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Cinema

África en Brasil

Una película muestra la vida del esclavo que creó una religión personal

De acuerdo con el sentido común, un Cafundó significa en Brasil un lugar que está demasiado lejos. Pero, para la universidad, significó un gran “descubrimiento”, ocurrido en 1978, cuando un periodista visitó un barrio rural que lleva ese mismo nombre, en la localidad de Salto de Pirapora. Había allí un “Galápagos” cultural, pues en esas tierras, donadas en el siglo XIX a dos ex esclavos, los moradores guardaban, tanto en la lengua como en las costumbres, su ancestralidad africana. Carlos Vogt y Peter Fry, de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp), estudiaron la región, y en 1996 publicaron Cafundó: a África no Brasil. “La lengua africana del Cafundó no significa la mera supervivencia de una lengua bantú cualquiera. Es, por encima de todo, una práctica lingüística en permanente proceso de transformación, cuyo significado político y social se da según el contexto de relaciones donde ésta tiene vida”, aseveraron. El mentado “lejos” trasportaba a un “cerca del pasado”.

Cafundó se convirtió entonces en un símbolo de la integración y la permanencia de los valores traídos por los negros al Brasil. En este contexto, el actor y director Paulo Betti le puso ese nombre, Cafundó, a su nuevo film, que se estrenará durante el segundo semestre de este año (con Lázaro Ramos, Leona Cavalli y Luís Mello). Con todo, pese a su nombre, el largometraje no habla de la comunidad, sino de João de Camargo, un ex esclavo fundador de una curiosa religión que congregaba a los santos católicos, al candomblé y al espiritismo. Ese culto sincrético llamó la atención de un joven sociólogo llamado Florestan Fernández a los 22 años, y lo llevó a escribir Contribuição para o estudio de um líder carismático, y a repensar la cuestión racial en el país. “Aprendí sociología en el campo, con la investigación del culto a João de Camargo”, afirmó Fernandes.

Cuenta la leyenda que el ex esclavo, siempre ebrio, tuvo una revelación ante la cruz emplazada en el arroyo Águas Vermelhas, en memoria de Alfredinho. Ese rapaz, hijo de un comerciante portugués, andaba 1859 por la zona, cazando con su ballesta, cuando se cayó del caballo y, amarrado al estribo, fue arrastrado por el animal. Hallaron su cuerpo destrozado en las aguas del arroyo. En 1906, João habría recibido un mensaje del pibe, quien le prometía la protección si éste asumiera la misión de sanar y ayudar a las personas. De esta prosaica historia nació un culto que impresionó a Fernández, por su rápido desarrollo partiendo de un comienzo tan modesto. En poco tiempo, el ex alcohólico erigió su iglesia, donde, según escribió Fernandes, “junto a las prácticas de curanderismo, desarrolló el culto católico a las imágenes de los santos y, al mismo tiempo, organizó también los rasgos de la cultura africana, fusionados en el espiritismo”. Al comienzo, conquistó a sus adeptos con los pequeños “milagros” que hizo en las aguas del arroyo. Y enseguida llegaron multitudes a la región.

“Fundó una religión y se transformó en un líder cuasi mesiánico. Derrotado y delirante, deslumbrado con el mundo en transformación y desesperado por vivir en él, João de Camargo salió del batey, pasó por todo lo malo que había por ahí, se superó y se convirtió en un líder religioso”, observa Betti. Precisamente, ese deslumbramiento fue lo que atrajo más la atención del sociólogo. “Es probable que João de Camargo haya encontrado en el conocimiento de los valores de origen africano, y en el cumplimiento de los mismos, en el culto religioso que desarrolló, un punto de apoyo extraordinariamente fuerte, capaz de atraer por sí mismo a un número relativamente grande de seguidores”, acotó Florestan. Era la permanencia del Cafundó. “Si bien al principio él todavía se arrodillaba delante de la imagen de Nosso Senhor Bom Jesus do Bonfim para ‘recibir’, en el apogeo de su influencia ya no adoptaba más la postura de genuflexión para ‘hablar’ con los santos”, afirma Fernandes. “Posteriormente empezará a recibir ‘órdenes’ del Espírito Santo, y al final de Dios mismo. Y éste mismo fue suplantado, en el cenit de su carrera: considerado un taumaturgo, recibe las ‘órdenes’ de la Iglesia, una entidad amplia y abstracta que, según parece, para él y para los creyentes iniciados, estaba por encima del propio Dios.”

En un proceso que mixturaba la fuerza de la herencia africana y la comprensión de la realidad brasileña, João logró con su religión su rehabilitación personal y social. “Su carrera es paradigmática de las formas asumidas por la transformación de la personalidad bajo el influjo de la vida grupal. Luego de que se alteraron los criterios de evaluación de su persona, con el éxito obtenido, se ubicó sucesivamente en nuevas categorías de actuación social, transformando así el círculo de relaciones sociales y la naturaleza de estas relaciones”, dice Florestan. “Con el incremento del prestigio, se ampliaba simultáneamente el edificio de su iglesia y pasaba a ‘recibir’ espíritus ‘más fuertes’: de allí la transición del niño Alfredinho a monseñor Soares, y de éste a los santos, al Espíritu Santo, a Dios y por último a la Iglesia”. El sociólogo observó que, en medio a este movimiento, ligado a las alteraciones sufridas en la forma de actuación social de João de Camargo, se reflejaba la elevación de su status dentro de la estructura social de la localidad de Sorocaba. Y esto llevó a las autoridades, en 1913, a procesarlo por la “práctica del curanderismo”. Una vez más, el Cafundó traía el “lejos” hacia bien cerca.

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