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Especial

Biólogos aplauden las buenas condiciones de trabajo

Crecen las investigaciones en áreas tradicionales y de punta

Después de 40 años, el edificio del Departamento de Botánica del Instituto de Biociencias de la USP, uno de los dos más antiguos del campus de la Ciudad Universitaria, mostraba las marcas del paso del tiempo y daba señales de abandono. Entre las variables con las cuales los investigadores se deparaban estaban la falta de agua y un sistema eléctrico inoperante. Los laboratorios se inundaban después de las lluvias, lo que era una amenaza para los equipos. Sin dinero para reformas, la única salida era la improvisación. “Cuando un laboratorio se quedaba sin agua, la sacábamos de una cañería de afuera”, cuenta Gilberto Barbante Kerbauy, vicedirector del Instituto. Las cañerías, viejas y oxidadas, estaban obstruidas; la red eléctrica, llena de remiendos y con cables pasando de una sala para otra. “Para encender un equipo, era necesario apagar el otro”. La falta de espacio era otro agravante: el personal de Biología Molecular dividía el laboratorio con el equipo de Fisiología Vegetal, por ejemplo. “Los bancos vivían ocupados por docentes, posgraduandos y estudiantes en prácticas a veces simultáneamente”, cuenta Kerbauy. En los pasillos, armarios, heladeras y freezers bloqueaban la circulación. Todos estos factores limitaban el volumen y la calidad de los estudios.

“Incluso contando con personal capacitado, faltaba infraestructura para desarrollar investigaciones de la calidad deseada”, evalúa el investigador. La solución se empezó a perfilar en la mitad de los años 90, con la construcción por parte de la universidad de un nuevo edificio para albergar el sector de grado, liberando espacio para los investigadores. El Programa de Infraestructura llegó justo en esa hora. Para Kerbauy, fue una feliz coincidencia. “Con la suma que recibimos pudimos expandir y modernizar todos los laboratorios. Fue la realización de un sueño de 20 años.”

Los recursos se aplicaron en la ampliación y adecuación de los laboratorios. Cuatro invernaderos pasaron a tener sistema de climatización y se crearon tres salas para el cultivo de plantas de clima cálido, con temperatura estable y humedad relativa del aire propia para especies amazónicas en extinción.

Además, en el Departamento de Botánica, el Programa de Infraestructura le permitió a la investigadora Marie-Anne Van Sluys montar un laboratorio de Biología Molecular. Después de adecuarlo, éste fue el primer laboratorio en el estado de São Paulo en instalar un secuenciador automático. El laboratorio participó en los proyectos Genoma Xylella, Genoma Xanthomonas citri, e integra el proyecto Genomas Agronómicos y Ambientales, que realizó el secuenciamiento genético de la Leifsonia xili y de otras dos variantes de Xylella.

En total, el Instituto de Biociencias de la USP recibió del Programa de Infraestructura, para reforma de laboratorios, cerca de 4.2 millones de reales, que beneficiarán a los estudios de otros departamentos, como los de Biología, Fisiología, Zoología y Ecología General, y también de un importante centro de apoyo para estudios marinos, el Centro de Biología Marina (CEBIMar).

Un laboratorio a la orilla del mar
Inaugurado en 1954, el CEBIMar fue construido en el litoral de São Sebastião cuando todavía no existía la SP-55, tramo paulista de la autopista Río-Santos. Modesto incluso después de reformas y adaptaciones realizadas a lo largo de los años, el principal laboratorio del centro continuaba sujeto a los efectos corrosivos de las marejadas y de la penetrante humedad. Fue preciso demolerlo y reconstruirlo.

El nuevo laboratorio se apoya en pilares, lo que evita el contacto con la humedad del suelo y facilita la ventilación y el mantenimiento de las redes de agua y luz, ahora instaladas bajo la losa. En la parte interna, el aire acondicionado y el deshumidificador ayudan a preservar los equipos como lupas y microscopios, sensibles a la acción de hongos. Para operar con organismos marinos, los investigadores cuentan hoy con agua de mar canalizada. Las piletas del laboratorio tienen dos canillas, de agua dulce y salada, algo fundamental para mantener vivos los organismos marinos.

La revitalización del CEBIMar, posible gracias a los recursos del Infra – que destinó cerca de 1.1 millón de reales al centro – , acabó beneficiando a investigadores de otras instituciones, como los de la Unicamp y la Unesp que actúan en el Programa Biota, estudiando organismos marinos. “Sin el laboratorio a la orilla del mar, no tendrían condiciones de mantener vivos a los organismos estudiados, perjudicando los resultados de los estudios”, dice Álvares Esteves Migotto, investigador del centro y responsable, en el Biota, del censo de los cnidarios, grupo que incluye medusas y corales. En el centro también se desarrollan estudios aplicados sobre sustancias bioactivas y monitoreo de la contaminación marina, entre otros. Sus dependencias están ocupadas por las aulas de grado y posgrado, cursos de extensión universitaria y simposios.

Las estaciones de meteorología y de oceanografía completan las actividades que allí se desarrollan. A intervalos de 10 minutos, los equipos registran la temperatura del aire, temperatura y salinidad del mar, dirección y velocidad de las corrientes, nivel del mar y transparencia del agua. “Son informaciones importantes para los estudios ecológicos, que necesitan de un monitoreo constante de las variaciones ambientales”, explica Migotto. Antes, los datos se anotaban a mano, dos veces al día.

Un antiguo sueño
Ampliar y reformar el edificio del Departamento de Zoología del Instituto de Biología de la Unicamp también era un sueño antiguo de sus investigadores. El departamento fue instalado de forma precaria, en un galpón de estructura metálica, y en él ya no cabían los cerca de 200 profesores, personal no docentes, alumnos y estudiantes en prácticas.

Había filtraciones causadas por escapes de agua y de desagües, y la red eléctrica estaba bastante deteriorada, con riesgo de incendio. Los laboratorios no ofrecían las mínimas condiciones de asepsia. Según João Vasconcellos Neto, profesor del laboratorio de Interacciones de Animales y Plantas, la cantidad de polvo y sustancias contaminantes era alarmante y perjudicaba su investigación, volcada hacia el control biológico de plagas agrícolas. El trabajo transcurría bien en el campo, pero se desmoronaba en el laboratorio. Los recursos del Infra destinados al Instituto de Biología de la Unicamp sumaron cerca de 3.4 millones de reales, destinados a adecuar 70 laboratorios, de diversos departamentos, lo que confirió un nuevo ritmo a las investigaciones.

Vasconcellos Neto tiene nuevos planes de investigación. “En zoología, todavía existen grupos enteros que son totalmente desconocidos. Tenemos mucho trabajo por delante”. Quien también está bastante animada con las nuevas instalaciones y condiciones de trabajo es la investigadora Fosca Pedini Pereira Leite. El laboratorio de Biología Marina en el que trabaja es sede de la coordinación del Programa Biota para el área de organismos marinos. Todos los meses realizan colectas en tres áreas del Litoral Norte. El material recolectado en arena y rocas se lleva a Campinas, donde se realiza la selección, catalogación y clasificación. “Esto sería imposible sin el espacio adecuado.”

Atreviéndose más
El único microscopio electrónico de transmisión del Centro de Microscopía Electrónica del Instituto de Biología de la Unicamp estaba en uso desde hacía 30 años. Su capacidad original de aumento, de 60 mil veces, acabó reducida a 10 mil veces debido al uso. “Este índice es muy bajo para quien trabaja con biología celular y necesita un aumento de, como mínimo, 50 mil veces”, explica Mary Anne Heidi Dolder, directora del centro. La alternativa de los investigadores era usar microscopios de otras instituciones, como hacían en la Escuela Superior de Agricultura Luiz de Queiroz, USP, en Piracicaba. “La Unicamp disponía de otros microscopios, pero era raro encontrar un hueco para poder usarlos”, comenta Mary Anne.

Del antiguo centro solo quedó la estructura del edificio. Dentro, todo fue reformado: desde la instalación eléctrica, que no soportaría la carga de nuevos equipos, hasta las paredes, pisos y bancos. También fue preciso instalar un aparato de aire acondicionado con el fin de garantizar la temperatura necesaria para el funcionamiento de los nuevos microscopios electrónicos de transmisión y de barredura. Además se equiparon dos salas para la preparación de materiales para análisis.

El centro ahora realiza análisis para investigadores de diversos departamentos y es demandado, sobre todo, para estudios de biología celular, histología y anatomía, además de microbiología, zoología y botánica. “Hoy, nos podemos equiparar a los mejores laboratorios y atendemos a investigadores de varias zonas del país, que no tienen los mismos recursos en sus ciudades”, dice Mary Anne. Para el investigador Áureo Tatsumi Yamada, ex director, la recuperación del centro supuso algo más que atender a una demanda reprimida. “Cuando el investigador tiene estos equipos a su disposición, es más atrevido en sus proyectos de investigación”, afirma.

Investigación comprometida
Otro departamento del Instituto de Biología de la Unicamp que se vio beneficiado con los recursos del programa de Infraestructura fue el de Inmunología. Sus investigadores se dieron cuenta de que la falta de condiciones de sus dos bioterios estaba comprometiendo las investigaciones. Un estudio, coordinado por la investigadora Liana Verinaud, demostró que los animales estaban expuestos a contaminaciones que interferían en los resultados de las pruebas con patógenos específicos. “Veníamos observando serias alteraciones en los resultados de las investigaciones: no eran repetitivos y de repente nos deparábamos con datos inesperados”, dice Liana, que confirmó las sospechas al detectar un virus que interfería en las pruebas de la enfermedad de Chagas.

Fue necesario aislar áreas comunes en las que los animales eran mantenidos y sometidos a experimentos. La circulación del aire pasó a ser controlada por medio de filtros y se instaló un sistema de extracción para disipar olores. La temperatura pasó a estabilizarse y todo el material que entra en contacto con las cobayas es esterilizado. “Reducimos en casi el 100% el nivel de contaminación, lo que nos da un grado de certeza mucho mayor en relación a los resultados”, dice Liana. No es difícil evaluar la importancia de esto. Además de la enfermedad de Chagas -investigación desarrollada junto con el Instituto Pasteur de París-, los estudios que se están llevando a cabo buscan respuestas para muchas dudas que todavía existen sobre inflamaciones, infecciones con hongos y desarrollo de tumores.

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