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ENTREVISTA

Ana Maria Giulietti Harley: De flor en flor

Fuera de la tranquilidad de una universidad consagrada, la botánica colecciona giros, flora e iniciativas tendientes a apuntalar grupos de investigación

Bel PedrosaA la pernambucana Ana Maria Giulietti es reconocida como profesora de la Universidad de São Paulo (USP), pero también de la Estadual de Feira de Santana (UEFS). En cada una de ellas dejó su marca de curiosidad y trabajo arduo, explorando áreas desconocidas y colaborando en la organización de instituciones.

Sin embargo, hace algunos años, dejó a un lado (según sus propias palabras) la hamaca y la maniçoba [un plato típico de la cocina indígena del nordeste y norte de Brasil, elaborado con hojas de mandioca] en Bahía para adentrarse en la Amazonia, un antiguo anhelo. Su entusiasmo inagotable ahora rinde frutos para el Instituto Tecnológico Vale (ITV), en la ciudad de Belém, en el estado de Pará. Al final de 2014, ella fue la impulsora de un acuerdo entre el ITV y el Museo Paraense Emílo Goeldi para ejecutar la tarea hercúlea de catalogar y estudiar las plantas de Serra dos Carajás, en Pará, que estará terminada en febrero de 2018. La región, una isla de vegetación rastrera en medio de la típica selva amazónica, alberga una diversidad de especies raras de animales y plantas que sólo existen allí y se encuentran en peligro a causa de la minería y la ganadería.

“Se trata de una biodiversidad única, maravillosa y espectacular”, dijo ella a fines de agosto, en una conferencia que ofreció en el marco del Congreso Nacional de Botánica, en Río de Janeiro, donde brindó una entrevista a Pesquisa FAPESP durante la hora del almuerzo, luego de una noche de escaso sueño. La investigadora se abocó a perfeccionar su presentación en la víspera, mientras esperaba la retransmisión de un partido de fútbol del Corinthians. Pese a conocer que el gol había sido marcado en el último minuto, se enfrascó tanto en su trabajo que cuando quiso acordarse, se lo había perdido. Ella declara que su afición por ese equipo es algo que tiene en común con su primer marido, de quien se divorció al mudarse a Feira de Santana. Sus tres hijos son la otra conexión. En la actualidad, está casada con el botánico británico Ray Harley.

Sin amilanarse ante un serio problema auditivo, Ana Giulietti parecía una celebridad en el congreso. Difícil resistirse a compararla con sus plantas predilectas, la familia de las eriocauláceas: las populares siemprevivas.

Edad 71 años
Especialidad
Botánica
Estudios
Graduada en Historia Natural (1967) por la Facultad Frassinetti de Recife, con máster (1970) y doctorado (1978) por la Universidad de São Paulo
Institución
Universidad de São Paulo (1975-1996), Universidad Estadual de Feira de Santana (desde 1996), Instituto Tecnológico Vale (desde 2014)
Producción científica
250 artículos y capítulos de libros, 14 libros, además de direcciones o codirecciones de doctorado, maestría y supervisiones de posdoctorado

Su trayectoria abarca muchos cambios. ¿Qué hay detrás de esos movimientos?
Yo soy del nordeste, pernambucana. Nací en la localidad de Pesqueira, en medio de la Caatinga, y fui a parar a São Paulo. Pero siempre dije que quería volver al nordeste, a mis orígenes.

¿Por qué decidió ir a Feira de Santana y no a Recife?
Porque en Recife ya estaba todo hecho, yo sólo sería una más, y quería demostrar que se podía hacer algo desde el principio. Un día, cuando estaba en la USP, recibí la divulgación de una vacante en taxonomía de angiospermas con énfasis en monocotiledoneas en la UEFS. Cuando la leí, pensé que eso era una señal, justo mi área de estudio. Cuando llegué a casa le dije a mi marido e hijos: “Voy a postularme, a lo que uno de ellos me advirtió ‘Mamá, es para profesor asistente’. Respondí: ‘¿Cuál es el problema? Me estoy por jubilar en la USP, puedo hacerlo’”. A la mañana del día siguiente me encontraba en el laboratorio y sonó el teléfono. Era Fábio França, coordinador del área de botánica de la UEFS, invitándome a sumarme al jurado. Le dije que no podía aceptar porque quería presentarme al concurso, a no ser que ya hubiera un docente reemplazante al que estuviera asignada la vacante. Si ellos aceptaban a una vieja medio inquieta, yo iría. Pero antes, les propuse una visita para explicarles lo que quería hacer. Si las condiciones no estuvieran dadas, no iría. Cuando llegué, me esperaba un montón de gente. La rectora ya quería proponer la maestría, pero le expliqué que eso no era posible con un sólo doctor. Yo sabía que los docentes poseían máster, había visto los currículos de todos. Me sometí al concurso y no saqué un 10. Obtuve un 9,9 en el currículo porque omití resúmenes que había presentado en congresos. En todo lo demás, saqué 10. Mi exmarido trabajaba en el Instituto de Economía Agrícola de la Secretaría de Agricultura de São Paulo y me dijo que Feira de Santana era demasiado para él, que ahí no iría. Mi hija menor ya tenía 21 años, los tres estudiaban en la universidad y le avisé: “Me estoy yendo”. Y me fui.

¿El logro fue instaurar la carrera?
Exactamente. Cursé la carrera de historia natural en la Facultad Frassinetti de Recife. Mis amigas que se inclinaron por la investigación me decían: “Tú logras todo porque trabajas en la USP, ven aquí a lidiar con nuestros problemas”. Yo les decía que cuando pudiera jubilarme les demostraría que puede hacerse investigación de buena calidad en cualquier sitio, basta con tener buena disposición.

Entonces usted se jubiló en la USP y demostró que también se podía trabajar en Feira de Santana.
Yo tenía la ventaja de conocer a mucha gente, saber cuál era el camino marcado, percibir cuándo algo era posible y cuándo no. También tuve la suerte de tener una rectora como Anaci Paim, que se mostró encantada con la posibilidad de que yo fuera allí. El gobernador de Bahía había declarado que quería mejorar el nivel de las universidades, contratando profesores visitantes con título de doctorado. Fui la primera doctora en sumarme al área de Botánica de la UEFS, cuando en el cuerpo docente sólo había másteres y especialistas. Entonces elaboramos un plan de capacitación de cinco años para que todos hicieran el doctorado. Conversé con varios docentes de la USP, para recibirlos una vez que aprobaran la selección. El plan contemplaba que en cinco años instauraríamos la carrera de maestría y, en siete, la de doctorado. Yo arribé en febrero de 1996 y, en marzo de 2000 ya teníamos el máster, y en marzo de 2002, el doctorado. Hoy en día, la carrera de Botánica en Feira de Santana ostenta un nivel 5 en la clasificación de la Capes.

Quería demostrar que es posible hacer investigación de calidad en cualquier lado, basta con tener la disposición

¿Fueron casi 20 los años que pasó allá?
En 2008 decidí irme porque estaba cuidando a mi madre. Ella tenía casi 90 años y sufría de diabetes. Quería vivir en Salvador (Bahía) y era muy difícil ir y volver todos los días. En los años previos yo ocupaba el cargo de prorrectora de Investigación y de Posgrado, era algo muy desgastante. Pensé en solicitar el retiro, pero como tenía más de 60 años y llevaba más de 12 trabajando allá, me sugirieron que solicitara una jubilación proporcional, así podría seguir en la institución. Dejé de dar clases en la carrera de grado porque empezaba a tener problemas auditivos, algo que resulta muy limitante en las aulas. Necesito un ayudante permanente y casi no interactúo con los alumnos debido a mi escasa audición. Seguí dando clases en el posgrado para grupos reducidos y aún dirijo a dos doctorandos. Pero en agosto de 2014 se comunicó conmigo la bióloga Vera Lúcia Imperatriz Fonseca, de la USP, y me dijo que estaba trabajando en el ITV. La institución quería hacer un convenio con el Museo Paraense Emílio Goeldi para estudiar la flora de Carajás. Ella mencionó unas palabras claves para mí: ¡Amazonia y matorral de altura! Una semana después fui a conversar con ellos y me comuniqué por teléfono con Ricardo Secco, del Museo Goeldi, “Convoque a todos que voy para allá para hacer un convenio”. Cuando arribé, estaban todos ahí y les dije que si ellos firmaban el acuerdo para trabajar juntos en Carajás yo misma iría a Belém. Redactamos un documento cuyas metas todos dijeron que era imposible cumplir. El ITV ya había declarado que me facilitaría todo para hacerlo, sólo era necesario trabajar. Fueron tres años intensos. A veces, pasamos entre 10 y 15 días por mes en campo. En otras ocasiones incluso más, hasta 20 días. Para mí era importante que mi actual marido, Ray Harley, pudiera acompañarme. Él también es botánico y trepa los cerros con mayor denuedo incluso que yo, pese a ser 10 años mayor.

¿Él es inglés?
Así es. Yo lo conocía desde 1968, cuando vino con una expedición de la Royal Society a Xavantina, en el estado de Mato Grosso. Por entonces, yo hacía una parte de mi maestría en la Universidad de Brasilia bajo la dirección de Graziela Maciel Barroso. Ella fue invitada para ir al campamento y me fui con ella. Ahí conocí a Ray y desde entonces nos hicimos amigos. Él estaba casado, después se divorció y se casó de nuevo, yo me casé y tuve hijos. Tuvimos proyectos conjuntos entre la USP y el Jardín Botánico Real de Kew, en Inglaterra, donde él trabajaba. Un año después de haberme ido a la UEFS él se jubiló, obtuvo una beca para irse a Bahía y resolvió radicarse en Feira de Santana. Estábamos los dos solteros. Luego de 30 años nos pusimos de novios, pero no teníamos pensado casarnos. Compramos una casa en Rio de Contas, en el sur de Chapada Diamantina, en Bahía. Mitad para cada uno, no era para vivir como un matrimonio. Pero durante una excursión, unas abejas me picaron por toda la cara. Se me hinchó mucho, la médica que me atendió me pidió una radiografía y constató que tengo el síndrome de Paget, un problema metabólico que le escamotea el calcio a los huesos y lo deposita en otro lugar. Se trata de una enfermedad genética incurable que en mi caso conduce a la sordera, porque va soldando los huesos del cráneo. Es más frecuente en Holanda y en el norte de Inglaterra, y nadie la conocía aquí. Indagué en internet y encontré a un  médico especialista en Recife, Francisco Bandeira. Éste había realizado un posdoctorado en Oxford, Inglaterra, para trabajar con el metabolismo en el sitio exacto donde la incidencia de esta enfermedad es mayor. Cuando regresó a Recife, noté que varios de los pacientes que trataba por artrosis en realidad tenían Paget, algo que el atribuyó a la presencia holandesa de otrora en la región. Viajé a Recife e hice lo que denominaban terapia de shock, estuve internada durante dos semanas en el hospital con medicación vía intravenosa. Me quedé en la casa de mis padres, que aún vivían allá. Ray se encontraba en Inglaterra me telefoneó ni bien salí del hospital. Después de conversar conmigo, habló con mi padre y le pidió mi mano para casarnos. Me tomó de sorpresa, ése no era nuestro plan. Pero él había descubierto una Asociación de Paget en Inglaterra y si estuviéramos casados yo tendría acceso a otros tratamientos. Me dijo, “Tú me gustas, quiero pasar contigo el resto de mi vida, quiero casarme contigo”. Tres meses después nos casamos en Inglaterra. No puedo hablar mal de la enfermedad, incluso me casé con mi segundo marido a causa de ella. Llevamos casados 17 años.

Volviendo a la investigación: el tipo de proyecto que involucra a mucha gente, como el del ITV, propicia la formación de recursos humanos. ¿Eso es importante para usted?
Lo es. Siempre prioricé la formación de recursos humanos, creo que han pasado por mis manos más de 100 alumnos repartidos actualmente en varias regiones de Brasil e incluso del exterior: ellos son mi orgullo. El ITV se asoció al CNPq [el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico] para la implementación de 50 becas de investigación. El año pasado, el instituto elaboró un programa de doctorado con la Capes [la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Educación Superior], también en el marco de un modelo de asociación pública-privada. En el máster en desarrollo sostenible doy clases sobre especies amenazadas, endémicas y raras, además de las leyes que regulan su proliferación en áreas donde hay extracción de recursos naturales. La recolección de plantas en Carajás, ligadas a la concesión de licencias mineras, comenzó en la década de 1970 y en 2015 partimos de alrededor de 300 especies conocidas para llegar a más de mil. Cuando concluyamos el trabajo, la flora de la canga [suelo geológico formado por mineral de hierro y arcilla], en los afloramientos ferruginosos, representará más del 10% de la flora registrada para todo el estado de Pará. Por cierto, este dato no corresponde a la real diversidad de Pará, lo que tenemos es todavía un enorme desconocimiento de esa flora y quedan muchos eslabones por unir. El paradigma acerca de si es posible que haya compatibilidad entre el desarrollo sostenible y la utilización de los recursos naturales y de la selva es algo que me intriga sobremanera. Y también hay otras dudas: ¿será la canga realmente un matorral de altura? ¿Qué adaptaciones tiene? No son sólo planteos prácticos, sino preguntas efectivamente académicas.

¿Usted no conoce las respuestas?
No, todavía no hay respuestas. Asistí a una conferencia sobre matorrales de altura aquí en el congreso, y le dije a Pirani [José Rubens Pirani, docente de la USP] que los temas que ellos estaban discutiendo eran los mismos que se debatían hace 30 años, cuando él fue mi primer alumno de iniciación a la investigación científica. Nos llevó todo este tiempo comenzar a entender qué flora es aquella, de dónde proviene, cómo puede haber matorrales de altura en Minas Gerais diferentes a los de Bahía. Los géneros son medianamente los mismos, pero con una diversidad distinta, las especies son otras. Sabemos que Serra do Espinhaço, de Minas y Bahía, se yergue desde el período Cretácico, al igual que Carajás, y que la vegetación de las cumbres se encuentra allí desde la era Terciaria. Si la conocemos mejor, resultará más fácil preservar aquello que debe conservarse. Porque no es posible preservar a todas las poblaciones, pero algunas deben mantenerse para no provocar la extinción de especies.

Archivo personal Trabajo de campo en Mucugê, Bahía, 1980: la condesa Beatrix Orssich, Raymond Harley, Nanuza Luiza de Menezes, Pat Brennan (de izq. a der. detrás); chofer, Ana Giulietti, Graça Sajo, Maria Mercedes Arbo y João Semir (al frente)Archivo personal

¿Qué es lo más interesante que ustedes descubrieron sobre Carajás?
Es el conjunto de los datos. Las distintas áreas en Carajás suben y bajan a lo largo del tiempo geológico, generando una flexibilidad en la superficie que configura los más variados ecosistemas. Está todo ese sistema de lagunas. Las plantas que crecen en las lagunas perennes son diferentes a las que se encuentran en las lagunas temporales, posiblemente debido a distintos orígenes evolutivos. Es algo muy complejo, y se encuentra aislado como si fuera una isla en medio de una selva impenetrable. Probablemente, gran parte de las especies se originaron por especiación local. Estamos estudiando y tratando de relacionarlo todo.

¿Hubo hallazgos más significativos durante el estudio?
Cierto día, Rodolfo Jaffé [biólogo, investigador del ITV] llegó con unas raíces raras preguntando qué eran. “Están en la caverna, parecen un mechón de cabellos”, comentó. Le dije que acordáramos un viaje y partimos hacia allí. La boca de la cueva es muy pequeña, uno tiene que arrastrarse por el suelo. Cuando entré, había guano [excrementos] de murciélagos justo en el medio del camino y me caí en medio de eso. La caverna es maravillosa y aquellas raíces sólo crecen donde el agua  se filtra y cae sobre las que corren paralelamente al suelo. Las recogimos, las observamos con lupa y en el microscopio, tenían estructura de raíz. Extrajimos ADN, lo comparamos en un banco de datos y logramos identificar el género, y en uno de los casos incluso la especie. Se trataba de cosas diferentes, todas dicotiledóneas. Fue algo espectacular, y ahora lo estamos publicando.

¿Usted estudió la flora de otros biomas?
Comencé con el bioma brasileño de la Caatinga en el Instituto de Investigaciones Agronómicas de Recife, bajo la dirección de Dárdano de Andrade-Lima. Más tarde, cuando llegué a São Paulo, empecé a trabajar con matorrales de altura en Serra do Cipó y en la porción norte de la cadena de Espinhaço. Cuando me trasladé a Bahía, uno de los atractivos era Chapada Diamantina. En Feira de Santana, además de Chapada Diamantina, estudié nuevamente la Caatinga. En aquella época estaba enfocada en el semiárido. Con el tema de la canalización del río São Francisco, el gobierno llamó a un concurso en el Instituto del Milenio del semiárido. Ganamos el concurso y el proyecto duró cinco años, involucrando a más de 20 instituciones del nordeste. Sirvió para montar gran parte de la infraestructura de investigación de la UEFS y otras instituciones.

João Marcos Rosa Trabajando en la flora de Carajás, este año, en el herbario del proyecto, junto al técnico Lourival TiskyJoão Marcos Rosa

¿Entonces la labor de ese Instituto del Milenio todavía produce resultados?
Así es. Adquirimos el primer secuenciador para plantas del nordeste, un microscopio electrónico de barrido, y la investigación de la red del Milenio pasó a marcar la diferencia para la región. Muchos dijeron que la flora de la Caatinga era pobre y que se encontraba casi totalmente degradada, y probamos que no era así. Confeccionamos la primera lista de especies del semiárido brasileño que incluía todos los tipos de vegetación y fue una de las bases para la elaboración del catálogo de la flora brasileña, concluido en 2010. La transición entre la vegetación de la Caatinga y la de la sabana de montaña y el matorral de altura, entre los mil y 2 mil metros de altitud, es espectacular.

¿Cómo define la importancia del conocimiento de la flora?
Una actividad importante consiste en reunir los datos disponibles en bancos de datos públicos y elaborar modelados. No obstante, lograr que eso complete todas las lagunas es lo que marca la diferencia. Cuando dispongamos del banco de datos autenticado de Carajás, no habrá otro tan completo. Son 16 mil, y hasta 20 mil registros de una misma área que podrán trabajarse en términos de modelado, distribución de las especies, relación con los cambios climáticos, áreas mínimas de conservación y mucho más. Los estudios en Serra dos Carajás, incluida en el entorno de la selva amazónica, pueden erigirse como un modelo del modo de avanzar para ensamblar los eslabones del conocimiento de la flora de esa región. También podría responder a ciertos planteos que rondan en mi cabeza desde hace mucho tiempo y otros nuevos, como por ejemplo: ¿la flora de las cangas de Carajás es similar a la de las cangas de otras regiones del país? ¿Cuáles son los principales mecanismos de especiación de las especies endémicas de las cangas? ¿Cómo habrían propiciado esa especiación la extensa historia geológica de Serra dos Carajás y las fluctuaciones climáticas de la era Cuaternaria?

¿Cómo compara la manera de trabajo anterior con lo que será de aquí en adelante? Hoy en día es posible conjugar ecología, modelado y secuenciación genética. ¿Esas cuestiones modifican mucho la forma de trabajar?
Siempre me gustó trabajar con expertos de varias áreas. En Feira de Santana, por ejemplo, a causa del Instituto del Milenio, manteníamos buena relación con investigadores en fitoquímica y en farmacología. Parte del material recolectado lo enviábamos al herbario de la UEFS y otra parte, a la UFBA [Universidad Federal de Bahía], donde se realizaba una selección de las sustancias más prometedoras para el tratamiento de aquellas enfermedades propias del semiárido, tales como la esquistosomiasis y el mal de Chagas. Ahí, y también en la Universidad Federal de Paraíba, se efectuaba la parte más minuciosa de la química. En la Fiocruz se hacían test in vitro de las sustancias más prometedoras, para luego proseguir con los estudios. En el ITV no hay instituciones diferentes, son mesas contiguas de una misma sala. Puedo conversar con un colega e intercambiar ideas, decidir la realización de pruebas, trazar modelados y otras cosas, vamos juntos al campo. Esta cercanía es algo nuevo para mí. Ahí cuento con todos los equipamientos, tengo al Museo Goeldi con su herbario y todos los investigadores a disposición. Me voy a dormir, se me ocurre una idea y voy y la llevo a cabo. Hay algunos a los que no les agrada este ambiente, se quejan del barullo. Pero para mí no es un problema: basta con sacarme el audífono y me concentro específicamente en lo que estoy haciendo.

Los premios que ha obtenido, como ese más reciente de la Sociedad Botánica de América, de Estados Unidos, ¿qué representan en este momento en que está abocada a avanzar en la investigación científica?
El premio consistió en mi inclusión como “Corresponding Member” vitalicia de la Sociedad Americana de Botánica, que me concede el derecho a recibir todas las ediciones del American Journal of Botany. Un reconocimiento importante. En 2013 recibí un homenaje del Instituto Smithsonian de Estados Unidos, como la principal investigadora de aquel año en América Tropical. Creo que eso sumó bastante para mi distinción con este premio más reciente. Era difícil ganarlo como taxónoma, ya que el enfoque de la investigación actual profundiza mayormente en la genética. Creo que en ambos casos ellos quisieron premiar el avance que hicimos en Brasil en cuanto a sistemática. Por eso les dediqué el premio a todos mis alumnos, exalumnos y a los que ellos mismos dirigieron. A mis hijos, nietos e incluso bisnietos científicos. Incluso en los bisnietos siento que aún vive ahí lo que yo enseñé. Entonces creo que es mucho más lo que he hecho educando, que está desplegado por todo el país y en el exterior, mucho más que lo que haya publicado en alguna revista de alto impacto. El impacto conjunto es mucho más relevante para el país.

Nos demandó 30 años comenzar a entender la flora de los matorrales de altura, de donde ella proviene, por ejemplo

Así y todo, ¿sus plantas predilectas siguen siendo las eriocauláceas?
Lo son, pero no fui yo quien las eligió. Cuando todavía estaba en Recife había estudiado una flor de eriocaulácea. Me resultó muy difícil, no entendí nada  y la dejé de lado. Pero Aylthon Brandão Joly [1924-1975], el mayor experto en algas que hayamos tenido, decidió dedicarse a las plantas superiores, ya que nadie las estudiaba en São Paulo, y comenzó a hacer un inventario de la flora de Serra do Cipó. Yo había realizado el máster en la USP y regresé a Recife para trabajar en el Instituto Agronómico de Pernambuco, donde había hecho la iniciación a la investigación científica. Pero mi marido no quiso quedarse y acabamos retornando a São Paulo y fui a preguntarle a Brandão Joly si podría solicitarle una beca a la FAPESP para realizar el doctorado. Yo quería hacer una revisión del género Byrsonima, con la cual había trabajado en mi maestría, pero él me impuso una condición: que estudiara las eriocauláceas de Serra do Cipó. “Son muy lindas”, me dijo. “Y muy complejas también”, le respondí. “Por eso es que te estoy diciendo que las estudies”.

¿Y luego usted continuó con ellas?
En efecto. Creo que todo aquello que una estudia con ahínco, termina apasionándola. Si es difícil, mejor aún. Nanuza estudiaba las velloziáceas, Walquiria Monteiro la anatomía de las eriocauláceas. Íbamos a Serra do Cipó con los alumnos, entre los cuales estaban Marlies e Ivan Sazima, y João Semir. Más tarde Aylthon Joly los llevó a la Unicamp, porque estaba formando el departamento. También quiso llevarme a mí, pero mi marido tenía empleo aquí y me excusé diciendo que si yo iba a Campinas, ¿quién quedaría en la USP para dar clases de taxonomía de angiospermas? Pero antes de que Aylthon Joly se jubilara en la USP, en abril, fuimos a Serra do Cipó y él estaba con mucha tos. Llovía mucho, entonces dijo que se quedaría en el hotel para elaborar una clave de identificación para las familias de Serra do Cipó sin usar las flores. Al anochecer nos mostró ese trabajo, un documento precioso. Regresamos a São Paulo y él seguía con tos. Falleció ese mismo año, fue un cáncer de pulmón fulminante. Proseguí el doctorado bajo la dirección de Carlos Bicudo, experto en algas de agua dulce, y decidimos continuar con el sueño de Aylthon Joly en Serra do Cipó. El conocimiento sobre ese lugar se expandió mucho y se resolvió que debería ser un parque. Los trabajos que llevamos a cabo en la USP siempre tuvieron un objetivo mayor y buscábamos transferir ese conocimiento a los alumnos.

Pero su situación actual no se queda atrás.
Aún siento que formo parte de la USP, de Feira de Santana, de la Amazonia y del ITV. Porque en cada uno de esos lugares dejé una semilla que son mis amigos, mis hijos, mis amores. Me siento brasileña, nunca pensé en vivir fuera pese a tener familia por todos lados. Mi hija mayor vive en Brasilia, el segundo se casó con una española y vive en Sevilla, la tercera se casó con un escocés y vive en Múnich. Y en cuanto a los hijos de Ray, el mayor vive en Francia y la otra, en Inglaterra. En conjunto tenemos 10 nietos. A los de él también los considero mis nietos. Me agrada ser abuela, llevarles regalos a los nietos, pasar tiempo con ellos. Por eso creo que el año que viene ya no quiero tener tantos compromisos, y cuando asumo un compromiso no me gusta dejarlo por la mitad. En el ITV hay varios que pueden hacerse cargo del trabajo. Lo mismo ocurrió en la USP y en Feira de Santana. Es necesario darse cuenta cuando uno ya no está aportando tanto como lo hacía y dejarles espacio a otros para que puedan crecer.

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