Aunque todavía son pocos los casos de biopolímeros fabricados en Brasil a escala industrial, entre los cuales despunta el “plástico verde” de la empresa Braskem (lea en las ediciones nº 142, 177 y 197 de la revista), la investigación y el desarrollo de estos nuevos materiales ha generado resultados positivos que, en el futuro, podrían conducir a un aumento en su escala de producción y en la oferta de alternativas a los polímeros convencionales.
El año pasado, la firma QGP Tanquímica, de la localidad de Laranjal Paulista (São Paulo), y la estatal Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa) Instrumentación, cuya sede se encuentra en São Carlos (São Paulo), lanzaron una nanoemulsión, una película delgada elaborada con cera de carnaúba (un tipo de cera que se obtiene de las hojas de la palmera Copernicia prunifera), capaz de prolongar el tiempo de conservación de las frutas, como en el caso de las naranjas y papayas, cuando se las recubre con ella. “Ese tipo de filme comestible surgió a partir de un proyecto de innovación abierta que también involucró a la UFSCar”, informa José Manoel Marconcini, jefe de Investigación y Desarrollo de Embrapa Instrumentación. “La empresa ya está vendiendo la nanoemulsión para recubrir frutas”.
A lo largo de los años, Pesquisa FAPESP acompañó el desarrollo de ese y otros bioplásticos. En 2016, un reportaje mostraba el alcance de las investigaciones con películas comestibles realizadas en la Embrapa y en otras instituciones (lea en la edición nº 242). El texto en cuestión, también indicaba las posibilidades de uso de los bioplásticos comestibles, elaborados a partir de alimentos frescos o residuos de la fabricación de jugos y de otros procesos industriales.
La investigación cuyo resultado fue el plástico biodegradable Biocycle fue el tema de un artículo publicado por la revista en 2012 (lea en la edición Especial FAPESP 50 Años). En aquella época, la empresa PHB Industrial tenía expectativas de poner en marcha una fábrica para producir a escala comercial el polihidroxibutirato (PHB). El producto es el fruto de proyectos financiados por el Programa de Apoyo al Desarrollo Científico y Tecnológico (PADCT), del gobierno federal, y por la FAPESP, entre ellos, el de Investigación Innovadora en Pequeñas Empresas (Pipe).
Aunque la empresa ha modificado sus planes, el equipo de científicos a cargo de la investigación que derivó en ese producto se mantiene activo y estudia cómo aumentar las posibilidades de aplicación de los biopolímeros de la familia de los polihidroxialcanoatos (PHA), que surgen como consecuencia del metabolismo natural de varias especies de bacterias.
“Ahora estamos desarrollando un plástico similar, que es biodegradable y biocompatible, es decir, que no genera rechazo en el organismo humano”, dice la bioquímica Luiziana Ferreira da Silva, docente en el Instituto de Ciencias Biomédicas de la Universidad de São Paulo (USP) e integrante del comité científico del Simposio Internacional en Biopolímeros (ISBP, según su sigla en inglés). “Hemos pensado en utilizarlo para elaborar nanopartículas con drogas anticáncer, que serán testeadas próximamente en Alemania”
Otro bioplástico biocompatible fue presentado a los lectores de Pesquisa FAPESP en 2012, en un reportaje sobre ese polímero, elaborado a partir del asaí por investigadores del Instituto de Biofabricación (Biofabris), a la sazón, uno de los Institutos Nacionales de Ciencia y Tecnología (INCT), con sede en la Facultad de Ingeniería Química de la Universidad de Campinas (Unicamp) (lea en la edición nº 196). Los científicos intuyeron que el material, con características similares al poliuretano de fuente fósil, podría constituir una alternativa para la fabricación de prótesis e implantes óseos.
Un artículo de 2011 también daba cuenta de un estudio de la UFSCar que generó un plástico biodegradable rígido elaborado a partir de almidón de maíz y residuos vegetales, tales como cáscara de mandioca, fibra de coco y aserrín de madera, para la producción de tubos de protección para plantines de reforestación. El desarrollo surgió a partir de un requerimiento de las empresas Corn Products Brasil y BASF para ampliar las aplicaciones de otro polímero biodegradable que ya estaba disponible en el mercado (lea en la edición nº 179).
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