mantener la separación efectiva entre dos mundos muy distintos a orillas del Pacífico. De un lado, en California, uno de los estados más ricos de Estados Unidos, se esparce la ciudad de La Jolla, con sus anchas y asépticas calles y un shopping al aire libre un outlet pegado a esta barrera. Los compradores entran y salen de las amplias tiendas de ropas, perfumes y calzados. Andan con sus bolsas bajo el fuerte sol de julio como si ni siquiera vieran el muro; mucho menos lo que se esconde del otro lado: las calles estrechas y las casitas que cubren los cerros de la vecina ciudad de Tijuana, una de las más grandes de México. Allí viven temporalmente pero durante muchos años? los inmigrantes que son expulsados de Estados Unidos y que no tienen dinero para volver a sus tierras de origen, además de aquéllos que alimentan la esperanza de ingresar en el país más rico del mundo.

Los que no se aventuran a correr el riesgo de morir atravesando esta versión moderada del Muro de Berlín puede ir de un país a otro presentando sus documentos en alguno de los veinte puestos de frontera, distribuidos a lo largo de los tres mil kilómetros de barreras que cortan áreas urbanas, ríos y desiertos. El flujo es intenso. Anualmente, 350 millones de personas un millón de personas por día en promedio atraviesan los puestos de un lado al otro, con autorización para trabajar, dejar a los hijos en la escuela e ir de compras, al médico o al cine. Es una de las fronteras más movidas del mundo, y eso sin contar a los inmigrantes ilegales aproximadamente un millón por año, que intentan pasar escondidos en coches o cavando túneles por debajo de la empalizada para retar a la suerte en Estados Unidos. Cuando lo logran, como sucedió con los personajes de la novela brasileña América, transmitida el año pasado por la TV Globo, algunos inmigrantes marchan hacia zonas más lejanas, en tanto que otros se quedan por ahí. Solamente en California, uno de los estados norteamericanos fronterizos con México, viven unos nueve millones de habitantes extranjeros, un millón y medio de ellos ilegalmente.

Por esas mismas brechas se propagan virus y bacterias en la zona. Las franjas de 100 kilómetros ubicadas al norte y al sur de la frontera exhiben mucho más casos nuevos de enfermedades infecciosas que el interior de cada uno de ambos países. Timothy Doyle y Ralph Bryan, investigadores de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), arribaron a conclusiones impresionantes al comparar la incidencia de 22 enfermedades infecciosas de notificación obligatoria en tres diferentes áreas de Estados Unidos. La primera es la región ubicada más cerca de la frontera, donde viven actualmente 9,8 millones de personas; la segunda es una franja que atraviesa el interior de Estados Unidos habitada por alrededor de 45 millones de personas; la tercera es la más distante, ocupada por otros 203 millones. La fracción oeste de las tres franjas incluye tierras que alguna vez pertenecieron a México. Mediante acuerdos o guerras, Estados Unidos se apoderó de dos millones de kilómetros cuadrados del país vecino, el equivalente a una cuarta parte del territorio brasileño.

Los contrastes en el campo de la salud se acentúan más entre la zona ubicada más cerca de la frontera con México y la más lejana, que reúne principalmente a los estados vecinos a otro país, Canadá. En el territorio estadounidense más cercano a México es ocho veces más alta la tasa de personas que padecen brucelosis, una enfermedad bacteriana causada por la ingesta de carne o leche contaminadas, y siete veces mayor la de botulismo, otra afección de origen bacteriana, transmitida por los alimentos industrializados en mal estado o que se consumen una vez que ha vencido su fecha de validez. La cantidad de enfermos con la enfermedad de Hansen es cinco veces más alta, la de sarampión cuatro veces y la de hepatitis A, 3,8 veces.

De estas comparaciones entre los habitantes de ambas regiones fronterizas de Estados Unidos emerge la cara menos glamourosa del país más rico del mundo, la de la pobreza. Cinco de las 14 regiones administrativas (o counties, como se las llama en inglés) más pobres de Estados Unidos se ubican en la zona fronteriza de Texas con México. Las diferencias en los índices de enfermedades persistieron aun cuando se adoptó la etnicidad como criterio de análisis. Las tasas de hepatitis A, por ejemplo, son dos veces más altas entre los habitantes de origen latino que entre los no latinos. Contribuyen a este resultado no solamente las condiciones socioeconómicas diferenciadas, sino también los hábitos culturales: los latinos son mucho más afectos a los besos y a los abrazos ?en definitiva, al contacto físico que los norteamericanos típicos.

Los altos índices de enfermedades infecciosas en la frontera de Estados Unidos con México denuncian la falta de profesionales de la salud, hospitales y atención médica adecuada, ya que muchas de estas afecciones podrían evitarse: la aparición de enfermedades que pueden prevenirse por medio de vacunas, como el sarampión, la difteria y el tétanos, es dos veces más elevada en la áreas más cercanas a México que en las más distantes. En segundo lugar, el cuadro que emerge de este estudio, publicado en septiembre de 2000 en el Journal of Infectious Diseases y uno de los más abarcadores que ya hayan hecho hasta ahora, exponen las fallas en el saneamiento básico. No hay agua potable ni sistema de alcantarillado en los 2.500 asentamientos informales establecidos a lo largo de la frontera, conocidos como colonias, que reúnen aproximadamente a 500 mil personas. El agua subterránea que circula de un país a otro está contaminada con bacterias causantes de enfermedades infecciosas.

Las dos hermanas
Aunque está región está cortada por una frontera es una sola desde el punto de vista biológico, ecológico y geológico, comenta Exequiel Ezcurra, director del Museo de Historia Natural de San Diego, mientras dirige su mirada a un grupo de niños que desmontan y montan maquetas de dinosaurios, que vivieron acá hace millones de años. Tijuana y San Diego, la metrópolis regional de California a la cual La Jolla se fusionó, son hoy ciudades hermanas y forman una mancha urbana de casi diez millones de habitantes. Es la mayor área metropolitana binacional de Norteamérica, signada por contrastes económicos: el ingreso promedio anual de los habitantes de San Diego es de casi 30 mil dólares, cinco veces mayor que el de los vecinos de Tijuana.

San Diego constituye la región más próspera ubicada a lo largo de la frontera. Es un centro de industrias ligadas a las telecomunicaciones, la agricultura y la biotecnología, y además es un polo turístico, con hermosas playas, pese a que el agua del Pacífico ahí está casi siempre helada y no siempre está limpia. Principalmente después de las intensas lluvias de fin de año, el río Tijuana, que baña el norte de México y una parte de California, vierte en el mar una carga superior a la normal de desagües domiciliarios y residuos industriales, que oscurecen las aguas que llegan a las playas de la vecina californiana.

La planificación urbana, que podría detener la contaminación, se hace más difícil debido a las peculiaridades de Tijuana. De sus casi cuatro millones de habitantes, al menos un millón corresponde a moradores temporales porque aún sueñan con cruzar la frontera, porque no lo lograron o incluso porque ya han sido deportados. Los que viven en Tijuana no echan raíces o parece como que no quieren echarlas porque no se sienten enlazados a la ciudad, hasta después de veinte o treinta años. El índice de desempleo es cero, pero la mayoría de los habitantes trabaja en ensambladoras que se benefician con la mano de obra abundante, pagando bajos salarios. Pese a las precarias condiciones laborales, los habitantes temporales que trabajan en las centenas de ensambladoras de artefactos electrónicos o médicos instaladas en la región del norte de México conocida como Baja California se arriesgan a un posible despido si es que osan agremiarse en los sindicatos.

Tijuana puede ser angustiante, triste o violenta, pero jamás aburrida. Esta ciudad de pocos edificios y muchos comercios de fachadas de colores se vuelve aún más viva con los festivales anuales de música y sushi. Allí van los norteamericanos en busca de bebidas más baratas, permitidas en los bares mexicanos a los mayores de 18 años, mientras que en Estados Unidos el límite de edad es de 21 años. La mayoría de los bares abre sus puertas también a los menores de edad, aunque a riesgo de tener que pagar pesadas multas. Otra motivación para ir a Tijuana es la compra de drogas o remedios, o para someterse a cirugías que en Estados Unidos serían mucho más caras: la extracción de un tumor costaría siete mil dólares en California, pero menos de tres mil en Tijuana. Entre compra y compra, los visitantes estadounidenses dejan allí unos 800 millones de dólares anuales.

Los hombres de la frontera
Como la mayoría de las ciudades de frontera, Tijuana tiene una población predominantemente masculina. Los inmigrantes llegan solos y tienen sexo de riesgo con mujeres o con otros varones. El resultado de esto es la contracción de enfermedades sexualmente transmisibles que se propagan libremente, especialmente el Sida. De acuerdo con un estudio coordinado por Kimberly Brouwer, de la Universidad de California con sede en San Diego (UCSD), publicado en marzo de este año en el Journal of Urban Health, uno de cada 125 habitantes de Tijuana con edades entre 15 y 49 años es portador del VIH, el virus causante del Sida. La mayoría (el 70%) corresponde a varones que tienen sexo con varones. Luego se ubican los usuarios de drogas inyectables.

La médica epidemióloga María Luisa Zúñiga, de la UCSD, coordinó un equipo que entrevistó a 354 varones portadores del VIH que admitían tener sexo con otros hombres. La primera constatación, que obstaculiza las campañas de prevención del Sida, apunta que éstos no se consideran homosexuales sino heterosexuales. Para ellos la homosexualidad es un estilo de vida con el cual no se identifican, comentó María Luisa en julio, durante una das conferencias del programa de periodismo científico Jack Ealy, organizado por el Instituto de las Américas en La Jolla. El comportamiento sexual puede ser distinto de la identidad sexual, dijo. Esta distinción puede ayudar a los médicos a entender y a detener el avance de la enfermedad en la región fronteriza. De acuerdo con este estudio, casi la mitad de estos hombres va a San Diego o a Tijuana una o dos veces por mes, diluyéndose entre la multitud de aproximadamente 42 mil personas que cruzan la frontera diariamente.

Como los inmigrantes son los habitantes de Tijuana que tienen mayor riesgo de contraer el VIH, el gobierno mexicano dio inicio a una campaña radial destinada a promover los test gratuitos de VIH, con el propósito de detectar a las personas infectadas e iniciar el tratamiento lo más rápido posible. La campaña pone de relieve que La prueba del VIH es para gente que piensa que no la necesita. Pero no ha sido fácil avanzar. Cualquiera que sospeche que puede ser un portador del virus sabe que, si lo tuviera realmente, podría perder el trabajo, los amigos y quizá también a la propia familia. En las ciudades mexicanas cercanas a Estados Unidos hay otra razón para posponer el test: Cuando la gente descubre que tienen el virus,  puede perder la autorización para atravesar la frontera, dice María Luisa, una de las coordinadoras de un proyecto en el marco del cual se pretende expandir el acceso por parte de las personas con VIH y Sida a los servicios de salud en San Diego y Tijuana. Incluso en Estados Unidos, el 40% de los infectados desconoce tal situación con relación al virus.

Otro problema es que los habitantes temporales de Tijuana, debido al hecho de que no tienen el hábito de usar preservativos, pueden contaminar a sus esposas con el VIH al volver a casa. El virus se esparce encubierto por el silencio y la negación de la posibilidad de haber contraído la enfermedad, que normalmente se plantea o se confunde con una anemia. La salida más común es esconder la enfermedad hasta el último minuto, cuando ya puede haberse producido la contaminación de muchas otras personas.

Y en el aire flota otro peligro: las bacterias causantes de las tuberculosis, afección que se propaga por todo el mundo en la estela del Sida y la pobreza. Es una enfermedad endémica en Tijuana debido al clima sumamente húmedo y de los numerosos y vastos asentamientos de habitantes temporales. Asimismo, los migrantes tienen muchas dificultades para acceder a los médicos del Seguro social, que es la estructura de atención médica que brinda el gobierno mexicano, cuando vienen de otro estado sin un documento de identidad oficial. Mientras que Estados Unidos registra tan sólo cinco casos de tuberculosis por cada 100 mil personas, la zona de la Baja California registra de 50 a 60 por cada grupo de 100 mil habitantes. Es casi el doble de la actual media mexicana, que había caído en la década de 1990 y volvió a elevarse durante los últimos años, debido a la menor atención a las campañas de prevención y tratamiento.

La tuberculosis no perdona, comenta el médico neumólogo Rafael Laniado-Laborín, de la Universidad Autónoma de Baja California, en Tijuana. En el marco de un estudio publicado en mayo de este año en la revista Infection Control and Hospital Epidemiology, Laniado-Laborín y María Noemi Cabrales-Vargas informan sobre 18 casos de tuberculosis entre los médicos y enfermeros que trabajaron durante cinco años en un hospital de 140 camas en Tijuana. Este resultado representa una incidencia 11 veces mayor que entre la población y es preocupante pues se trata de un lugar de intensa circulación de personas enfermas, más propensas a contraer otras infecciones. Según Laniado-Laborín, el hospital adoptó algunas medidas administrativas sugeridas, pero después las dejó de lado. En el mismo hospital surgieron otros 17 nuevos casos entre los profesionales de salud desde noviembre de 2005 hasta junio de 2006.

Acciones conjuntas
Del otro lado de la frontera la tuberculosis también preocupa. Un estudio llevado a cabo hace dos años con 571 inmigrantes y refugiados que se habían instalado hacía poco tiempo en San Diego demostró que, aunque sólo el 7% padece la forma activa de la tuberculosis, el 76% tenía la forma latente y correspondía a potenciales transmisores del bacilo causante de la enfermedad. Es posible contener esta afección cuando las personas contaminadas toman los medicamentos rigurosamente durante seis meses; pero sucede que generalmente interrumpen el tratamiento tan pronto como los síntomas desaparecen. Allí es cuando surgen las formas más agresivas de la enfermedad, causadas por variedades de bacterias para las cuales los medicamentos se han vuelto inocuos. Por cierto, tres profesionales de la salud que trabajaban en el hospital de Tijuana estaban infectados con una variedad de M. tuberculosis multirresistente. La resistencia a los dos fármacos más utilizados contra la tuberculosis se detectó en laboratorio en el 1% de las variedades del bacilo que circulan en San Diego y en el 17% de las variedades aisladas en pacientes de Baja California.

Y los expertos en salud insisten: tanto la tuberculosis como otras enfermedades infecciosas solo pueden detenerse por medio de la implementación acciones de ambos países que faciliten el diagnóstico y el tratamiento. Pero no alcanza con capacitar a los médicos para atender a los mexicanos que viven en California o darles más atención a los habitantes de Tijuana. Hay que respetar las realidades locales, tal como advierte Laniado-Laborín. No podemos aplicar sencillamente lo que viene de otros países, dice, porque las situaciones y las culturas son distintas.

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